Читать книгу E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras - Страница 23
Capítulo 17
ОглавлениеTara se miró en el espejo de la pequeña habitación destinada a las novias de la iglesia de la comunidad de Weaver y alisó la falda de su vestido Al final, se había decidido por un vestido de la tienda, un modelo años veinte de color crema con una cintura imperio.
—¿Voy bien?
—Estás preciosa —le aseguró Leandra tras ella.
—Sí, estás perfecta —añadió Sarah, acercándose a su prima.
También estaban allí otras primas de Axel, como Angeline, una morena de curvas voluptuosas, y J.D., una rubia alta que se dedicaba a la doma de caballos y que había llegado aquella mañana desde Georgia, o Lucy, la bailarina de Nueva York.
En cuanto se habían enterado de que Axel estaba a punto de casarse, se habían desplazado hasta allí familiares de todos los rincones del mundo. El único que no había aparecido había sido Ryan. Tara y Axel no habían vuelto a hablar sobre él desde aquella noche en la cabaña, y tampoco habían mencionado a Sloan.
—Está empezando la música —les avisó Lucy—. Creo que deberíamos ir a sentarnos. La iglesia ya está abarrotada.
—Sí.
Leandra urgió a las demás a salir y agarró su ramo de peonías blancas. Era la única dama de honor de Tara y cuando ésta le había pedido que lo fuera, se había mostrado profundamente conmovida.
—Te esperaré fuera.
—Leandra…
—¿Qué te pasa?
—Axel está allí, ¿verdad?
—Cariño, ha sido el primero en llegar. Además, Axel es un buen tipo, jamás dejaría a nadie plantado. Y menos a una persona a la que quiere.
—Sí, lo sé.
Tara bajó la mirada. El problema era, precisamente, que Axel no la quería. Quería a su bebé, la deseaba a ella en su cama y quería hacer las cosas bien. Él pensaba que eso bastaba para consolidar un matrimonio y ella estaba demasiado enamorada de él como para oponerse.
Leandra la miró con evidente preocupación.
—Sé que nada puede sustituir a tu familia, pero espero que seas consciente de que ahora nosotros también somos tu familia.
—No me hagas llorar —le pidió Tara emocionada—, se me va a correr el maquillaje.
—Para eso están los pañuelos de papel —Leandra sacó uno de la caja que había en el alféizar de la ventana y se lo tendió. Sacó un segundo pañuelo y se sonó la nariz—. Veinte minutos más y ya habremos acabado con todo esto —le guiñó el ojo, salió y cerró la puerta tras ella.
Tara sacó otro pañuelo para secarse las mejillas. A través de la ventana, se veía un cielo azul intenso. Vio un hombre moreno corriendo hacia la iglesia y sonrió débilmente. Seguramente un invitado que llegaba en el último momento.
Oyó los acordes del órgano de la iglesia, tomó aire y se dirigió hacia la puerta. Pero no pudo abrirla.
Giró el pomo en dirección contraria, pero la puerta continuaba sin abrirse. Dejó el ramo de flores en el suelo y lo intentó con las dos manos.
—Oh, por el amor de Dios.
Se oyeron los primeros acordes de la Marcha Nupcial. Tara golpeó la puerta, intentando ignorar el nudo que tenía en el estómago. Leandra la oiría y pronto se reirían de aquel pequeño incidente.
Pero un suave silbido le llamó la atención. Se volvió hacia la ventana y el nudo que tenía en el estómago cobró una nueva dimensión.
Las cortinas que cubrían la ventana estaban ardiendo y las llamas subían peligrosamente hacia el techo.
Aterrada, se giró hacia la puerta y comenzó a aporrearla con todas sus fuerzas.
—¡Axel! ¡Leandra! ¡Oh, Dios mío! ¡Axel!
Pero no hubo respuesta.
Recorrió la habitación buscando alguna posible vía de escape, pero la única que se le ocurría era la ventana, y estaba completamente envuelta en llamas. Consideró la posibilidad de arrojar la mesa de mimbre contra ella, pero era demasiado ligera como para romper el cristal. Además, temía que un golpe de aire avivara todavía más las llamas.
