Читать книгу E-Pack Bianca 2 septiembre 2020 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеUN PAR de horas más tarde, las palabras de Apollo todavía resonaban en la cabeza de Sasha.
«Me aseguraré de dejarte en una situación y en un lugar donde te sientas segura».
Las ventajas de ser un hombre rico. Capaz de disolver matrimonios y mantener a una exesposa sin problema.
El hecho de poder disolver su matrimonio no hizo que Sasha se sintiera aliviada, sino que le creó más confusión.
Recordaba el interés que Apollo había mostrado en ella en un principio y cómo se había sentido intimidada y entusiasmada al mismo tiempo. ¿Cómo había pasado de eso a querer engañarlo de forma tan cruel?
Suspiró y trató de concentrarse en el paisaje para no pensar más en ello.
Estaban en un helicóptero sobrevolando el Egeo y las islas y los barcos parecían pequeños juguetes en la distancia.
Al ver el helicóptero en el aeropuerto privado Sasha se había mostrado indecisa. Apollo la había mirado y le había dicho:
–Volaste en esto cuando te traje a la isla por primera vez. Y te encantó.
–¿De veras? –había preguntado ella. Durante todo el viaje, había permanecido con un nudo en la garganta. Y el nudo se hizo más intenso cuando comenzaron a descender sobre una isla y el helicóptero se inclinó hacia la izquierda.
Aquello debía ser Krisakis. Sasha trató de contener el miedo y se fijó en las montañas llenas de flores que rodeaban la costa. El mar rompía contra las rocas y, al cabo de un momento, rodearon un cabo y apareció una playa de arena blanca como de postal.
Sasha vio que había una escalera tallada en la roca y que llevaba a unos edificios modernos con forma de cubos de cristal interconectados. También había una piscina infinita con tumbonas alrededor que parecía muy agradable.
–Eso es la casa. Lo primero que construí aquí. La isla sufrió un terremoto hace medio siglo y solo quedó una pequeña población. Ahora, con la construcción del complejo que estoy desarrollando al otro lado, vuelve a haber una comunidad en auge. Las personas que nacieron aquí y tuvieron que marcharse han regresado. Y también sus hijos e hijas –le comentó Apollo por los auriculares.
El helicóptero aterrizó a poca distancia de la casa. Apollo salió y abrió la puerta de Sasha para ayudarla a salir. Sin soltarle la mano le preguntó:
–¿Estás bien?
–Sí –dijo ella, y retiró la mano.
Apollo se acercó a hablar con el piloto un momento y, una vez que sacaron las maletas, acompañó a Sasha a un lugar seguro para que el helicóptero pudiera despegar de nuevo.
Al momento se oyó el ruido de un carro de golf y Sasha vio que se dirigía hacia ellos.
Apollo saludó con entusiasmo a la persona que lo conducía.
–Ese es Spiro, el hijo de la ama de llaves que tengo aquí. Está echando una mano antes de regresar a la universidad.
El joven se detuvo a su lado y se bajó para recoger las maletas con una amplia sonrisa.
Sasha no pudo evitar sonreír al ver su entusiasmo, pero cuando él la miró, su sonrisa se desvaneció. Sasha sintió un nudo en la garganta. Otra vez no. ¿También le había faltado al respeto a aquel joven? El chico miró a Apollo y comentó algo en voz baja. Apollo contestó muy serio.
Él le tendió la mano a Sasha.
–Kyria Vasilis, me alegro de verla otra vez.
Sasha forzó una sonrisa y le estrechó la mano, disculpándose mentalmente por aquello que quizá hizo.
Cuando llegaron a la casa, Sasha esperaba que las empleadas reaccionaran de la misma manera que Rhea y Kara cuando la vieron entrar en la casa de Atenas. Sin embargo, Olympia, la madre de Spiro, parecía sorprendida pero amable. Quizá Sasha no se había portado demasiado mal en la isla. Después de todo, no parecía que allí hubiera muchas distracciones.
Apollo le dijo algo al ama de llaves y, después, se volvió hacia Sasha.
–Olympia te mostrará la casa y te llevará a tu dormitorio. Me reuniré contigo después de hacer un par de llamadas.
