Читать книгу El verdadero significado de la pertenencia - Toko-pa Turner - Страница 27
ОглавлениеEn lo más profundo de todo ser humano existe una angustia primordial, entre dos amantes interiores que no se corresponden, a los que llamaremos Eros y Logos. Estos contrarios divinos llevan separados tanto tiempo que apenas recuerdan que se pertenecen el uno al otro. Aunque cueste imaginarlo, porque son como el día y la noche, el mundo entero está esperando su sagrada unión. Si pudiéramos presentarlos, tal vez se recordarían. Tal vez se enamorarían, tal como pretendía el destino, y se produciría la sagrada unión de los opuestos en nuestro interior.
Eros te cautivará con su seductora belleza. Es cantante y soñadora, sus cualidades son el misterio, la magia y la tierra. Su voz no es bonita, ni dulce; la voz de la franqueza es áspera y seca. Y cuando canta, el dolor de estar viva repiquetea y resuena hasta en tu médula. Su salvaje pasión empuja a la sangre a convertirse en idea, y la invita a bailar. Su hogar es la jungla y su idioma el de todos los seres no domesticados. Es el cuerpo animal, feroz y grácil, que se mueve con el ritmo y el balanceo del alma.
Logos es el poderoso emperador del reino de los cielos, un lugar tan inmenso que nadie ha logrado verlo todo jamás. Es un brillante matemático, cuyos elementos son la razón, la ley y la materia. Ha dedicado su vida a la investigación lógica, en busca de la verdad absoluta, y es un maestro en crear orden de la nada. Construye complejos sistemas y los gobierna con una ley incontestable. Le gusta estar solo entre sus torres de libros, donde se pierde en sus teorías y planes. Prefiere que los demás sean racionales cuando hablan, si es que lo hacen, y que aporten pruebas de la validez de su postura.
Lo cierto es que Eros y Logos se pertenecen el uno al otro, pero han estado separados, desde la noche de los tiempos.
Todo empezó cuando Logos descubrió lo que denominó la «verdad irrefutable», un método de deducción que podía explicar la totalidad del universo. Impulsado por su poder de dominación sobre la naturaleza, comenzó a desmontar los misterios que le presentaba Eros, tratándolos como si fueran las piezas de un rompecabezas.
Todo el mundo cautivado por su carisma empezó a seguir las normas de Logos. Eros, junto con los magos, criaturas de la noche, poetas y parranderos, fueron enviados al inframundo, donde no pudieran influir en las personas con su oscuro y húmedo anhelo de hallar lo sagrado en la naturaleza.
Aunque la mayoría nos identificamos con un sexo, masculino o femenino, todos tenemos al otro en nuestro interior. En la cultura occidental, todavía estamos aprendiendo a no pensar según el modelo binario, mientras que numerosas culturas aceptaron hace mucho a aquellos que se identifican como seres con dos espíritus, trans o disconformes con su género. Las personas que encarnan la dualidad nos recuerdan que hemos de conectar con nuestro otro interior. A mí me gusta jugar con distintos nombres para estos contrarios, como Eros y Logos o yin y yang, porque los términos tradicionales de género pueden ser problemáticos debido a la carga cultural que conllevan. Un ejemplo, basta con oír las frases «sé un verdadero hombre» o «como una chica típica», y automáticamente habremos invocado un montón de asociaciones negativas a ambas.
Pero es importante recordar que cuando utilizo estos términos, no me estoy refiriendo al género en absoluto. Estoy hablando de los arquetipos de lo femenino y de lo masculino, como Eros y Logos, que cohabitan en nuestra mente. Las mujeres no son las únicas guardianas de Eros, ni los hombres los únicos guardianes de Logos. Somos lo que podríamos denominar híbridos psíquicos, que poseen el potencial para desarrollar el extenso abanico de las cualidades de ambos, pero la mayoría de nosotros desarrolla una tendencia, debido a las expectativas y proyecciones culturales sobre el género que nos han asignado al nacer. Independientemente de en qué parte del abanico nos encontremos, el mundo proyectará sobre nosotros las cualidades asociadas a lo femenino o lo masculino. Y sin ser totalmente conscientes de ello, puede que nos deshagamos de algunas de nuestras facetas para satisfacer las expectativas.
Quizás de joven se te haya permitido expresar tu naturaleza andrógina haciendo cosas, como trepar a los árboles o jugar a disfrazarte, cantar o construir algo con herramientas. Durante un breve periodo de tiempo, puede que no hayas sentido las limitaciones de lo que implica ser «chico» o «chica». Pero llega una edad en la que tu cuerpo comienza a cambiar, socializas con otros chicos o chicas y empiezas a ser consciente de lo que se espera de tu sexo.
A mi abuela, una inmigrante polaca que se estableció en Canadá, pero que era más británica que la propia reina, le encantaba empezar las frases diciendo: «Una dama correcta...». Algunos ejemplos clásicos son: «Una dama correcta actúa como si siempre estuviera siendo observada» o «Una dama correcta nunca fuma en público».
En el instituto, siempre me sentí más atraída a estar con chicos. Me resultaba más fácil relacionarme con ellos y les gustaban cosas interesantes, como los libros y los instrumentos. Las chicas, por otra parte, siempre hablaban de chicos, maquillaje y famosos. Recuerdo que me sentía como si fuera una impostora entre ellas, decía y aceptaba cosas que no sentía realmente, porque pensaba que eso me ayudaría a integrarme.
