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Capítulo Cinco

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Paul terminó un poco antes de trabajar y se dirigió a la casa de su abuelo para ver cómo estaba. Antes de que Lia Marsh entrara en sus vidas, su jornada laboral jamás tenía hora de finalización, pero últimamente no se podía concentrar tanto en sus actividades diarias.

Cuando no estaba tratando de investigarla, se sorprendía recordando el momento en su casa en el que se había rendido al deseo de besarla. En varias ocasiones en los últimos días, habría dado cualquier cosa por escapar del recuerdo de cómo la había sentido entre sus brazos, de lo suaves que eran sus labios y del deseo que lo llevaba a imaginar lo sedosa y fragante que sería la piel de Lia bajo sus manos.

Su intención había sido desestabilizarla, pero en realidad no había conseguido averiguar nada sobre sus planes. Además, a lo largo de la última semana ella no había dado ningún paso en falso que confirmara que no era tan buena como parecía. Aún no había averiguado cuál era su motivación para hacerse pasar por la nieta de Grady. No había descartado aún el dinero, pero no había encontrado nada que la delatara.

También se le ocurrió que tal vez se estaba preocupando por algo que no debía. Solo quedaba una semana para que ella se marchara y Grady seguía mejorando. Sin embargo, cuando le dijeran que la prueba genética no era válida y que Lia no era su nieta, ¿volvería a empeorar de nuevo la salud del anciano? Lia seguía insistiendo que, cuando ella se marchara, Grady seguiría mejorando solo, pero, ¿y si ella era el oxígeno que mantenía ardiendo la llama del deseo de vivir de Grady?

Se bajó de su vehículo con la intención de marcharse a los antiguos establos para tomarse una cerveza bien fría. Entonces, escuchó un ligero canturreo por encima del crujido de la grava bajo los pasos y comprendió de quién se trataba. Era Lia.

Después del beso que habían compartido, había evitado quedarse a solas con ella. La mujer que salió de entre las plantas ejerció sobre él un impacto…

¿Qué diablos?

Lia se había transformado en otra princesa. Incluso sus movimientos eran diferentes.

–¿Qué es lo que llevas puesto?

–Es un vestido de baile –respondió ella como si fuera lo más normal del mundo llevar puesto un vestido amarillo de raso y tul con tres voluminosas capas, una peluca pelirroja peinada muy elegantemente y largos guantes amarillos–. Voy al hospital para visitar a los niños. He estado tan ocupada con Grady que falté la semana pasada y no puedo volver a desilusionarles.

–¿Qué princesa eres hoy?

–Bella, de La bella y la bestia. La película de Disney sobre el príncipe que se ve transformado en una bestia y que solo se puede salvar por alguien que le ame tal y como es.

–¿Por qué te vistes como personajes Disney?

–Porque a los niños les encanta. También agradecen cuando aparezco sin disfraz para estar con ellos, pero cuando los visito vestida de Bella, de Elsa, de Cenicienta… se olvidan de lo enfermos que están.

–¿Cómo empezaste a hacer esto?

–Supongo que podríamos decir que crecí queriendo ser una princesa. Me imaginaba que era como Rapunzel o la Bella Durmiente, encerrada en una torre alejada de mis padres. Oculta. Cuando me hice mayor, me obsesioné con conseguir un trabajo en Disney como una de las princesas.

–¿Y qué ocurrió?

–Me convertí en un personaje Disney, sí, pero no fue una de las princesas.

–¿Uno de los malos?

–No. Dale. De Chip’n Dale. Las ardillas. Llevaba puesto una enorme cabeza de ardilla y me daba mucho calor. Era muy incómodo, pero merecía la pena porque a los niños les encantaba.

–¿Cómo pasaste de ser un personaje Disney a masajista?

–Ya te he dicho que ese disfraz me daba mucho calor. Ser un personaje Disney no era tan glamuroso como yo había esperado. Una de mis compañeras estaba dando clases para convertirse en masajista y me pareció buena idea. Era una manera de ayudar a la gente y eso es lo que realmente me gusta hacer.

–Ciertamente has tenido un gran impacto en Grady, así que supongo que tienes habilidad para que la gente se sienta mejor.

–Gracias por decir eso…

–¿Cómo vas a llegar al hospital?

