Читать книгу Pack Bianca y Deseo marzo 2021 - Varias Autoras - Страница 8
Capítulo Tres
ОглавлениеPaul estaba atravesando el vestíbulo del hotel de camino a la primera ponencia cuando su teléfono móvil empezó a vibrar. Sacó el teléfono y vio que se trataba de su madre. Su primera reacción fue el pánico. ¿Habría empeorado la salud de Grady?
–¿Qué ocurre? –le preguntó al contestar–. ¿Está Grady bien?
–Está bien. De hecho, está mejor que bien –respondió encantada Constance Watts–. Solo quería decirte que Grady va a salir hoy del hospital.
–¡Qué estupenda noticia! –exclamó Paul, asombrado–. Entonces, ¿ha decidido luchar?
–Sí. Gracias a Lia.
–¿Lia? –repitió Paul. Escuchar aquel nombre le hacía sentirse como si hubiera tocado un cable de alta tensión–. No entiendo… ¿Cómo puede ser ella responsable que de la salud de Grady haya mejorado?
–No me puedo creer que me preguntes eso. Ethan me dijo que tú la habías encontrado.
–¿Cómo? ¿Es que esa mujer ha estado visitando a Grady?
Constance se echó a reír.
–Lleva días constantemente a su lado. Tenerla junto a él ha hecho que la recuperación de abuelo sea algo prácticamente milagroso. Todo el hospital no deja de hablar al respecto.
–¿Grady se está poniendo mejor? –insistió. El alivio que sentía era casi capaz de hacerle olvidar el otro detalle: Lia estaba visitando a Grady a pesar de que él le había pedido que se alejara de él.
Evidentemente, Paul había subestimado lo decidida que ella estaba a interferir con su familia. En cuanto regresara a casa, se encargaría de que hiciera las maletas.
–… la hija de Ava esté entre nosotros.
–Lo siento, mamá. Hay mucho ruido aquí. ¿Puedes repetirme lo que acabas de decir?
–Te he dicho que Grady está encantado de que hayas encontrado a la hija de Ava.
–Yo…
–¿Cuándo vas a venir a casa? Grady ha estado preguntado por ti.
Por primera vez en su vida de adulta, Paul Watts se quedó sin palabras. El cerebro de Paul trataba febrilmente de descubrir qué era lo que estaba ocurriendo en Charleston. Había seguido investigando sobre Lia y su vida pasada y lo que había descubierto reforzaba sus sospechas de que era una especie de timadora.
–Mamá, tengo que dejarte –le dijo. No quería ser grosero con ella, pero necesitaba hablar inmediatamente con su hermano–. ¿Te puedo llamar más tarde?
–Por supuesto. ¿Cuándo vas a volver a casa?
Paul tenía pensado regresar al cabo de tres días, pero…
–Voy a acortar mi viaje y voy a tomar un avión hoy mismo.
–¡Eso es maravilloso!
* * *
Las horas que transcurrieron entre el despegue y el aterrizaje le dieron tiempo a Paul para contactar con el resto de su familia y empezar a imaginar lo que estaba pasando. La situación había progresado más de lo que nunca hubiera imaginado. Lo que realmente le escocía era lo contento y despreocupado que se encontraba todo el mundo con la llegada de una desconocida que afirmaba ser la hija de Ava. Lia había engatusado a sus padres, a sus tíos y a sus primas. Nadie le escuchaba cuando les decía que no sabía nada de aquella mujer. Lo único que les importaba era que la hija de Ava había regresado a casa y que Grady, por arte de magia, había mejorado mucho.
En cuanto llegó a Charleston, se dirigió directamente a la casa de Grady. El coche de Ethan no estaba. La conversación que Paul quería tener con él tendría que esperar.
Paul se dirigió al dormitorio de su abuelo y se preparó para encontrar la luz tenue y el ambiente silencioso que había desde que su abuelo sufrió el ictus. Sin embargo, lo que se encontró fue todo lo contrario. Lo que vio lo dejó atónito. ¿Qué demonios estaba pasando allí?
