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La supresión de lo femenino

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Las raíces históricas de la devaluación de lo femenino varían de una cultura a otra, pero la campaña europea y norteamericana más extendida para subyugar a las mujeres –y, por extensión, a lo femenino– fue un periodo que duró doscientos años y que comenzó en el siglo XV. Me refiero a lo que ahora llamamos la caza de brujas.

Según algunos informes, cientos de miles de mujeres fueron apresadas, torturadas y quemadas en la hoguera, solo por meras sospechas de que practicaban la llamada brujería, que incluía una extensa gama de actividades, desde el oficio de matrona, la herboristería y la adivinación hasta las artes de sanación. La Iglesia cristiana y el estado culpabilizaron despiadadamente a las mujeres de todos y cada uno de los problemas de la sociedad, como las enfermedades de los cultivos y del ganado, las inclemencias del tiempo e incluso la muerte. Lejos de ser la «locura» de una muchedumbre ignorante, el extendido exterminio de mujeres y la erradicación de las prácticas basadas en la naturaleza fue una cruzada metódica dirigida por la elite gobernante, para introducir por la fuerza un nuevo régimen patriarcal sobre el pueblo.

Silvia Federici, en su libro Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria, establece una conexión directa entre la persecución de las mujeres y la aparición del capitalismo. Explica que «la caza de brujas ocurrió simultáneamente a la colonización y exterminio de las poblaciones del Nuevo Mundo, los cercamientos ingleses * [y] el inicio de la trata de esclavos». 1

Anteriormente, las mujeres no solo gozaban de una importante independencia económica gracias al comercio y a sus prácticas, sino de poder y pertenencia en la comunidad femenina, pero, durante este espantoso periodo, fueron convertidas en «sirvientas de la fuerza laboral masculina [...] en la que sus cuerpos, su trabajo, su poder sexual y de reproducción fueron sometidos al control estatal y transformados en recursos económicos». 2 Durante siglos las consecuencias fueron físicas, por supuesto, y la caza de brujas dejó a cientos de miles de niños huérfanos y provocó enfrentamientos entre los aldeanos. Muchos lugareños fueron desahuciados de sus tierras comunales y privados de su sustento. Pero, más allá de lo físico, lo peor que trajo, para todas nosotras, fue la pérdida del antiguo legado femenino.

Esta red olvidada de sistemas femeninos de conocimiento y prácticas es de tal magnitud que podríamos decir que, sin ella, estamos viviendo solo media vida. Aunque este legado no reclamado cuenta con innumerables versiones, algunas de las cuales están volviendo a ser valoradas por nuestra cultura, como el oficio de comadrona y la medicina natural, en el fondo, tienen un origen común que las une: la naturaleza.

Lo femenino conversa directamente con aquello que nos une a todos los seres vivos. Es el camino místico que nos dirige hacia nuestros sentidos y hacia el mundo vivo que nos rodea, en busca de ayuda y colaboración. No necesitamos ninguna autoridad mediadora que nos dé permiso o nos diga cómo curar o traer vida al mundo, porque hay una autoridad mayor, un impulso vital, que fluye en todo momento, a través de cada una de nosotras. Y es nuestra red, la combinación de nuestra sabiduría y experiencia, nuestra dedicación a pertenecernos las unas a las otras, lo que supone nuestra verdadera fuente de poder.

Pero hasta la fecha, en el mejor de los casos, lo femenino es tolerado, y en el peor, negado. Digo en el peor de los casos, porque negar algo implica permanecer impasible ante su profanación. Esto es algo que experimentamos personalmente, en todas y cada una de las formas en que hemos sido reprimidas y desacreditadas. La pérdida de lo femenino a escala colectiva ha tenido consecuencias devastadoras, que trascienden el drama humano y afectan a toda la naturaleza.