–Andando. Solo está a quince minutos de aquí.

–¿Por qué no te llevo en coche?

–De verdad, no es ningún problema.

–Insisto.

–Me gusta andar.

–A mí también. Podría ir andando contigo.

Lia se colocó las manos en las caderas y arqueó las cejas.

–¿No tienes ningún malo al que perseguir?

–No. Acabo de cerrar una investigación muy importante, así que me he tomado la tarde libre –le dijo Paul. Entonces, le ofreció el brazo a Lia con gesto galante, algo que la sorprendió profundamente–. No puedo pensar en nada que yo pueda disfrutar más que ver cómo haces de Bella.

–Normalmente estoy allí durante un par de horas. Estoy segura de que tienes cosas mejores que hacer.

–Deja de intentar librarte de mí –protestó Paul–. No hay ninguna otra cosa que prefiera hacer en este momento –añadió. Y, a su pesar, era cierto.

Lia parecía querer seguir oponiéndose, pero se encogió de hombros y se agarró al brazo de Paul. El delicado contacto produjo en él tanta impresión que le costó concentrarse mientras ella le contaba cómo Bella y Bestia se enamoraron.

A Paul nunca le pareció que quince minutos pasaran tan rápidamente y enseguida se encontraron en el hospital. Lia parecía ajena al revuelto que causaba su presencia. Todos los trabajadores del hospital la saludaban afectuosamente. Paul se fijó que algunas de las visitas la miraban atónitos o incluso se reían del elaborado disfraz. Se sorprendió mirando con desaprobación a algunos, que en realidad reaccionaban de la misma manera que él cuando la vio por primera vez.

–¿Qué? –preguntó él al ver la expresión divertida con la que ella lo miraba mientras esperaban el ascensor.

–Estaba pensando que, por el modo en el que has mirado a esas personas, harías de Bestia estupendamente.

–Supongo que no estoy hecho de la pasta del Príncipe Azul.

–Pues podrías…

–No. Ethan es el Príncipe Azul.

–¿Ethan? ¿De verdad te lo imaginas disfrazado con casaca y pantalones de montar a caballo?

–Tal vez para la mujer adecuada…

–No creo que le gustara actuar…

–A mí tampoco.

–Creo que te sorprenderías… –murmuró ella mientras lo miraba muy fijamente.

La sonrisa que Lia le dedicó le provocó una oleada de calor por todo el cuerpo. Entraron en el ascensor, pero, antes de que él pudiera encontrar una respuesta, las puertas volvieron a abrirse y, en menos de un segundo, se encontraron en el pasillo de la planta de pediatría. Ella se detuvo durante un instante, respiró profundamente y cerró los ojos. Un seguro después, los abrió y una maravillosa sonrisa frunció sus labios. Era como si se hubiera convertido en una persona totalmente diferente.

Aquella transformación dejó a Paul sin palabras. La siguió hasta el puesto de las enfermeras y, después de que ella saludara a todo el mundo, lo presentó a él. Varias enfermeras los acompañaron hasta una sala donde los niños se habían reunido para jugar. La aparición de la adorada princesa provocó una increíble alegría en los niños.

Paul observó el espectáculo completamente hipnotizado junto a un grupo de padres. Observó cómo ella iba de niño en niño, esparciendo alegría a su paso. Llamaba a algunos de los niños por su nombre. El efecto no solo se producía en los niños. Paul vio cómo algunas madres echaban a llorar al ver los rostros felices de sus hijos. Una vez más, Lia estaba sacando la magia que había utilizado para alejar a Grady del borde de la muerte.

Sintió que se le hacía un nudo en el pecho y lo frotó suavemente para aliviarlo. Lia era demasiado. Recordó las palabras de Ethan el primer día, afirmando que era completamente auténtica mientras Paul solo pensaba en desenmascararla. Sin embargo, en ese momento, estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda.

Y aquello empeoraba todo aún más.

Controlar la atracción había sido más fácil cuando tenía motivos para sospechar de ella. Sin embargo, en cuanto empezó a cantar, todo cambió. Paul jamás habría imaginado que se sentiría atraído por un espíritu libre como Lia. Sus ideas sobre el poder curativo de la música y de la aromaterapia parecía más una utopía que un hecho real. Sin embargo, no podía negar la increíble mejora de Grady.