Sasha siguió a la mujer y se fijó en la decoración minimalista que predominaba en la casa. Su simplicidad resultaba tranquilizadora.
Olympia la guio por un pasillo y abrió una puerta.
–Su habitación, kyria Vasilis –anunció con una sonrisa.
Sasha forzó una sonrisa y trató de no darle importancia al hecho de tener un dormitorio separado del de Apollo.
Su habitación era un conjunto de habitaciones unidas, sin puertas entre ellas.
Había una gran cama con dosel y cortinas de muselina. El baño tenía dos tipos de ducha, una exterior y otra interior, y una bañera que parecía una piscina.
También había un vestidor y un salón con un sofá, una televisión y un equipo de música.
«Quizá piensa encerrarme aquí como su prisionera», pensó Sasha.
En ese momento vio que Olympia trataba de llamarle la atención y Sasha la siguió hasta una terraza donde había una tumbona y una sombrilla.
–Desharé las maletas mientras merienda en la terraza. Sígame, por favor.
Sasha sonrió, tratando de disculparse en silencio por lo que hubiera hecho en el pasado. Olympia la llevó al interior de la casa y después hasta una terraza donde había una mesa llena de fruta, pastas y bizcochos. También había café, té, o agua con gas.
Sasha se sirvió un poco de té y se relajó contemplando el paisaje. En la distancia se veía el mar azul y el contorno de otras islas en el horizonte.
Creía que nunca había estado en un sitio tan tranquilo, sin embargo, al parecer había estado allí antes, entonces ¿por qué no reconocía nada? Sasha trató de vencer el sentimiento de frustración que la invadía. Tenía que confiar en que, tarde o temprano, recuperaría la memoria. No podía ser de otra manera.
Apollo permaneció un instante entre las sombras observando a Sasha en la terraza. Iba vestida con un pantalón cortó de color azul y una blusa blanca sin mangas atada en la cintura. Constantemente elegía lo contrario a lo que hubiera elegido antes del accidente.
Él nunca había imaginado a una mujer en aquel lugar. Había algo en la tranquilidad de aquella isla que siempre le producía cierta calma interior, y nunca había querido compartir el espacio con nadie, aparte de los propios isleños, por supuesto.
Apollo nunca había llevado a una amante allí, y Sasha no contaba como tal cuando la llevó a la isla tres meses atrás. Había sido una decisión estratégica.
Por mucho que odiara admitirlo, nada se parecía a aquella primera visita. Era como si Sasha perteneciera a ese lugar. A pesar de su tez pálida. Su melena se movía suavemente con la brisa, esos mechones de pelo dorados rojizo, ondulados e indómitos. Desde allí, Apollo casi podía ver sus pecas. Esas pecas que ella siempre trataba de disimular, aparte de las dos primeras noches en que se conocieron.
Él recordaba quedarse fascinado al verlas sobre su cuerpo desnudo, en pequeños grupos y en lugares secretos. Ella se había sentido avergonzada… Hasta que él empezó a distraerla.
Apollo comenzó a sentir un fuerte calor en la entrepierna y blasfemó. Era como si ella hubiera sufrido un cambio de personalidad. ¿Era posible? Sasha parecía preocupada, como si estuviera considerando la misma opción. Él no imaginaba cómo debía ser no saber nada de uno mismo. Experimentó un leve dolor en el pecho. ¿Lástima? ¿Preocupación?
Sasha lo miró en ese momento y Apollo salió a la terraza ignorando sus sentimientos. No era el momento.
–¿Qué te ha parecido la casa? –preguntó él, y se sentó.
–Es preciosa. Me siento como si nunca hubiera visto algo así, pero al parecer sí lo he hecho. Y esta isla es tan…
Apollo bebió un sorbo de café
–¿Aburrida?
–No, para nada. Es tan tranquila…
Apollo la miró con suspicacia.
–¿No me digas que no me gustó nada la primera vez que vine?
Él negó con la cabeza.
–No. Miraste a tu alrededor y me preguntaste cuándo nos marchábamos. Te quedaste una noche.
–¿Por qué me trajiste aquí, entonces?
