Читать книгу E-Pack Bianca 2 septiembre 2020 - Varias Autoras - Страница 7
Capítulo 2
ОглавлениеQUÉ DIABLOS es lo que te propones?
Sasha miró a Apollo y tardó unos segundos en asimilar sus inesperadas palabras. De pronto, se sintió aliviada al descubrir por qué Apollo se había comportado con tanta frialdad.
–¿De qué estás hablando?
–De esta farsa acerca de que has perdido la memoria.
Sasha se sentía confusa.
–No es cierto. ¿No crees que quiero saber quién soy o qué es lo que pasa? –negó con la cabeza–. ¿Por qué iba a hacer tal cosa? –sintió un fuerte dolor de cabeza y se llevó la mano a la frente, mareada.
–¿Qué pasa?
–Me duele la cabeza. La doctora dijo que durante los próximos días podía dolerme a menudo. Si me excedo.
Apollo dio un paso atrás y dijo:
–Deberías descansar un poco. Puedo decirle a Rhea que en un par de horas traiga algo de comer.
–No, bajaré yo. Estoy segura de que me sentiré mejor.
Apollo salió del vestidor y dejó a Sasha con su dolor de cabeza y desconcertada. ¿Pensaba que ella estaba mintiendo?
Sasha oyó un ruido en la habitación y salió para ver a una mujer joven dejando la bolsa del hospital sobre la cama. La chica la miró, pero no sonrió. Dio un paso atrás, y dijo en inglés:
–Su bolsa, kyria Vasilis.
Se marchó y Sasha se quedó mirándola durante un momento. Después de cómo había reaccionado Apollo era evidente que no tenían un matrimonio armónico y que ella no le caía muy bien a la gente.
Sasha se acercó a la cama y sacó de la bolsa los analgésicos que le habían recetado. Vio una bandeja con agua y vasos y se tomó dos pastillas.
Entró en el baño y vio que había una bañera enorme y una ducha. Dos lavabos. Los baldosines eran color crema con incrustaciones doradas.
Sasha se miró en el espejo y respiró hondo. Estaba muy pálida. No era de extrañar que Apollo le hubiera preguntado si se encontraba bien. Tenía profundas ojeras. El arañazo en la mejilla. La frente amoratada por el golpe que se había dado.
Se sentía desconectada de sí misma y suponía que era normal. Y sentía que no pertenecía a aquel lugar, donde la gente la miraba como si les hubiera hecho algo. Donde su esposo la acusaba de mentir.
¿Por qué pensaba que podía hacer tal cosa?
Decidió que no era el momento de pensar en ello.
–Sasha… –mencionó su nombre en voz alta. Todavía no reconocía su nombre–. Hola, me llamo Sasha Vasilis –nada…
No era necesario que tuviera arañazos y moratones para saber que no estaba a la altura de ese hombre. Sin embargo, de pronto, recordó una imagen de él sonriéndole con indulgencia.
«Me sentía tan feliz».
Si acaso, el recuerdo solo le había hecho sentirse más desorientada. Se fijó en la bañera y deseó meterse en ella para borrar tanta confusión.
La llenó de agua, se desnudó y se sumergió en ella minutos después. El agua calmó el dolor de su cuerpo, pero no pudo calmar el nudo que sentía en el estómago ni la confusión que invadía su cabeza.
Apollo se quedó mirando a la mujer que estaba tumbada sobre la cama. Iba vestida con un albornoz y tenía el cabello extendido sobre la almohada. Uno de los brazos lo tenía sobre el pecho, el otro, por encima de la cabeza.
Apollo se fijó en que una de sus piernas asomaba por la apertura del albornoz y vio las pecas que cubrían su rodilla. Su cuerpo reaccionó.
«Maldita sea».
La había conocido cuatro meses antes y, desde entonces, no había podido dormir una noche seguida. Primero porque había sido incapaz de quitársela de la cabeza y, después, porque ella le había demostrado quién era en realidad. Una mujer manipuladora, conspiradora, mercenaria…
Ella se movió en la cama e hizo un suave sonido.