Se arrodilló al lado de la puerta y comenzó a golpearla con las dos manos.
—¡Tara!
Tara estuvo a punto de llorar de alivio al oír el grito de Axel.
—¡No puedo abrir la puerta!
—Han colocado una cuña para impedir que se abra. Échate hacia atrás
—Axel, las cortinas están ardiendo.
—Lo sé, cariño. Tú échate hacia atrás para que pueda tirar la puerta. Los bomberos ya vienen hacia aquí.
Tara obedeció y un segundo después, la puerta tembló sobre las bisagras como si estuviera siendo golpeada con algo inmenso.
A esas alturas, las cortinas ya eran columnas de fuego y el humo comenzaba a inundar la habitación. Tara oía los gritos que llegaban hasta ella desde la iglesia, y gritó también cuando saltó un fragmento de madera al interior de la habitación. Y después otro.
Los ojos le ardían, pero reconoció inmediatamente la herramienta que Axel estaba utilizando: era un extintor.
Después, Axel asomó la cabeza:
—¿Puedes salir por aquí?
Tara asintió en silencio y tomó la mano que Axel le ofrecía. Se puso de lado y consiguió cruzar la puerta por el hueco que Axel acababa de hacer, desgarrando el vestido en el proceso.
—Gracias a Dios —Axel la estrechó contra él.
—Ha sido un fuego, Axel. Otra vez…
—Hemos evacuado la iglesia —gritó Evan desde el final del pasillo.
—Vamos —Axel la tomó de la mano, pasó por delante de Evan y corrieron los tres hacia la sacristía—. Dentro de unos minutos el fuego llegará también hasta aquí. Siéntate en ese banco y mantén la cabeza gacha. Tristan está despejando la parte de atrás para que puedas salir. El pirómano puede estar cerca.
—¿Cómo habéis sabido que teníais que evacuar la iglesia? —preguntó Tara mientras obedecía.
—Mason ha sido el primero en ver el fuego. Ha salido detrás de ese tipo que parece haberlo provocado —soltó un juramento—. Sabía que el incendio de tu casa había sido provocado. Tengo que sacarla de aquí —le dijo a Evan.
—De eso puedes estar seguro —se oyó una nueva voz dentro del santuario.
Tara se irguió como impulsada por un resorte y buscó el origen de aquella voz.
—¿Sloan?
Su hermano parecía haber envejecido más de diez años en los cinco que había pasado sin verle.
—¿De verdad eres tú?
—Sí, soy yo —pero no la miraba a ella mientras cruzaba el presbiterio. Tenía su dura mirada fija en Axel—. Ya veo que estás protegiendo a mi hermana con el estilo que acostumbras.
Tara se levantó del banco.
—¡No culpes a Axel de lo que está pasando!
—Quizá no sea éste el mejor momento para un encuentro familiar —sugirió Evan—. Me temo que el fuego se acerca.
Axel agarró a Tara del brazo y la mantuvo tras él mientras se dirigía hacia la salida de la iglesia y le preguntaba a Sloan:
—¿Dónde demonios estabas escondido?
—Estaba intentando seguir el rastro del tipo que incendió la casa de mi hermana —respondió Sloan fríamente—, mientras tú te dedicabas a seguirla a ella.
Tara se detuvo en seco y amenazó a su hermano con un dedo. Axel la soltó y dejó que se acercara a él.
—No te atrevas a juzgar a nadie, Sloan —le advirtió—. Eres tú el que nos has puesto a todos en peligro.
Sloan cambió inmediatamente de expresión. De pronto, parecía asustado.
—Tara, tienes que comprenderlo.
—Tara —la llamó Axel, y ella corrió hacia él—. Tristan está fuera, en el coche, a unos treinta metros de distancia. Tenemos que mantener la cabeza gacha y correr juntos. En cuanto lleguemos, métete directamente en el asiento de atrás.