–Pensé que te gustaría relajarte.
–¿Quieres decir que era un buen sitio para esconderme?
Sasha se puso en pie, sorprendida de lo enfadada que estaba.
–¿Y ahora qué? ¿Es aquí donde piensas esconderme hasta que nos hayamos divorciado?
Se disponía a marcharse de la terraza, pero Apollo la agarró de la mano.
–No –dijo él–. Quizá la primera vez. No pensaba con claridad. Seguía en shock tras la noticia de que estuvieras embarazada y de pensar cómo iba a afectar eso a mi vida.
Sasha lo miró, olvidando por un momento que no había estado embarazada.
–¿Y qué pasaba con mi vida?
Ella se sonrojó y retiró la mano, alejándose de él.
–Mira –dijo él–, hemos venido unos días. Yo tengo que atender unos asuntos en el complejo que están construyendo y también me han ofrecido asistir a la inauguración de otro complejo turístico en Santorini. No muy lejos de aquí. Es a finales de semana. Tú todavía te estás recuperando, así que, aprovecha para descansar y quizá te ayude a recuperar la memoria.
Sasha miró a Apollo. Estaba a contra luz y no podía verle bien los ojos.
–Entonces, ¿no vas a dejarme aquí?
Apollo apretó los dientes.
–No soy un carcelero, Sasha. Cuando nos vayamos de aquí, firmaremos los papeles del divorcio y continuaremos con nuestras vidas.
«Continuaremos con nuestras vidas».
Independientemente de que hubiera recuperado la memoria o no. De pronto, la idea de regresar a un mundo que no recordaba resultaba muy intimidante. Nunca se había sentido tan sola.
Sasha parecía vulnerable. Tenía el ceño fruncido. La tez muy pálida. Era delgada y esbelta. Sin embargo, él recordaba la fuerza de su cuerpo cuando lo recibió en su interior. La presión de sus senos contra el pecho, los pezones turgentes como balas.
Respiró hondo, tratando de no perder el control.
Te lo dije, Sasha. Me aseguraré de que tengas un entorno seguro. No tendrás que vagar por un mundo que no recuerdas si todavía no has recuperado la memoria –comentó él.
–Gracias. Te lo agradezco… Después de todo, esto es el paraíso. Gracias por haberme traído.
La expresión de su rostro era indescifrable. Por un momento, Apollo tuvo que resistirse para no tomarla entre sus brazos y obligarla a mirarlo a los ojos para que revelara las emociones que trataba de ocultar.
No obstante, al final dijo algo sobre que tenía que revisar unos correos electrónicos de trabajo y se marchó de la terraza, con todo el cuerpo anhelando saborear de nuevo a la mujer que había puesto su vida del revés.
Durante los siguientes días a su llegada a Krisakis, Sasha descubrió que, gracias a la paz y la tranquilidad, se sentía completamente recuperada. También tuvo tiempo de tranquilizarse, de asimilar todo lo que le habían contado. El falso embarazo, el divorcio. Su comportamiento.
Seguía teniendo montones de preguntas en su cabeza. ¿Qué había pasado cuando conoció a Apollo y por qué había fingido su embarazo?
Ni siquiera recordaba haberse acostado con Apollo. Aunque sospechaba que lo estaba recordando en sueños, ya que cada vez eran más vívidos y eróticos. La noche anterior había vuelto a soñar con él.
Ambos estaban desnudos y él estaba entre sus piernas separándole los muslos. Ella se sentía torpe y avergonzada, pero todo se disipó cuando él inclinó la cabeza y la besó en el interior de la entrepierna.
Ella empezó a temblar de deseo. Su cuerpo se cubrió con una fina capa de sudor. Después, colocó las piernas sobre los hombros de Apollo y él la besó justo ahí. En el centro de su ser. La acarició con la lengua y provocó que experimentara un intenso placer.
Ella despertó con el pijama empapado, el corazón acelerado y la musculatura de su entrepierna sujetando con fuerza una erección inexistente. Avergonzada, se metió en la ducha tratando de volver a la realidad.