Abrió los ojos y él se fijó en sus grandes ojos azules. Tenían un color tan intenso que la primera vez que los vio él recordó el color del cielo de su infancia, antes de que todo se volviera mucho más oscuro.
Ella pestañeó y Apollo salió de su ensoñamiento. Dio un paso atrás y dijo:
–He llamado a la puerta, pero no obtuve respuesta.
Sasha se sentó y él percibió un aroma a rosas. Y a piel limpia. Apretó los dientes y dijo:
–La cena está lista. Puedo pedir que te la traigan a la habitación.
Ella negó con la cabeza y su cabello se deslizó sobre un hombro. Él recordó haberlo enrollado en su mano para echarle la cabeza hacia atrás y besarla en el cuello y, después, en sus pezones turgentes.
–No, estoy bien. Bajaré. Ya no me duele tanto la cabeza.
Sasha estaba medio dormida todavía. Cuando se acostó para dormir una siesta después del baño, no pensaba que fuera a dormir tanto rato. Se fijó que en el exterior estaba oscureciendo. Al abrir los ojos y ver que Apollo estaba junto a la cama, pensó que estaba soñando. Fue la dura expresión de su rostro lo que la había despertado del todo.
Recordó sus palabras de enfado.
–¿Qué diablos es lo que te propones?
Él se había puesto un pantalón y una camisa oscura, desabrochada en el cuello. Llevaba las mangas subidas hasta los codos como si hubiese estado trabajando en su escritorio. Mirándolo desde la cama, parecía una situación de intimidad y, de pronto, tuvo un leve recuerdo, como si hubiese estado mirándolo desde esa posición en otras ocasiones, pero en una situación muy diferente.
–Me vestiré y bajaré –dijo ella.
Apollo dio otro paso atrás y Sasha se sintió más relajada.
–Muy bien. Enviaré a Kara para que te acompañe abajo en unos minutos.
Sasha tenía la sensación de que él hubiera preferido que ella hubiese elegido quedarse a comer sola en su habitación y, en cierto modo, para ella también habría sido más sencillo. No obstante, también quería tratar de recuperar la memoria y si para ello necesitaba interactuar con su hostil marido, lo haría.
–Por aquí, kyria Vasilis.
Sasha sonrió a Kara, la mujer que antes le había subido su bolsa, pero la chica no sonrió.
Después de que Apollo se marchara, Sasha se había aseado y se había acercado al vestidor para buscar algo de ropa. Eligió las prendas más sencillas y modestas que pudo encontrar. Un pantalón amarillo y una camiseta blanca sin mangas. Y, por suerte, encontró unos zapatos planos. Unas alpargatas de plataforma nuevas, que todavía nadie había sacado de la caja.
La guiaron hasta un salón del piso de abajo y salieron a la pequeña terraza que ella había visto desde el balcón, cubierta de una enredadera con flores. Desde allí se veía la piscina exterior.
El aroma de las flores inundaba el ambiente. El aire era cálido y la tranquilidad ayudó a calmar su mente. Apollo levantó la vista y dejó de mirar a la distancia. Tenía una copa de vino en la mano.
Se puso en pie y separó una silla para que ella se sentara. Su aroma masculino eclipsó el aroma a flores.
Ella percibió que había tensión entre ellos. Después de lo que él le había dicho antes, no le extrañaba, pero también sentía otro tipo de tensión más profunda.
Él se sentó frente a ella y agarró una botella de vino blanco griego.
–¿Te apetece un vaso?
Sasha no estaba segura. ¿Le gustaba el vino? ¿Quizá la ayudaría a relajarse?
–Un poco, por favor –contestó.
Cuando él le sirvió el vino, ella bebió un sorbo y le gustó. Rhea, el ama de llaves, apareció con los aperitivos. Apollo empujó uno de los platos hacia Sasha.
–Esto es tzatziki con menta, y lo otro es hummus.
Ella untó un poco de cada salsa en pan y lo saboreó.
–Tienes una casa preciosa –comentó ella. No le parecía su casa, aunque hubiera estado viviendo allí unos meses–. Debes ser un hombre exitoso.
