Читать книгу E-Pack Bianca 2 septiembre 2020 - Varias Autoras - Страница 6
Capítulo 1
ОглавлениеAPOLLO Vasilis miró por la ventana hacia el lago situado en aquellos frondosos jardines. Atenas se veía en la distancia bajo la bruma y el mar apenas era una línea perceptible en el horizonte, pero él no se fijó en nada de eso. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la tensión se había apoderado de su cuerpo. Una tensión que llevaba experimentando desde hacía tres meses.
Se oía un pitido intermitente detrás de él y, de pronto, cambió de ritmo y se hizo más rápido. El ritmo cardiaco había aumentado. Ella se estaba despertando. Por fin.
Él se volvió. Había una mujer tumbada en la cama. Estaba muy pálida y su cabello dorado rojizo estaba extendido sobre la almohada. Además, llevaba el ojo derecho cubierto con una gasa.
También tenía vendajes en un brazo. Un arañazo en la mejilla izquierda. Un milagro, teniendo en cuenta que el coche que conducía estaba en el fondo de un barranco estrecho, como a cien metros de profundidad y convertido en una masa de metal carbonizado
Él se acercó a la cama. Ella tenía las cejas oscuras y perfectamente definidas. Sus pómulos parecían más prominentes de lo que él recordaba. Aunque observar a esa mujer de forma tan detallada no era algo que hubiera hecho recientemente.
No desde que la miró como si nunca hubiera visto antes a una mujer. Cuatro meses atrás, cuando se conocieron por primera vez. Cuando la imagen de su cuerpo desnudo había provocado que se le alterara el ritmo cardiaco.
Él todavía recordaba su cuerpo, como si la imagen se hubiera quedado grabada en su cerebro. Sus senos pequeños y redondeados. Su vientre plano, la curva de sus caderas. El vello rojizo de su entrepierna. Sus piernas esbeltas. Su aspecto era muy delicado y, sin embargo, cuando sus cuerpos se unieron, él notó su fuerza innata y poderosa y resultó ser la experiencia más erótica de su vida.
Para sorpresa de Apollo, un intenso calor lo invadió por dentro. Algo que no había sentido durante meses. Aquella sensación le produjo rechazo. Esa mujer lo había engañado de la peor manera posible.
Él la despreciaba.
Se abrió la puerta y entró una doctora.
–Debo recordarle que no debemos tener muchas esperanzas. La gravedad de la lesión que ha sufrido en la cabeza no podrá determinarse hasta que no recupere la consciencia.
Apollo asintió y observó mientras colocaban las máquinas alrededor de la cama. La doctora se sentó junto a la mujer y le dio la mano.
–Cariño, ¿puede oírme? ¿Puede abrir los ojos?
Apollo vio que movía los ojos bajo los párpados. Durante un segundo contuvo la respiración, como si por un momento lo hubiera olvidado todo y le importara un poco si su esposa se despertaba o no.
Ella podía oír una voz en la distancia. Era como un zumbido que intentaba sacarla de la intensa oscuridad en la que se veía envuelta, rodeada de paz y silencio.
Una presión en la mano. La voz. El tono más alto. No conseguía entender las palabras, solo la entonación. ¡Mmm. Mmm!
Intentó aflojar la presión de la mano, pero se hizo más fuerte. Percibía una luz brillante en los ojos y se sentía confusa.
Entonces, de pronto, oyó con claridad la voz que le decía:
–Señora Vasilis, es hora de despertar.
Durante un segundo se lamentó por dejar atrás la tranquila oscuridad, pero sabía que no le quedaba más opción que obedecer a la voz. Comprendía las palabras, pero no tenían mucho sentido para ella… ¿Señora…?
Abrió los ojos y los cerró de nuevo al ver la luz. Se dio cuenta de que estaba tumbada en la cama y de que había mucha actividad a su alrededor. También, del hecho de que había visto la silueta de una persona alta a los pies de la cama.
Una silueta que le resultaba familiar y que provocó que se le acelerara el corazón sin motivo.
–Señora Vasilis, ¿podría intentar abrir los ojos otra vez? Hemos bajado las persianas para que le resulte más fácil.