Ni cómo estaba cambiando su propia opinión.

Durante la siguiente hora, Lia mostró un extenso repertorio de canciones infantiles. Cuando por fin terminó la actuación con una reverencia digna de una princesa real y se despidió, a Paul no le sorprendió el nudo que se le hizo en el corazón cuando por fin le dedicó toda su atención a él.

Cuando salieron a la calle, comenzaron a andar en dirección a la casa de Grady.

––¿Y haces esto todas las semanas? ¿Por qué?

–Tú mejor que nadie deberías comprenderlo –comentó ella mientras se quitaba uno de los guantes amarillos. No fue un gesto ni provocativo ni sexy, pero a Paul le aceleró los latidos del corazón.

–¿Por qué crees que debería comprenderlo?

–Por todas las obras benéficas que hace tu familia.

–La filantropía y la riqueza suelen ir de la mano.

–Hay una diferencia entre firmar un jugoso cheque y darle tiempo y energía a una causa. Tu familia participa activamente porque es lo que le dictan sus valores.

Sin embargo, parte de esos valores estaban definidos por el hecho de que, por su buena fortuna, los Watts sentían que debían algo a los menos afortunados. Lia no tenía mucho dinero, entonces, ¿a qué se debía su deseo de ayudar a los demás? A pesar de los hechos que conocía sobre ella, la visita al hospital de aquel día le había demostrado lo poco que en realidad sabía de ella.

–Gracias por acompañarme –dijo ella sacando a Paul de sus pensamientos.

Ya estaban llegando a la casa y Paul no tenía ganas de separarse de ella.

–¿Quieres venir a tomar una copa?

Lia lo miró fijamente, como si se estuviera pensando qué responder. Entonces, sacudió la cabeza.

–No te entiendo.

–El sentimiento es mutuo.

–Llevas toda la semana evitándome y hoy, de repente, decides venir conmigo al hospital y me invitas a tomar una copa. ¿Qué ha cambiado? Ah. Me apuesto algo a que estás planeando emborracharme con la esperanza de que se me escape algo y te diga algo que condene.

–Ahora eres tú la suspicaz –replicó él. No quería poner sus cartas sobre la mesa, pero comprendía que, al menos, tenía que dejarle echar un vistazo con la esperanza de que ambos pudieran extender su tiempo juntos–. Tal vez me ha gustado tu compañía esta tarde y no quiero que acabe.

–¿Cómo? –repuso ella, parpadeando con incredulidad–. ¿Te he escuchado bien? ¿Has dicho que has disfrutado de mi compañía?

–¿Quieres venir a tomar una copa conmigo o no?

Lia comenzó a golpearse suavemente los labios con un dedo, como si estuviera considerando la invitación.

–Bueno, dado que me lo has pedido tan cortésmente, claro que sí. Deja que me cambie y vaya ver a Grady. No tardaré más de diez minutos.

–¿Necesitas ayuda? –le preguntó al ver los complicados lazos con los que se sujetaba el vestido–. Nunca antes he desvestido a una princesa.

–Si pensara que has dicho eso en serio –comentó ella–, aceptaría tu oferta.

Paul abrió la boca para hablar, pero Lia se lo impidió.

–No, no digas nada más –añadió antes de dirigirse hacia la casa–. Volveré dentro de diez minutos. Eso debería ser tiempo suficiente para que averigües cómo salir de esta.

El buen ánimo de Lia la acompañó mientras atravesaba los jardines en dirección a la casa. Cuando se puso el disfraz aquella tarde, nunca se habría imaginado que le esperaban unas horas tan mágicas. Se había pasado una semana ansiosa y triste sobre la exagerada desaprobación de Paul y sin saber cómo enfrentarse a la irresistible respuesta de su cuerpo al atractivo físico de él o cómo mantener bajo control su propio deseo.

Si le hubieran dicho que describiera a Paul, Lia habría dicho antes de aquella tarde que era seguro de sí mismo y autoritario. Sin embargo, en el hospital, había visto un lado muy diferente de Paul, demostrando que podía ser más abierto de lo que había imaginado. Aquel breve respiro en la desconfianza que había mostrado hacia ella era un cambio muy agradable.

