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Capítulo 5

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ERA AHORA o nunca, se dijo Brooke, desafiándose a sí misma, aunque para sus adentros se moría de vergüenza por lo que estaba a punto de hacer.

Los espejos del vestidor reflejaban su esbelta figura enfundada en un camisón de satén blanco y encaje. Se sentía rara llevando algo así, porque le parecía que era más una chica de pijamas, que aquel camisón tan sexy y a la última no iba con ella. Sin embargo, a juzgar por la extensa colección de lencería atrevida que había encontrado en el vestidor, parecía que su antiguo yo nunca había sucumbido a la tentación de anteponer la comodidad a la imagen. No, un pijama no era nada sexy y ella necesitaba parecer sexy, ¡lo necesitaba desesperadamente!

¿Y si Lorenzo la rechazaba, después de todo? ¿Cómo se repondría de esa humillación? Inspiró profundamente. Lo que la movía era la necesidad que sentía de tener un matrimonio normal, sumada al deseo que sentía por Lorenzo, se recordó. Además, ¿por qué habría de rechazarla cuando la había besado como si le fuese la vida en ello?, se preguntó, intentando apuntalar su maltrecho valor mientras se acerca a la puerta que comunicaba sus dormitorios y alargaba la mano hacia el picaporte.

¡La condenada puerta estaba cerrada con llave! No podía dar crédito, pero le preocupaba tanto acabar acobardándose, que salió de su dormitorio y recorrió el corto trecho hasta el de él. La puerta estaba abierta, y se coló dentro con el corazón desbocado.

No podía creer la suerte que había tenido cuando oyó el ruido de la ducha en el cuarto de baño. Se subió de un salto a la cama de matrimonio y apagó las luces. No, quizá fuera un poco cobarde apagarlas, pensó contrayendo el rostro. Si se había puesto aquel camisón tan sexy era para que él lo viera. No era momento de ponerse tímida, se dijo, y volvió a encender.

Lorenzo estaba de mal humor cuando salió de la ducha y agarró una toalla para secarse el pelo. Le costaba creer que el estar conviviendo con Brooke pudiera provocar en él ese deseo imposible de ignorar que parecía estar consumiéndolo por dentro. ¿Cómo podía estar pasando algo así?

Cuando salió del cuarto de baño desnudo y la vio tumbada en su cama la poca capacidad de autocontrol que le quedaba se resquebrajó y ya no pudo contenerse más. Estaba harto de reprimirse todo el tiempo y de las advertencias de sus abogados, y lo único en lo que podía pensar era en que en su dormitorio no había cámaras y que podía hacer lo que le viniese en gana con la mujer con la que se había casado. Porque Brooke aún era su esposa, y él la deseaba a ella y ella a él.

–Se… se me ocurrió que podríamos… –balbució Brooke, mientras intentaba, en vano, pensar en algo atrevido que decir.

Se sentía como si nunca se hubiera acostado con un hombre, y eso no hacía sino aumentar sus nervios.

–A mí se me estaba ocurriendo lo mismo –murmuró Lorenzo, con esa voz grave tan sexy.

Pero es que además le sonrió –¡una sonrisa de verdad!–, y era una sonrisa tan arrebatadora que el pulso se le disparó y el estómago se le llenó de mariposas. Lorenzo tenía un cuerpo tan increíble… todo bronceado, cubierto de vello, tan viril… Al ver que ya estaba excitado, se le secó la boca.

–Entonces… –musitó con voz trémula–, ¿no vas a echarme?

Lorenzo, que aún tenía el cabello húmedo, ladeó la cabeza y la miró de arriba abajo de un modo ardiente.

–¿Tú me deseas?

Algo nerviosa por su cambio de actitud, Brooke asintió con brusquedad, como una marioneta.

–Dilo –le pidió Lorenzo, que necesitaba oír esas palabras.

–Sí, te deseo –dijo Brooke, casi en un susurro.

–Dannazione… –masculló él–. No, por supuesto que no voy a echarte –le dijo con voz ronca.

–Quiero que tengamos un matrimonio normal –murmuró Brooke.

–Hace bastante que dejó de serlo –admitió Lorenzo.

–¿Pero por qué? –inquirió ella.

–Me parece que eso es algo de lo que es mejor no hablar en este momento –le espetó él. Arrojó a un lado la toalla, que aún tenía en la mano, y se subió a la cama.

Brooke sintió que le faltaba el aliento con Lorenzo tan cerca, y notó el calor de su cuerpo aun antes de que la tocara. Y luego, cuando sus sensuales labios descendieron sobre los suyos y empezó a besarla con ardor, se olvidó por completo de respirar. El olor a gel de ducha y colonia la embriagaba, y el sabor mentolado de la lengua de Lorenzo era delicioso. Y, por si eso fuera poco, el sentir su cuerpo, musculoso y cálido, contra el suyo no podría ser más excitante, y se encontró apretándose contra él.