Apollo bebió un sorbo de vino.
–Podría decirse que sí.
Sasha tenía la sensación de que él se estaba mofando de ella. Antes de que pudiera responder, Rhea apareció de nuevo para recoger los platos del aperitivo y Kara sirvió los platos principales. Pechugas de pollo con ensalada y patatas de guarnición. Sasha se sonrojó cuando oyó que le rugía el estómago. Dio un bocado y se contuvo para no gemir al probar el pollo al limón. Le parecía que había pasado un año desde que había probado algo tan sabroso.
Cuando se terminó el plato miró a Apollo y vio que él la estaba mirando.
–¿Qué? –preguntó ella, y se limpió con la servilleta.
–Al parecer has descubierto que tenías hambre –contestó él.
Rhea apareció de nuevo y recogió los platos. Sasha comentó:
–Estaba delicioso, gracias.
Rhea se detuvo y, antes de marcharse, la miró como si fuera un monstruo de dos cabezas. Sasha no quería preguntar, pero sentía que no le quedaba más elección.
–¿A qué te referías con lo de la comida y por qué ella me ha mirado así? Y Kara también… como si tuvieran miedo de mí.
–Porque probablemente lo tengan. Tú no las trataste con mucho respeto. Y, antes, probabas todas las comidas que te servían como si estuvieran envenenadas.
Sasha notaba que comenzaba a dolerle la cabeza.
–¿De veras no te crees que tengo amnesia?
Apollo la miró inexpresivo.
–Digamos que tu comportamiento en el pasado no me hace confiar en tu capacidad para decir la verdad.
«¿Qué ha pasado?».
Sasha no se atrevió a hacer la pregunta porque no estaba segura de estar preparada para oír la respuesta. Y especialmente si lo que él le había contado era verdad. Apollo la miraba con esa expresión de desdén que empezaba a resultar dolorosa y demasiado familiar.
–Prometo que no estoy mintiendo. Ojalá pudiera aclarar mi mente, pero no puedo. Créeme, no hay nada más aterrador que no saber nada de uno mismo, de tu pasado o de tu futuro. Solo me queda confiar en que eres mi marido y en que vivo aquí contigo, cuando lo que siento es que no he estado aquí jamás. No sé lo que hice, pero a juzgar por la actitud que tenéis Rhea, Kara y tú hacia mí, no debió ser nada bueno. ¿Y cómo puedo disculparme por algo que ni siquiera recuerdo haber hecho?
Sorprendida por la presión que sentía en el pecho a causa de la emoción, Sasha se puso en pie y se acercó al borde de la terraza, cruzándose de brazos. Horrorizada notó que las lágrimas afloraban a sus ojos y pestañeó con fuerza para contenerlas.
Apollo estaba muy tenso y tuvo que obligarse a respirar hondo para relajarse. Miró a Sasha y vio que estaba tensa. Tenía la tez muy pálida y su cabello rojizo brillaba bajo la luz de la puesta de sol como si fuera una llama contra el blanco de su blusa.
Parecía muy disgustada. Agitada. Apollo no confiaba en ella, pero por algún motivo ella insistía en aquella locura. Quizá intentaba ganar tiempo para encontrar la manera de convencerlo para que permaneciera casado con ella.
Durante los tres meses anteriores ella había empleado todos los trucos para intentar llevárselo a la cama, pero había sido sencillo no desearla. Sin embargo, él no estaba seguro de si podría resistirse a ella en esos momentos y, si ella se enteraba…
Él se puso en pie y notó que ella se ponía todavía más tensa. Se acercó a su lado y ella no lo miró. Tenía los labios fruncidos y apretaba los dientes. Él se fijó en que tenía húmedas las pestañas. ¿Había estado llorando? Para su sorpresa, en lugar de sentirse disgustado, Apollo sintió cargo de conciencia.
Durante todo el tiempo que lo había estado engañando, no había llorado de verdad ni una sola vez. Cuando tres meses antes ella había aparecido en el despacho que Apollo tenía en Londres, parecía que estaba a punto de llorar, pero no lo hizo.