Afortunadamente, no se encontró con nadie en el camino a su dormitorio. La puerta de Grady estaba cerrada, lo que indicaba que estaba descansando. No le molestó.

Aunque se dio prisa, tardó más de diez minutos en cambiarse. Tras quitarse el elaborado disfraz, se dio una ducha y se aplicó un poco de rímel y de lápiz de labios. Quería que Paul pensara que era una mujer atractiva. Se recogió el cabello en lo alto de la cabeza para no tener que secárselo y se aplicó unos polvos sueltos sobre la nariz, borrándose las pecas. Notó cómo Paul a menudo se fijaba en aquella imperfección.

Cuando llegó a los antiguos establos, estaba temblando de anticipación. Muchas noches le había costado conciliar el sueño y se había dicho una y otra vez que era una necia por permitir que Paul la afectara de aquella manera. Mientras él la trataba como una ladrona, ella se veía atormentada por fantasías sexuales en las que él le hacía el amor con toda pasión e intensidad. De repente, aquel día, él le mostraba un poco de amabilidad y ella se dejaba llevar.

–Siento haber tardado tanto tiempo. El vestido y la peluca que habían hecho sudar mucho, por lo que me di una ducha –dijo mientras observaba su rostro para ver si él la encontraba atractiva o no.

Paul se acercó a ella y aspiró.

–Maldita sea, qué bien hueles…

Una sensación parecida al rayo de una tormenta recorrió el cuerpo de Lia. Entonces, envalentonada, levantó la mano y le cubrió la mejilla.

–Estás atraído por mí… lo que ocurrió la última vez fue real –susurró.

–Muy real –dijo él mientras le rodeaba la cintura con un brazo y la estrechaba contra su cuerpo–. Y me prometí que no volvería a ocurrir.

–¿Por qué no? –preguntó ella. Ansiaba deslizar las manos por debajo de la ropa y acariciarle la piel.

–Estás haciéndote pasar por mi prima.

–Bueno, mientras tengamos cuidado y no nos sorprendan…

–¿De verdad crees que es eso lo que me preocupa? –replicó él mientras le apartaba las manos con un gesto de frustración–. ¿Que nos sorprendan?

–¿No? –preguntó ella muy confusa.

La expresión del rostro de Paul podría haberla empujado a hacer más preguntas si su cuerpo no estuviera preso de un potente anhelo. Día y noche, se había atormentado recordando aquel beso, yendo más allá de aquel momento cuando él se detuvo. Se había imaginado cien variaciones. Los dos entrando y haciendo el amor en su cama. Que Paul la llevaba al jacuzzi y le hacía correrse mientras ella flotaba rodeada de burbujas. O ella arrodillándose ante él para darle placer mientras él se agarraba a la balaustrada y mostraba a gritos su placer.

–Mira, si lo que te preocupa es que me pueda enamorar de ti… no tienes por qué. Te encuentro atractivo. Es solo sexo.

Desde que empezó a sentir la atracción física, había aceptado que no tenían futuro. Paul la miraba con sospecha y desconfianza. En muchos sentidos, sus caracteres y su pasado eran tan diferentes que resultaban totalmente incompatibles. Nunca hubiera podido ella imaginar que Paul podría declarar públicamente que ella era su acompañante, y mucho menos su novia.

Sin embargo, la química que había entre ellos era innegable. Por ello, lo único que les quedaba era el sexo. Sexo espectacular. Tal y como Paul la había besado, Lia sabía que él sería maravilloso en la cama. Tembló de anticipación al imaginarse sus fuertes manos recorriéndole el cuerpo desnudo. Solo imaginarse cómo él le deslizaría el dedo entre los húmedos pliegues de la entrepierna bastaba para que su cuerpo se tensara de placer.

–Solo sexo… Y dentro de una semana te habrás marchado.

–Ese es el plan.

–Nadie podría enamorarse de otra persona tan rápido… Es solo una semana…

–Eso es. Solo una semana. No hay tiempo para enamorarse.

Lia no estaba segura de cuál de los dos se movió primero, pero, de repente, sintió que él le colocaba la mano en el cuello y le hundía los dedos en el cabello desde la nuca. Entonces, los dos comenzaron a besarse y a gemir de placer, presas del deseo y la necesidad…

–Eso está mejor –murmuró Lia cuando rompieron el beso y Paul comenzó a deslizar sus labios por la garganta de ella–. Eso se te da muy bien, maldita sea.