Respiró hondo y trató de no pensar en los sueños que había tenido. No sabía qué era peor, habitar su propio cuerpo en sueños u observarse a sí misma, desde la distancia, haciendo el amor con Apollo. Las dos cosas eran igual de inquietantes.
La hora del día que más le gustaba era el atardecer, cuando el sol ya no calentaba tanto. Entonces, aprovechaba para leer alguno de los libros que había encontrado en una estantería.
La mayor parte de los días se despertaba tarde, y se preguntaba si siempre había tenido esa costumbre, pero le daba miedo preguntárselo a Apollo cuando regresaba a casa a la hora de cenar. Apollo se marchaba temprano cada mañana, igual que solía hacer en Atenas. Sasha suponía que iba a atender sus negocios en la isla.
Ambos trataban de hablar de temas neutrales durante la cena, y Sasha no podía ignorar que se sentía muy atraída por él. Ni la tensión que invadía su cuerpo cuando él se acercaba.
De pronto, notó que se le erizaba el pelo de la nuca y se volvió. Apollo se dirigía hacia donde estaba ella, en una tumbona junto a la piscina.
Sasha se alegró de llevar un caftán sobre el bañador, ya que su cuerpo reaccionó al verlo. Y al recordar el sueño. Apollo vestía un pantalón corto y un polo que resaltaba la musculatura de sus brazos y de su torso. Una fina capa de vello oscuro asomaba por encina del último botón del polo.
En cuanto él se acercó, ella dijo:
–Llevo crema solar de protección cincuenta.
Él se sentó en una tumbona que había a su lado y esbozó una sonrisa. Olympia apareció con una bandeja con dos vasos de limonada.
Él sonrió a Olympia.
–Efharisto.
La mujer sonrió también.
Sasha observó a Apollo mientras bebía un poco de limonada y vio que se le movía la nuez al tragar. Hasta ese movimiento era sexy. Ella bebió un gran trago para calmarse y se atragantó. Al oírla toser, él se acercó y le dio una palmadita en la espalda.
–¿Estás bien?
Sasha tomó aire una vez más. Era consciente de su mano sobre la espalda y de la potente musculatura de su muslo junto al de ella.
–Estoy bien… –dijo Sasha por fin.
Por suerte, él regresó a su tumbona.
Apollo se había puesto las gafas en lo alto de la cabeza y Sasha vio que tenía algo en el pelo. Con timidez, señaló hacia su cabeza y él se sacudió el cabello con la mano.
–Tengo que darme una ducha. Es polvo de la obra.
–¿También trabajas en ella?
–Un poco de vez en cuando. Me gusta hacer cosas con las manos.
Sasha no pudo evitar recordar cómo era sentir las manos sobre sus piernas, separándole los muslos, como en el sueño.
–¿Puedo ir a verla? –preguntó sin pensar.
Él la miró sorprendido.
–¿Quieres ir a ver la obra?
–Si no es mucho lío.
–Por supuesto, si es lo que quieres. Puedo llevarte conmigo los próximos días.
–Me gustaría ir –sonrió Sasha–, siempre que no me entrometa en tu camino.
Durante un segundo, el ambiente se volvió más relajado. Entonces, Apollo se puso en pie.
–Voy a darme un baño para refrescarme –se bebió el resto de la limonada y dijo–: ¿Te veré en la cena? A menos que quieras venir a bañarte conmigo. Me voy a acercar al mar.
La idea era tremendamente atractiva, pero…
–Ni siquiera sé si he aprendido a nadar.
–¿No te has metido en el agua todavía?
Ella negó con la cabeza.
–De acuerdo, espera aquí. Volveré enseguida.
Minutos más tarde, Apollo regresó en bañador y con una toalla. Sasha sintió que se le entrecortaba la respiración. El bañador se ajustaba a sus caderas y a sus muslos. El color negro de la tela hacía que su piel pareciera todavía más bronceada. Apollo dejó la toalla sobre la tumbona y estiró la mano.
–¿Dónde vamos?
–Vamos a ver si puedes nadar.
–No sé si quiero saberlo.
–Nos meteremos en la parte menos profunda de la piscina. Te prometo que no te ahogarás.