«A lo mejor está diciendo la verdad».
Sería idiota si confiara en ella después de todo lo que había sucedido, pero ya sabía quién era ella, así que, ya no podría sorprenderlo otra vez.
–Mira –dijo él, volviéndose para mirarla–. Has tenido una experiencia terrible y necesitas recuperarte. Podemos hablar acerca de si te creo o no cuando estés más fuerte.
Durante la siguiente semana, Sasha recordó las palabras de Apollo como en una nebulosa. Todavía estaba lo bastante magullada como para no discutir cuando Kara o Rhea insistieron en llevarle la comida a su cuarto, o cuando aparecieron para taparle las piernas con una mantita mientras ella estaba sentada en la terraza al anochecer, a pesar de la cálida temperatura que había en Grecia.
Sasha se fijó en que a medida que pasaban los días, las mujeres estaban más amables con ella. Aunque todavía las pillaba mirándola con suspicacia y cuchicheando cuando pensaban que ella no estaba mirando.
A Apollo no lo había visto. Solía irse a trabajar al amanecer y ella solía despertarse cuando oía alejarse el potente motor de su coche. Y antes de que él regresara, ella ya estaba dormida.
De hecho, si no fuera porque oía el motor todas las mañanas, habría pensado que él no regresaba a casa para nada. Un hombre como él debía tener otras propiedades. ¿Un apartamento en Atenas?
¿Una amante?
La idea provocó que se le formara un nudo en la garganta. Era viernes por la noche y estaba sentada en la pequeña terraza. Empezaba el fin de semana. Si no compartían dormitorio, era evidente que el matrimonio no funcionaba. Sin embargo, la idea de que Apollo pudiera estar con otra mujer le provocaba náuseas.
Apenas conocía a aquel hombre y, en cambio, experimentaba un fuerte sentimiento de posesividad hacia él. También tenía la sensación de que le habían hecho algo que no recordaba.
–Buenas noches.
Sasha se sobresaltó y se volvió para ver que el hombre que ocupaba su pensamiento se encontraba a poca distancia. Una extraña sensación se apoderó de ella. Desconcertante, pero familiar.
Él llevaba un pantalón oscuro y tenía desabrochado el botón de arriba de la camisa. Tenía el cabello un poco alborotado, como si se hubiera pasado los dedos. La barba incipiente.
–No te he oído llegar. Nunca lo hago –se sonrojó al oír sus propias palabras–. Quiero decir, suelo oír el coche por las mañanas, pero no por las noches. No estaba segura de si te estabas quedando en otro sitio. ¿Tienes más propiedades en la ciudad? –se percató de que estaba hablando sin parar y se calló.
Él se acercó y se sentó a su lado. Ella se fijó en que se le veía el torso por el hueco de la camisa y miró a otro lado. ¿Qué le pasaba? Llevaba toda la semana como adormecida y, de pronto, se sentía viva.
–No sé por qué no oyes el coche por las noches. He regresado a casa todos los días. Y sí, tengo un apartamento en Atenas. El ático de mi edificio de oficinas.
–Tienes un edificio –no solo era una oficina, sino todo un edificio.
Él asintió.
–Y otro en Londres. Y oficinas en Nueva York, París y Roma. Estoy ultimando los planes para abrir otra oficina en Tokio el próximo año.
Sasha no pudo evitar mostrar su sorpresa.
–Son muchas oficinas. Debes haber trabajado muy duro.
–Por lo que recuerdo sí.
–¿Estudiaste?
–Sí, pero trabajaba al mismo tiempo, así que me licencié mientras iba ascendiendo en mi trabajo. No quería perder el tiempo al estudiar en la universidad a tiempo completo.
Apollo se quedó inmóvil. No había ido allí para charlar con su esposa traicionera que podía estar fingiendo amnesia, aunque durante toda la semana no había bajado la guardia ni una sola vez.
Rhea y Kara le habían dicho que se había portado de manera muy educada en comparación con el pasado. Esa noche tampoco había nada que recordara a su esposa de antes. Solo aquellos grandes ojos azules que lo miraban de manera ingenua.