Ella abrió los ojos una pizca y, en esa ocasión, no le dolió demasiado. Enfocó el rostro de la mujer y vio que no la conocía. Había otras dos mujeres, también desconocidas. Todas tenían cabello oscuro y ojos oscuros. Había un sonido de fondo y se oía el pitido rítmico de las máquinas. Todo era de color blanco y olía a antiséptico.
Una palabra apareció en su cabeza: hospital.
Percibió un movimiento a los pies de la cama y miró hacia allí. La silueta era la de un hombre. Ella lo conocía.
–A-A… ¿Apollo?
–Muy bien.
Apenas notó el tono de alivio con el que había hablado la doctora ya que estaba fijándose en el hombre. Llevaba un jersey de manga larga y cuello redondo. Tenía anchas espaldas y el torso definido, pero no muy musculoso. Era delgado.
Tenía el cabello corto y oscuro. Rasgos masculinos marcados. Los ojos verdes. Ella lo sabía, aunque no pudiera verlo desde allí. El mentón prominente. La barba incipiente. Sus labios firmes. Y ardientes sobre los de ella. Se estremeció. Ese hombre la había besado.
Notó que le apretaban la mano. Oyó la voz de la doctora.
–¿Sabe quién es este hombre?
Le resultaba difícil dejar de mirarlo, como si tuviera miedo de que pudiera desaparecer. Ella asintió.
–Sí… Acabamos de conocernos. La otra noche en la función –él frunció el ceño, pero ella no se percató. Se sonrojó al recordar la primera vez que lo vio y cómo se había parado al ver lo atractivo que estaba vestido de esmoquin.
Él parecía aburrido. La gente estaba arremolinada a su alrededor, pero en la distancia, como si no se atrevieran a acercase más.
Entonces, sus miradas se encontraron y… ¡Bam! Ella sintió que le daba un vuelco el corazón y, desde entonces, no había sido la misma.
Poco a poco comprendió que estaba en un hospital. ¿Qué hacía allí con un hombre al que apenas conocía?
«¡Aunque sí lo conoces! ¡Íntimamente!»
Estaba convencida de ello. Aunque ¿cómo lo sabía si acababa de conocerlo? Intentó encontrar la respuesta, pero no lo consiguió.
Se sentía confusa y, por primera vez, tuvo la sensación de que algo iba muy mal. El miedo… El pánico se apoderó de ella.
–¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy yo aquí? –le preguntó a la doctora.
Según pronunció la palabra «yo», cayó en la cuenta. «Yo»… Un completo vacío. Un gran temor.
–Espera… No sé quién soy. ¿Quién soy?
De pronto, recordó algo. La doctora la había llamado…
–¿Me ha llamado señora Vasilis?
La doctora la miró con una expresión difícil de descifrar.
–Porque es la señora Vasilis. Sasha Vasilis.
«Sasha». No era ella.
–¿Creo que ese no es mi nombre?
–¿Cuál es su nombre?
Mente en blanco. Nada. Frustración.
La doctora habló de nuevo. Tranquilizándola.
–Sasha. Te llamas Sasha y estás casada con este hombre. Con Apollo Vasilis.
Ella miró de nuevo al hombre. Él tenía el ceño fruncido y no parecía especialmente contento de estar casado con ella. Ella negó con la cabeza y sintió un fuerte dolor en un ojo.
–No es posible, acabamos de conocernos.
«Entonces, si acabas de conocerlo, ¿cómo puedes conocerlo de forma íntima? ¿Cómo podéis estar casados?»
Empezaba a dolerle la cabeza. La doctora se percató de que no se encontraba bien y dijo:
–Basta por ahora. Necesita descansar. Podemos continuar más tarde.
Una enfermera dio un paso adelante y reguló un gotero que estaba junto a la cama. Enseguida, Sasha se sintió inmersa en la oscuridad que le proporcionaba tranquilidad, dejando atrás el miedo y las preguntas inquietantes. Y a él, lo más inquietante de todo. Aunque ella no supiera muy bien por qué.
