Читать книгу Pack Bianca y Deseo marzo 2021 - Varias Autoras - Страница 6
Capítulo Uno
ОглавлениеPaul Watts entró en el ascensor del hospital y presionó el botón de la cuarta planta con más fuerza de la necesaria. Dos horas más tarde, se iba a marchar de Charleston para asistir a una conferencia de una semana sobre ciberseguridad. Su instinto le decía que estaba cometiendo un error. La salud de su abuelo, que tenía ochenta y cinco años, no mejoraba. Grady había tenido que ingresar en el hospital seis días antes a causa de un edema cerebral que le había ocurrido como complicación del gravísimo ictus que había sufrido tres meses atrás y que le había afectado al habla y que le había dejado paralizado un lado del cuerpo. La familia estaba muy preocupada por que Grady no durara mucho más. Por eso, Paul estaba teniendo dudas sobre su viaje.
Aunque Grady había cedido el cargo de director gerente del imperio naviero de la familia hacía ya una década y había delegado la dirección de la empresa en el padre de Paul, Grady había seguido siendo el presidente del consejo. Como no era de los que se quedaban de brazos cruzados, había seguido estando activo en su jubilación asistiendo a las reuniones de varias organizaciones y manteniendo una gran vida social.
Paul, que estaba acostumbrado al incansable vigor, la testarudez y la franqueza sin paliativos de su abuelo, no podía comprender por qué Grady no luchaba por ponerse bien y, gracias a la tensa relación que había entre ambos, no era muy probable que consiguiera una respuesta. Su distanciamiento era un dolor que nunca desaparecía, pero Paul se negaba a lamentar su decisión de labrarse una carrera en el mundo de la ciberseguridad en vez de unirse al negocio familiar. Detener a los malos satisfacía su necesidad de justicia de un modo que jamás lo haría dirigir el negocio naviero de la familia.
Las puertas del ascensor se abrieron y Paul salió al rellano. Al pasar junto al puesto de las enfermeras, saludó con una breve inclinación de cabeza y tomó el pasillo que conducía hasta la habitación de su abuelo.
Sus pasos fueron perdiendo brío a medida que se acercaba al lugar donde Grady yacía tan quieto y derrotado. Nadie podría decir nunca que Paul era un pusilánime, pero temía que lo que se iba a encontrar en cuanto entrara en la habitación. Todos los aspectos de su vida se habían visto influidos por la personalidad arrolladora de su abuelo. La fragilidad de Grady en aquellos instantes causaba en Paul un profundo desaliento. Igual que su abuelo parecía haber perdido las ganas de vivir, la seguridad de Paul se había convertido en desesperación. Sería capaz de hacer cualquier cosa que insuflara a Grady el deseo de presentar batalla.
Al llegar a la puerta, se detuvo y respiró profundamente. Entonces, escuchó música al otro lado de la puerta. Una mujer estaba cantando una melodía dulce y motivadora. Paul no reconoció la voz. No pertenecía a ningún miembro de su familia. Tal vez era una de las enfermeras. ¿Había descubierto alguna de ellas que su abuelo adoraba la música?
Paul abrió la puerta y entró en la habitación. La imagen que vio lo hizo detenerse en seco. Grady estaba tumbado, totalmente inmóvil, con la piel pálida como la cera. Si no hubiera sido por el tranquilizador pitido del monitor que le controlaba el corazón, Paul habría creído que su abuelo ya había fallecido.
Al otro lado de la cama, de espaldas hacia la ventana, una desconocida le sostenía la mano a Grady. A pesar de la amable expresión de su rostro, Paul se puso en estado de alerta. Ella no era la enfermera que había esperado. Se trataba de una mujer guapa, esbelta, de unos veinticinco años. Llevaba puesto una especie de disfraz formado por un vestido de campesina de color lavanda y una peluca rubia peinada con una gruesa trenza adornada con flores de mentira. Unos enormes ojos castaños dominaban un delgado rostro de pronunciados pómulos y afilada barbilla. Parecía una muñeca que hubiera cobrado vida.
Paul se quedó tan sorprendido que se olvidó de moderar la voz.
–¿Quién es usted?
La pregunta resonó en la habitación, provocando que la mujer interrumpiera en seco su canción. Abrió los ojos de par en par y se quedó inmóvil, como una cierva deslumbrada por los faros de un coche. Entreabrió los rosados labios por la sorpresa y respiró profundamente. Sin embargo, Paul le disparó otra pregunta sin darle tiempo a responder la primera.
–¿Qué está usted haciendo en la habitación de mi abuelo?
–Yo… –susurró ella mirando hacia la puerta.