Tara temblaba mientras se aferraba a su mano, pero confiaba en él. Sabía que Axel no permitiría que les ocurriera nada ni a ella ni a su hijo. Así que intentó dominar el miedo y asintió.
—De acuerdo.
Axel abrió la puerta de la iglesia y salieron corriendo a toda velocidad hacia el coche. A los pocos segundos, Tara estaba en el asiento trasero del coche y la puerta se cerraba tras ella.
—¿Adónde va? —gritó al ver que Axel corría de nuevo hacia el interior de la iglesia.
—Va a atrapar al responsable de esto. ¡Mantén la cabeza baja! —le ordenó Tristan.
Tara inmediatamente se hizo un ovillo en el asiento.
—Max —oyó decir a Tristan, y se dio cuenta de que estaba hablando por radio—. ¿Está despejada la autopista?
—Sí.
—Tara, ¿has visto u oído algo antes de que empezara el fuego?
—No. Sólo a los invitados a la boda —estaba desesperada por poder mirar por la ventana—. ¿Adónde me llevas?
—Al Double-C. Es una gran fortaleza. Allí estarás a salvo.
—¿Por qué Axel no viene conmigo?
—Porque ahora mismo está haciendo lo que tiene que hacer.
Tara presionó la mejilla contra el cuero del asiento. Si le ocurría algo a Axel, no sería capaz de soportarlo.
Volvió a oírse el crepitar de la radio.
—Ha habido disparos —informó una voz masculina—. Ha caído un hombre.
Tara se irguió inmediatamente en el asiento.
—¿Qué hombre?
—¡Baja la cabeza inmediatamente!
Tara volvió a tumbarse con el rostro empapado en lágrimas. ¿Qué hombre? Todavía no habían recibido una respuesta cuando llegaron al rancho. Si el terror no le hubiera impedido pensar, le habría sorprendido la cantidad de gente que los esperaban. En el instante en el que la puerta del coche se abrió, corrieron Gloria y Emily hacia ella.
—Todo va a salir bien —le repetían una y otra vez mientras entraban en la casa.
—Necesito saber a quién han disparado —insistió ella.
Emily palideció.
—¿Han disparado a alguien?
Jefferson entró en aquel momento en la habitación armado con un rifle.
—Tristan está intentando averiguar lo que ha pasado.
Tara fijó la mirada en el arma que el padre de Axel sostenía con tanta naturalidad y se le revolvió el estómago. Miró a Gloria con expresión de desesperación y ésta la condujo inmediatamente al cuarto de baño.
Una vez allí, Tara se lavó la cara y se dejó caer de rodillas en el suelo, pero no sucumbió a las náuseas, sino a las lágrimas. Lloraba por todo lo que no había dicho, por todas las oportunidades que había dejado pasar.
—Eh —al cabo de un rato, Emily entró en el cuarto de baño y la abrazó—, esto no sirve de nada.
—Le quiero. ¿Por qué no he sabido decírselo?
—Ya se lo dirás —la tranquilizó Emily—. Pero si te pones así, terminarás afectándole al bebé.
Tara por fin alzó la cabeza.
—Si me hubiera ido de Weaver cuando vino a verme, nada de esto habría ocurrido.
Emily tomó una toalla para secarle las lágrimas.
—Si te hubieras ido de Weaver, estoy segura de que mi hijo habría salido detrás de ti. Ahora, vamos. Tienes que quitarte ese vestido, que está destrozado, y descansar un rato.
Tara no quería descansar. Quería ver a Axel. Tener la certeza de que se encontraba bien. Pero se levantó y siguió a la madre de Axel escaleras arriba.
Una repentina conmoción en la puerta hizo que el corazón le diera un vuelco. Se detuvo en la escalera y se aferró a la barandilla con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
Y de pronto, allí estaba. Axel.
Fue como si el mundo hubiera dejado de girar. Axel corrió hacia ella y no se detuvo hasta que estuvo a sólo unos centímetros de distancia.