Alguien había abierto las cortinas para permitir que la luz iluminara todo el espacio. La canción de Elvis Presley, All shook up, resonaba con fuerza en un altavoz que el anciano tenía sobre la mesilla de noche. La estancia olía a lavanda y a romero, un aroma que le llenó a él de energía y le hizo sentirse mucho más tranquilo de lo que había estado en mucho tiempo. Frunció el ceño al ver el origen de tanta conmoción.
Se dio cuenta de que había sido Lia la que había transformado por completo la habitación de su abuelo para convertirla en un espacio alegre y festivo. Por primera vez desde el ictus, Grady estaba sentado, totalmente erguido, en la cama, apoyado sobre un buen montón de almohadas. Su mirada estaba prendida de la mujer que estaba a su lado. Lia no paraba de hablar mientras masajeaba suavemente el brazo de Grady.
Una asombrosa colección de sentimientos se apoderó de él al ver a su abuelo tan feliz y tan saludable. Alivio. Alegría. Enojo. Lia era la responsable de todo aquello. Parecía totalmente normal, sin el maquillaje y el disfraz de princesa. Llevaba puesta una camiseta gris y unos leggins negros que hacían destacar sus estrechas caderas y esbeltos muslos. Una sedosa coleta de cabello castaño le caía delicadamente sobre el hombro mientras los mechones sueltos enmarcaban un rostro de afilada barbilla y hermosos labios rojos. Unos pendientes de aro se meneaban contra la fina mandíbula.
El primer impulso de Paul fue sacarla de allí y alejarla de su abuelo. No confiaba en ella a pesar de no haber encontrado nada concreto en su pasado que apoyara sus sospechas. Solo porque no la hubieran atrapado no significaba que ella no estuviera tramando algo malo. Tampoco ayudaba lo rápidamente que ella había encandilado a toda la familia hasta el punto de que todos la consideran una de los suyos.
A pesar de todo, Paul fue consciente de que había algo más, algo caliente y turbador por debajo de su profunda irritación. Era como si su ira hubiera despertado un insistente e instintivo deseo. Maldijo la aparición de tan inoportuna lujuria hacia Lia Marsh. Verse distraído por anhelos físicos era lo último que necesitaba.
Como si por fin algo le alertara de su presencia, Lia miró hacia él. Las miradas de ambos se cruzaron. El placer se apoderó de Paul al ver que ella se mordía el labio y se sonrojaba. Durante un instante, Paul se preguntó qué ocurriría si el deseo que sentían fuera recíproco.
Apartó sin piedad aquel pensamiento. ¿Qué importaba si se sentía atraída por él? Entonces, se le ocurrió que tal podría utilizarlo para su ventaja…
Sus pensamientos debieron reflejársele en el rostro porque Lia frunció el ceño. Irritado por haberse dejado en evidencia, Paul frunció el ceño también. Con un gesto de temor, ella miró de nuevo a Grady y su sonrisa se iluminó con lo que parecía ser un afecto sincero. Paul sintió que se le hacía un nudo en la garganta al ver la imagen.
–Mira quién está aquí –murmuró ella señalando a Paul.
Grady giró la cabeza y sonrió con tanta alegría que a Paul se sintió abrumado por una felicidad incontenible. Era como si los años de distanciamiento entre ellos hubieran desaparecido de repente.
–Paul.
Al oír que su abuelo pronunciaba tan claramente su nombre, Paul se quedó atónito. Evidentemente, todo lo que le habían contado sobre la mejora tan milagrosa de Grady no había sido exagerado. Entonces, escuchó que su abuelo hacía resonar rítmicamente un pequeño tambor que tenía a su lado sobre la cama.
–Eso significa que te acerques –le explicó Lia.
Asombrado totalmente por lo que estaba ocurriendo, Paul se acercó a su abuelo y le apretó suavemente el brazo.