Lorenzo le quitó el camisón sin más preámbulos, y a Brooke se le cortó el aliento mientras la miraba. Se quedó muy quieta, como en un trance, hasta que sus cálidos y sensuales labios volvieron a sellar los suyos, y una ola de calor la recorrió cuando la mano de Lorenzo se cerró sobre uno de sus pechos y frotó el sensible pezón con el pulgar hasta hacerla gemir.

Luego inclinó la cabeza para lamer y succionar el pezón endurecido, y Brooke sintió que afloraba un calor húmedo entre sus muslos, como si se estuviera derritiendo por dentro. Se apretó de nuevo contra él, ansiosa, y deslizó las manos por su ancha espalda. Sin embargo, cuando dejó que una se desviara hacia delante al llegar al costado y tocó su miembro, Lorenzo se detuvo. Azorada por haber sido tan atrevida, se apresuró a apartar la mano.

–No… no la apartes –murmuró Lorenzo junto a su oído, volviendo a colocarle la mano en su entrepierna–. Me gusta que me toquen.

Brooke empezó a acariciar con renovada confianza su miembro endurecido, que parecía de satén, pero al cabo de un rato Lorenzo la detuvo, y la hizo tumbarse boca arriba como si fuera una estrella de mar. Volvió a sentirse algo nerviosa, pero los nervios se le olvidaron en cuanto Lorenzo empezó a explorar su cuerpo con la boca y con las manos. Su sexo estaba cada vez más húmedo.

–Todas estas… semanas me has estado… volviendo loco de deseo –murmuró Lorenzo mientras subía, beso a beso, por la cara interna de su muslo.

Ella no podía dejar de estremecerse de placer.

–¿De verdad? –musitó.

Se le cortó el aliento cuando Lorenzo deslizó la lengua por su piel, y apretó los puños para contenerse cuando lo que en realidad quería hacer era hundir los dedos en su cabello revuelto.

–Cada vez que te miro, te deseo –murmuró Lorenzo con voz ronca, depositando un reguero de besos en su tembloroso vientre.

Lorenzo inclinó la cabeza entre sus muslos, enloqueciéndola con su lengua y con sus dedos. La tensión iba en aumento y cuando creía que ya no podría aguantar más, ocurrió: una explosión mágica que la hizo sentirse como una estrella fugaz, un placer inimaginable que sacudió todo su cuerpo y la dejó aturdida, porque nunca habría pensado que pudiera llegar a experimentar unas sensaciones tan increíbles.

Cuando Lorenzo se incorporó y deslizó las manos por debajo de sus caderas para levantarlas hacia él, contuvo el aliento, nerviosa. Se hundió en ella, pero su cuerpo no reaccionó como si hubiera estado preparado para aquella invasión. Le dolía. Le dolía tanto que casi gritó, pero por suerte logró contenerse mordiéndose el labio.

Estaba segura de que si hubiera gritado lo habría estropeado todo, porque Lorenzo se habría sentido culpable por haberle hecho daño, cuando estaba segura de que ese dolor se debía solo a que hacía más de un año que no había tenido relaciones.

Fue un alivio notar que al cabo de un rato el dolor desapareció por completo, y el corazón empezó a latirle con fuerza cuando Lorenzo comenzó a moverse, entrando y saliendo de ella. Jadeante, le rodeó las caderas con las piernas y saboreó el intenso placer que experimentaba con cada embestida. La excitación que sentía iba en aumento, pero quería más y se arqueó hacia él, respondiendo a cada ola de aquel salvaje placer, y de pronto un nuevo orgasmo se apoderó de ella.

–Vaya… –susurró aturdida cuando hubo recobrado el aliento.

Estaba agotada y se notaba los brazos y las piernas flojas, pero sentía que había triunfado porque había conseguido justo lo que se había propuesto.

–Ha sido increíble –murmuró Lorenzo, dejándose caer junto a ella.

¿Cómo era posible que el sexo con Brooke le hubiera parecido tan distinto de las otras veces que había hecho el amor con ella?, se preguntó. No era solo su comportamiento; tenía la sensación de que fuera otra mujer. Sí, decididamente tenía que ir a ver al señor Selby porque necesitaba respuestas para todas esas preguntas.

De pronto Brooke pensó en algo que le hizo sentir una punzada de angustia.