La pérdida de lo femenino en nuestra vida privada puede manifestarse de muchas formas, pero la mayoría podemos vivir toda nuestra vida sin saber cuál es el origen de nuestra añoranza. Puede que la sintamos como un anhelo secreto por una forma de vida, un sentimiento de inclusión o un conjunto de prácticas, que actualmente son infravaloradas en nuestra cultura, porque se consideran absurdas, insustanciales o hasta peligrosas. Infravaloradas por generaciones de cultura patriarcal. A nuestras familias y culturas apenas les quedan recuerdos sobre cómo valorar y cultivar estas cualidades en nosotros mismos o en los demás.

Estas cualidades son lo que consideramos aptitudes del alma. Lo femenino valora la inteligencia emocional, reconoce la necesidad de las ceremonias y de los ritos de paso, enseña el poder de escuchar y de ser testigo, conoce el significado de la intuición y los sueños, es pura sensibilidad, vulnerabilidad y honra la sabiduría del cuerpo.

No obstante, tal vez, la más grave de estas pérdidas sea la habilidad general de reconocer y cuidar de nuestra copertenencia con los seres humanos y con la tierra. Thích Nhât Hanh acuñó el maravilloso término interser para describir que nada puede existir por sí solo. Todas las cosas existen en relación con todas las demás. De modo que lo que parece estar separado, en realidad, es una combinación de partes interrelacionadas.

Examinemos la forma física de este libro, por ejemplo, que es un fajo de papeles unidos. El papel se ha creado de la carne de los árboles, que una vez pertenecieron a una familia de otros seres a la que llamamos bosque. Ningún bosque existiría sin el suelo, el agua, la luz y los minerales que lo nutren. De hecho, podríamos explorar un número infinito de caminos que contribuyen a la vida en el bosque. O podríamos tomar otra ruta y explorar los orígenes centenarios del lenguaje en que están escritas estas páginas, muchas veces una historia oscura de poder y de exilio, o bien podríamos fijarnos en las ideas de la historia creada por mí, tu escritora, que son una extraña mezcla de influencias.

Esta forma de pensar creando conexiones es uno de los grandes atributos de lo femenino. Nos recuerda los elementos de los que estamos hechos y de los cuales dependemos. Como sucede con un tejado recíproco, una estructura que se sustenta a sí misma mediante su ensamblaje, nos apoyamos las unas en las otras por todos los lados. El centro está en todas partes y, si una de nosotras se cae de ese ensamblaje, al final, caeremos todas. Una de las grandes cualidades del yin es la introspección, que nos permite reconectar con la red global de la que somos un hilo más.

Logos y su mundo de orden, razonamiento y palabra no deberían ser menospreciados según nuestro criterio, sino más bien aconsejados por Eros, en vez de ser a la inversa. Puede ser difícil hablar directamente con Eros, porque a diferencia de Logos, ni es lógica, ni directa ni lineal. Es algo que sentimos indirectamente en nuestros encuentros con la naturaleza, en nuestra experiencia con los símbolos y los relatos, en la música y los rituales, en nuestra relación con los demás y con el cuerpo sintiente. Eros es nuestro deseo de conectar con la vida, de relacionarnos los unos con los otros, de compartir y sentir nuestra proximidad. Sí, es amor, pero también es una forma de encarnar nuestras experiencias y de experimentar la encarnación en los demás. Eros conlleva el sentimiento de seguridad y bienestar, la bienvenida y la aceptación del yo dividido. En el sentido más amplio, Eros es la cualidad de pertenencia que tanto anhelamos sentir en nuestra vida.

Cuando nos interiorizamos por la noche, recobramos la multiplicidad de nuestra coherencia. Es una especie de «intranet» donde se transmiten los sueños, las visiones y las introspecciones. Ahí es donde encontramos un verdadero centro desde el cual poder relacionarnos de manera significativa con el resto del mundo.

En nuestra cultura, utilizamos la palabra soñadora peyorativamente para referirnos a una persona que no es realista o que carece de ambición. Pero lo que más me emociona y sorprende de la interpretación de los sueños es la inestimable ayuda que nos brinda para conectarnos con la realidad. Una de las razones de esta afirmación es que los sueños son expresiones de un ecosistema superior del que todos formamos parte. Y tiene un diseño para nuestras vidas dentro de ese contexto mayor.