–¿Cómo te encuentras hoy?
En realidad, la pregunta era totalmente innecesaria. La salud de Grady no se parecía en nada al inválido que había sido hacía una semana. Lo que estaba viendo en su abuelo en aquellos momentos era exactamente el cambio que había deseado, pero, ¿a qué coste?
–Feliz.
Un tamborileo de los dedos acompañó el canto de Grady. A pesar de que la voz resonaba cansada y sin tono alguno, pronunció la palabra con sorprendente claridad. Sin embargo, a pesar de su alegría, a Paul le turbaba la mirada de cariño con la que su abuelo observaba a la joven que le masajeaba el brazo.
–Lia casa.
–¿Por qué el tambor? –le preguntó Paul a Lia. Aún no se podía creer lo rápidamente que había mejorado su abuelo.
–Investigué un poco sobre la recuperación de los ictus cerebrales y descubrí que la música y el ritmo pueden ayudar a mejorar el estado de ánimo de un paciente, capacitarles para comunicarse y mejorar su habla –respondió Lia sonriendo cariñosamente a Grady–. Mañana vamos a aprender los ritmos de la respiración y también a practicar la meditación con música.
–¿Y qué se supone que hace todo eso?
–Bueno, en realidad no entendí muy bien la explicación médica –dijo ella–, pero tenía algo que ver con el modo en el que el cerebro procesa la información y en cómo la música puede afectar eso de un modo positivo. Creo que es la razón por la que Grady es capaz de cantar, pero no de hablar.
Paul sintió una extraña sensación en el pecho. Por el modo en el su abuelo sonreía a Lia, resultaba evidente que la mejora de Grady tenía mucho que ver con el regreso de su nieta, aunque, en realidad, Lia no era la hija de Ava y a Paul no le gustaba nada la mentira que Ethan y ella habían urdido.
¿Qué iba a hacer? Grady había recuperado sus deseos de vivir por la llegada de Lia. ¿Podría Paul encontrar el modo de librarse de ella sin causarle daño a su abuelo?
–¿Puedo hablar contigo un momento? –le preguntó a Lia cuando ella terminó de masajear el brazo del anciano.
–Grady tiene una sesión con su fisioterapeuta dentro de diez minutos.
–Entonces, te espero junto a la piscina.
Mientras esperaba a que Lia llegara, Paul comenzó a andar arriba y abajo junto a la piscina. Dada la mejora de Grady, ya no estaba convencido de que deshacerse de Lia fuera la mejor opción. Además, la situación estaría mucho más clara si hubiera aparecido algo en el pasado de Lia que le hubiera hecho sospechar, pero no tenía nada en concreto para demostrar que ella podría no ser tan transparente como parecía.
Cuando Lia llegó, Paul no perdió el tiempo en dejarle muy clara su postura.
–Cuando te dije que te mantuvieras alejada de mi abuelo, no tenía ni idea de que la situación se descontrolaría tanto. No sé en qué estabais pensando mi hermano y tú, pero esto no puede seguir.
–Tienes razón. No debería haber permitido que Ethan me convenciera para mentir a todo el mundo. Lo siento. Es que Ethan estaba tan desesperado por ayudar a tu abuelo… Y, efectivamente, creer que yo soy su nieta ha hecho que mejorara.
Paul la observó atentamente, decidido a ver más la verdad más allá de la inocencia de su rostro.
–Has conseguido asegurarte de que todo el mundo se sienta unido a ti.
Lia parpadeó al escuchar tan deliberada acusación.
–Era de esperar. Todos piensan que soy la niña que perdieron hace mucho tiempo. ¿Has decidido ya cómo vas a dar la noticia a todos de que soy una impostora?
–Desgraciadamente, no estoy seguro de poder hacerlo. La verdad destrozaría a mi abuelo.
–Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer?
–No lo sé… –dijo. Tenía que hablar con Ethan.
