Читать книгу Pack Bianca y Deseo marzo 2021 - Varias Autoras - Страница 9
Capítulo Cuatro
Оглавление–¿De verdad te marcharías si convenciera a Ethan de que es lo mejor?
–Sí. Francamente, me sorprende que no lo hayas hecho ya.
–No contesta mis llamadas.
Paul agarró con fuerza el volante y consideró la respuesta de Lia. ¿De verdad les dejaría la decisión a Ethan y a él o actuaría solapadamente para ganarse el apoyo de Ethan?
–Entonces, no lo sabes.
–¿No sé qué? –quiso saber Paul mientras se preguntaba qué más habría ocurrido en su ausencia.
–Cómo surgió toda esta situación.
Paul la miró con curiosidad.
–¿Y cómo fue?
–Ethan me puso en una situación en la que las únicas opciones que tenía eran dejarme llevar y fingir ser la nieta de Grady o decirle la verdad y arriesgarnos a que él no se recuperara del golpe.
Aunque no le sorprendió que ella culpara de todo lo ocurrido a Ethan, Paul le dijo:
–¿Por qué no me dices lo que ocurrió?
–Ethan me hizo una encerrona. Yo pensaba que iba a ir a visitar a Grady como Lia. En vez de eso, cuando me coloqué al lado de la cama y le di la mano, tanto Ethan como él empezaron con lo de ser la hija de Ava.
–Entonces, ¿culpas a mi abuelo también de esta situación?
–No. Sí. Más o menos. Ethan me dijo que a Grady se le había ocurrido a él solo la idea.
–¿Y tú no mencionaste nada sobre que Grady podría mejorar si su nieta aparecía milagrosamente?
Lia se quedó boquiabierta.
–¿Con qué fin?
–Los Watts somos una familia rica, de las familias más antiguas de Charleston. Tenemos poder e influencia en esta ciudad. Tal vez te gustó la idea de formar parte de todo eso.
–No lo creo. De hecho, todo suena bastante estresante e intimidante, por no mencionar que tendría la amenaza de una sencilla prueba de ADN pendiendo sobre mi cabeza constantemente.
–Y, sin embargo, estás aquí –comentó él–. Y aquí estoy yo también, maldita sea. Odio tener que mentirle a toda mi familia, pero sobre todo a Grady.
–Yo me siento igual. Tu madre y tu tía han sido muy amables conmigo y tus primos son muy agradables. Es horrible no poder decir la verdad, pero luego veo lo contento que está Grady y lo veo mejorar un poco todos los días y pienso que toda esta situación podría merecer la pena.
Paul se negó a verse persuadido por sus palabras.
–Estoy seguro de que esa es la lógica que Ethan y tú habéis usado para justificar lo que habéis hecho, pero mentir está mal.
–La mayoría de las veces, pero no siempre. ¿Qué hay de lo de mentir para proteger los sentimientos de alguien? Mientras la mentira no sea maliciosa, no hace daño a nadie.
A Paul todo aquello le sonaba como un montón de excusas, pero había decidido invitarla a aquella visita a su casa para comprenderla un poco más y aquella conversación le estaba enseñando muchas cosas.
–Entonces, ¿no crees eso de que la verdad nos haga libres?
–No siempre. A veces puede ser dolorosa.
–Pero eso no justifica la mentira.
Lia se encogió de hombros.
–Tendremos que estar de acuerdo para estar en desacuerdo.
Paul la miró y vio que ella estaba contemplando el paisaje por la ventanilla. A pesar de las opiniones encontradas que ambos tenían, no podía evitar sentirse fascinado por ella.
–Supongo que sí.
Un profundo silencio cayó entre ellos y no se rompió ni siquiera cuando Paul tomó el desvío que conducía a su casa. Tras aparcar delante de ella, apagó el motor y la miró. Lia irradiaba desilusión y dolor, pero Paul se negaba a dejarse arrastrar por ello. A pesar del efecto positivo que tenía sobre Grady, no podía olvidar que Lia Marsh tan solo iba a causar problemas a su familia.
Ella estaba ocultando algo. Tan solo tenía que averiguar de qué se trataba. Por eso, había decidido mudarse a los antiguos establos, que estaban en la parte posterior de la finca, durante las próximas dos semanas para poder vigilarla. Quería que Lia comprendiera que a él no le engañaba con sus aparentemente buenas acciones.
–Solo estaré dentro unos minutos –dijo–. ¿Quieres esperar aquí o prefieres entrar?