En lugar de tomar nuestras iniciativas desde la cultura del consenso, predominantemente egoica y centrada en el ser humano, escuchamos el misterio que nos congrega y nos une. Tal como dice Ann Belford Ulanov: «El Sí-mismo es [...] aquello que está en nuestro interior que conoce a Dios». 3 Cuando nos reunimos con otras personas para compartir los sueños, experimentamos esto con toda claridad, nuestros símbolos empiezan a curarnos los unos a los otros, a medida que nos adentramos en los territorios comunes de nuestras psiques.

Recordemos que lo femenino no actúa de manera lineal. Mientras muchos consultan impacientemente diccionarios de sueños para sacar una conclusión, la respuesta final, la clave para su liberación, rara vez encuentran algo consistente. Esto se debe a que está actuando una genialidad más grande, algo que jamás podríamos entender de pronto. Por el contrario, hemos de seguir un misterioso rastro de miguitas de pan que nos animan a dar saltos, cada vez mayores, hacia lo desconocido, para que vayamos desarrollando confianza en aquello que nos está sustentando. Llegará un día, quizás dentro de algunos años, en que por fin entenderemos cómo se resuelve la sinfonía.

Uno de mis ejemplos favoritos de esta genialidad sinuosa de lo femenino es la historia de una joven llamada Nicole, que vino a verme para comentar el siguiente sueño:

El vestido rojo: sueño de Nicole

Estoy haciendo de niñera en casa de mi jefa, donde soy responsable de muchos niños. También soy sirvienta y he de servir una comida a un gran grupo de personas, pero tengo muy pocos ingredientes. Es caótico y desmoralizador. Fuera, en el jardín, hay un hombre pintando y me siento atraída hacia él. Cuando llego hasta donde está, me doy cuenta de que ¡me está pintando a mí con un vestido rojo!

Impresionada por la vehemencia de esta imagen, le pedí a Nicole que pintara su sueño antes de que nos pusiéramos a analizarlo. En el acto de pintar de rojo el papel, recordó su pasión olvidada de dedicarse al arte visual y, en general, una necesidad de pintar su vida con colores más vívidos.

Nicole fue educada en una familia extremadamente tradicional, donde le enseñaron que la creatividad solo era cosa de niños y que, a cierta edad, tenía que comportarse de una manera más responsable. Así que escogió dedicarse a cuidar niños y trabajaba solo para mantenerse a flote. Con el paso de los años, su ansiedad y soledad fueron en aumento, se sentía estancada y sin vitalidad, pero no sabía qué hacer para seguir avanzando.

A medida que fuimos indagando en las sutilezas de los sentimientos que evocaba el cuadro, me describió su añoranza de su aspecto más salvaje y expresivo, que había sido reprimido durante toda su vida. Y sin nada más que el pequeño aliciente que le aportaba el rojo en el sueño, volvió a sentir ganas de pintar.

Trabajó durante meses hasta conseguir un pequeño portafolio de pinturas con las cuales estaba encantada y que a través de una serie de sincronicidades envió a una escuela de arte de su localidad. Loca de alegría cuando fue admitida, dejó su trabajo de cuidadora y empezó a estudiar pintura con todo su entusiasmo. Fue allí donde conoció al hombre que sería su esposo y se enamoró de él. Juntos viajarían por el mundo y se ganarían la vida combinando sus talentos.

Jamás hubiéramos podido imaginar todo lo que sucedería a raíz de un solo sueño, pero si prestas atención al contraste entre la agotadora llamada al deber frente a la vitalidad del color rojo, podrás sentir cómo se agolpa la energía en ese punto. Y cuando sigues esa energía de todas las maneras posibles, siempre aumenta su potencia y consistencia. Para recuperar lo femenino en nuestra vida hemos de seguir a la energía adonde quiera que vaya. Como si estuviéramos rebañando un frasco de helado, si seguimos la ola de caramelo, se ampliará y dulcificará la fuerza de nuestro recuerdo, a medida que vayamos profundizando.

El verdadero significado de la pertenencia

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