Indecisa, ella se puso en pie y se quitó el caftán, consciente de que debajo llevaba un bañador color carne. Evitó mirar a Apollo y le dio la mano. Al instante, su cuerpo reaccionó.
Sasha lo siguió por los escalones de la piscina hasta que el agua le llegó a mitad de muslo.
–Dame las manos y sigue avanzando.
Sasha miró a Apollo. Respiró hondo y le dio las manos, permitiendo que él la guiara hasta que el agua le llegó al pecho.
–Ahora, túmbate y permite que te arrastre.
–Me hundiré.
–No. Yo te sujetaré. Tu cuerpo flotará en el agua. Confía en mí.
Su tono de voz era muy tranquilizador. Implacable. Sasha no tenía más opción que hacer lo que le decía. Se inclinó hacia delante, y comenzó a flotar agarrada a las manos de Apollo.
Cuando se dio cuenta de que ya no estaba tocando el fondo, se asustó.
–No me sueltes –le dijo.
–No lo haré. Mírame y mueve las piernas.
Ella obedeció y notó que avanzaba hacia delante. Apollo comenzó a nadar hacia atrás.
–Sigue así. Eso es.
Recorrieron la piscina una y otra vez hasta que Sasha se acostumbró a la sensación de estar en el agua moviendo las piernas.
Al cabo de un rato, Apollo se detuvo en mitad de la piscina.
–Voy a soltarte las manos, pero me quedaré aquí. Sigue moviendo las piernas y usa los brazos y las manos para avanzar por el agua.
Apollo la soltó y Sasha comenzó a mover los brazos y las piernas. Al cabo de unos instantes se percató de que iba siguiendo a Apollo mientras él retrocedía por el agua, alejándose de ella.
Sasha se detuvo y, en cuanto dejó de mover las piernas y los brazos, comenzó a hundirse. Al ver que se le metía la cabeza bajo el agua, él la agarró rápidamente.
–¡Me has engañado! –exclamó ella, tosiendo.
Él la sujetó con fuerza.
–Estabas nadando, Sasha, y ni siquiera te has dado cuenta.
–Suéltame otra vez, quiero hacerlo sola.
–¿Estás segura?
Ella asintió.
Apollo la soltó y ella comenzó a mover los brazos y las piernas con rapidez.
–¡No me hundo! –exclamó.
Apollo sonrió. Al verlo, Sasha se quedó paralizada y comenzó a hundirse otra vez.
Cuando Apollo la agarró de nuevo, se moría de vergüenza. El efecto de su sonrisa había hecho que se hundiera.
–¿Estás bien? –preguntó él con el ceño fruncido.
Ella asintió, y entonces se dio cuenta de que él la sujetaba por debajo de los brazos y le rozaba el lateral de los senos.
Estaban muy cerca. Tan cerca que Sasha podía ver las pintitas oscuras de los ojos verdes de Apollo. La barba incipiente de su mentón y la fina capa de vello de su torso.
El ambiente estaba cargado de tensión. Él posó la mirada sobre los labios de Sasha y después más abajo. Sonrojándose, murmuró:
–Theos.
Sasha miró hacia abajo y vio lo que él estaba mirando. El bañador mojado era casi transparente y la areola de sus pechos se veía claramente, como si estuviera desnuda.
Sasha se fijó en el torso desnudo de Apollo. Con solo inclinar la cabeza podía besárselo y saborear su piel.
Él murmuró algo en griego y comenzó a guiar a Sasha hacia los escalones. Ella se sentía como si fuera de gelatina. No estaba segura de si podría sostenerse en pie. Apollo todavía la sujetaba por debajo de los brazos y la sentó en los escalones.
Se inclinó sobre ella, con las manos a cada lado de su cuerpo.
–¿Qué estás haciendo conmigo, bruja? Solo puedo pensar en poseerte otra vez.
Sasha trató de pensar algo coherente, pero no podía dejar de fijarse en su boca. Deseaba que él la besara y sentía rabia porque a pesar de que su cuerpo sabía lo que era hacer el amor con él, ella no.
–Por favor, Apollo.
–¿Qué ocurre, fueguecito? ¿Qué es lo que quieres?
«Fueguecito».