Lia entornó los ojos. Parecía confusa.
–Entonces, ¿por qué querías hablar conmigo?
–Yo…
¿Qué podía decir Ethan? ¿Que no había dejado de pensar en ella desde que se marchó? ¿Que, a pesar de no confiar en ella, la encontraba fascinante? Quería saberlo todo sobre ella, y no solo porque su misterioso pasado y limitada huella digital despertaran su curiosidad. Parte del comportamiento de Lia no encajaba fácilmente en patrones explicables. Por ejemplo, ¿por qué se disfrazaba e iba a visitar a los niños al hospital? Algo tan altruista era totalmente contrario a lo que haría una oportunista, a menos que jugara con las simpatías de los padres de los niños con algún fin. No lo sabría nunca a menos que consiguiera conocerla mejor.
Además, estaba la atracción física que ella le inspiraba. Incluso en aquellos momentos, al tiempo que su pensamiento lo llevaba por caminos sombríos, no podía dejar de admirar sus largas pestañas ni de preguntarse si los gruesos labios serían tan suaves como parecían. La ropa informal que llevaba puesta hacía destacar un cuerpo tonificado con suaves curvas. Se imaginó colocándole las manos en las caderas para estrecharla contra su cuerpo. Bajando la cabeza y deslizándole los labios por el cuello hasta el lugar en el que este se unía con el hombro. Escucharla gemir de placer mientras la apretaba contra su creciente erección y le hundía la lengua en la boca…
–¿Paul? ¿Te encuentras bien?
–No, no estoy bien. Ethan y tú me habéis puesto en una posición insostenible por tener que mentir a Grady –replicó él, saliendo de su ensoñación.
–Lo sé y lo siento –replicó Lia. Le colocó una mano sobre el brazo. El contacto parecía abrasarle a través de la ropa–. Sin embargo, no tendrás que preocuparte por eso mucho tiempo. Dentro de un par de semanas, en cuanto Grady esté más restablecido y todo apunte a que se va a recuperar del todo, le explicaremos que el laboratorio que realizó la prueba genética cometió un error y yo me marcharé.
–¿Y por qué estás haciendo esto? –le preguntó Paul. Necesitaba comprender desesperadamente–. ¿Qué sacas tú de todo esto?
Algo apareció en los ojos de Lia muy brevemente. Entonces, ella se recompuso rápidamente y esbozó un gesto de completa inocencia.
–Nada.
¿Nada? La cautela volvió a apoderarse de Paul. No sonaba a verdad porque, lo que había visto en aquella décima de segundo, había sido toda la confirmación que necesitaba. Lia Marsh no estaba tramando nada bueno.
Lia se dio cuenta de que Paul no creía su afirmación y decidió que sería mejor explicarse un poco.
–En realidad, no quiero nada de tu abuelo ni de tu familia. Solo quiero ayudar.
Pronunció aquellas palabras con toda su pasión, preguntándose si algo de lo que ella pudiera decir conseguiría aplacar las sospechas de Paul.
Cuando él llegó a la habitación de su abuelo, la primera reacción de Lia no había sido pánico, sino un claro e innegable deseo. Era tan guapo… Sus anchos hombros y su gran altura le aceleraban los latidos del corazón mientras que su apostura empujaba sus deseos hacia un terreno muy peligroso.
En aquellos momentos, mientras la observaba con el ceño fruncido, Lia se vio de nuevo abrumada por su atractivo sexual. La luz del sol provocaba reflejos dorados en el rubio cabello y hacía destacar aún más su fuerte estructura ósea. En los breves momentos en los que no estaba frunciendo el ceño, sus rasgos eran tan atractivos como los de un muchacho. Lia deseaba que la sonriera, un deseo ridículo considerando que Paul había dejado totalmente clara la opinión que tenía sobre ella.
Antes de que Paul pudiera responder, su teléfono empezó a sonar. Él miró la pantalla e hizo un gesto de disgusto.