Dos días más tarde
–Creemos que su pérdida de memoria se debe a la experiencia traumática del accidente. Los escáneres no muestran ninguna lesión evidente en su cerebro, sin embargo, solo recuerda haber visto a su marido el primer día que se conocieron y nada más. Nada del antes ni del después. A veces, el cerebro hace eso como manera de protección ante un evento. No tenemos motivo para no creer que recuperarás la memoria en un futuro. Puede que sea poco a poco, como un puzle, o puede que pase de golpe.
«¿Y puede que no pase nunca?», pensó ella.
–Y por eso debe de estar en observación mientras se recupera –la doctora miró a Apollo Vasilis un instante.
Después volvió a mirar a Sasha.
–No se esfuerce mucho en tratar de recuperar la memoria. Ha de concentrarse en recuperarse de las lesiones. Estoy segura de que todo volverá a funcionar correctamente.
En aquellos momentos, eso le parecía una posibilidad lejana. Se sentía confusa. ¿Y dónde estaba su casa? La doctora le había dicho que era inglesa, así que era posible que hubiera nacido allí.
Cuando preguntó por su familia, su marido le dijo que sus padres habían muerto y que no tenía hermanos. Así sin más. Ella sintió un dolor en el pecho, cerca de su corazón, pero puesto que no era capaz de recordar el rostro ni los nombres de sus padres, no podía sentir pena profunda.
La doctora se marchó y Sasha miró a Apollo Vasilis. Su marido. Él estaba muy serio. ¿No se alegraba de que hubiera sobrevivido al accidente? No obstante, Sasha sentía su malestar.
Curiosamente, Sasha recordaba la noche en que se conocieron. Lo recordaba sonriendo. Incluso riéndose. Y recordaba su rostro atractivo y su voz profunda.
Le habían contado que esa noche había tenido lugar cuatro meses atrás. Y que llevaban casados desde entonces. Que ella se había mudado a Grecia desde Inglaterra. Era demasiado para asimilar y Sasha trataba de evitar pensar en ello.
–¿Estás preparada? Afuera hay un coche esperándonos.
¿Estaba preparada para marcharse con un hombre que no era más que un desconocido? ¿En un país al que no recordaba haber llegado? No obstante, ella asintió.
Apollo recogió una bolsa. Le había llevado ropa para cambiarse y, al verla, ella se sintió todavía más desorientada ya que no se imaginaba eligiendo ropa como aquella. Un pantalón de seda color crema y con aperturas en los laterales, a juego con un top y una chaqueta. Zapatos de tacón.
Él abrió la puerta y se echó a un lado. Sasha salió de la habitación.
Apollo caminó por el pasillo junto a su esposa. Ella caminaba despacio, como si nunca hubiera llevado antes zapatos de tacón. Era extraño, porque la única vez que él recordaba haberla visto con zapatos planos había sido la primera noche en que se conocieron.
Sasha se tambaleó una pizca y él la agarró del codo para estabilizarla. Ella lo miró y se sonrojó.
–Gracias.
–De nada –él apretó los dientes al ver que su cuerpo reaccionaba al tocarla. Ella no llevaba su perfume habitual. Él había visto que lo había sacado de su bolsa, que se había puesto un poco en su muñeca y que, al olerlo, había fruncido la nariz.
–¿Este es mi perfume? –le había preguntado.
Él asintió.
Apollo solo podía percibir su aroma femenino y recordó la primera vez que la vio y, cómo se quedó asombrado por su belleza. El impacto fue tal que se le entrecortó la respiración.
No era capaz de comprenderlo. Había visto muchas mujeres mucho más bellas que Sasha. Y también se había acostado con ellas. No obstante, ella tenía algo que lo había cautivado, por mucho que odiara tener que admitirlo.
Ella lo había seducido con su mirada inocente, y lo había atrapado con un viejo truco. La marca que había dejado en él aquella transgresión y su momento de debilidad por ella, había provocado un constante mal humor. El deseo que había sentido por ella se había disipado tan pronto como él había descubierto su traición, pero, de pronto, había regresado como para mofarse de él, por haber pensado que tenía todo bajo control.
Sasha hizo una mueca al sentir que Apollo le agarraba el brazo con fuerza. Intentó soltarse y él la miró.
–Ya estoy bien, puedes soltarme.
Al instante, él retiró la mano y dijo:
–Mi coche está ahí, justo en la puerta.
