Читать книгу E-Pack Bianca septiembre 2020 - Varias Autoras - Страница 13
Capítulo 8
ОглавлениеNO VUELVAS a decirme otra vez que estás bien –le advirtió Lorenzo con cierta aspereza y muy serio, mientras su chófer los llevaba a casa desde el aeropuerto–. Está claro que no estás bien, que algo te ha disgustado muchísimo y ya va siendo hora de que lo hablemos.
–Lo hablaremos cuando lleguemos a… a casa –le dijo ella con voz trémula.
No tenía la menor prisa por llegar, por tener que hacer frente a la reacción que sin duda tendría Lorenzo cuando le contara la verdad: indignación, incredulidad y dolor por la muerte de su esposa.
Le dolía el corazón al pensar que Lorenzo nunca había sido suyo, y que todo lo que había ocurrido entre ellos se debía tan solo a que él creía que era su esposa. Y lo más irónico era que antes de morir Brooke lo había odiado, había dicho de él que era un tirano posesivo, que la había acusado injustamente de haberle sido infiel para pedirle el divorcio.
Estaba claro que había habido un fuerte resentimiento en su relación, pero quería pensar que, si Brooke hubiera visto lo compasivo que se había mostrado con ella tras el accidente, sin saber que no era su esposa, le habría perdonado las diferencias que había habido entre ellos.
En ese sentido, el comportamiento de Lorenzo había sido irreprochable. Podría haberse desentendido, haber dejado que el procedimiento de divorcio siguiera su curso, haberla abandonado a merced del sistema público de salud bajo la tutela de un testaferro para que se ocupase de su fondo fiduciario. Sin embargo, no había hecho eso; se había mantenido fiel a los votos que había pronunciado el día de su boda: «en la salud y en la enfermedad».
Obviamente tendría que abandonar la casa de Lorenzo, y lo antes posible. Por desgracia para ella no tenía a dónde ir, ni un penique a su nombre, ni tampoco amigos que pudieran acogerla porque había estado mudándose con demasiada frecuencia como para hacer amistades duraderas.
Ahora se arrepentía de no haberse esforzado más en sus estudios durante los años que había estado viviendo en casas de acogida. Cada vez que la habían enviado a una nueva, también había tenido que cambiar de colegio o de instituto, y eso había hecho que perdiera el interés por aprender. Los continuos cambios la habían descentrado, la habían vuelto indisciplinada y no se atrevía a forjar una relación estrecha con ninguna de las personas a las que conocía porque sabía que antes o después tendría que irse a otro lugar y dejaría de verlas.
Quizá por eso había reprimido sus recelos para no perder el contacto con Brooke, llegando a pasar por alto sus malos modos y la manera en que se portaba con ella. No había querido perder ese vínculo de hermanas que tan importante era para ella, y siempre había estado ansiosa por ofrecerle todo su cariño y su apoyo.
¿No se había aferrado igual a Lorenzo, con esa ansia patética por ofrecerle su cariño aun cuando él no se lo había pedido? Se reprendió para sus adentros por esas muestras de debilidad y de dependencia emocional. Claro que era comprensible que anhelara sentirse amada.
Los recuerdos que tenía de su madre, Natalia, eran algo difusos porque había muerto cuando ella tenía solo once años. Recordaba vagamente que había sido una madre afectuosa, pero su padre, en cambio, jamás le había prestado la menor atención cuando las había visitado. No parecía haber tenido el más mínimo interés en ella, recordó con tristeza, aunque era probable que su aparente indiferencia se debiera al sentimiento de culpa que debía haber tenido por haber sido infiel a su esposa.
De hecho, si su madre no le hubiera dicho que William Jackson era su padre, jamás lo habría sabido, porque su nombre ni siquiera figuraba en su certificado de nacimiento. Aunque había ayudado a su madre económicamente, se había negado a reconocerla a ella como a su hija.
–Bueno pues ya estamos en casa –dijo Lorenzo cuando entraron en la vivienda.
