Читать книгу E-Pack Bianca septiembre 2020 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеESTÁ AQUÍ su esposa, señor Tassini –informó a Lorenzo su secretaria–. Dice que necesita hablar con usted.
Sorprendido, pues Brooke jamás había ido al banco a verlo, Lorenzo se levantó de inmediato de su escritorio y le dijo a su secretaria que la hiciera pasar.
Brooke entró y su secretaria cerró para dejarlos a solas. Nada más verla, Lorenzo supo que había ocurrido algo malo. Tenía la mirada perdida, estaba muy pálida y se había detenido a unos pasos de él entre vacilante y tensa.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó en un tono quedo–. Debería alegrarme porque es la primera vez que sales de casa desde que abandonaste la clínica, pero tienes mala cara.
–Perdona, no debería haber venido a tu lugar de trabajo –murmuró Brooke. Le había impactado tanto la noticia que ni se le había pasado por la cabeza que no era lo más acertado–. Debería haber esperado a que llegaras a casa. Será mejor que me marche; ya hablaremos antes de que te vayas al aeropuerto.
–No, espera –dijo Lorenzo, rodeando la mesa y acercando una silla–. Siéntate; es evidente que hay algo que te preocupa. ¿Quieres una taza de té?, ¿o un café?
–Un café estaría bien –respondió ella, con la esperanza de que la cafeína hiciera que se asentaran un poco sus revueltas emociones. Se sentía como si el suelo se hubiera hundido bajo sus pies.
Dependía demasiado de Lorenzo, admitió desolada para sus adentros. Desde que había despertado del coma había construido toda su vida en torno a él, y la idea de que su matrimonio no fuera más que un cruel espejismo la había hecho derrumbarse y se hallaba a la deriva en un mar de inseguridad y arrepentimiento.
Lorenzo le tendió el café que le había pedido, y al tomar el platillo y la taza la alivió tener algo con lo que poder ocupar sus manos.
–Esta mañana fui a ver a la madre de Paul Jennings –comenzó a explicarle.
Lorenzo se sentó frente a ella, en el borde de su mesa.
–Sí, mi secretaria me dijo que le habías pedido la dirección. Me pareció estupendo que por fin te decidieras a salir de casa –comentó–. ¿Es que no ha ido bien?
–No, no es eso –replicó ella, visiblemente tensa–. Es que… compré una revista porque vi mi cara en la portada.
–Dio… –masculló Lorenzo–. Debería haber previsto que podrías hacer algo así.
Brooke levantó la barbilla y lo miró con decisión.
–No puedes protegerme de todo, Lorenzo. Y no deberías intentar protegerme de la verdad –le dijo–. Si es cierto que estábamos divorciándonos antes del accidente, deberías habérmelo dicho hace semanas.
Lorenzo levantó una mano para interrumpirla y se incorporó.
–Sí, ya sé –continuó ella a pesar de todo–: me imagino que el doctor Selby, o algún otro médico te advirtió de que podría ser traumático que afrontase algo así en mi frágil estado. Pero no estoy de acuerdo con esa actitud sobreprotectora. Vuelvo a estar en el mundo real y tengo que hacerme a él de nuevo, aunque me resulte duro o me desestabilice. No soy una niña.
Lorenzo la estudió pensativo. Lo admiraban la dignidad y el autocontrol que estaba demostrando en aquella situación tan estresante. Era algo que no se habría esperado de ella; Brooke siempre había sido más de ponerse a despotricar, histérica, y de echarle la culpa a todo el mundo y no reconocer su responsabilidad. Inspiró profundamente y aceptó lo inevitable: Brooke había descubierto la verdad y no podía seguir negándolo:
–Sí, estábamos en proceso de divorcio cuando ocurrió el accidente –admitió.
–Pero… ¿por qué? –le preguntó Brooke, sin irse por las ramas.
Lorenzo la escrutó un momento antes de contestar. Parecía tan frágil, y estaba tan pálida… No sabía cómo iba a decirle que había estado engañándolo con varios hombres, con cualquiera, de hecho, que pudiera ayudarla a abrirse camino en la industria del cine. No podía dejar caer sobre ella en esos momentos la fea verdad con todo su peso. Bastante duro debía haber sido ya para ella, que le había dicho la noche anterior que creía que lo amaba, descubrir que habían estado divorciándose antes del accidente.
–Éramos incompatibles: teníamos distintos objetivos, una visión diferente de la vida –comenzó a explicarle–. Yo quería hijos y tú no; yo quería un hogar, mientras que tú solo querías una casa enorme y lujosa de la que presumir… El divorcio era inevitable.
Brooke asintió con valor.
–¿Y… lo de los otros hombres, las aventuras que dicen que tuve?
–Rumores –mintió él–, pero aun así no me hacían gracia.
Brooke agachó la cabeza, pero respiró un poco más tranquila ahora que se había disipado su mayor temor: que hubiera sido capaz de traicionar a su marido de esa manera, engañándolo con otros.