–Como prefieras.
La cerradura electrónica se desbloqueó en cuanto él se acercó. Abrió la puerta y le indicó a Lia que pasara. Después de sugerirle que admirara las vistas, la dejó mirando la playa desde el enorme ventanal que componía una pared entera de su salón. Ya en su dormitorio, deshizo la maleta y cambió los trajes que había llevado a la conferencia por los pantalones y camisas más informales que prefería para ir a trabajar.
Antes de que hubiera terminado, su teléfono empezó a sonar. Miró la pantalla y vio que se trataba de Ethan. La intranquilidad que había estado sintiendo por la actitud de su hermano se alivió ligeramente.
A pesar de las expectativas de la familia, era Ethan y no Paul quien iba a suceder a Grady como mediador en la familia y la persona que tomaba las decisiones. Ethan siempre había sido el más empático de los dos hermanos. Extrovertido y simpático, tenía a estar más en contacto con los sentimientos. Aunque era el más joven, todo el mundo acudía a él para consejo y apoyo.
Por el contrario, Paul era más como un lobo solitario.
–Ya iba siendo hora de que me devolvieras las llamadas –respondió Paul con irritación mientras cerraba la puerta del dormitorio por si a Lia se le ocurría escuchar la conversación.
–Antes de que te pongas en tu papel de hermano mayor y empieces a echarme la charla sobre lo mucho que he metido la pata, dime que no ves un cambio espectacular en Grady.
–Está bien. Admito que Grady está mejor y que el hecho de creer que Lia es la hija de Ava es la razón de ello, pero, ¿por qué me metiste a mí en este asunto diciendo que yo fui quien la encontró?
–Pensaba que, si te llevabas el mérito de haber hecho algo que hiciera muy feliz a Grady, vuestra relación mejoraría.
–Te equivocaste al pensar que meterme en tu plan me haría sentirme menos furioso contigo. ¿Has pensado bien todo esto? Se va a quedar destrozado cuando se sepa la verdad y te aseguro que se sabrá, porque no pienso dejar que todo esto se prolongue.
–Nunca pensé que lo harías, pero, dentro de unas semanas, él estará más fuerte… O tal vez ella no tenga que irse. Piénsalo bien –prosiguió Ethan al escuchar que Paul se disponía a protestar–. Se pasa la vida conduciendo por todo el país con una caravana, trabajando en lo que encuentra. Esa no es vida. En vez de eso, podría quedarse con nosotros y ser nuestra prima.
–¿Has perdido la cabeza? –le preguntó Paul atónito–. No sabemos nada de esta persona.
–Yo sí lo sé. Es auténtica y amable. Todo el mundo la quiere.
–¿Incluso tú?
–¿Cómo dices? –exclamó Ethan. Entonces, soltó una carcajada–. Claro que no.
Lejos de estar satisfecho por la respuesta de su hermano, Paul siguió preguntando.
–¿Está ella enamorada de ti?
–No.
–¿Estás seguro? –insistió Paul. No podía dejar de pensar en que Lia había estado masajeando el cuerpo desnudo de Ethan–. Las mujeres suelen enamorarse de ti rápidamente.
–Eso es porque me porto bien con ella –replicó Ethan–. Deberías probarlo en alguna ocasión.
Paul tardó un instante en responder a la indirecta de su hermano. En realidad, ni tenía tiempo ni interés alguno por tener vida personal. Su estilo de vida tan solitario era lo único que Paul comprendía sobre Lia Marsh.
–¿Estás seguro de que no fue Lia quien te metió en la cabeza la idea de que ella debería hacerse pasar por la hija de Ava?
–Confía en mí. La idea se me ocurrió a mí solo.
–Ella afirma que solo tiene la intención de quedarse dos semanas.
–Eso es lo que hemos acordado. Traté de convencerla para que se quedara un mes, pero está decidida a marcharse. No le gusta quedarse en un lugar más de unos meses.
–¿Por qué?
–No lo sé. No habla mucho sobre sí misma.
–¿No te parece que eso indica que tiene algo que ocultar? Bueno, tengo que admitir que no me gusta esa situación, pero estoy de acuerdo que ella tiene un impacto positivo en Grady. Mientras solo sea dos semanas, no me importa que ella se quede y finja ser la hija de Ava.
–Gracias –dijo Ethan tras exhalar un largo suspiro–. Y no te preocupes. Ya hemos diseñado una estrategia para que pueda marcharse. Todo va a salir bien. Ya lo verás.