Él deseaba levantase y marcharse. Así que se puso en pie, pero en lugar de marcharse se acercó al murete de la terraza y se sentó allí.
Ella se giró en la silla para mirarlo. Iba vestida con un blusón blanco y un cinturón dorado. El vestido estaba abrochado casi hasta arriba.
Anteriormente, Sasha habría llevado el vestido con el escote desabrochado de manera que casi podría haberse visto su ropa interior. Sin embargo, esta vez él pensaba en lo sencillo que sería desabrocharle los botones para dejar al descubierto sus senos.
Apollo se fijó en su tez pálida; en sus piernas largas, esbeltas, y en la manera de sentarse, de lado, con las piernas juntas, como una señorita.
Se habría reído si hubiera tenido algo de sentido del humor. Hacía no mucho tiempo ella se había visto implicada en situaciones nada dignas de una dama.
Apollo trató de no pensar más en su vestido, en sus piernas…
De pronto, se encontró diciendo:
–Mi padre trabajaba de capataz para una de las empresas de construcción más grandes de Grecia. Tuvo un accidente laboral y se quedó parapléjico.
Sasha se llevó la mano a la boca, sorprendida.
Apollo sintió que la rabia lo invadía por dentro.
–Nunca llegó a recuperarse. Lo único que sabía hacer era gestionar una obra. Podría haberlo hecho en un despacho, sentado en la silla de ruedas, pero todo el mundo lo rechazó. Su propio jefe se negó a darle una compensación. Su orgullo estaba destrozado. Él no era capaz de mantener a su mujer a sus dos hijos.
Ella frunció el ceño.
–¿Tienes un hermano?
Apollo ignoró la pregunta.
–Mi padre se suicidó cuando yo tenía once años y mi hermano trece. Mi madre enfermó de cáncer no mucho después y murió un par de años más tarde. A nosotros nos enviaron a una casa de acogida. Mi hermano se enganchó a las drogas y entró en una banda de delincuentes. A los dieciséis años lo apuñalaron mortalmente.
Los ojos de Apollo brillaban con intensidad. Como si fueran joyas de color verde oscuro. Sasha se quedó paralizada por su mirada. Por sus palabras. No podía hablar. Todo lo que se le ocurría le parecía trivial.
Apollo continuó.
–Decidí que iría tras el hombre con el que había trabajado mi padre y que lo destrozaría. Y así fue. No me costó mucho desmontar su negocio porque era corrupto hasta la médula. En cuanto eso sucedió, aparecieron cientos de exempleados buscando una indemnización y acabó arruinándose.
Apollo la miraba como si esperara que estuviera asombrada. Y lo estaba.
–Lo siento –dijo ella–. No puedo imaginar lo que debió ser perder a tus seres queridos siendo tan joven. Yo no sé nada acerca de mi familia… o de cuándo murieron mis padres.
Apollo se arrepentía de haberle contado tantas cosas. Apenas algunas personas conocían su pasado y, sin embargo, él le había contado todo a Sasha. A la única persona del mundo en la que menos debía confiar. Esperó a que ella se aprovechara de aquella triste historia, pero no lo hizo.
Se había puesto pálida y lo miraba con los ojos bien abiertos.
–Me dijiste que mis padres han muerto y que no tengo hermanos ¿no es así?
Él asintió.
–Me contaste que tu madre fue madre soltera. Tu padre se marchó cuando eras pequeña. Tú lo buscaste, pero descubriste que había muerto hacía algunos años y, después, tu madre falleció hace un par de años.
–Oh, es tan extraño no ser capaz de recordar a mi madre. Ni haber buscado a mi padre.
Ella parecía sufrir de verdad. Al ver que se mordía el labio inferior, Apollo recordó el momento en que la besó por primera vez… La suavidad de sus labios abriéndose bajo los de él, permitiéndole que explorara su boca por completo.
Apretó los puños y se puso en pie
–Tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Buenas noches, Sasha.