–Lo comprendo –murmuró–. La verdad es que, a pesar de que no recuerdo nada, desde que salí del coma, al ir descubriendo más y más cosas sobre mi vida antes del accidente, cada vez tuve más claro que no estábamos hechos el uno para el otro –le explicó–. Y también está claro que no debería seguir viviendo en tu casa –añadió en un tono quedo. Sentía que debía liberarlo de la carga de sentirse responsable de ella.
Lorenzo bajó la vista y todo su cuerpo se tensó. No podía dejarla marchar; aún no, se dijo con fiereza. No estaba en condiciones para valerse por sí sola. Sería como abandonarla a su suerte, y aunque en un sentido estricto ya no fuese asunto suyo si se hundía o salía a flote, seguía sintiéndose responsable de ella. Apartarla de sí en ese momento sería algo prematuro.
–Tengo una solución mejor –se oyó murmurar, antes de pensar bien siquiera lo que iba a decir. No era algo habitual en él, y eso lo sorprendió–. ¿Por qué no te vienes conmigo a Italia esta noche?
–¿A Italia? –repitió ella confundida.
–Sí, te haría bien escapar de los paparazzi y disfrutar de un poco de privacidad. Eres una celebridad aquí en el Reino Unido, pero en Italia apenas te conocen –le explicó, escogiendo con cuidado sus palabras–. Allí estaríamos tranquilos, libres de las especulaciones constantes de los medios. Es lo que necesitamos, un descanso.
Brooke levantó la cabeza y sintió que se desvanecía la pesadumbre que se había instalado en su corazón, y que latía con fuerza.
–¿Los dos? –musitó.
–Los dos –recalcó Lorenzo.
–Pero… si estábamos divorciándonos… –le recordó ella con voz temblorosa.
–El divorcio quedó en suspenso desde el accidente. Y tal y como están las cosas unas semanas más no supondrán mucha diferencia –apuntó Lorenzo–. Además, podemos separarnos o divorciarnos en cualquier momento. La situación ahora es distinta, y no deberíamos dejar que nos controlen las decisiones que tomamos en el pasado. Intentemos ser pacientes y ver cómo se van desarrollando las cosas. Puede que recuperes la memoria.
Brooke no salía de su asombro; había pasado de un extremo al otro. Había ido allí con el corazón en un puño para poner las cartas sobre la mesa. Desde que había despertado del coma había tenido la impresión de que su matrimonio no era más que una pantomima y que era su deber liberar a Lorenzo, aunque lo amara.
Pero, para su sorpresa, Lorenzo había reaccionado de un modo completamente inesperado, ofreciéndole una segunda oportunidad. ¿Qué otra cosa podía significar sino su proposición de que viajara con él a Italia? Un suspiro tembloroso escapó de sus labios; sentía un alivio inmenso que estaba liberando en su interior todas las emociones que había estado luchando por reprimir desde que había leído en aquella horrible revista que estaban divorciándose. Se le habían llenado los ojos de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas y tomó un sorbo de su café, que estaba enfriándose.
Lorenzo se agachó para quitarle de las manos trémulas el platillo y la taza. Las dejó en la mesa y levantó a Brooke de la silla para rodearla con sus brazos. No era lástima lo que lo movía, se dijo con fiereza, era una mezcla insana e imposible de deseo, compasión y fascinación por la mujer en la que se había transformado de repente. Sí, iba a llevársela a Italia con él; estaba decidido.
–Lo siento –sollozó Brooke contra su hombro antes de controlarse y alzar la vista hacia él azorada–. Ha sido por el disgusto que me he llevado; pensé que…
–Tienes que simplificar, como yo –la urgió Lorenzo–. Soy como la mayoría de los hombres, práctico y calculador, y por eso mismo te quiero en mi cama cada noche.
Ella soltó una risa temblorosa y dejó de llorar.
–¿De verdad? –murmuró, sintiendo una punzada de felicidad en el pecho.
–Ni siquiera me has preguntado qué hice mal yo en nuestro matrimonio –apuntó él–. No fuiste tú la única que cayó en falta. Yo trabajaba demasiadas horas, no pasaba el suficiente tiempo contigo y solo te llevaba a cenas aburridas donde únicamente se hablaba de finanzas. Tú tampoco eras feliz conmigo.
–Puede que haya crecido un poco como persona desde el accidente. Es evidente que he cambiado. Ahora no quiero tener a gente con cámaras persiguiéndome. Y parece que he perdido el interés que tenía por la moda. ¡Vamos, si es que voy a tener que obligarme a comprar ropa si de verdad vas a llevarme contigo de viaje! Mucha de la ropa que tenía, y en particular los zapatos, se me ha quedado pequeña –le confesó azorada.
–Me ocuparé de que esta tarde vengan de una boutique para equiparte con toda la ropa que necesites. Y pospondré el vuelo hasta mañana a primera hora –le dijo Lorenzo–. Aunque eso significa que hoy tendré que quedarme trabajando hasta tarde.
–Lo entiendo; no pasa nada.
Cuando Lorenzo bajó la vista a su hermoso rostro no pudo evitar preguntarse qué diablos estaba haciendo. Sin embargo, sus ojos descendieron a los suculentos labios de Brooke y se encontró inclinando la cabeza para besarlos.