No, Madrigal Court era la casa que Brooke y él habían compartido, lo corrigió ella para sus adentros. Ella no debería estar allí.
–No alcanzo a entender cómo una pesadilla ha podido generarte tanto estrés –murmuró con impaciencia mientras la conducía a la sala de estar y cerraba la puerta tras ellos–. ¿No vas a contarme qué te ocurre?
Milly se sentó en un sillón e inspiró profundamente para calmar sus nervios.
–Esa pesadilla me hizo revivir el accidente –le confesó–, y al despertar había recobrado la memoria.
Lorenzo palideció y se puso rígido.
–¿Así, de repente?
–Así, de repente –le confirmó ella con un nudo en el estómago–. Pero el problema es que al recobrar la memoria me di cuenta de que no soy la persona que todo el mundo había dado por hecho que era…
Lorenzo frunció el ceño, como si estuviera intentando desentrañar el significado de sus palabras.
–¿De qué estás hablando?
–No soy Brooke, Lorenzo. No soy tu esposa. Soy Milly Taylor.
Lorenzo puso unos ojos como platos.
–Eso no es posible –murmuró, sacando el móvil del bolsillo.
–¿Qué haces? –le preguntó ella, en un hilo de voz.
Lorenzo apretó los labios. Para él estaba claro que su esposa estaba teniendo una especie de crisis nerviosa. No tenía ni idea de cómo lidiar con algo así, pero estaba seguro de que su psiquiatra sabría qué hacer.
–Voy a llamar al doctor Selby para que puedas hablar de esto con él –respondió, volviéndose
–Pero es que yo ahora no quiero hablar con el doctor Selby. Primero necesito aclarar las cosas contigo –replicó Milly–. Es importante.
–No hay nada más importante que tu salud mental –replicó Lorenzo. Y, lanzándole una mirada de reproche, le preguntó–: ¿Por qué te lo habías callado hasta ahora? ¿Cómo es que no me lo dijiste anoche?
–Necesitaba poner mis ideas en orden –protestó ella–. Para mí fue un shock tremendo y me siento fatal por todo lo que ha pasado. No sé cómo podrás poner orden en todo el embrollo legal que…
Lorenzo enarcó una ceja.
–¿Qué embrollo legal?
Milly volvió a inspirar profundamente para infundirse valor.
–Brooke… Brooke está muerta, Lorenzo, y a mí me dieron por muerta, pero estoy viva. Hay que rectificar ese error… no sé cómo.
Lorenzo apretó el móvil en su mano. ¿Estaría sufriendo un brote psicótico? Al estudiar sus tensas y pálidas facciones entrevió en ellas la agitación que había en su interior. Era evidente que se creía lo que estaba diciéndole, pensó consternado. Se había convencido de que no era su esposa, de que era esa joven que iba con ella en el coche en el momento del accidente. ¿Pero por qué iba a hacer algo así?
–Brooke era mi hermana –murmuró.
–Brooke no tiene ninguna hermana –la corrigió él.
–Oficialmente no –admitió Milly–. Soy hija ilegítima. William Jackson, el padre de Brooke, tuvo una aventura con mi madre durante años, y yo fui el fruto de ese romance. Nunca me reconoció legalmente como hija, y yo nunca supe que era un hombre casado y con familia. Cuando Brooke se enteró de mi existencia me buscó porque sentía curiosidad; quería conocerme. Yo acababa de dejar el hogar de acogida en el que estaba porque ya había cumplido los dieciocho años. Así que sí, éramos hermanas, aunque solo fuera por parte de padre…
Lorenzo resopló con los ojos entornados. No había recabado ninguna información acerca de Milly Taylor. No había considerado que su pasado pudiera tener relevancia alguna para averiguar qué relación había tenido con su esposa.
No podía aceptar la enormidad de lo que acababa de oír, pero tampoco alcanzaba a imaginar cómo o por qué podría habérsele ocurrido a su esposa una historia tan fantasiosa y detallada de la noche a la mañana.