–Tengo que contestar.
En el momento en el que él centró su atención en la llamada, Lia regresó hacia la casa. Quería comprobar cómo estaba Grady antes de marcharse a su apartamento. Dado que Paul había regresado a casa, decidió que cuanto menos tiempo pasara junto a él, mucho mejor para ambos.
Cuando estaba a punto de llegar a la casa, vio que la madre de Paul descendía por la escalera que llevaba a la terraza. La sonrisa de Constance le dio a Lia una falsa sensación de pertenencia que le hizo sentir muy culpable por el engaño que ella representaba.
–Por fin te encuentro –dijo Constance–. ¿No está Paul contigo?
–Tenía que contestar una llamada.
–Seguramente será de su trabajo. Te juro que ese hijo mío no hace más que trabajar.
–Ethan me dijo que es muy bueno en su profesión.
–Se le da muy bien el trabajo con ordenadores y está completamente comprometido con la detención de delincuentes. En realidad, causó un gran revuelo en la familia que él decidiera trabajar para el departamento de policía al salir de la universidad en vez de hacerlo para Watts Shipping. Sin embargo, tenía que hacer lo que le pedía el corazón.
–Atrapar delincuentes parece ser su pasión.
–Sí, pero en realidad, desde hace dos años, se ha convertido más bien en una obsesión.
–¿Por qué?
–La empresa de un amigo suyo fue atacada por piratas informáticos, que le introdujeron un virus que afectó a cuatro millones de dominios, provocándoles que se filtraran datos de clientes sensibles, como las tarjetas de crédito. Esto estuvo ocurriendo durante seis meses antes de que se dieran cuenta. La mala prensa que le produjo ese incidente le provocó la pérdida de casi todas las cuentas más importantes y le dejó sin nada.
–¿Atrapó Paul a los responsables?
–Al final sí, pero no lo suficientemente rápido como para poder evitar lo que al final le ocurrió a Ben.
–¿Y qué le ocurrió a su amigo?
–Después de perderlo todo, murió en un terrible accidente de coche –dijo Constance con expresión sombría–. Paul estaba convencido de que las circunstancias eran muy sospechosas, porque no había otros coches implicados. Ben perdió el control, cayó por un puente y se ahogó. Además, Paul recibió un correo electrónico muy raro poco antes del accidente. Eso le convenció de que, tal vez, Paul se había suicidado.
–Es horrible…
–Sí. La muerte de Ben afectó mucho a Paul. Después de eso, se comprometió aún más con su lucha para poner entre rejas a todos esos delincuentes informáticos. ¿Sabes una cosa? Es increíble lo mucho que te pareces a tu madre –comentó Constance cambiando de tema, algo que pilló completamente desprevenida a Lia.
Sabía que su cabello y sus ojos oscuros la distanciaban de los rubios Watts y sus ojos verdes. Y eso incluía a Ava. Había visto fotografías de ella. Sin embargo, había bastado la palabra de Ethan para que todos la acogieran sin hacer preguntas. Al menos, la mayoría.
–Háblame de ella –dijo Lia.
–Era hermosa y con mucho talento. Jugó al tenis hasta que cumplió los catorce años, a un nivel que podría haberlo hecho profesionalmente.
–¿Y por qué no lo hizo?
–Le costaba mantenerse centrada en una sola cosa –contestó Constance–. Cuando llegó a la adolescencia, Ava era una niña muy complicada. Creció sin madre y Grady la mimaba terriblemente. Todo el mundo lo hacía porque podía ser totalmente encantadora cuando se lo proponía.
–Ethan me dijo que, al terminar la educación secundaria, se marchó a Nueva York para intentar ser modelo.
