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Capítulo 3

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SASHA subió a su habitación. Se sentía un poco mareada. Permaneció de pie y se cubrió los labios con los dedos, como para comprobar que no la habían besado. No, no tenía los labios hinchados ni sensibles.

Conocía muy bien cómo era esa sensación.

Entonces, lo comprendió. Deseaba que él la besara porque sabía lo que era. Por ese motivo su cuerpo reaccionaba de esa manera, porque recordaba sus caricias y las ansiaba de nuevo.

Se sentó en el borde de la cama y sintió un escalofrío. Por suerte, él se había retirado antes de que ella pudiera comunicarle cuál era su deseo.

Quizá anhelaba que Apollo la besara porque su cuerpo reconocía el hecho de estar cerca de él como algo familiar. Y puesto que todo lo que había a su alrededor le resultaba desconocido, se inclinaba por ello. ¿Una respuesta natural del cuerpo?

«Y excitante», susurró una vocecita.

Aquella idea no le ofrecía mucho alivio. Solo era una mala justificación para lo que acababa de suceder.

Y teniendo en cuenta que aquel hombre rechazaba su presencia y le había dicho claramente que no confiaba en ella, ¿qué clase de masoquista era?

A la mañana siguiente, cuando Sasha bajó a desayunar se sentía agotada. Se había despertado al amanecer, sudando y enrollada en las sábanas. Insatisfecha. Sus sueños habían sido sensuales. Llenos de imágenes que le recordaban a la realidad…

Al entrar en la terraza donde había desayunado sola toda la semana, se sorprendió al ver a Apollo. Pensó que no había oído su coche por la mañana y, entonces, se dio cuenta de que era sábado y de que no habría ido a trabajar.

Él la miró y se puso en pie.

Sasha evitó su mirada y notó que su cuerpo reaccionaba con el mismo deseo que la noche anterior. Por un lado, no le gustaba su presencia, pero era ridículo porque estaba en su casa.

«Nuestra casa».

Aunque no le pareciera suya…

–Buenos días.

–Kalimera.

Sasha se sentó y Rhea apareció para servirle una taza de café.

Sasha sonrió y le dijo:

–Efharisto.

Rhea asintió y sonrió. Cuando se marchó, Apollo dijo:

–¿Has aprendido griego?

Sasha se sirvió un bollo de hojaldre. Cualquier cosa para evitar mirarlo y recordar la noche anterior, cuando le había pedido que la besara.

–Solo algunas palabras. Kara me ayuda.

–Antes no parecías dispuesta a aprender.

Sasha se quedó paralizada. Lo miró y preguntó:

–¿Podemos dejar claro que, quizá, ahora las cosas son diferentes? No paras de decirme lo que hacía, o cómo era, y yo no recuerdo nada. ¿Podemos simplemente continuar a partir de aquí?

Él la miró durante un largo instante. Tan largo que ella se sonrojó. Finalmente, él inclinó la cabeza y dijo:

–Muy bien. Tiene sentido.

Sasha suspiró.

–¿Cómo te sientes físicamente?

Ella bebió un sorbo de café.

–Físicamente estoy bien… Mucho mejor –hizo una mueca–. Mentalmente… Ya no siento esa confusión, pero mi pasado está en blanco.

«Y por cómo me haces sentir parece que esté conectada a una fuerza eléctrica».

Cerró la boca por si se le escapaban las palabras.

–He llamado al médico para que venga a verte esta mañana.

Sasha sintió un nudo en la garganta. ¿Intentaba librarse de ella? ¿Qué pasaría cuando se hubiera recuperado? ¿Por qué se sentía mal al pensar en eso cuando era evidente que él rechazaba su presencia? De forma impulsiva, preguntó:

–¿Alguna vez nos fue bien? Entre nosotros…

Apollo contestó. Su expresión era indescifrable.

–Brevemente.

La idea de que él la hubiera deseado igual que ella lo había deseado la noche anterior era demasiado abrumadora.

–Entonces… ¿por qué…?

–¿Por qué no funcionó? –preguntó él.

Sasha asintió. Justo en ese momento apareció Rhea y Sasha se sintió molesta por la interrupción.

Rhea dijo:

–La doctora ha venido para ver a kyria Vasilis.