Sasha vio un automóvil plateado y a un chófer que sujetaba abierta la puerta trasera. Salió del hospital y respiró una bocanada de aire fresco. Sasha se subió en el coche. Sus zapatos le hacían daño a pesar de que solo había caminado unos pasos. No podía creer que habitualmente llevara ese tipo de zapatos.
¿O era que a Apollo le gustaban y ella los llevaba para complacerlo?
La idea la hizo estremecer. La idea de complacerlo. Excepto que parecía que él no se sentía complacido y ella no sabía por qué.
El chófer arrancó el vehículo y Apollo le hizo un comentario en griego. El hombre levantó el cristal de privacidad. Sasha era tan consciente de la presencia de Apollo que se sentía como si le hubieran quitado una capa de piel.
Él colocó la mano sobre su muslo. Tenía los dedos largos y las uñas bien cortadas. Parecía que el traje que llevaba se lo habían hecho a medida para resaltar su poderoso físico. Él la miró y ella no tuvo tiempo de disimular y de hacer como si no estuviera mirándolo.
–¿Estás bien?
Ella asintió.
–¿A dónde vamos?
–A casa. No está muy lejos de aquí.
–¿He vivido allí mucho tiempo?
–Durante los tres últimos meses, desde que nos casamos.
–¿Dónde nos casamos? –Sasha se dio cuenta de que, si no fuera porque aquel hombre había ido a buscarla después del accidente, cuando la encontraron por la carretera desorientada y un día después de que denunciaran su desaparición, él podría haber sido cualquiera.
Apollo la miró fijamente y ella se sonrojó. Después, él sacó un teléfono del bolsillo y le mostró la pantalla.
–Nos casamos en Atenas, en una ceremonia civil.
Ella miró la pantalla del teléfono y vio un artículo de prensa donde había una foto de la boda. La que salía era ella, aunque le costaba reconocerse. Llevaba un vestido de seda sin mangas, cortado al bies y con un escote casi hasta el ombligo. Los zapatos de tacón alto, mucho maquillaje y el cabello peinado con grandes tirabuzones. Joyas de oro y un gran anillo de diamantes. Al ver la foto, se sintió avergonzada.
–¿Tenía anillos?
–Sí. Los médicos dijeron que debiste perderlos durante el accidente.
–Espero que no fueran muy valiosos.
–No te preocupes, estaban asegurados.
Sasha miró de nuevo la foto en la pantalla. Aparecía sonriendo y agarrada del brazo de Apollo. Sin embargo, su esposo no parecía muy contento. El recuerdo que tenía de él sonriendo debía de ser producto de su imaginación.
Comenzó a leer el artículo por encima.
Apollo Vasilis, el magnate griego del sector inmobiliario, se casa con su novia británica, Sasha Miller en una ceremonia privada y por lo civil.
La información justa. Sasha le devolvió el teléfono. Se sentía todavía más desorientada. Tenía un millón de preguntas, pero empezaba a dolerle la cabeza y el médico le había dicho que se tomara las cosas con calma.
Al poco tiempo el coche entró por una gran puerta de hierro. Un hombre que estaba en una garita los saludó después de intercambiar unas palabras con el conductor.
Sasha miró por la ventana asombrada. El camino de entrada llevaba hasta una casa de dos plantas donde los esperaba una mujer vestida de uniforme en lo alto de una escalera, junto a la puerta.
Apollo salió del coche, y abrió la puerta de Sasha para ayudarla a salir.
Ella le dio la mano y se estremeció. Al sentir que se sonrojaba, retiró la mano lo más deprisa que pudo.
Su manera de reaccionar ante él era demasiado. Decidió que evitaría tocarlo de nuevo, pero una vocecita le recordó que estaban casados.
Se detuvo al pie de la escalera. De pronto, se le ocurrió que compartirían habitación. Y la cama. Se le aceleró el corazón. Apollo estaba casi en la puerta de la casa. Se volvió y ella vio que la miraba con impaciencia.
–¿Sasha?
Ella subió por las escaleras. ¿Quizá podría sugerirle que durmieran separados hasta que recuperara la memoria? ¿No pretendería que compartiera su cama cuando sentía que apenas lo conocía? Daba igual lo que su cuerpo le indicara.