–Grady y ella tuvieron una pelea terrible cuando él descubrió que ella no tenía intención de ir a la universidad. Le dio a elegir, o seguía estudiando o se ponía a trabajar. Tenía muchas esperanzas en su futuro y quería motivarla –suspiró Constance–. Después de muchos años sin contacto alguno, Grady contrató a un detective privado para que la encontrara. Fue entonces cuando nos enteramos de que había fallecido. La policía no se puso en contacto con nosotros porque Ava consiguió borrar muy cuidadosamente todo lo que la ataba a Charleston. Cuando descubrimos que te había tenido, ya habías sido adoptada y tu expediente había sido sellado.
–Y mi… padre –dijo Lia. Le costó pronunciar aquella palabra. No solo porque no era la hija de Ava, sino porque ella no sabía nada de su propio padre. Su madre se había negado a hablar de él.
Constance parpadeó sorprendida.
–No sabemos nada de él. Lo que tu madre hizo en Nueva York es un absoluto misterio… Por eso es tan maravilloso tenerte aquí. Solo siento que nos llevara tanto tiempo encontrarte.
–He tenido una buena vida –comentó Lia, que, por alguna razón se sintió obligada a defender su infancia–. Una vida feliz.
–Claro que sí. Resulta evidente que eres una persona cariñosa y amable. Eso solo se consigue cuando has tenido la educación adecuada. Anoche estuve hablando con tu tía Lenora y creemos que deberías mudarte al antiguo dormitorio de tu madre.
–Oh… –susurró Lia, abrumada ante la idea de tener que mantener el engaño constantemente. Trató de encontrar la manera de zafarse de aquella invitación–. No podría imponer mi presencia…
–Eres de la familia. No estarías imponiendo nada. Además, nosotras tenemos razones puramente egoístas para sugerirlo. Pensamos que, cuanto más tiempo pases con Grady, más rápido mejorará él.
–Sí, pero…
–Lleva sin ti demasiado tiempo. Tenéis mucho de lo que hablar.
–Bueno, sí, pero…
–¿De qué estáis hablando las dos? –preguntó Paul mientras se acercaba a ellas por el sendero.
Lia se dio la vuelta para enfrentarse a él y prepararse para el desagrado con el que él recibiría la sugerencia de su madre.
–Por fin te encuentro –dijo Constance–. ¿Has subido a ver a Grady? Sus progresos son absolutamente sorprendentes.
–Sorprendentes, sí –repitió Paul mientras miraba a Lia con desconfianza.
–Y tenemos que darle las gracias a Lia.
–Eso oigo todo el rato –comentó él en tono neutral.
Constance, que pareció no notar la tensión que había entre Lia y su hijo, siguió hablando.
–Le estaba diciendo a Lia que Lenora y yo queremos que se mude aquí.
–Y yo le estaba respondiendo que no creo que sea buena idea –comentó Lia esperando que Paul creyera en su deseo de mantener las distancias con la familia.
–No hay necesidad de gastar dinero en un alquiler cuando aquí hay tanto espacio –apostilló Constance.
–Solo son un par de semanas –protestó Lia–. Entonces, Misty y yo nos marcharemos de aquí.
–¿Misty? –preguntó Paul.
–Es mi caravana.
–¿Le has puesto nombre a una caravana?
Lia lo miró con desaprobación. Paul podría insultar su integridad todo lo que quisiera, pero no a la caravana que consideraba su hogar.
–Es vintage.
Antes de que Paul pudiera seguir hablando, Constance intervino.
–Todo el mundo va a venir a cenar esta noche aquí. Espero que puedas venir.
–He venido aquí directamente desde el aeropuerto –dijo Paul–, así que tengo que ir a mi casa primero.
–Llévate a Lia. Estoy segura de que a ella le encantará ver tu casa. Lleva días aquí metida con Grady sin salir. Un poco de aire del mar le vendrá muy bien –sugirió Constance. Entonces, se volvió hacia Lia–. Luego te puedes pasar por tu casa a recoger tus cosas para instalarte aquí.
–De verdad, no estoy segura de que…
–Será mucho mejor para Grady que estés cerca.