–Lorenzo… No estoy tomando la píldora –murmuró–. Y no hemos usado preservativo…

Con los problemas por los que estaba pasando su matrimonio, sospechaba que un embarazo no planeado no haría sino complicar aún más la situación.

–No pasa nada; llevas un DIU –la tranquilizó Lorenzo, que estaba pensando en otras cosas.

¿Habría hecho el amor Brooke con él si no sufriese de amnesia? Cuando le había pedido el divorcio, antes del accidente, se había puesto furiosa con él y no le había dirigido la palabra durante el tiempo que habían pasado separados.

–No deberíamos haber hecho esto –murmuró de repente, irritado consigo mismo. Sentía que se había aprovechado de ella aunque fuera ella la que hubiera iniciado aquello–. Aún no estás bien… No sabes lo que estás haciendo…

Brooke sintió que el pánico se apoderaba de ella. No quería que se arrepintiese de los momentos tan íntimos que acababan de compartir.

–¡No, eso no es cierto! –replicó con vehemencia, girándose hacia él.

–Pues claro que lo es –la contradijo él muy serio–. Me he aprovechado de ti.

–¡No es verdad! –protestó Brooke incorporándose. Plantó las manos en la almohada de él, a ambos lados de su cabeza, y los pezones de sus senos rozaron su pecho–. ¡Por amor de Dios, si he sido yo la que me he metido en tu cama! ¡Quería hacer el amor contigo y lo hemos pasado bien; no hay más!

Lorenzo parpadeó, sorprendido de verla protestar tan apasionadamente, y no pudo contenerse: tomó su rostro entre ambas manos y la besó como si estuviese sediento y sus labios fueran el agua de un oasis en medio del desierto. Su deseo se reavivó al instante con una fuerza que lo descolocó por completo.

–Creo que estoy volviendo a enamorarme de ti –le dijo Brooke cuando el beso terminó.

Él se quedó paralizado al oírle decir eso. Una reacción extraña de un marido cuando su esposa proclamaba su amor por él, pensó Brooke con pesadumbre.

–No puedes estar enamorada de mí… Tienes amnesia y es como si apenas me conocieras –respondió él.

–No estoy de acuerdo. Ya hace casi tres meses que salí del coma, y en todo ese tiempo has estado a mi lado y has sido mi mayor apoyo –replicó ella con firmeza–. Te he ido conociendo y he visto como siempre antepones mis necesidades a todo lo demás. Así que, por favor, no me digas que no puedo estar enamorada de ti por culpa de la amnesia. Y sí, estoy volviendo a enamorarme de ti.

Lorenzo inspiró profundamente y abrió la boca como si fuera a decir algo, pero luego volvió a cerrarla y atrajo a Brooke hacia sí, rodeándola con sus brazos.

–Está bien –murmuró–. De todos modos no puedo ocultar que aún te deseo.

–No hay nada de malo en eso –le aseguró ella, sonrojándose al ver la intensa mirada de Lorenzo.

–Dio… cara mia… –masculló Lorenzo, dando por perdida la batalla, aun cuando sabía que no debería usar con ella esos apelativos afectuosos–. Entonces, supongo que tengo permiso para hacer realidad contigo todas mis fantasías, ¿no? –bromeó.

–Más o menos –murmuró ella. Apenas se reconocía a sí misma, comparándose con la mujer insegura que había sido hacía solo una hora escasa.

–Más te vale que sí, porque soy insaciable –le advirtió él con voz ronca.

–Me parece que yo también –susurro Brooke, que volvía a notar esa sensación ardiente en la pelvis.

Lorenzo la colocó sobre él y segundos después todo volvía a empezar cuando él la penetró de nuevo y la sujetó por las caderas, controlando cada uno de sus movimientos, y tocándola de una manera que pronto hizo que volviera a abandonar la estratosfera. Cuando el orgasmo les sobrevino de nuevo, apoyó la cabeza en su hombro musculoso y sonrió como una boba.

Esa mañana, durante el desayuno, Lorenzo apenas pudo apartar los ojos de su esposa. Sentada en su silla como una adolescente, con una pierna doblada debajo de la otra, hablaba y bromeaba afectuosamente con él mientras se tomaba una tostada y le daba a Topsy trozos de la corteza.

Era tan extraño… Brooke jamás había tomado carbohidratos; los consideraba puro veneno. Tampoco se había comportado nunca de un modo afectuoso, ni bromista. Ni siquiera antes de que se casaran.

Una hora después, antes de ir al banco, se reunió con el psiquiatra de Brooke pues le había pedido una cita en busca de consejo.