Apollo miró a Rhea y sonrió. Era una sonrisa de verdad. La primera que Sasha veía en su rostro. Ella sintió que se le aceleraba el corazón. Aquella sonrisa había provocado que su atractivo pasara a ser devastador.

Entonces, Apollo la miró y dejó de sonreír. Sasha se estremeció. La odiaba de verdad. Por algo que había hecho. Momentos antes había estado dispuesta a escucharlo, pero se alegraba de la interrupción.

–Físicamente ha tenido una notable mejoría, señora Vasilis. Y, emocionalmente, ¿cómo va?

Sasha se recolocó la blusa dentro del pantalón. La doctora la había reconocido en su dormitorio. Era la misma mujer amable que la había atendido en el hospital después del accidente.

Ella se sentó junto al escritorio y dijo:

–Estoy… Supongo que estoy bien. Acostumbrándome a mi vida.

«Y al marido que no quiere tenerme aquí».

La doctora asintió.

–Supongo que necesitará un tiempo de adaptación. ¿Y ha recuperado algo de memoria?

Sasha negó con la cabeza.

–No. Tengo un vacío. Aunque anoche tuve un sueño –dijo, y se sonrojó.

–Continúe, cariño.

Avergonzada, Sasha dijo:

–Es que… Más que un sueño parecen recuerdos sobre mi marido… Conmigo.

La doctora asintió.

–Es posible. Le recomiendo que deje un cuaderno junto a la cama y escriba sus sueños. A lo mejor eso la ayuda. Aunque no se presione demasiado. El funcionamiento de la mente es un misterio.

La doctora se puso en pie y Sasha también.

–Hay algo más.

–¿Sí? –preguntó la doctora mientras guardaba sus cosas.

–Mi esposo me dice que me comporto de manera diferente a la de antes. ¿Eso es normal?

–Se sabe que algunos traumatismos pueden provocar cambios de personalidad, pero en sus pruebas no se ve ningún dato que pueda asegurarlo. Se dio un golpe muy fuerte en la cabeza. Necesitará tiempo para readaptarse a la vida, señora Vasilis. No se preocupe, y llámeme en cuanto tenga novedades relacionadas con su memoria.

Era media mañana cuando Sasha se despidió de la doctora. Kara estaba colocando un jarrón con flores frescas sobre la mesa del recibidor. Sasha se acercó a ella y le preguntó:

–¿Ha visto a Ap..? ¿A mi marido?

Kara asintió.

–Se ha marchado a la oficina hace un rato. Me dijo que le dijera que regresaría por la tarde.

–Ah –se sintió decepcionada. Aunque tampoco sabía qué habría hecho si él hubiera estado allí.

–Parece que tiene mucho trabajo.

–Siempre está trabajando –contestó Kara–. Mañana, tarde y noche. Antes pensábamos que era porque…

Se calló y Sasha notó que un sentimiento de humillación se apoderaba de ella.

«¿Para no estar a mi lado?»

–Gracias, Kara. Lo cierto es que no sé qué hacer conmigo misma. ¿Qué era lo que solía hacer?

Kara evitó mirarla y dijo:

–Le gustaba ir de compras. Mucho.

–¿Algo más?

–Puede ir a tomar el sol junto a la piscina. Eso le gusta.

–¿Sí?

Apollo atravesó el jardín hacia la piscina. Según le habían contado, Sasha había pasado allí toda la tarde. Quizá se había derrumbado y por fin estaba mostrando su verdadera personalidad. Él la había encontrado junto a la piscina en numerosas ocasiones, rodeada de envoltorios de aperitivos y de envases de bebidas azucaradas.

Alguna vez se había preguntado si eso era bueno para ella, pero fue antes de que descubriera… Al rodear unos arbustos que impedían la vista a la piscina, se detuvo en seco.

Apollo se quitó las gafas de sol y las colocó en lo alto de su cabeza. Sasha estaba tumbada bajo una sombrilla. Al principio, él pensó que estaba desnuda ya que su cuerpo reaccionó nada más verla. No sería la primera vez. Solía tomar el sol en toples y escandalizar a Rhea. Su intención era tentarlo a él, pero no había funcionado.