–Si hubiera tenido una hermana, Brooke lo habría mencionado alguna vez –observó.
–No le hablaba a nadie de mí, y se cuidaba mucho de que nunca la vieran en público conmigo. Para ella, mi misma existencia era… –Milly vaciló antes de continuar–. Para ella era una fuente de resentimiento y un fastidio. Sabía que su padre le había sido infiel a su madre y todo el dolor que le había infligido. Para cuando Brooke me buscó mi madre ya hacía años que había muerto, pero sospecho que la amarga ira que sentía hacia ella la había proyectado en cierto modo sobre mí.
Lorenzo frunció el ceño.
–¡Pero eso no explica nada! Si Brooke estaba resentida contigo, ¿por qué ibas con ella en el coche el día del accidente? ¡Nada de todo esto tiene sentido!
Milly se puso de pie lentamente, mirándolo preocupada.
–Puedo explicártelo, pero tienes que intentar no perder los estribos.
Lorenzo echó la cabeza hacia atrás con arrogancia y le lanzó una mirada irritada.
–Lo intentaré, pero dudo que vayas a ser capaz de explicarme todo este absurdo y me parece que hablar de ello como si fuera la verdad no te ayuda en nada.
–Brooke me pidió varias veces que me hiciera pasar por ella –le confesó Milly sin más preámbulos–. Nos parecíamos mucho, y aún más desde que me sometí a una operación de cirugía estética de la nariz –prosiguió Milly, a pesar de que Lorenzo estaba mirándola como si le hubiesen salido cuernos y pezuñas–. Brooke me la pagó. Yo no quería hacerme esa operación, pero cuando se lo dije empezó a hacerme el vacío, y yo estaba tan desesperada por que no se alejara de mí que acabé accediendo.
Lorenzo frunció el ceño con incredulidad.
–¿Os parecíais? ¿Y qué problema había con tu nariz?
–Tenía el caballete muy pronunciado, y no podría haberme hecho pasar por ella si no me hubiese sometido a esa operación. Me pidió que acudiera en su lugar a algunos eventos benéficos en los que no tenía que hacer nada más que dejarme ver allí. Lo de fingir no se me da muy bien –le confesó incómoda–. Eran eventos a los que no le apetecía ir; otras veces quería despistar a los paparazzi para poder ir a algún sitio sin que la siguieran. Me prestaba ropa y joyas para que resultara más convincente.
Las facciones de Lorenzo no podían estar más tensas.
–¿Me estás diciendo que te compinchaste con Brooke para engañar a otras personas? ¿También a mí?
Milly frunció el ceño, ofendida.
–Bueno, yo no lo veía así, y nunca fue para engañarte a ti. Yo lo hacía porque pensaba que estaba ayudándola, haciéndole la vida un poco más fácil, porque siempre parecía muy ocupada y estresada –protestó.
–Engañabais a la gente –la contradijo Lorenzo con una mirada gélida de desaprobación–. Si esta historia tan surrealista es verdad, dime a dónde ibais el día del accidente.
Milly contrajo el rostro.
–Yo tenía que ir a un hotel, donde me alojaría varios días fingiendo ser Brooke, mientras ella estaba fuera, de viaje, con mi pasaporte. Claro que ni yo llegué al hotel, ni ella al aeropuerto…
–¿Ella iba a usar tu pasaporte? –exclamó Lorenzo sin dar crédito a lo que estaba oyendo–. ¡Pero eso es ilegal? ¿Y dónde pensaba ir?
–No lo sé; no me lo dijo –murmuró Milly–. A veces me contaba cosas, y otras no me decía nada. Dependía de su estado de humor.
La descripción que había hecho del carácter impredecible y temperamental de Brooke no podía ser más exacta, admitió Lorenzo de mala gana para sus adentros. En contra de toda lógica, estaba empezando a escucharla, a atar cabos y estaba empezando a ver que aquella historia tan rocambolesca podía tener algún sentido.