Cuando hacemos lo que podemos para satisfacer las expectativas de nuestro sexo, las cualidades interiores de género «opuestas» pueden atrofiarse o sentirse ajenas a nuestra vida. Entonces empezamos a buscar al «amante perfecto» para que encarne esas cualidades de las que nos hemos despojado. Esto explica, en parte, por qué la mitad de los matrimonios fracasan. La mayoría de la gente se precipita al pensar que han encontrado a su media naranja, pero al acabar su luna de miel, ya están decepcionadas y vuelven a sentir que solo son media persona.
El verdadero matrimonio es el que tiene lugar en nuestro interior. El matrimonio interior es un proceso lento, en el que primero intentamos entender las verdaderas cualidades de lo masculino y lo femenino; luego, cómo se manifiestan en nuestra vida y en nuestros sueños, y por último, iniciamos el cortejo de nuestro opuesto interior activando las cualidades que tenemos latentes en nuestro repertorio.
Para restar carga a las palabras femenino y masculino, también podemos verlas según el concepto chino del yin y el yang. Lo primero que observamos al ver el símbolo del yin y el yang es que las dos mitades, la blanca y la negra, son partes interdependientes de la totalidad. También cada una contiene un aspecto de la otra. Y tal vez lo más fascinante es que interactúan entre ellas, como el ciclo de flujo y reflujo de una marea.
Como experimentamos la mayoría, cuando trabajamos con los arquetipos de lo femenino y lo masculino en nuestros sueños, nunca podemos dar con una definición estable de ninguno de los dos: ambos, según el momento, adoptan roles del otro. Solo podemos aprovecharnos de la danza eterna que tiene lugar entre los opuestos en nuestro interior. Como se aprecia en el símbolo, hay una línea fluida entre el lado oscuro y el luminoso, que parece estar en constante movimiento.
Al yin se le suele identificar con lo pasivo, negativo y oscuro, mientras que el yang es su opuesto activo, positivo y soleado. Las palabras no son denigrantes ni grandilocuentes en sí mismas; nuestra interpretación, en un sentido u otro, dependerá de la visión de nuestra cultura. Puesto que el lenguaje es tan poderoso, es importante que encontremos la manera de reformular algunos de estos viejos conceptos que enfrentan a los opuestos entre sí. Por tanto, en lugar de referirnos al yin como pasivo, podríamos utilizar la palabra receptivo. ¿Has notado cómo cambia eso el dinamismo de la palabra? Cualquiera que practique la no acción sabrá hasta qué extremo la receptividad puede ser paradójicamente activa y comprometida.
En vez de referirnos al yin como negativo, podríamos considerarlo «magnético». Es el reino de la interiorización, de la contención, de la espera y de la invocación. En lugar de oscuro, podríamos decir «reflexivo», como la luna, o «gestacional», como la tierra. El yin es el lugar de refugio y descanso, de comedimiento y aceptación. La oscuridad es, al fin y al cabo, el útero primordial del que surgen los sueños. Es el origen de toda forma de vida, antes de que llegue a manifestarse. El yin es la fuerza interior receptiva, sentimental y compasiva. Conoce la sabiduría que conlleva rendirse y elige ceder, aunque todos los demás sigan avanzando. Para el yin, retirarse es entrar. Es donde refinamos nuestra intuición y donde hallamos un centro a través del cual nos interrelacionamos.
El yin es lo eterno, o lo que Rumi llama «el cañaveral». Es el lugar de donde han sido arrancados todos los seres y al cual todos regresaremos algún día. El yin, igual que un ecosistema, considera esenciales a todos sus componentes. Las ideas que surgen desde este nivel de imaginación sirven para algo más que para una causa individual: sirven a la gran totalidad de la que todos somos responsables.
El yang es nuestra dirección, centro y columna vertebral. El yang asume, con absoluta claridad, una postura y se aferra a ella. Es asertivo analítico y actúa de manera independiente. Sabe discriminar y reduce el exceso. Construye sistemas y los mantiene, cuando es necesario hacer algo. El yang es la flecha que se apresura a su meta, consiguiendo que nuestros sueños se hagan realidad.
Pero sin la equilibradora influencia del otro, tanto el yin como el yang tienen el potencial de desviarse hacia sus aspectos negativos.
Sin la objetividad discernidora y activa del yang, el yin puede quedarse estancado, sentirse perdido, paralizado y sobrepasado. Es entonces cuando puede que nos sintamos poseídos por nuestros temores y ansiedad, y que permitamos que nuestras emociones «saquen lo mejor de nosotros». Un desequilibrio del yin puede hacer que reaccionemos impulsivamente, nos volvamos indulgentes y seamos posesivos con los demás.
El brillo del yang, por extensión, puede llegar a quemar si carece de la atenuante sombra del yin. Se centra tanto en su objetivo que no tiene en cuenta a quién atropella por el camino, aunque la víctima sea su propio cuerpo. Sin la visión global del yin, los puntos de vista del yang pueden tornarse fundamentalistas y exclusivistas. Vemos esto en nuestra cultura, que sigue ciegamente el yang, construyendo hacia fuera y hacia arriba, sin considerar la relación con el todo, sin pensar en las necesidades de nuestras comunidades, nuestras necesidades humanas y de cualquier otra índole.
Tal vez, al leer estas descripciones, ya puedas sentir la tendencia yang de nuestra especie. Todos sufrimos por satisfacer las exigencias de esta cultura centrada en el yang, mientras que lo femenino ha sido denigrado, desacreditado y condenado al olvido.