No obstante, se dio cuenta de que no estaba desnuda. Llevaba un bañador entero de color carne y con un escote lo suficientemente pronunciado como para mostrar parte de sus senos redondeados. Él se imaginó qué aspecto tendría si acabara de salir de la piscina. Su cabello rojizo mojado sobre la espalda y la tela del bañador pegada a su cuerpo, sin dejar nada para la imaginación. Sus pezones turgentes presionando sobre la…

«Cielos».

Disgustado por su falta de control, Apollo apartó la mirada de su esposa. No había envases a su alrededor. Solo un libro y un vaso de agua.

Él recordaba cómo la noche anterior había estado a punto de estrecharla contra su cuerpo y besarla en los labios. Podía tratar de convencerse de que solo estaba poniéndola a prueba, pero sabía que su motivación era mucho más profunda que eso.

La deseaba de nuevo.

Cuando tres meses antes, su secretaria en Londres le había dicho que Sasha quería verlo, había pasado un mes desde la noche que pasaron juntos. Él no había dejado de pensar en ella, sobre todo de noche, cuando solía despertarse debido a la frustración que le generaban los sueños eróticos que tenía.

Durante esa época, se había dado más duchas de agua fría que en toda su vida.

Y no había sido capaz de contener la sensación de sentirse aliviado porque hubiera sido ella la que dio el primer paso. La que dejó claro que deseaba más.

Sin embargo, tan pronto como ella entró aquel día en su despacho, él no sintió nada. A pesar de que tenía el mismo aspecto de siempre. Llevaba el cabello suelto sobre los hombros, y parecía una mujer inocente y trémula.

Él odiaba admitirlo, pero no solo era alivio lo que había sentido al ver que su deseo hacia ella había disminuido, sino también decepción. Porque era la prueba de que ella era una mujer diferente a todas con las que se había acostado. Y que lo que habían compartido no debía haber sido tan increíble como él lo recordaba. Suficientemente increíble como para que él se arrepintiera de decirle…

De pronto, ella se movió en la tumbona y pronunció un sonido parecido a una queja. Algo incomprensible, pero parecido a: «no, por favor, ¡no pares!»

Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, Apollo se agachó y la sujetó por los brazos. Ella estaba muy tensa y una fina capa de sudor cubría su piel. Él experimentó una emoción que no quería nombrar.

–Sasha… Despierta.

Sentía las manos de Apollo sobre su piel. Ardientes. Y ese intenso deseo que solo había sentido una vez en su vida. Era evidente. Lo necesitaba para calmar su ardiente deseo… Para volver a sentirse viva…

–¡Sasha!

Sasha abrió los ojos y vio aquellos ojos verdes que le recordaban al agua de los océanos misteriosos. Impenetrables.

–Estabas soñando.

La voz de Apollo. Su tono duro e inflexible. De pronto, Sasha recuperó la consciencia. Estaba en la tumbona y se había quedado dormida. Apollo todavía le sujetaba los brazos. Ella podía oler su aroma y ver la barba incipiente en su rostro. Deseó acariciarle el mentón para ver qué sentía. Imaginó que rascaría contra su piel.

Recordaba esa sensación.

Al ver que se mezclaban sus recuerdos con la realidad, se sintió desorientada.

Se incorporó de golpe y él se puso en pie. Ella agarró el albornoz y se lo puso rápidamente, consciente del escote de su bañador. Era el único bañador entero que había encontrado entre un montón de bikinis.

–Apollo, no te he oído llegar. ¿Qué hora es?

Sasha tenía el cabello alborotado, las mejillas sonrosadas y los ojos adormecidos. Apollo apretó los dientes al ver cómo sus senos se movían con cada respiración, bajo la tela del bañador. Estaba tan pálida que su piel parecía translúcida. Él frunció el ceño. Antes estaba más bronceada, aunque posiblemente fuera artificial. Otro recordatorio acerca de con quién estaba tratando. Sufría amnesia o no sufría amnesia.

–Deberías tener cuidado con el sol –dijo él–. Puedes quemarte incluso en la sombra.

Sasha se puso tensa al oír su tono de voz y se ató el cinturón del albornoz.

–Encontré crema solar en el baño y me la puse. Puede que haya perdido la memoria, pero conozco el peligro de tomar el sol.

Miró a Apollo y vio que vestía un polo de manga corta y unos pantalones cortos. Estaba muy sexy.