–Buenas noches –contestó ella.
Él comenzó a salir, pero al ver que no conseguía quitarse la mirada de sufrimiento de su cabeza, se detuvo en la puerta y la miró. Parecía vulnerable en aquel sofá tan grande.
–Siento lo de tus padres.
Ella se volvió y un mechón de cabello dorado y rojizo cayó sobre sus hombros.
–Gracias.
Apollo sintió que el deseo lo invadía por dentro. Quería regresar a su lado y retirarle el vestido para poder ver la belleza de su cuerpo. Quería obligarla a admitir que estaba fingiendo. Tratando de manipularlo una vez más. No le haría el amor. Conseguiría que ella le suplicara que se lo hiciera y después la dejaría allí, jadeando y admitiendo quién era en realidad.
–Buenas noches, Sasha.
Apollo se marchó antes de que se viera obligado a satisfacer su instinto y hacer una estupidez. La misma que hizo la primera vez que la vio, cuando un intenso deseo se apoderó de él de una manera que nunca antes había experimentado.
Se dirigió a su estudio y se sirvió una copa. Era incapaz de olvidar la imagen de sus grandes ojos azules. Ni el impacto que habían tenido en él la primera vez que la vio.
Esa noche, en aquella habitación de Londres, había sido la primera vez que alguien había traspasado las barreras que Apollo había levantado para protegerse con tanta facilidad. Con solo mirarlo. Algo salvaje e indómito había cobrado vida en su interior y él se percató de que, anteriormente, nunca había sentido verdadero deseo. Había tenido muchas amantes, pero nunca había permitido que llegaran a una relación profunda con él. Simplemente las había utilizado para satisfacer sus necesidades físicas.
Tras ver a su padre humillado y destrozado, a su madre triste y enferma hasta desaparecer de sus vidas, y autodestruirse a su hermano, Apollo había prometido que nunca permitiría que nadie se acercara tanto a él como para sufrir cuando se marchara. Lo habían dejado atrás en demasiadas ocasiones.
Sin embargo, con Sasha, satisfacer sus necesidades físicas lo había llevado a otro nivel de deseo. Él anhelaba tenerla a su lado. Así que cedió ante su instinto.
Él se dejó llevar antes de ser consciente de lo que había hecho. Y de recordar quién era y que estaba vacío por dentro.
La venganza lo había invadido mucho tiempo. Y acababa de asimilar que conseguir sus metas no había sido algo tan revelador cuando conoció a Sasha. Él había achacado el efecto que ella había tenido sobre él a ese vacío que experimentaba. A la decepción. A la preocupación. A la insatisfacción que sentía, cuando debía sentirse satisfecho y en paz.
Llamaron a la puerta y Apollo se puso tenso.
–Adelante.
Frente a la puerta del estudio de Apollo, Sasha respiró hondo. Sabía que él le había dicho que tenía que hacer unas llamadas, pero como al pasar por delante de su despacho no había oído voces, actuó de forma impulsiva.
Abrió la puerta y lo encontró sentado tras el escritorio. Apollo la miró con el ceño fruncido.
–¿Está todo bien?
Ella asintió, y se arrepintió de su decisión al sentir un enorme nudo en el estómago.
–Bien. Yo… –se calló. No debía haber ido. La manera en que él la hacía sentir con tan solo mirarla era… Inquietante. Deseaba salir corriendo, pero al mismo tiempo deseaba permanecer allí.
Él frunció el ceño.
–Sasha…
–Sé que estás ocupado, pero quiero saber por qué nuestro matrimonio es… Así. Tenso. Con dormitorios separados. No te gusto demasiado.
«O nada», le susurró una vocecita en su cabeza.
Apollo dejó la copa que tenía en la mano. Se puso en pie, rodeó el escritorio y se apoyó en él con los brazos cruzados. Ella se fijó en la musculatura de su torso y sintió que una ola de calor la invadía por dentro.
¿Siempre se había sentido tan atraída por los hombres?
«Quizá solo por él», le susurró la voz.
De algún modo, no podía negar la posibilidad de que solo reaccionara así ante él.