La palabra resonó en su cabeza. Él la había llamado así antes. Una vez que él estaba tumbado a su lado en la cama acariciándole el cabello y le había dicho:
–Es como un fueguecito…
–A ti… Te quiero a ti –consiguió decir ella.
Él llevó la mano sobre su hombro y le retiró el tirante del bañador, despacio. Sasha sintió que se le ponía la piel de gallina.
Entonces, él agachó la cabeza y le cubrió el pezón con la boca. Ella notó un fuerte calor en la entrepierna. Intentó cerrarlas con fuerza, pero Apollo estaba entre ellas, y la sujetaba por el trasero para atraerla hacia sí.
Apollo no podía contenerse más. Jugueteó con la lengua sobre su pezón y sintió que se ponía todavía más turgente. Se lo mordisqueó y después se lo acarició de nuevo. Ella estaba temblando. Él le retiró el resto del bañador y la besó en el otro pecho.
Sasha echó la cabeza hacia atrás y su cabello rojizo se esparció por el agua. Era como una sirena que trataba de arrastrarlo a la perdición, pero no le importaba.
En esos momentos, él estaba ardiente de deseo y buscaba saciarlo. La miró a los ojos y vio que se le habían oscurecido a causa del deseo. Por un lado, no podía creer que se hubiera rendido de esa manera, pero era humano y no podía resistirse…
–Te deseo, Sasha.
Sasha miró a Apollo. Nunca se había sentido tan conectada con alguien.
–Yo también te deseo.
Él la miró de arriba abajo y le recolocó el bañador. Al sentir la tela mojada sobre sus senos, Sasha se estremeció. Apollo la miró.
–¿Estás bien?
Ella asintió y lo agarró de los brazos.
–Por favor… Apollo.
Ella ni siquiera sabía qué era lo que le pedía, solo que necesitaba estar con ese hombre de la forma más sencilla. Y en ese mismo instante.
Él murmuró algo en griego y la tomó entre sus brazos, sacándola del agua. Justo cuando se disponía a regresar hacia la casa, se detuvo.
Sasha estaba a punto de preguntarle qué pasaba cuando oyó el ruido de un helicóptero. Apollo se puso tenso y blasfemó. Entonces, Sasha vio que el helicóptero se acercaba a la isla.
Apollo se dirigió hacia las tumbonas con ella en brazos. La dejó en el suelo y le tendió el caftán:
–Póntelo.
Sasha obedeció, sintiendo la necesidad de cubrirse una pizca. Sobre todo, después de todo lo que había sentido momentos antes.
Y de lo que todavía sentía.
–¿Qué ocurre? –preguntó ella.
Apollo la miró y se pasó la mano por el cabello.
–Me olvidé de la fiesta de esta noche en Santorini. Le pedí al piloto que viniera a recogernos.
–¿A recogernos?
–Sí –la miró fijamente y Sasha se estremeció. Él la sujetó por la barbilla–. Vendrás conmigo. Sé lo que hiciste y nunca te perdonaré por ello, pero te deseo agapi mou. Y acabaremos lo que hemos empezado.
Sasha movió la cabeza para soltarse.
–Quizá no quiero terminar lo que hemos empezado. ¿Por qué iba a permitir que alguien que no me estima me haga el amor?
Se percató de que estaba dolida y se sintió humillada.
Apollo negaba con la cabeza.
–Esto va más allá. Es pura química y no creo que ninguno de los dos seamos lo suficientemente fuertes como para resistirnos.
Sasha estaba confusa.
En ese momento, oyó un sonido y, al girarse, vio aparecer a Olympia. La mujer le dijo algo a Apollo en griego. Él contestó y le dijo a Sasha.
–Ve con Olympia. Ella te ayudará a prepararte.
Al cabo de un momento, y a pesar de que deseaba patalear en el suelo como si fuera una adolescente, Sasha siguió a la mujer hasta la casa. ¿A quién trataba de engañar? Apollo tenía razón. Entre ellos había una intensa atracción y, a pesar de todo lo que había sucedido, si él volvía a tocarla de nuevo, ella no tendría fuerzas ni voluntad para resistirse.