–Sí, veo perfectamente posible que se haya convertido en una persona muy distinta sin ese marco de referencia de su antigua vida como una celebridad que tan importante era para la imagen que tenía de sí misma –le dijo el hombre con seguridad–. Hay ejemplos documentados de casos similares, pero me temo que no puedo decirle cómo debe proceder. Eso es decisión suya, aunque sospecho que pronto llegará el momento de decirle que antes del accidente estaban divorciándose.

Lorenzo fue dándole vueltas a aquella sugerencia durante el trayecto hasta el banco, donde tenía ese día una reunión de la junta directiva. La noche anterior habían hecho el amor; no podía soltarle de repente que estaban en medio de un proceso de divorcio. Inspiró profundamente y gruñó irritado. No, eso no funcionaría.

Esperaría a que se presentase el momento adecuado para decírselo, pensó. Estaba seguro de que cuando ese momento llegase lo sabría. No quería angustiarla ni causar problemas innecesarios. Tenía que apoyarla, no destruirla. Por otra parte, sin embargo, también era consciente de que jamás se plantearía continuar casado con Brooke porque no podía perdonarle sus mentiras ni sus infidelidades. Y eso lo colocaba entre la espada y la pared…

Ajena al espinoso dilema de Lorenzo, Brooke estaba vistiéndose para salir, lo cual era un auténtico desafío con la ropa que tenía en el vestidor. Sabía que no tenía que ir de negro para darle sus condolencias a la madre del chófer muerto en el accidente, pero le parecía una cuestión de respeto ponerse algo con lo que al menos no pareciera que iba a una fiesta.

Finalmente escogió una falda de tubo de color azul marino y una blusa de seda a rayas, pero no conseguía que le subiera la cremallera de la falda, y tuvo que quitársela mientras admitía para sus adentros con una mueca de contrariedad que estaba claro que había puesto peso.

Cambió la falda por unos pantalones oscuros sueltos y al salir de la casa por primera vez desde su llegada se sentía más fuerte, y aliviada de que por fin hubiera reunido el valor suficiente para hacer lo que sentía que tenía que hacer para cerrar en su mente el episodio del accidente.

La secretaria de Lorenzo había parecido sorprendida cuando la había llamado, pero le había facilitado el teléfono y la dirección de la madre del chófer fallecido. Lorenzo había puesto otro coche y otro chófer a su disposición, y cuando el vehículo cruzó las puertas de la verja de la propiedad, se puso las gafas de sol y agachó la cabeza para evitar que los fotógrafos que había a ambos lados pudieran sacar una imagen de ella.

A la madre del chófer le gustaron mucho las flores que Brooke le llevó, y agradeció tener la oportunidad de hablarle de su hijo fallecido. Se refirió en varios momentos a las cuantiosas propinas que ella solía darle cuando la llevaba, y Brooke sonrió, aliviada de saber que al menos había sido una persona generosa antes del accidente.

El visitar la tumba de Milly Taylor, sin embargo, la puso de un humor sombrío. Aunque había intentado averiguar algo más sobre ella, solo parecía haberla conocido la dueña de la cafetería donde había estado trabajando antes de morir, y ese sería el siguiente lugar al que fuera.

La lápida era muy sencilla. Brooke depositó sobre ella las flores que había comprado y suspiró, preguntándose si aquella joven habría sido su amiga. Parecería lógico que al menos hubiera tenido una amiga, ¿no? Sin embargo, se le antojaba extraño que hubiese trabado amistad con alguien de un extracto social tan distinto del suyo. ¿Qué podrían haber tenido en común?

La cafetería no estaba muy lejos del cementerio, así que le dijo al chófer que iría andando, y le pidió que la recogiera pasada media hora.

De camino allí pasó por un quiosco de prensa y la portada de una revista llamó su atención. En una esquina había una fotografía suya y debajo un titular que decía: ¿Divorcio o reconciliación?.

–Si quiere leerla, tendrá que comprarla –le dijo el vendedor, malhumorado, cuando tomó la revista para mirarla.

Brooke se puso colorada y sacó el dinero de su monedero para pagarle. Se quedó parada en medio de la calle leyendo el artículo que venía en el interior de la revista, y su estupor fue en aumento. Tenía el estómago revuelto y se sentía mareada. De pronto todo lo que había creído saber sobre Lorenzo y sobre sí misma se estaba tambaleando. ¿Rumores o infidelidades? Sí, había visto esas fotos de ella en distintos clubes nocturnos con otros hombres, pero había dado por hecho que eran contactos de trabajo o conocidos de su círculo social; jamás habría pensado que…

Lorenzo tenía un viaje de negocios a Italia y se marchaba esa misma noche y estaría fuera una semana. Si quería hablar con él no podía esperar; tenía que verlo de inmediato…

E-Pack Bianca septiembre 2020

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