–Solo he venido a decirte que esta noche voy a salir.

–Ah –era extraño, pero era la primera vez que se daba cuenta de que ella no había salido de la residencia desde su regreso del hospital. Tenía cierta sensación de claustrofobia–. ¿Dónde vas a ir?

–A un baile benéfico para ayudar a la investigación sobre el cáncer.

Por algún motivo, Sasha sintió algo familiar, pero no llegó a recordar nada.

Se puso en pie.

–¿He de ir contigo?

Él negó con la cabeza.

–No hace falta. Solo quería avisarte que no estaré para la cena.

Sasha no estaba segura de lo que había sucedido entre ambos y necesitaba recuperar la memoria.

–¿No solía acompañarte a esos eventos?

Apollo la miró un instante. ¿De veras no recordaba lo que le había dicho?

«¿Por qué no me utilizas? ¿Sin duda será mejor para ti que te vean con tu esposa que sin ella? Ayudará a que parezca que tu negocio está más establecido», recordó sus palabras.

Cuando se casaron, él no tenía ninguna intención de implicarla en su vida más que lo necesario, pero sabía que en cierto modo tenía razón, así que, decidió llevarla a un par de eventos.

–¿Qué pasa? –Sasha lo estaba mirando fijamente–. ¿Por qué me miras así?

–¿No lo recuerdas?

Ella se puso pálida.

–No. ¿Qué es lo que hice?

–Digamos que heriste susceptibilidades.

–¿Cómo?

–Fuiste muy maleducada con los empleados y mostraste tu aburrimiento cuando te diste cuenta de que los eventos de empresa a los que voy no se celebran con fines de entretenimiento.

Sasha se sintió mareada. ¿Había hecho algo bien?

–No puedo dejar de disculparme por haber hecho cosas que ni siquiera recuerdo. Quizá esta sea la oportunidad de compensarte por ello. Al margen de lo que hiciera, ¿tus colegas y amigos no se preguntarán dónde está tu esposa?

Él no contestó a su pregunta, así que ella continuó.

–¿A qué hora tienes que marcharte? No tardaré mucho en prepararme.

Él arqueó una ceja.

–Lo creeré cuando lo vea –dijo él, poniéndose las gafas de sol–. Tengo que irme dentro de una hora. Si vas a venir, has de estar abajo esperándome. Si no, me iré solo. No voy a esperarte, Sasha.

Menos de una hora más tarde, Sasha esperaba a Apollo en el recibidor. Estaba nerviosa. Después de su ultimátum le había entrado miedo. No tenía ni idea de cómo prepararse para un evento. Encontró a Kara en la cocina y le suplicó que la acompañara para ayudarla. Al principio, ella se mostró reticente, pero después cedió y le contó que Apollo le había pedido que le preparara el esmoquin, así que, al menos sabía que era un evento de etiqueta.

Consiguieron encontrar un vestido adecuado y no demasiado escotado, y Kara la ayudó con el peinando y el maquillaje. Sasha se preguntó por qué le había dicho que lo acompañaría, cuando no tenía ni idea de si podría manejarse en un evento así.

Quedaría como una tonta y perdería la esperanza de que Apollo pudiera cambiar de opinión sobre ella. ¿Es que quería que él se sintiera de nuevo atraído por ella?

¿Que la deseara de nuevo?

El pánico se apoderó de ella. No podía hacer aquello. Se volvió para regresar hacia su habitación antes de que Apollo la viera, pero era demasiado tarde. Él estaba en lo alto de las escaleras y la miraba como si fuera una auténtica desconocida. Ella lo miró también y sintió que se le agitaba la respiración.

Apollo iba vestido con un esmoquin negro, camisa blanca y pajarita negra. Sasha no estaba preparada para el impacto que su aspecto provocó en ella. Sin embargo, ya lo había visto así antes, la noche en que se conocieron. Un recuerdo vívido se apoderó de ella. Apollo la había ayudado a sujetar la bandeja con la que ella servía las copas y ella se reía, sonrojada por la vergüenza.

–En serio, estoy bien. Si mi jefe ve que me ayuda me meteré en un lío –le había dicho ella.

Él continuó sujetando la bandeja.

–No soltaré a menos que acepte venir a tomar una copa conmigo después.