Sasha no reconoció a la mujer vestida de uniforme. Y ella no parecía muy contenta de verla. Miraba a Sasha de forma extraña, como si esperara que hiciera algo inesperado.
Sasha dio un paso adelante y le tendió la mano.
–Hola.
La mujer se puso tensa y miró a Apollo. Él debió de hacerle un gesto porque después volvió a mirar a Sasha y le estrechó la mano diciendo:
–Bienvenida a casa, kyria Vasilis.
Sasha notó que alguien le tocaba la espalda, distrayéndola de la extraña reacción que había tenido la mujer.
–¿No recuerdas a Rhea?
Ella negó con la cabeza.
–Lo siento de veras, pero no.
La mujer le soltó la mano.
Apollo dijo:
–Le mostraré la casa a mi mujer. Dentro de un par de horas comeremos algo ligero, Rhea. En la terraza pequeña.
La mujer asintió y desapareció en la casa. Sasha miró la imponente entrada. Estaba convencida de que nunca había visto aquellos suelos de mármol ni había estado en ese lugar.
Se equivocaba. Había vivido allí. Era evidente que no podía confiar en su instinto.
Apollo le mostró las habitaciones que había alrededor del recibidor circular. Había un salón de uso formal y uno de uso informal. Un comedor para eventos formales y otro, para eventos informales.
Las habitaciones estaban decoradas con elegancia. Eran modernas, pero parecían clásicas. Grandes lienzos cubrían las paredes y había antigüedades entre objetos modernos.
En todas las habitaciones había una puerta que daba a la terraza que ocupaba todo el lateral de la casa. La vista de los jardines era impresionante, pero todavía lo era más la vista de Atenas en la distancia.
Sasha salió a la terraza desde el comedor e inhaló el aroma de las flores. Intentó recordar si había contemplado aquellas vistas en otra ocasión, pero no lo consiguió. Apollo se acercó a ella y Sasha notó que se le erizaba la piel.
–¿Es una casa antigua? –preguntó.
–No. La he construido yo.
–¿Tú?
–No yo, sino mi empresa de construcción.
–¿Eres el propietario de una constructora?
Él la miró y asintió.
–Vasilis Construction.
–¿Es un negocio familiar? ¿Tienes familia?
–Mi familia murió hace muchos años. Mi padre era constructor, pero trabajaba para otra persona, así que, no es un negocio familiar.
–Siento que hayan muerto todos. ¿Qué pasó? –preguntó ella, percatándose de que ninguno tenía familia.
Durante un momento pareció que él no iba a contestar.
–Una serie de eventos desafortunados –Apollo dio un paso atrás–. Deja que te enseñe el resto de la casa.
Sasha lo siguió mientras la guiaba por unas escaleras de la mansión.
Se preguntaba cómo debió ser llegar allí con su marido el primer día. ¿Habría sido todo más acogedor?
Toda la casa tenía un ambiente moderno y clásico a la vez. Pequeños toques de distintas épocas que daban la sensación de atemporalidad.
En el sótano había un gran gimnasio y una sala de proyecciones. También una piscina de entrenamiento y una sauna. Por no mencionar la sala de masaje y tratamientos de belleza que daban a un jardín donde había un par de tumbonas y una hamaca colgada entre dos árboles.
Apollo señaló hacia los jardines.
–También hay una piscina exterior y un vestuario.
Él le mostró su estudio de la primera planta. Una habitación muy masculina con paredes llenas de libros. Después, abrió otra puerta al otro lado del pasillo y dijo:
–Este es tu despacho.
–¿Yo tengo un despacho? –preguntó ella, sorprendida.
Él hizo un gesto para que entrara y ella obedeció. La habitación tenía una alfombra blanca y un escritorio del mismo color. Sobre él, un ordenador.
Las paredes tenían papel de flores y estaban decoradas con fotos de revistas. Había muchas estanterías vacías. Y un puñado de libros.
Una butaca de terciopelo rosa y un reposapiés a juego. Parecía que nadie lo hubiera usado.
–¿Para que utilizaba este espacio?
Apollo estaba apoyado en el marco de la puerta. Tenía los brazos cruzados y la miraba casi con desdén.
