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El gran olvido

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Al explorar lo femenino, nos encontramos con un inmenso almacén de talentos que han sido ignorados, rechazados y que han caído en desgracia. Soñar se considera improductivo, la comunicación con nuestro cuerpo se trata con medicamentos, los sentimientos no tienen cabida en las salas de juntas, los rituales han perdido sentido y los hemos desconectado de la naturaleza y, por supuesto, la tierra es tratada como un recurso para extraer beneficios. En el transcurso de muchas generaciones, hemos ido creando una compleja cultura en la que hemos denigrado tanto estas cosas que su ausencia en nuestras religiones y sistemas sociales ha llegado a parecernos normal, hasta el extremo de que haría falta un acontecimiento de despertar muy especial para que nos diéramos cuenta de que nos faltan.

Esto es lo que podríamos llamar el Gran Olvido. La ruptura que sentimos todos en nuestra vida, ese lugar herido donde ignoramos a nuestro cuerpo, hacemos caso omiso de nuestras intuiciones y sustituimos nuestro conocimiento interno con la «información de otras personas». Lo que llamamos soñar es considerado ilusorio, mientras que las falsas construcciones de la realidad consensuada se tienen por reales. En el caso de Nicole, abandonó su creatividad porque le dijeron que no era responsable. En el de Tziporah, su música se escondió para no afrontar las críticas en su casa. No obstante, en ambos casos, la verdadera herida está en su olvido.

Este olvido es una especie de autotraición, en la que aceptamos la traición de nuestra familia y cultura como si fuera nuestra, y seguimos defendiendo que se infravalore lo que tanto desea nuestro corazón. Se podría decir que estamos viviendo la historia de otra persona.

Hace años, conocí a un gurú que contó una historia sobre una cena. Todos los invitados llegaron de buen humor y les sirvieron un verdadero festín. En la mesa se inició una animada conversación, pero todos los participantes repetían silenciosamente el mismo mantra: «¿Y yo qué? ¿Y yo qué? ¿Y yo qué?».

El gurú utilizaba esta historia para ilustrar lo narcisistas que nos hemos vuelto, que estamos tan centrados en nosotros mismos que somos incapaces de escuchar o de importarnos lo que dicen los demás. Pero creo que hay otra forma de contemplar esto: como el reconocimiento de que hay una historia importante en todos nosotros que necesita salir a la luz. Anhelamos ser vistos, ser necesarios, pertenecer a una comunidad. Pero la única forma en que una comunidad puede sanarse a sí misma es ayudando a todas las personas a que descubran su propia historia. Solo cuando reconozcamos que lo que nos ha pasado en nuestra vida, y en la de los que vivieron antes que nosotros, nos está guiando en una dirección que tiene sentido, podremos retomar los hilos de nuestra historia en el presente y seguir tejiéndola con un propósito común.

Como este libro, que es más que un libro, es la culminación de la ofrenda de árboles y luz solar, minerales y lenguaje, tu historia es una pieza más que contribuye a otra gran culminación. Al rescatar todo lo que has ocultado en tu corazón, y devolverlo a su legítima pertenencia, te conviertes en uno de los gentiles.

* Se refiere a la privatización de los terrenos comunales, en favor de terratenientes, que pasaron a estar cercados para su explotación. Esto se produjo en Inglaterra entre los siglos XVIII y XIX. (Nota de la T.)

1 Silvia Federici, Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid, Traficantes de sueños, 2010.

2 Ibíd.

3 Ann Belford Ulanov y Alvin Dueck parafrasean a Carl Jung en The Living God and Our Living Psyche: What Christians Can Learn from Carl Jung [El Dios vivo y nuestra psique viva: lo que la Navidad puede aprender de Carl Jung], Grand Rapids, Míchigan, William B. Eerdmans Pub., 2008, p. 98.

El verdadero significado de la pertenencia

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