En ese momento, Sasha vio a su jefe al otro lado de la sala y, por miedo a perder el trabajo, dijo:

–¡De acuerdo! Ahora, por favor… deje que me marche.

El recuerdo se desvaneció y dio paso a otra noche, una cita… Había salido a cenar con él al bonito restaurante de un edificio alto desde que se veían las luces de la ciudad de Londres… Ella estaba entusiasmada. Nerviosa. Incrédula.

Contenta…

Apollo no podía creer lo que estaba viendo. Sasha lo estaba esperando. Estaba preparada y su aspecto era presentable. Más que presentable.

Hermosa.

Llevaba un vestido largo de seda negra con un solo tirante y unas flores de seda caían sobre su hombro.

Parte del cabello recogido en una trenza que caía a un lado de su rostro, y el resto en un moño. Su aspecto era bello y juvenil, pero al mismo tiempo elegante. Se había puesto unos discretos pendientes de diamantes y una pizca de maquillaje.

Su vestido negro resaltaba su tez delicada. Sus ojos azules. No se parecía nada a su aspecto habitual, que consistía en mostrar la mayor cantidad de piel posible, mucho maquillaje, joyas y un peinado atrevido.

El deseo se apoderó de él y tuvo que obligarse a bajar las escaleras. Al acercarse a ella, vio que lo miraba como si no lo hubiera visto antes. Estaba pálida y agarraba el bolso con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

–¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

Ella tragó saliva y asintió.

–Yo… Me he acordado de Londres. O más bien de la noche en que nos conocimos. ¿Y hubo otra noche?

Él asintió.

–Te invité a cenar la noche siguiente.

–Estuvimos en un edificio… Parecía una caja de cristal.

–¿El Shard?

Ella asintió.

–Sí, no recuerdo mucho más aparte del edificio y sus vistas… Algo es algo.

Apollo experimentó una extraña sensación. Si realmente estaba actuando había llegado más lejos de lo que nadie habría podido fingir. Él comentó despacio.

–Está muy bien.

Ella había recuperado el color del rostro y parecía nerviosa. Señaló el vestido.

–¿Está bien? No estaba segura… Me ha ayudado Kara.

–¿Kara?

Sasha asintió y lo miró preocupada.

–¿Algún problema? ¿No debería habérselo pedido?

Por primera vez, Apollo tuvo que contener una sonrisa.

–Al contrario, ella había intentado ayudarte antes, pero tú siempre insistías en contratar una estilista profesional.

Sasha parecía agobiada.

–No tenía ni idea. Debería disculparme –se movió para dirigirse a la cocina, pero Apollo le agarró la mano.

–No es tan grave, puedes disculparte en otro momento –sin soltarla, la miró de arriba abajo, fijándose en cómo sus senos se marcaban contra la tela del vestido. Apollo se preguntó si llevaría sujetador e imaginó que cubría uno de sus senos con la mano y sentía su pezón turgente. Trató de no pensar en ello y le soltó la mano–. Tenemos que irnos o llegaré tarde.

La agarró del brazo y la guio hasta el coche.

Sasha contempló la ciudad de Atenas mientras descendían por la colina y entraban en el centro. Las vistas la ayudaron a no pensar en la presencia de Apollo y en su masculinidad.

Las calles estaban llenas de gente joven disfrutando del fin de semana, y la Acrópolis se erguía majestuosamente sobre la ciudad.

–¿He estado alguna vez en la Acrópolis? –preguntó ella.

–No, no mostraste ningún interés en ir a verla.

Sasha frunció el ceño. Era muy desconcertante que otra persona supiera más de su vida que ella. Momentos después, llegaron a la entrada de una mansión que tenía guardas de seguridad junto a la verja.

Había montones de personas en la entrada. Las mujeres lucían largos vestidos y los hombres llevaban esmoquin, como Apollo.

Sasha notó un cosquilleo en el vientre. Una vez más, se arrepintió de haberlo acompañado. El coche se había detenido y Apollo se había bajado para abrirle la puerta y ayudarla a salir.

Ella respiró hondo y le dio la mano. No fue capaz de disimular su nerviosismo. No pertenecía a un lugar como ese y no necesitaba recuperar la memoria para saberlo.

E-Pack Bianca 2 septiembre 2020

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