Ella respondió al beso, y sintió que se derretía por dentro. Era como si corriera fuego por sus venas. Le ocurría cada vez que Lorenzo la besaba, y era una sensación maravillosa, como una droga adictiva y peligrosa que dispersaba ese calor por cada centímetro de su cuerpo. No quería que el beso terminara, pero finalmente despegó sus labios de los de él. Después de su arranque sentimental de hacía un momento, quería demostrar que aún tenía capacidad de controlarse.
Se ruborizó cuando sus ojos se encontraron con los de él. Quizá aquel ardiente deseo que sentían el uno hacia el otro era lo que los había unido en un principio, lo que los había hecho seguir juntos aunque en otros aspectos su relación no funcionase. Aun así, era triste tener que aceptar que esa atracción sexual era lo único en lo que se había fundado su relación de pareja y lo único con lo que contaba para intentar salvarla.
En cualquier caso, se dijo, enfrentarse a otras situaciones más difíciles ella sola le haría bien y la haría más fuerte. Por eso, decidió en ese mismo momento que al salir de allí iría a la cafetería en la que había trabajado Milly Taylor para intentar averiguar algo más acerca de ella. Quizás eso la ayudase a dilucidar qué conexión había habido entre dos mujeres tan distintas como ellas.
La cafetería era también una panadería-pastelería, y Brooke esperó pacientemente en la cola de clientes que esperaban a ser atendidos. Cuando llegó al mostrador, la dueña del local, una mujer de mediana edad, la miró con unos ojos como platos, palideció y retrocedió como si hubiera visto a un fantasma.
–¡¿Milly?! –exclamó temblorosa, llevándose una mano a la boca, como confundida, sin apartar la vista de ella–. No, no… perdone, la había confundido con otra persona por un momento. Es que se parece tanto a ella…
Brooke frunció el ceño y le preguntó si podrían hablar un momento. La mujer asintió y salió de detrás del mostrador.
–Mi nombre es Brooke Tassini. Milly iba conmigo en el coche cuando sufrimos el accidente, pero ella murió y yo sobreviví. Dice que me parezco a ella y… verá, es que he perdido la memoria –le explicó Brooke, contrayendo el rostro–. Aún estoy intentando recordar qué relación podía tener Milly conmigo.
–Yo soy Marge –dijo la mujer, tendiéndole la mano, aún visiblemente incómoda. Brooke se la estrechó–. Ahora que la miro mejor el parecido ya no me resulta tan marcado, pero es que Milly también tenía el pelo rubio, largo y rizado, y sus ojos eran del mismo color que los suyos. Venga, le enseñaré una foto de ella.
La llevó hasta una pared de la que colgaba una fotografía de grupo del personal enmarcada. No estaba tomada muy de cerca, pero al escudriñar más de cerca a la persona que Marge le señaló, vio ese parecido tan extraordinario que decía en sus facciones, el pelo y los ojos.
–Durante el tiempo que estuvo trabajando aquí, ¿le habló alguna vez de mí? –le preguntó–. ¿Puede que fuéramos parientes lejanas, como primas, o algo así?
–Me temo que Milly nunca la mencionó –respondió Marge–. Era una chica callada. Para serle sincera, no creo que tuviera mucha vida social fuera del trabajo, y solo estuvo trabajando aquí un par de meses. Me daba la impresión de que era de esas personas que no permanecían mucho tiempo en un sitio, pero aun así me sorprendió esa mañana, cuando me dijo que iba a dejar el trabajo, porque parecía muy contenta aquí. Me dijo que tenía que dejarlo por una emergencia familiar –contrajo el rostro–. Parece que no se acordaba de que me había dicho que no tenía familia.
–Vaya… –musitó Brooke.
No había avanzado demasiado. Seguía sin saber quién había sido aquella joven, ni por qué había ido con ella en el coche ese día. El parecido entre Milly y ella, sin embargo, era un dato nuevo, pensó mientras le daba las gracias a la mujer por el tiempo que le había dedicado.
Mientras se dirigía hacia la puerta para marcharse, una imagen inquietante, un recuerdo, saltó a su mente y se quedó paralizada un instante. En ese vívido recuerdo ella estaba sentada en una de las mesas de la cafetería, y un borracho estaba de pie, a su lado, gritándole, mientras Marge abría la puerta del local, ordenándole que se marchara. Habría querido preguntarle a Marge por ese recuerdo, pero la apuraba robarle más tiempo a la pobre mujer, que ya estaba sirviendo a otros clientes, así que, aturdida como estaba, salió de la cafetería.
¿Por qué no recordaba nunca nada útil?, se preguntó, llena de frustración. Era evidente que debía haber ido a la cafetería en algún momento del pasado para ver a Milly. Y el que Marge no la recordara tampoco tenía nada de raro con la cantidad de gente que pasaría por allí. Sin embargo, lo que seguía intrigándola era ese parecido entre Milly y ella que Marge había apuntado y que había constatado por sí misma al ver la fotografía. Era una coincidencia extraña, pero no sabía qué relación podría tener aquello con el hecho de que Milly hubiera ido con ella en el coche aquel día.