Apollo vio que ella se sonrojaba y pensó que había ido allí porque había percibido el deseo que él sentía por ella. Y quería aprovecharse de ello.
Se sintió tentado de ir al grano con ella, pero decidió no hacerlo.
–Nuestro matrimonio ha tenido algunos problemas, pero no creo que sea el momento de hablarlo ahora.
La observó unos instantes y se percató de que la deseaba todavía más.
«Bruja».
Ella lo miró.
–No sé por qué, pero siento la necesidad de disculparme, como si hubiera hecho algo malo y por eso me odias y Rhea y Kara me miran como si pudiera hacer algo inesperado.
Apollo luchó contra el impulso de creerla. De confiar en la imagen inocente que ella trataba de mostrar. Ya lo había hecho antes. Se separó del escritorio y se acercó a ella.
Sasha lo miró y se sonrojó. Apollo sintió que perdía el control que había mantenido desde que ella despertó en el hospital y lo miró con aquellos ojos azules, provocando que su deseo se encendiera de nuevo.
Le agarró un mechón de pelo y lo retorció entre sus dedos. Era como la seda. Y le recordó la sensación que había experimentado la noche que hicieron el amor, la suavidad de su cabello al rozar su torso desnudo.
–Me gusta más así, suelto e indómito. Tú lo preferías liso.
–¿Sí? –Sasha sintió una presión en el pecho. ¿Por qué no podía respirar? Había tensión en el aire.
–La noche en que nos conocimos lo llevabas así.
–No lo recuerdo… Bueno, me acuerdo de algunos retazos de aquella noche, pero no de los detalles…
Apollo se colocó frente a ella y la miró.
–¿Estás segura, Sasha? ¿De veras? ¿O es una artimaña para ganarte mi confianza? ¿Para volver a meterte en mi cama?
Sus palabras le cayeron como un jarro de agua fría. Ella se retiró hacia atrás para que le soltara el cabello.
–No. No haría tal cosa.
Él se acercó de nuevo y la sujetó por la barbilla. Al instante, sintió que una ola de calor lo invadía por dentro.
–¿No lo harías? No es nada que no hayas hecho, pero he de admitir que, si estás actuando, tienes mucho talento.
Por primera vez desde que despertó en el hospital ella experimentó algo más aparte de desconcierto y confusión. Sasha le agarró la mano y se la retiró.
–Quizá sea porque no estoy actuando.
No obstante, fue incapaz de retirarle la mano a Apollo para no tener contacto con él. Durante un segundo, pensó que él iba a besarla, pero entonces, él dio un paso atrás. Sus ojos parecían de color negro con aquella luz. Sasha se sentía un poco mareada, como si se hubieran besado.
–Debes irte a la cama, Sasha –dijo él con brusquedad–. Es tarde –se dirigió a la puerta y la sujetó abierta.
Sasha no comprendía lo que le estaba pasando. Había deseado profundamente que él la besara, y todavía estaba temblando.
Se apresuró a marcharse del despacho antes de ver una expresión de disgusto en su rostro, o peor aún, antes de que él viera que se sentía humillada.
Apollo esperó a que Sasha hubiera desaparecido antes de cerrar la puerta. Regresó al escritorio y se terminó la copa de un trago, como para disipar el hecho de que había estado a punto de aceptar lo que ella le ofrecía, alzando sus labios sensuales hacia él, suplicándole con su mirada que la besara.
Durante un instante se preguntó cómo ella había conseguido traspasar sus barreras una vez más y, segundos después, había estado a punto de abrazarla y revivir la noche que habían compartido… Algo que ella llevaba buscando desde que se casaron.
Apretó la copa con tanta fuerza que temió romperla.
Sentía una intensa frustración sexual. Había pasado los últimos tres meses sin sentirse atraído sexualmente por su esposa. Y de pronto, era un infierno.
No comprendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que por muy intenso que fuera el deseo, no mostraría debilidad. Ya había mostrado debilidad hacia ella una vez, y Sasha había cambiado su vida por completo. No volvería a suceder.