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Capítulo 16

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El portazo con el que Tara cerró la puerta del dormitorio resonó en toda la cabaña. Axel se hundió en el sofá, se mesó los cabellos y miró después sus manos. Estaba temblando.

Se levantó del sofá y comenzó a caminar nervioso por la habitación.

¿Cómo podía haberle ocultado Tara aquella información? ¡El hijo que llevaba en el vientre era suyo!

Se detuvo delante de las fotografías que habían colgado juntos en la pared. Ryan le sonreía desde una de ellas. Axel apretó con fuerza la mandíbula y, sin ser consciente de lo que hacía, rompió el cristal de un puñetazo. Las fotografías cercanas se movieron. Una cayó al suelo y el cristal se hizo añicos.

—¿Qué haces? —preguntó Tara con voz asustada desde la puerta del salón.

Como Axel no respondió, Tara cruzó la habitación hacia él.

Al verla acercarse a él descalza, Axel reaccionó por fin.

—¡No! Te puedes cortar —pero Tara continuó avanzando.

—Tú ya te has cortado —respondió, pero se detuvo antes de llegar al círculo de cristales.

—Vuelve a la cama, Tara —dijo Axel con cansancio.

—¿Tienes una escoba?

—Sí, en la cocina. Yo iré…

Pero Tara ya se dirigía hacia allí. Axel comenzó entonces a enderezar las fotografías.

Tara regresó, barrió ella misma los cristales a pesar de las protestas de Axel y los llevó a la cocina.

Axel continuó en la misma posición, con la mirada fija en la fotografía de sus padres. Durante toda su vida había intentado estar a la altura de su apellido. Había intentado hacer las cosas bien. Sin embargo, estaba obligando a una mujer a casarse con él y estaba manteniendo la peor de las mentiras ante toda su familia.

No apartó la mirada de la fotografía de sus padres hasta que Tara regresó con una toalla en la mano. Cuando se acercó a él, evitó mirarle.

—Toma —le dijo, tendiéndole la toalla—. Estás sangrando.

Quizá fue por su sorpresa. O a lo mejor por la fragancia de Tara. O quizá sólo fue el peso de un secreto que ya no podía seguir soportando, pero confesó de pronto:

—Ryan está vivo.

Tara se quedó completamente helada. Alzó lentamente la mirada hacia él.

—¿Tu primo?

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque pasé todo el año pasado buscándole. Y eso fue también lo que estuve haciendo cuando te dejé en Braden. Tenía una pista que podía conducirme hasta él.

Tara parecía cada vez más confundida.

—Siéntate —le pidió a Axel. Él se sentó en el sofá y ella se sentó a su lado—. Ahora, empieza desde el principio.

No había condena en su mirada, ni enfado. Ni tampoco dolor. Nada, salvo esos enormes ojos castaños en los que Axel se había perdido el día de su cumpleaños. Así que comenzó por el principio.

Le habló de aquella misión en la que Ryan se había perdido, de los meses y los años que habían pasado hasta que todo el mundo había aceptado que jamás le volverían a ver.

—Utilizamos todos los contactos que teníamos para localizarle. Para traer su cuerpo a casa. Sawyer, mi padre, Tristan… removieron hasta la última piedra.

—¿Y tú cómo conseguiste encontrarle?

—Desde luego, no porque sea mejor agente que ellos. Pero Ryan y yo éramos íntimos amigos. Tenía alguna idea de la misión que estaba cumpliendo y nunca me había tragado la versión oficial, que decía que había muerto en cumplimiento del deber. Hace cuatro meses, recibí un mensaje en mi teléfono móvil.

—Y por eso te fuiste de forma tan repentina.

—Seguí a Ryan hasta Bangkok. Está viviendo allí, bajo un nombre falso. Me he pasado cuatro meses intentando convencerle de que volviera a casa. Me juró que si le decía algo a la familia, se ocultaría todavía más. Sólo Dios sabe lo que le ha hecho enloquecer, pero tiene que ser algo terrible. No quiso decírmelo —todavía recordaba la frialdad de su mirada—. No quise correr riesgos, así que le prometí dejar las cosas como estaban y él se comprometió a ponerse en contacto periódicamente conmigo.

—¿Ésa era la misión en la que creías haber fallado?

—¿Creer? Sé que fallé. Debería haber sido capaz de hacerle volver.

—Oh, Axel. Te conozco. Sé que continuarás intentándolo, pero no puedes forzar a tu primo a sentir lo que tú sientes por tu familia, de la misma forma que yo no puedo obligar a Sloan a querer estar conmigo.