–¿El qué?

Paul apretó los dientes en el lugar en el que se unían el cuello y el hombro. Lia experimentó un potente placer por el embriagador dolor del mordisco. Gimió luego cuando él le deslizó la lengua por el mismo sitio. No recordaba haberse sentido tan viva y llena de energía en toda su vida.

–Besar. Pensaba que estabas tan centrado en perseguir a los malos que no tenías tiempo para la vida amorosa.

–¿Pensabas entonces que no tenía experiencia en lo que se refería a las mujeres?

Paul no esperó a que ella respondiera. La besó de nuevo dura y apasionadamente, de una manera que la dejó débil y sonrojada desde la cabeza a los pies. Le agarró con fuerza las caderas mientras ella se movía contra él. Entonces, Paul le deslizó una mano sobre el trasero y la apretó contra su creciente erección. Lia gimió de frustración por la tensión que se estaba acumulando dentro de ella.

Paul deslizó los labios por el lóbulo de la oreja, despertando en ella un millón de sensaciones. Perdida en el placer que estaba experimentando, Lia no esperaba el mordisco que le dio en el lóbulo ni los fuegos artificiales que le estallaron en todo el cuerpo, haciéndola arder de deseo.

–¿Has pensado en nosotros dos juntos? –le preguntó él, con una voz tan seductora que le provocó una miríada de placenteras sensaciones por todo el cuerpo.

Lia asintió.

–¿Y era así?

–A veces…

–¿Te imaginabas que te hacía inclinarse y te poseía por detrás?

Aquella imagen era tan solo una de los cien escenarios diferentes con los que ella había fantaseado.

–Sí.

–¿Y mi boca entre tus piernas, volviéndote loca?

–Sí.

En aquella ocasión, Lia gimió prácticamente la palabra. Paul le deslizó los dientes por el cuello.

–Yo pienso en tu boca sobre mi cuerpo…

–Sí… Oh, sí…

–Chica mala…

Lia suspiró aliviada cuando él le deslizó una mano entre los muslos, aplicando la presión perfecta con los dedos justo sobre el lugar donde más lo necesitaba. Mientras se movía contra la mano, Paul volvió a besarla, asaltándole la boca con la lengua una y otra vez. Rápidamente, la excitación fue ganando intensidad al sentir cómo él le frotaba el clítoris con la mano. Con la barrera de la ropa entre ambos, experimentaba frustración y deseo, que se reflejaban en los sonidos incoherentes que emergían de su garganta. Llevó un momento que no pudo seguir soportándolo más.

–Maldita sea, Paul –gimió. La desesperación casi le impedía hablar.

Él levantó la cabeza y la miró.

–¿Qué ocurre?

Mientras ella trataba de encontrar las palabras para decirle lo que deseaba, Paul deslizó los dedos y siguió avanzando hasta el lugar donde más ardía la piel de Lia. El placer fue abrumador cuando comenzó a acariciar su cálido y húmedo sexo.

–Eres increíble… –murmuró él mientras le mordía suavemente el labio inferior–. No me puedo creer lo húmeda que estás. Es tan sexy…

Paul deslizó los dedos por los húmedos pliegues, susurrando palabras de admiración para que ella supiera lo mucho que apreciaba su reacción. Lia gemía y movía las caderas, deseando sentir los dedos de Paul dentro de su cuerpo. La presión que se fue formando resultaba casi insoportable.

–Por favor… por favor, haz que me corra…

–Tus deseos son órdenes…

Ella tembló con anticipación al ver que él se arrodillaba y le bajaba los leggins y las braguitas. Un instante más tarde, se inclinó hacia ella y deslizó la lengua sobre la línea que ocultaba su sexo. Lia sintió que los músculos le fallaban. Se habría caído al suelo si él no la hubiera sujetado.

Después, comenzó a deslizar la lengua por el centro de su feminidad. Rápidamente, Paul provocó que su excitación llegara al máximo y llegó al clímax. La rapidez y la intensidad de su orgasmo la dejaron atónita.

–Paul… –susurró echando la cabeza hacia atrás para disfrutar plenamente del intenso placer que la atenazaba.