Podría intentar averiguar si una pasajera con el nombre de «Milly Taylor» no había llegado a embarcar ese día en su vuelo e indagar un poco más sobre ella para contrastar la veracidad de su historia.
A Milly la actitud de Lorenzo le parecía extrañamente distante. Sospechaba que estaba sopesando los hechos, pero ignorando la dura realidad de su situación.
–El caso es que por eso iba en el coche con Brooke el día del accidente. Nos habíamos cambiado la ropa, y me imagino que por eso se equivocaron al identificarnos.
–Las dos habíais quedado desfiguradas –reconoció Lorenzo apartando la vista, muy tenso, como si no pudiera soportar mirarla ni un segundo más. Se quedó callado un momento antes de añadir–: No puedo creer que me estás diciendo que mi esposa está muerta, que murió hace dieciocho meses en el accidente.
–Lo siento muchísimo. Siento todo lo que ha ocurrido –murmuró Milly acongojada–. Si no hubiera sufrido amnesia habría podido decir que yo no era Brooke y habrías sabido la verdad hace meses…
Lorenzo dejó escapar el aliento y se pasó una mano por el corto cabello. Su agitación era palpable.
–Brooke está muerta… –murmuró.
–Sí –susurró Milly, con lágrimas en los ojos–. ¿Me crees ahora?
–Solo podré creerte cuando haya tenido tiempo de confirmar las cosas tan sorprendentes que me has dicho –le respondió Lorenzo.
Milly se estremeció por dentro. Se sentía como si Lorenzo la estuviera despachando con esa respuesta, distanciándose de ella hasta que hubiera averiguado si era demasiado fantasiosa o si estaba sufriendo una crisis nerviosa. De pronto todo había cambiado entre ellos.
No significaba nada para él; nunca había significado nada para él. Todo lo que había hecho por ella lo había hecho porque creía que era Brooke. Para él ni siquiera había existido, y ahora que sabía quién era en realidad jamás volvería a tocarla o a mirarla como lo había hecho antes de ese día.
Y a ella no le quedaba otra que afrontar esa realidad y volver a poner los pies en la tierra, aunque no sería nada fácil. Se sentía como si se le estuviera partiendo en dos. Apretó los labios e irguió los hombros, decidida a no hacer o decir nada que pudiera delatar su abatimiento. En ese momento lo último que necesitaba Lorenzo era más estrés, y probablemente ni siquiera querría recordar que había hecho el amor con ella creyendo que era su esposa. No, cuanto antes volviera a su vida anterior, mejor sería para él.
Echando la vista atrás a los últimos meses, Lorenzo no podía dejar de maravillarse de cómo había permitido que los médicos acallasen sus inquietudes con respecto a lo distinta que parecía Brooke desde que había salido del coma. Desde ese momento había tenido la sensación de que su personalidad había cambiado por completo. Pero naturalmente había hecho caso a los médicos cuando le habían restado importancia al asunto porque jamás se le habría ocurrido que aquella mujer pudiera ser otra que su esposa.
¡Dio mio, pero si hasta la policía la había identificado como su esposa! En ese momento a nadie se le había pasado por la cabeza que podrían haber cometido un espantoso error. ¿Quién podría haberlo imaginado, cuando nadie había sabido del parecido físico entre ambas mujeres? Y por supuesto entonces él tampoco sabía qué relación había habido entre ellas.
Probablemente Brooke solo había mantenido el trato con su media hermana por interés, al ver que podía sacar provecho del parecido entre las dos. Le repugnaba pensar que Milly se había hecho pasar por ella varias veces, que se hubiera prestado a engañar a otras personas de ese modo.
–Me buscaré otro sitio donde vivir tan pronto como pueda –murmuró Milly de carrerilla.
–¿Y a dónde piensas ir? –inquirió Lorenzo, mirándola con frialdad–. ¿Derecha a la prensa para vender la historia del siglo por un montón de dinero?