Tara alargó las manos hacia él y palpó su camisa, como si estuviera buscando alguna herida.
—No estoy sangrando —le aseguró Axel suavemente.
Tara le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él. Y jamás en su vida se había sentido tan maravillosamente bien como cuando Axel la envolvió en sus brazos.
—Si te hubiera pasado algo, me habría muerto.
—Estoy bien. Mason y Sloan han atrapado al tipo. Tu hermano ha estado siguiéndole desde que se produjo el incendio en tu casa. Es el hermano de María Delgado —la abrazó con fuerza—. Max le tiene encerrado y el tipo no para de llorar, diciendo que él sólo quería hacerle pagar a Sloan lo que le ocurrió a su hermana. Sabía que cualquier cosa que ocurriera se la atribuirían a los hombres de Deuce… Pero ya ha terminado todo, no tienes nada por lo que preocuparte.
—¿Y Sloan está bien?
—Sí, le han disparado en un brazo, pero está bien —le prometió Axel—. Y la iglesia, dentro de dos semanas, estará lista para otra boda.
Le tomó las manos y la miró a los ojos.
—Pero hoy, cuando estaba esperando a que aparecieras por el pasillo de la iglesia, me he dado cuenta de una cosa —le acarició las muñecas con los pulgares—. Quiero que te cases conmigo por voluntad propia, Tara. No por el bebé, ni por mi familia.
Tara se quedó completamente paralizada. Casi temía moverse, respirar.
—He estado enamorado de ti prácticamente desde la primera vez que te vi. Debería habértelo dicho. Quiero casarme contigo, Tara, y estoy dispuesto a renunciar a mi trabajo si así puedo demostrarte que podemos disfrutar de una vida distinta a aquélla que temes.
—Oh, Axel —susurró—. Yo también te quiero. Te quiero desde que estuvimos juntos durante aquel fin de semana —tomó aire—. Llevo mucho tiempo sola, y creo que también podría haber sacado a nuestro hijo adelante estando sola. Ésa era la ruta más segura, pero ya no estoy buscando mi seguridad. Quiero estar contigo —alzó la mirada hacia él—. Sé que no eres como mi padre. Sé que eres tú, Axel. Y también me he dado cuenta de otra cosa: no sólo quiero raíces, Axel, quiero el árbol entero —sonrió a través de las lágrimas—. Quiero las ramas, los brotes y las hojas.
—En ese caso, te plantaré una orquídea —contestó Axel con la mirada resplandeciente.
Tara se echó a reír y se secó las lágrimas que empapaban sus mejillas.
—Pero no quiero esperar a que la iglesia esté arreglada. Podemos casarnos el lunes en los juzgados.
—¿En los juzgados? —gritó Squire, que estaba a los pies de la escalera—. ¿Qué tontería es esa?
—Squire —intentó tranquilizarle Gloria.
Pero Squire plantó su bastón delante de él y alzó la mirada hacia Axel y Tara.
—Si hay algo que debería estar haciendo en este momento esta familia, es organizar una boda —señaló como si fuera la última persona sensata del planeta—. De hecho, ya lo tenemos todo preparado para la fiesta.
—Eso es verdad —se mostró de acuerdo Emily. Tara se volvió sorprendida hacia ella. Se había olvidado por completo de que estaba cerca de ellos—. Aunque, por supuesto, tendremos que hacer algo con tu vestido.
—Y podemos llamar al reverendo Stone —añadió Jefferson desde el final de la escalera—. Por lo menos él está acostumbrado a que las bodas de esta familia no salgan nunca como están planeadas.
—Y traeremos a tu hermano —añadió Axel con voz queda—. Aunque no sé si le va a hacer mucha gracia que te cases conmigo.
—Él no tiene nada que decir. Ya soy tuya. Lo soy desde que me pediste que pidiera un deseo antes de soplar las velas.
—¿Qué deseaste aquel día? —susurró Axel contra su boca.
—A ti. Simplemente, te deseé a ti.