–Venga, Paul, tranquilízate –dijo una voz a sus espaldas. Era Ethan, el hermano menor de Paul. El tono de su voz encajaba mejor con una habitación de hospital que la de Paul–. Te he oído desde el pasillo. Vas a molestar a Grady.
Paul se percató de que su abuelo había abierto los ojos y que movía la boca como si tuviera una opinión que quisiera compartir. El ictus le impedía formar las palabras que le permitían comunicarse, pero no había duda de que Grady se encontraba muy agitado. Movía la mano derecha. La mirada de la mujer pasó de Paul a Grady y luego una vez más a Paul.
–Lo siento, Grady –dijo Paul mientras avanzaba hacia la cama de su abuelo. Entonces, apretó los dedos del anciano y notó cómo le temblaban–. He venido a verte. Me sorprendió ver a esta desconocida en tu habitación –añadió mirando de nuevo a la mujer–. No sé quién es usted –añadió en un susurro–, pero no debería estar aquí.
–Claro que debe estar aquí –anunció Ethan colocándose junto a su hermano y comportándose como si presentarle a Paul a una mujer disfrazada fuera lo más normal del mundo.
La falta de preocupación de Ethan hizo que a Paul le subiera la tensión.
–¿La conoces?
–Sí. Es Lia Marsh.
–Hola –dijo ella, con una voz dulce y limpia como un fino cristal.
En cuanto Ethan entró en la habitación, se había empezado a mostrar más relajada. Evidentemente, consideraba al hermano de Paul como su aliado. Le ofreció a este una tímida sonrisa. Sin embargo, si creía que una sonrisa iba a bastar para borrar las sospechas de Paul, estaba muy equivocada. A pesar de todo, él descubrió que la ansiedad que llevaba días atenazándolo se aliviaba un poco. Una confusa e inesperada sensación de paz se apoderó de él cuando los nublados ojos verdes de Grady se posaron en Lia Marsh. Parecía contento de tenerla a su lado, a pesar de su extraño disfraz.
–No entiendo lo que esta mujer está haciendo aquí –insistió Paul.
–Ha venido a alegrar al abuelo –respondió Ethan mientras colocaba una tranquilizadora mano sobre el hombro de Grady–. Yo se lo explicaré a Paul.
¿Qué había que explicar?
Durante la conversación de los dos hermanos, la mujer apretó la mano de Grady.
–He disfrutado mucho del ratito que hemos pasado juntos –dijo ella. La musical voz creó un oasis de tranquilidad en la habitación–. Vendré a verte de nuevo más tarde.
Grady dejó escapar un ruido de protesta, pero ella ya se había apartado de la cama. Paul ignoró las protestas de su abuelo y le interceptó el paso.
–De eso nada –afirmó.
–Lo comprendo –dijo ella, aunque su expresión reflejaba tristeza y desaprobación. Miró a Ethan y sonrió–. Hasta luego.
Se dirigió hacia la puerta dejando tras ella el rastro de un perfume floral. Paul no pudo evitar aspirarlo. La energía de la habitación pareció caer en picado en cuanto ella desapareció por la puerta. Paul se quedó atónito al comprobar que sentía un desconcertante deseo de llamarla para que regresara.
¿Quién era y por qué iba vestida así? También quería saber por qué había decidido tatuarse un delicado lirio en la parte interior de la muñeca. Se preguntó cómo su hermano podía haberse dejado engañar por aquella aparente ingenuidad cuando lo más probable que era que todo fuera fingido.
Agarró a Ethan del brazo y lo sacó de la habitación, ansioso por obtener respuestas sin molestar a Grady. Cuando ambos estuvieron en el pasillo, cerró la puerta y miró a su alrededor.
–¿Quién es? ¿Qué diablos está pasando? –le espetó a su hermano.
–Lia es amiga mía –suspiró Ethan.
–Nunca la habías mencionado antes –dijo Paul mesándose el cabello–. ¿Y la conoces bien?
–Lo suficiente. Mira, creo que estás viendo problemas donde no los hay.
–¿Se te ha olvidado que Watts Shipping y también varios miembros de nuestra familia han sido víctimas de ciberataques a lo largo del año pasado? Por eso, cuando me presento en la habitación de Grady y veo que hay una desconocida a solas con él, me preocupo.
–Confía en mí. Lia no tiene nada que ver con eso. Es muy amable y solo quiere ayudar. Grady ha estado muy deprimido. Pensamos que una visita suya podría alegrarle.