A Milly la horrorizó que pudiera siquiera creerla capaz de algo así. Al oírle sugerir eso se puso lívida y lo miró con los ojos muy abiertos.
–¡Por supuesto que no! Jamás te haría algo así, ni me lo haría a mí misma.
–¿Ni siquiera por dinero? –apuntó él.
Lorenzo se sentía tremendamente confundido. No terminaba de digerir todo lo que había oído. Se le hacía muy cuesta arriba pensar en los últimos meses, en todo lo que había vivido con aquella mujer que había creído que era su esposa, y aceptar que era otra persona. Y una extraña, además, añadió para sus adentros, a la que no había visto en su vida y de la que nunca había oído hablar. Necesitaba tiempo para aceptar todo aquello.
Milly no podía estar más tensa. No podía creer que la noche anterior Lorenzo le hubiese hecho apasionadamente el amor y la hubiese rodeado después amorosamente con sus brazos, como si significase algo para él.
–No, ni siquiera por dinero –le respondió con el corazón en un puño.
Lorenzo se apartó de ella, incapaz de seguir mirándola.
–Recoge tus cosas –le ordenó. Tenía que sacarla de allí de inmediato si quería evitar el escándalo que se desataría si los medios se enteraran–. Tengo un apartamento donde podrás vivir mientras compruebo la información que me has dado y consulto todo esto con mis abogados.
¿Que recogiera sus cosas? Milly se quedó paralizada. La cabeza le daba vueltas. Estaba claro que Lorenzo estaba impaciente por deshacerse de ella, y aunque lo comprendía, no había esperado que fuera a ser así, tan pronto, pensó parpadeando y mirándolo aturdida.
–No tengo nada que llevarme; nada de lo que hay aquí me pertenece –murmuró. Incluso la ropa que había comprado por Internet la había pagado con una tarjeta que le había dado él.
–¡No seas ridícula! –gruñó Lorenzo–. Lo que te hayas estado poniendo, lo que hayas estado usando, te lo puedes llevar. Brooke ya no está, y no va a volver.
Milly asintió nerviosa. Tenía las manos frías y sudosas y el estómago revuelto, pero no iba a dejarle entrever su debilidad a Lorenzo. Aunque estuviese echándola, no iba a comportarse como la pobrecita víctima que no podía valerse sola. Bastante mal lo había pasado ya sintiéndose débil y vulnerable durante el tiempo que había estado ingresada en la clínica.
Cuando abrió la puerta para salir, apareció Topsy, que corrió hacia ella y apoyó las patas delanteras en sus rodillas para saludarla.
–También puedes llevarte al perro contigo –murmuró Lorenzo–. Se ha acostumbrado a ti y sería cruel separaros.
Sin embargo, no le parecía cruel echarla a ella con cajas destempladas de golpe y porrazo, pensó Milly mientras subía las escaleras, esforzándose por contener las náuseas que estaban asaltándola de nuevo. Seguro que no era más que un estúpido virus que debía haber pillado y no la dejaba en paz, pensó de nuevo, cansada, restándole importancia. Tan pronto como se hubiera instalado pediría cita con un médico.
La ropa que había usado en Italia estaba aún en las maletas, pues todavía no habían deshecho el equipaje, pero cuando estaba empezando a reunir las pocas prendas que no se había llevado al viaje, apareció una criada que le traía unas maletas vacías. Parecía que Lorenzo ya había informado al servicio de que se marchaba, se dijo con pesar, y el estómago se le revolvió de tal modo que tuvo que salir corriendo al cuarto de baño para vomitar.
Luego se cepilló los dientes y, como si fuera un robot, continuó preparando lo que iba a llevarse. Se quitó los anillos, el reloj con incrustaciones de diamantes y el colgante de zafiro y los dejó sobre la cómoda. No eran suyos. O, al menos, cuando Lorenzo se los había regalado, lo había hecho pensando que era Brooke.