—Ryan nos quiere. De hecho, tiene una capacidad infinita para querer. Eso es lo único que puede hacer que un hombre se aleje de lo que más le importa. Y lo mismo puedo decir de Sloan.

—Si Sloan de verdad me quisiera, habría estado en Braden aquella noche. Queríamos celebrar juntos nuestro cumpleaños.

—Claro que te quiere. Lo que ocurrió fue que apareció un contacto con el que tuvo que reunirse y Tristan me envió a mí en su lugar.

Tara abrió los ojos como platos.

—¡Pero tú me dijiste que te habían dado un plantón!

—Sí, tu hermano. Se suponía que yo tenía que hacer de correo entre Tristan y Sloan. Pero ya le advertí a Tristan que tu hermano se daría media vuelta en cuanto me viera. Y eso fue exactamente lo que hizo.

Tara lo miró sin comprender.

—No estoy segura de que quiera oír la respuesta, pero… ¿por qué?

—Hace dos años, cuando Sloan estaba infiltrado en la banda, conoció a una mujer, María Delgado. Era camarera en uno de los lugares que frecuentaba Deuce. Tu hermano y ella comenzaron a salir juntos y Sloan no quería arriesgarse a que los hombres de Deuce le hicieran nada a ella por su culpa.

—¿Y qué ocurrió?

—Sloan le pidió a Tristan que garantizara su protección y me encargó a mí que la vigilara. Y no sé si ella estaba loca por tu hermano al principio, pero le olvidó muy rápidamente mientras estaba bajo mi protección. Pude controlarla durante algunos meses, pero al final, consiguió despistarme. Desgraciadamente, fue directamente al bar en el que la había conocido tu hermano para intentar recuperar ese maldito trabajo. Cuando llegué yo, ya era demasiado tarde.

Tara se llevó una mano a la boca.

—Encontraron su cadáver varios días después. Tu hermano me hizo responsable de su muerte y Tristan me suspendió de empleo y sueldo durante una temporada. La verdad es que no me importó. La noche que nos encontramos en Braden, yo ya estaba dispuesto a renunciar. No lo hice porque…

—Porque recibiste el mensaje sobre Ryan —terminó Tara por él—. No sabes cuánto me gustaría que Sloan no hubiera oído hablar nunca de la Deuce —miró de nuevo hacia Axel. Estaba muy pálido—. Todavía te sangra la mano —se puso de rodillas y volvió a presionar la toalla contra su mano.

—Por lo menos salió algo bueno de todo aquello: pude pasar un fin de semana contigo.

—Pero mira lo que ha terminado pasando. Al final has tenido que mentirle a tu familia.

—No, no he dicho ninguna mentira. Vas a tener un hijo mío.

Tara alzó la mirada. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Estabas muy enfadado.

—Asustado —la contradijo—. No sólo tenía que mantenerte a ti a salvo, sino también a nuestro hijo. ¡Y ya has visto lo bien que se me da!

Tara inclinó la mejilla contra su mano.

—Axel, ni siquiera tú eres capaz de proteger a todo el mundo… Pero, ¿qué vamos a hacer ahora?

—Vamos a casarnos y vamos a criar juntos a ese niño.

—¿Y si no funciona?

Axel no pudo evitarlo. Hundió los dedos en su pelo.

—Si los dos queremos, funcionará.

Tara alzó por fin la cabeza para buscar su mirada.

—¿De verdad lo crees?

—Sí, claro que lo creo.

—Ni siquiera sé por dónde empezar.

—Claro que lo sabes —cerró las manos alrededor de sus hombros y la atrajo hacia él—. Empezaremos por aquí, por donde empezamos la vez anterior.

Le rozó los labios y Tara no se apartó. Se limitó a inhalar suavemente y a acariciar su rostro con las yemas de los dedos.

—Un matrimonio no puede basarse solamente en el sexo —susurró contra él.

—Esto no es sólo sexo —la hizo levantarse para sentarla en su regazo y la miró a los ojos—. Te necesito, Tara.

Tara abrió la boca, pero no para protestar, sino para besarle.

—Llévame a la cama, Axel.

Y de pronto, todo dentro de Axel pareció calmarse. Se levantó con Tara en brazos, la llevó al dormitorio y la dejó en la cama. Le desabrochó la blusa y se la quitó. Tara le tendió los brazos y él se deleitó en la plenitud de los senos que se dibujaban bajo la camiseta interior. Después, bajó la mirada hacia su vientre.

—¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta? —acarició su seno.

Tara no apartaba la mirada de sus ojos.

—No lo sabías.

—Pero debería haberlo sabido —de pronto quería, necesitaba verla más, acariciarla más.

Le sacó la camiseta por encima de la cabeza y la vio sonrojarse. Cuando Tara intentó cruzar los brazos para ocultar sus senos, Axel sacudió la cabeza.

—No, no te escondas de mí —le pidió, y posó la mano en su vientre—. ¿Cuándo te enteraste?

—En Navidad.

—Menudo regalo, ¿eh?

—No me arrepiento de lo que pasó, Axel. Ni tampoco lamento lo del bebé. Jamás lo he lamentado.

—¿Estás segura?

—Completamente —posó la mano sobre la de Axel y la presionó contra su vientre—. ¿Lo sientes?

Lo que sentía era una piel tan suave como el terciopelo, y aquello era más de lo que un ser humano podía soportar.

—Se está moviendo.

Axel se quedó muy quieto mientras Tara guiaba su mano, y, de pronto, lo sintió. Eran como las alas de un pájaro rozando la palma de su mano.

—Es increíble —susurró con la mirada fija en el vientre de Tara.

—Sí —susurró Tara.

Era la feminidad encarnada y el deseo de Axel explotó de pronto con todas sus fuerzas. Se inclinó hacia ella, saboreando el pulso que latía en la base de su cuello y fue deslizándose lentamente hasta atrapar uno de los pezones de Tara entre sus labios.

Ella exhaló temblorosa y tensó los dedos que hundía en su pelo.

Entonces, Axel tiró de los vaqueros de Tara con impaciencia. Rompió a sudar en el momento en el que Tara posó la mano en su pecho y la deslizó lentamente hasta el botón de sus vaqueros, y pensó que iba a perder la batalla. Tara comenzó a desabrocharle el primer botón de la bragueta y continuó después con los demás, enloqueciendo a Axel mientras se empleaba en aquella tarea.

—Espera —dijo de pronto Tara, levantándose de la cama—, nos hemos olvidado de las botas —le empujó para que te tumbara en la cama y comenzó a hacerse cargo de las botas.

En cuanto terminó, Axel la agarró por la muñeca, tiró de ella hacia la cama y la tumbó sobre él.

Bajó las manos por la piel cremosa de su espalda y la sintió tensar los muslos contra él. Incapaz de seguir dominándose, Axel se hundió en ella. Y fue tal el placer que lo envolvió que casi pudo ver las estrellas. Tara estaba húmeda, tensa, salvajemente ardiente, y en algún rincón de su mente, Axel comprendió que jamás se saciaría de Tara, jamás.

Temblando de placer, Tara echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre.

Era el espectáculo más hermoso que Axel había visto en su vida.

Se derrumbó después sobre él, posando la cabeza entre su hombro y su cuello.

—Lo siento —susurró—. No podía esperar.

Axel estuvo a punto de echarse a reír, pero era imposible cuando toda su alma estaba deseando fundirse plenamente con ella. La agarró por las caderas para estrecharla contra él y al sentir las últimas palpitaciones de su orgasmo todo comenzó a darle vueltas.

Apretó los dientes, intentando mantener el control.

—No quiero haceros daño ni a ti ni al bebé.

—No vas a hacernos daño —susurró ella en respuesta.

Axel le hizo tumbarse entonces de espaldas para poder hundirse más profundamente en ella. Tara alzó las manos hacia su pecho, se aferró a sus hombros y volvió a gemir, como tantas veces la había visto hacer Axel en sueños.

Él ya no fue capaz de pensar en nada más. Tomó las manos de Tara y entrelazó los dedos con los suyos. Ella se arqueó para encontrarse con él, marcando con sus suaves jadeos el contrapunto de los gemidos que Axel ya era incapaz de contener. Entonces, Tara gritó su nombre otra vez y ambos cayeron precipitadamente en aquel glorioso torbellino de placer.

Al cabo de un rato, cuando Tara se quedó dormida entre sus brazos, Axel se levantó sigilosamente de la cama. El ordenador que Tristan le había llevado para sustituir al que se había quemado en el incendio estaba en el mostrador de la cocina.

Con un débil suspiro, conectó la cuenta de correo a través de la que se comunicaba con Ryan. El mensaje que le envió fue muy breve: Me caso dentro de doce días. Necesito un padrino. Después, cerró el ordenador y volvió a la cama. Con Tara.

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