Paul se negaba a creer que su reacción fuera exagerada. Ethan se estaba preparando para sustituir como director gerente de Watts Shipping a su padre, que se iba a jubilar al año siguiente. ¿Por qué no se tomaba su hermano en serio aquellos ataques?
–Pero iba vestida como una… una…
–¿Princesa Disney? –completó Ethan sonriendo–. Más concretamente, Rapunzel de Enredados.
–De acuerdo, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Dónde la conociste? ¿Qué sabes de ella? –insistió Paul.
Cuando conocía a la gente por primera vez, Paul solía evaluarlos como si fuera una investigación y, a menudo, le costaba darles el beneficio de la duda. ¿Era suspicaz por naturaleza? Probablemente. Si tenía que serlo para mantener segura a su familia, lo sería.
–¿Puedes dejar de pensar como un poli durante dos segundos?
Paul se tensó. No solo era Grady el que no había apoyado su decisión de unirse al departamento de policía de Charleston después de la universidad y de fundar, años más tarde, su propia empresa de ciberseguridad.
–¿Cuál es su objetivo?
–No tiene objetivo. Es exactamente lo que parece.
Paul lanzó un bufido de reprobación. ¿Una fanática del cosplay?
–¿Qué más sabes de ella?
–No sé… –dijo Ethan con impaciencia–. Es muy agradable y sabe escuchar.
–Sabe escuchar –repitió Paul. Se imaginó que Lia Marsh se había aprovechado de la desesperación de Ethan por la enfermedad de su abuelo–. Supongo que le has contado todo sobre Grady y nuestra familia.
–No creo que sea un gran secreto…
–Sea como sea, has traído a una completa desconocida, alguien de quien apenas sabes nada, a conocer a nuestro abuelo moribundo –replicó Paul sin ocultar su irritación–. ¿En qué estabas pensando?
–Estaba pensando en que a Grady podría venirle bien recibir una visita de una persona dulce y cariñosa que canta maravillosamente –respondió Ethan mientras lo miraba con tristeza–. ¿Por qué siempre tienes que imaginarte lo peor?
Paul miró fijamente a su hermano. Ethan se comportaba como si aquella explicación tuviera todo el sentido del mundo. Paul, por el contrario, no podía comprender qué clase de excentricidad empujaba a una persona a ir paseándose por todas partes como si fuera un personaje de cuento.
–Estaba disfrazada. Simplemente no lo entiendo.
–Se dedica a eso.
–¿Se gana la vida así?
–¡Por supuesto que no! –exclamó Ethan–. Se disfraza para ir a visitar a niños enfermos. La adoran.
Paul lanzó una maldición.
–¿Y de qué la conoces?
–Soy cliente –contestó Ethan frunciendo el ceño.
–¿Qué clase de cliente?
–Eso no importa. Lia es estupenda y tus problemas de confianza ya cansan.
Un pesado silencio cayó entre los dos hermanos. A Paul no le gustaba tener roces con su hermano y no estaba seguro de cómo arreglar aquella situación. Se llevaban menos de un año y, de niños, los dos habían estado muy unidos a pesar de que sus diferentes gustos e intereses. A Paul le fascinaba la tecnología y se podía pasar horas convirtiendo componentes electrónicos en aparatos útiles mientras que Ethan era más social y prefería los deportes a las horas de estudio. Los dos habían sacado excelentes notas en la secundaria y la universidad y, cuando Paul decidió que no se iba a unir al negocio familiar, empezó a crecer entre los dos hermanos una sutil tensión.
–Sería mejor que me dijeras qué es lo que está pasando porque sabes que voy a investigar para descubrir quién es exactamente Lia Marsh.
* * *
Lia Marsh contuvo el aliento cuando salió de la habitación y se marchó rápidamente por el pasillo vacío. El corazón se le había acelerado y tenía las palmas de las manos sudorosas. Aunque Ethan no le había ocultado la naturaleza sospechosa de su hermano, ella no había estado preparada para la hostilidad de Paul ni para el modo en el que su furia acrecentaba su ya imponente carisma. Como no estaba acostumbrada a que ningún hombre la afectara, Lia consideró lo ocurrido igual que lo haría con un arañazo en Misty, su adorada caravana. Inesperado y poco deseable.
Abrazaba toda la alegría que la vida pudiera ofrecerle y renegaba de la negatividad con la meditación, los cristales y la aromaterapia. A menudo utilizaba aquellas mismas técnicas de sanación espiritual con los masajes. Un hombre de negocios como Ethan Watts jamás abriría la mente a aquellas prácticas espirituales pero nunca había que prejuzgar a la gente.