A Lia no le quedó más remedio que ceder ante la determinación de Constance.
–Está bien.
–La cena es a las siete –dijo la madre de Paul.
–Volveremos con tiempo de sobra –afirmó Paul mientras miraba a Lia con desaprobación al ir a besar a su madre antes de marcharse.
Lia tuvo que apresurarse para alcanzarlo. Cuando se aseguró de que nadie podía escucharlos, le dijo:
–Quiero que sepas que no se lo he sugerido yo.
–Lo sé. Todo el mundo cree que lo que has hecho por Grady es un milagro.
–Yo no he hecho nada.
Paul la miró en silencio durante unos instantes antes de responder.
–Al contrario. Has hecho mucho.
A pesar de su desaprobación, Paul tenía unos impecables modales. Le abrió la puerta de su Range Rover a Lia y esperó a que ella se hubiera acomodado para cerrarla. Entonces, se dirigió al otro lado.
–Sé que no estás interesado en pasar tiempo conmigo, así que si quieres dejarme en mi casa…
–Al contrario. Tengo la intención de pasar contigo todo el tiempo que pueda para conocerte bien.
Lia tardó unos instantes en decidir si estaba alarmada o halagada.
–Estupendo. ¿Y es eso recíproco?
Paul dejó de concentrarse durante un instante en la carretera para mirarla.
–¿Qué quieres decir?
–Tú quieres saber todo sobre mí. ¿Me vas a permitir conocerte a mí también?
–¿Y por qué querrías hacer algo así?
–Porque es lo que hace la gente normal. Intercambian información para conocerse los unos a los otros.
–¿Es eso lo que hiciste con Ethan? –le espetó Paul.
–¿Por qué me preguntas por él?
–Aún no puedo comprender tu relación con mi hermano. ¿Cuánto te está pagando él por esta locura?
Por fin comprendía Lia adónde quería llegar Paul.
–Accedió a cubrir los ingresos que pierdo durante dos semanas.
–¿Cuánto?
–No lo sé –dijo ella arrugando el rostro mientras trataba de calcular una cifra–. Ninguna semana es igual que la anterior. Me pagan por cliente y eso varía.
–Redondéalo.
–Con las propinas, más o menos puede llegar a unos ochocientos dólares a la semana.
Por primera vez, Paul pareció sorprendido.
–¿Eso es todo?
–Sí, eso es todo. Solo quiero lo que es justo.
Paul la miró con escepticismo.
–¿Qué te parece si yo te pago cincuenta mil dólares y te largas de aquí para no regresar jamás?
Durante unos segundos, Lia pensó en el coche que podría comprar con esa cantidad de dinero. Si aceptaba la oferta de Paul, podría volver a su estilo nómada de vida en unos cuantos días.
–Dijiste que querías conocerme mejor –contestó por fin–. Bien, pues lo primero que deberías saber es que mi motivación no es el dinero.
–Eso es exactamente lo que dirías si tu finalidad fuera garantizar una cifra aún mayor.
–¿Sospechas solo de mí o de la gente en general?
–Tienes que comprender que tengo razones de sobra para dudar de ti.
–En realidad, no las veo –replicó ella, deseando que Paul dejara de jugar con ella.
¿Acaso conocía su pasado? Si Paul hubiera descubierto sus secretos, se lo habría dicho directamente. ¿Qué importaba que Paul conociera su historia?
–No me has contestado sobre lo de aceptar los cincuenta mil y desaparecer para siempre.
Lia vivía con frugalidad, evitaba incurrir en deudas, compraba solo lo que necesitaba y tenía muy pocas cosas.
–No tienes que pagarme nada por dejar de representar esta locura y desaparecer por completo de vuestras vidas –le dijo Lia. Notó un ligero alivio en la tensión que atenazaba a Paul. El deseo de ganarse su confianza la empujó a seguir halando–. Lo que Ethan y tú decidáis me parecerá bien.