–Vaya… –murmuró él mientras le besaba el abdomen–. Eres como un cohete…

No era de extrañar, dado que llevaba una semana ya con los preliminares. Entonces, se sintió desolada al ver que él volvía a colocarle las braguitas en su sitio antes de ponerse en pie.

–¿Ya hemos terminado?

Paul la miró con gesto escandalizado.

–Espero que no…

–En ese caso, bésame otra vez y coloquémonos en horizontal…

Paul la rodeó con un brazo y le deslizó la mano por el trasero para que ella pudiera sentir su erección. Lia saboreó la firmeza de la potente columna contra su cuerpo y se movió ligeramente para añadir más fricción. El sabor de su propio sexo en los labios de Paul le hacían sentirse ansiosa por corresponderle. Aunque aún no había dejado escapar lo que había detrás de la cremallera, notaba que estaba bien dotado.

De repente, se escuchó un pitido que indicaba que alguien había cerrado un coche cerca de la casa. Paul se apartó rápidamente de ella. Unas voces femeninas se entrometieron en la niebla sensual que los había atrapado a ambos.

Un segundo más tarde, alguien llamó a la puerta. Lia estuvo a punto de gemir de desilusión al reconocer la voz de Poppy.

–¡Eh, Paul! ¿Estás ahí dentro?

Paul apretó la mandíbula y miró la puerta con desaprobación.

–Tengo que abrir.

–Por supuesto –dijo ella. Se sentía expuesta por las sensaciones que le había producido el orgasmo. Necesitaba algo de intimidad para recuperarse antes de enfrentarse a las gemelas–. ¿Puedo utilizar tu cuarto de baño?

–Está ahí –respondió él. Le indicó el pasillo mientras se dirigía a la puerta principal.

En cuanto se miró en el espejo, Lia se encontró parpadeando para contener unas repentinas lágrimas. Se apoyó sobre el lavabo y se dejó llevar hasta que se fue sintiendo más tranquila.

Lo que acababa de experimentar con Paul valía más que todas sus experiencias sexuales juntas. Eso le hacía preguntarse si se habría quedado en un lugar para siempre si hubiera encontrado algo así antes.

Adoraba su vida errante, pero el tiempo que llevaba en Charleston le había dado la oportunidad de pensar en lo que quería para el futuro. ¿Iba a seguir viajando durante el resto de su vida o terminaría echando raíces en alguna parte? ¿Cuáles serían sus criterios para quedarse en un lugar? Había encontrado en Charleston muchas cosas que le gustaban, pero, ¿le parecía un hogar? ¿Se sentía atraída por el lugar, por la gente o por ambas cosas? La incapacidad de contestar le dijo que sería mejor que siguiera con su camino.

Abrió la puerta y escuchó la conversación lo justo para recordar que se había comprometido a pasar la tarde con las gemelas.

–Nos va a leer el futuro –le decía Poppy a Paul, refiriéndose a la promesa de Lia de sacar sus cartas de tarot y leérselas–. Que te las lea a ti también.

–Todo eso son tonterías –replicó Paul.

–Venga –insistió Dallas–. Voy a probar algunas recetas nuevas para la boda de Zoe y Ryan y habrá cócteles. Será divertido.

–Por favor… –suplicó Poppy–. Ya no te juntas con nosotras…

–Está bien. Ahí estaré.

–Genial –dijo Dallas–. En media hora.

–Y deja tu escepticismo en la puerta –apostilló Poppy–. El universo podría tener un importante mensaje para ti.

Cuando las dos primas se hubieron marchado, Lia regresó al salón con una valiente sonrisa en el rostro para ocultar su desilusión por el cambio de planes.

–Tiene razón –dijo–. Deberías venir con mente abierta. Las cartas tienen su manera de encontrar la verdad. Si uno abre el corazón, las respuestas brillan como el sol de mediodía.

–Pero yo no hago esa clase de preguntas.

Preguntas que podrían animarle a seguir su corazón y no su cabeza. Lia sabía que nada de lo que ella pudiera decirle lo convencería de lo contrario, por lo que ocultó su desilusión y se juró que solo le pediría lo que sabía que Paul podía darle.

Pack Bianca y Deseo marzo 2021

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