Aquel encuentro había provocado un revuelo en sus emociones con una turbadora mezcla de excitación y miedo, ocasionado por una repentina atracción física y la aversión que Lia tenía hacia el conflicto.
Distraída por su propio conflicto interior, a Lia le resultó imposible volver a meterse en su papel de Rapunzel mientras avanzaba por el pasillo iluminado por potentes luces blancas de hospital. Recorría las paredes grises con la mirada mientras el aire, con su característico aroma a desinfectante, la envolvía por completo.
Bajó por las escaleras para dirigirse a la tercera planta, la de pediatría. Recogió su bolso del puesto de enfermeras. Desde que se presentó como voluntaria hacía unos meses, había visitado con frecuencia el hospital y las enfermeras de pediatría se habían acostumbrado a sus disfraces. Agradecían todo lo que levantara el ánimo de los pacientes y les ayudara a desconectar de las pruebas y los tratamientos.
Se dirigió al ascensor. Cuando las puertas se abrieron, entró y apenas se percató de las reacciones del resto de los pasajeros por su disfraz. Minutos más tarde, salía al sol. Respiró profundamente y espiró, deseando poder olvidarse de la preocupación que le había ocasionado su encuentro con Paul Watts. Entonces, apretó el paso con la esperanza de poder dejar atrás aquellos sentimientos.
El accidente de tráfico que destrozó su furgoneta y provocó daños a su adorada caravana la había obligado a alquilar un pequeño apartamento en King Street hasta que pudiera permitirse comprar un coche. Aquel alojamiento temporal estaba a unos veinte minutos andando del hospital.
Tan absorta estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un hombre estaba apoyado contra un todoterreno aparcado frente a su apartamento hasta que él se apartó del coche y se interpuso en su camino. Al sentir que alguien le bloqueaba el paso, Lia se sobresaltó.
Paul Watts tenía la clase de ojos verdes que le recordaban a Lia a un tranquilo pinar, pero el escepticismo que irradiaba de él le advertía de que tuviera cuidado. A pesar de eso, su cercanía despertaba la misma química que ella había sentido en la habitación del hospital.
No era en absoluto su tipo. Era demasiado obstinado. Demasiado terrenal. Cruel. Decidido. Tal vez aquella era precisamente la atracción.
–Me ha costado encontrarla –afirmó Paul.
Ethan le había dicho que Paul había sido policía y que, en aquellos momentos, dirigía su propia empresa de ciberseguridad. Se le puso el vello de punta al pensar que podría investigar su pasado, en el que había cosas que prefería que permanecieran enterradas para siempre.
–Y, sin embargo, lo ha hecho –replicó ella.
No se podía creer que la hubiera localizado en el tiempo que a ella le había costado llegar andando hasta su casa. No estaba acostumbrada a estar en el radar de nadie. Para la mayoría de sus clientes, ella era la masajista que utilizaba sus manos y una voz muy relajante. Los niños del hospital veían tan solo a su personaje favorito. Gozaba con su anonimato.
–¿Está bien Grady?
–Sí, está bien. Al menos, no está peor.
–Yo no lo conocía antes del ictus, pero Ethan me dijo que era un hombre muy duro y fuerte. Podría salir adelante.
–Podría, pero es como si se hubiera rendido.
–Ethan me comentó que, estos últimos años, parecía obsesionado con reunirse de nuevo con su nieta. Tal vez si la encontrara…
–Mire –le espetó Paul–, no sé qué es lo que está tramando, pero tiene que mantenerse alejada de mi abuelo.
–Yo no estoy tramando nada –insistió Lia mientras sacaba la llave del bolso y se dirigía a la puerta principal del edificio–. Lo único que quiero es ayudar.
–Él no necesita su ayuda.
–Claro. De acuerdo. ¿Ha terminado ya?
Abrió la puerta y la empujó con la intención de cerrarla de nuevo cuando estuviera dentro del edificio para poder así escapar de Paul. Entonces, él volvió a hablar.
–¿No tiene curiosidad por saber cómo la he encontrado?
A pesar de la agitación que sentía, Lia se detuvo en la puerta y lo miró de soslayo. Aunque a Paul le sobraba seguridad en sí mismo y poder, ella no carecía de puntos fuertes. Tendría que combatir su insistencia con descaradas armas de mujer.
–En realidad –dijo mientras se giraba para mirarlo y esbozaba una descarada sonrisa. Por lo que Ethan le había contado, Paul se regía por la lógica en vez de por los sentimientos. Desafiar al experto en ciberseguridad para que se enfrentara a sus sentimientos seguramente terminaría explotándole en la cara–, estoy más intrigada de lo que a usted le gustaría.