–Dijiste que querías montar un negocio de relaciones públicas.
–¿A eso me dedicaba? ¿A las relaciones públicas?
Él se encogió de hombros.
–Cuando nos conocimos estabas sirviendo copas en un evento. No creo que tu conocimiento sobre el tema de las relaciones públicas fuera más allá del sector servicios.
Sasha decidió ignorar su sarcasmo. Lo siguió hasta la segunda planta, donde se encontraban los dormitorios. Él le mostró varias habitaciones de invitados y, al final del pasillo, abrió una puerta y dijo:
–Éste es tu dormitorio.
Ella se volvió para mirarlo.
–¿Mi dormitorio?
–Tu dormitorio.
Sasha sintió que se le secaba la boca. Le dolían los pies por las sandalias de tacón. Y notaba dolor en la frente.
–¿No compartíamos habitación?
Apollo negó con la cabeza.
–No.
Sasha deseaba saber el motivo, pero no estaba preparada para hacer la pregunta. Seguramente, la respuesta explicaría el motivo por el que Apollo la trataba con tanta frialdad y por qué la ama de llaves la había mirado con suspicacia.
Así que, no dijo nada y entró en la lujosa habitación. La alfombra era tan gruesa que los tacones se clavaron en ella. De forma instintiva, Sasha se quitó los zapatos y se sintió aliviada.
Se fijó en que había una cama enorme en el lado izquierdo de la habitación, pero decidió ignorarla y dirigirse hacia la terraza. Allí había una mesa con sillas y una tumbona. Desde ese lugar se veía que la casa tenía otra ala y también la piscina exterior, rodeada de buganvillas.
Los jardines se extendían en la lejanía y Atenas se veía en la distancia.
Tanto lujo era abrumador. Se volvió de nuevo hacia el dormitorio y vio que Apollo estaba más cerca de lo que esperaba.
Al instante, se le aceleró el corazón. La cama quedaba justo detrás de él. Apollo la miraba de manera extraña. Se había desanudado la corbata y desabrochado el botón del cuello de la camisa.
Él pestañeó y cambió la expresión. Dio un paso atrás y se acercó a una puerta.
–Este es tu vestidor y tu baño.
Sasha lo siguió. Se sentía inquieta y un poco mareada. Pero su manera de mirarla pasó a segundo plano cuando vio que el vestidor contenía más ropa de la que ella había visto en su vida. Y zapatos. Y joyas dentro de una vitrina de cristal.
La ropa estaba colgada y doblada y había prendas de todos los colores del arco iris.
Sin darse cuenta, Sasha estiró el brazo para acariciar un vestido de lamé azul oscuro. Después se volvió y, medio asustada y medio asombrada, preguntó:
–¿Todo esto es mío?
Apollo todavía estaba intentando recuperar el control de su cuerpo. Por un momento, cuando Sasha volvió de la terraza al balcón, el sol la iluminó por detrás y la tela de su blusa se transparentó lo justo para que él pudiera ver el sujetador de encaje que llevaba. Entonces, él deseó dar un paso adelante, tomarla entre sus brazos y averiguar por qué ella actuaba poniendo cara de inocencia. Era algo que ella ya había hecho en otra ocasión.
No obstante, ese deseo desapareció y fue sustituido por otro más peligroso, cuando ella lo miró como si él fuera un lobo a punto de devorarla. Entonces, lo único que deseó fue besarla y castigarla por haber despertado de nuevo su deseo. Un deseo que había permanecido dormido durante los últimos tres meses, a pesar de que ella había hecho lo posible por seducirlo.
Su deseo era voraz y él sabía que todo se trataba de un juego. Después de todo, fingir amnesia no sería difícil para una mujer que había fingido mucho más.
Ya había tenido bastante. La rabia también se había apoderado de él y Apollo trató de convencerse de que era eso, y no deseo, lo que estaba sintiendo.
–Sabes muy bien que esta es tu ropa, porque pasaste muchas horas comprándola con mi tarjeta de crédito. Quizá hayas engañado a los médicos del hospital, pero ahora solo estamos tú y yo, así que, ¿a quién intentas engañar, Sasha? ¿Qué diablos es lo que te propones?