Intentó convencerse de que, aunque tuviera la sensación que su vida había acabado, solo estaba empezando una nueva fase. Era absurdo que se sintiera dolida por que Lorenzo quisiera que se marchara. Tenía que llorar la muerte de Brooke y aceptar que la mujer por la que había estado velando durante meses mientras estaba en coma era otra persona. Tenía que trazar una línea divisoria entre el presente y los últimos meses, y era lógico que necesitase que se alejase de él para poder hacerlo.
Las maletas estaban ya en el maletero del coche y Milly estaba sentada en el asiento de atrás, abrazando a Topsy contra sí a modo de consuelo. Lorenzo salió por fin de la casa. Su atractivo rostro estaba desprovisto de emoción, de calidez, y apenas cruzó palabra con ella durante el trayecto a Londres.
El apartamento al que la llevó era fabuloso. Tenía incluso su propio ascensor privado. Sin embargo, cuando entraron, Milly se quedó parada, mirando con aprensión los prístinos muebles blancos a su alrededor.
–Hice que lo decoraran así para Brooke –murmuró Lorenzo en un tono tenso–. Le encantó.
–Es espectacular –respondió ella de mala gana.
Quería que se fuera ya para no seguir teniendo que poner cara de póquer, pero al mismo tiempo la aterraba que llegara el momento en que se marchase y se encontrara preguntándose cuándo lo volvería a ver.
–Ahora es tuyo. Puedes hacer los cambios que quieras –le dijo Lorenzo–. Yo lo pagaré –añadió con impaciencia cuando ella lo miró sorprendida–. Además, legalmente este apartamento iba a ser tuyo de todos modos.
Milly frunció el ceño.
–¿Mío? ¿Cómo?
–Lo puse a nombre de Brooke antes del accidente, y según mis abogados lo más probable es que todo su patrimonio acabe pasando a ti cuando yo lo rechace. No quiero nada de lo que pertenecía a Brooke –le confesó Lorenzo en un tono quedo–. Naturalmente llevará semanas, si no meses, solucionar todo el embrollo legal por el error en la identificación del cadáver y liberar su fondo fiduciario, pero entretanto me aseguraré de que no tengas que preocuparte por nada. Tengo contratado un servicio de limpieza con una agencia, y también se encargan de hacer la compra; deberías encontrar llena la nevera.
–No quiero tu dinero –susurró ella.
Sin embargo, nada más pronunciar esas palabras se sintió ridícula porque estaba en un apartamento que él había comprado y la ropa que llevaba la había pagado con una tarjeta que él le había dado. Y el saber que había consultado a sus abogados acerca de su situación antes incluso de que se hubiera ido de su casa le había helado el corazón.
–Aun así, no voy a dejarte en la indigencia. Sería imperdonable –masculló Lorenzo con fiereza–. No has hecho nada malo; todo esto ha sido fruto de una equivocación cuando os identificaron, una equivocación que ha alterado tu vida tanto como la mía. Es responsabilidad mía asegurarme de que no sufras por ello.
El problema era que ya estaba sufriendo por ello y no quería oírle decir que seguía considerándola como una responsabilidad, no cuando estaba rechazándola como quien se desprende de unos zapatos viejos.
Cuando Lorenzo se hubo marchado, se quedó un buen rato sentada en el sofá del salón con Topsy en su regazo. Ahora tenía una nueva vida que planificar, se dijo. No quería volver a trabajar de camarera. Vivir la vida de Brooke durante ese tiempo la había hecho más ambiciosa, igual que el largo periodo de rehabilitación después del accidente la había hecho más fuerte. Buscaría otros empleos y averiguaría si podría empezar, aunque fuera, en periodo de formación.
El haber perdido a su hermana para siempre, y ahora también –en otro sentido– a Lorenzo, hacía que se sintiera como si se hubiese abierto un inmenso agujero negro en su pecho, pero no podía dejarse arrastrar por ese pesar o acabaría hundiéndose.