–Los dos decís lo mismo. Espero que tengáis razón.
–Claro que sí. Y sé amable con Lia. Nos está haciendo un gran favor.
Después de terminar de hablar con Ethan, Paul estuvo pensando en las últimas palabras de su hermano mientras metía la ropa que necesitaría para las próximas dos semanas en una bolsa de viaje. Nadie cuestionaría su decisión de quedarse en la finca familiar. Su despacho estaba muy cerca de allí y había dormido en los antiguos establos con frecuencia desde que su abuelo sufrió el ictus.
Cuando terminó, bajó y dejó la bolsa en el vestíbulo antes de regresar al salón para buscar a Lia. Miró por la ventana y la vio junto a la piscina, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras contemplaba el océano Atlántico. Se había soltado el cabello y la fuerte brisa se lo revolvía.
–Nunca he podido decir si prefiero la montaña o la playa –comentó ella con una sonrisa cuando él se le acercó–. Supongo que por eso viajo tanto. Siempre hay sitios nuevos por descubrir.
La tranquila expresión de su rostro dejó a Paul sin palabras. Examinó las pecas que le cubrían la nariz y las mejillas y se preguntó qué era lo que ella tenía que tanto lo cautivaba. A pesar de que no había dejado de sospechar de ella, estaba dispuesto a aceptarla en su familia para salvar a su abuelo, pero, aunque Ethan había tratado de convencerle de lo contrario, sabía que Lia representaba un peligro para la familia.
Entonces, ¿por qué tenía que reprimir constantemente el deseo de tocarla, de saborear su piel, de estrecharla contra su cuerpo y capturar aquellos rosados labios con un beso? Aquella guerra sin cuartel entre su cuerpo y su mente resultaba agotadora.
¿Habría influido en Ethan de la misma manera?
–Creo que mi hermano podría estar enamorado de ti.
–¿Cómo has dicho? –le preguntó ella mirándolo. Entonces, soltó una carcajada–. Eso es ridículo.
–¿Tú crees? Se muestra muy protector hacia ti.
–Eso es porque le caigo bien. Soy una buena persona.
–¿Te estás acostando con él?
–Es mi cliente –replicó ella inmediatamente–. No me acuesto con mis clientes.
–¿Pero te sientes atraída por él?
–Ethan es un hombre muy atractivo, con modales impecables, una voz profunda y sensual y mucho encanto. El hecho de que no me sienta atraída por él hizo que mis compañeros de trabajo, de ambos sexos, cuestionaran mi orientación sexual. Soy una profesional. Nunca aceptaría a Ethan como cliente si él me atrajera. Para mí, eso es cruzar la línea.
–Te olvidas de que os he visto juntos. Hay algo entre vosotros.
–Cuando está conmigo, se siente lo suficientemente cómodo como para compartir cosas.
–Es más que eso…
–No, no hay nada más –afirmó Lia con impaciencia–. Mira, me da la sensación de que estamos bailando alrededor de algo.
–Yo no bailo.
–No, no esperaba que lo hicieras. Mira, para que esto funcione, tenemos que encontrar el modo de llevarnos bien. ¿Qué te parece si te confieso que hay algo que me resulta difícil admitir? –comentó. Entonces, se aclaró la garganta y esbozó una nerviosa sonrisa–. Te encuentro atractivo.
Paul debería haber considerado aquella afirmación como una manipulación y haberla recibido con escepticismo. Sin embargo, aquella confesión encendió su cuerpo como si se tratara de una fogata.
–¿Por qué me dices eso?
–Te da un poco de poder sobre mí –respondió ella con una sensual y dulce sonrisa.
–Y piensas que lo necesito –observó Paul.
–¿No es así? Creo que te gusta tener el control en todo momento y apuesto algo a que te vuelves loco cuando las cosas no salen como habías planeado.
–No me vuelvo loco –dijo él dando un paso al frente e invadiendo el espacio de Lia. No quería pensar en la verdadera motivación que había para lo que estaba a punto de hacer–. Me adapto.
Lia no comprendió la razón por la que Paul se acercó a ella y no vio venir el beso. El hecho de que la sorprendiera acrecentó el impacto emocional del aliento de él acariciándole la piel. Un instante más tarde, los labios de él tocaron los de ella y Lia sintió que millones de estrellas explotaban bajo sus párpados. Él le agarró la cabeza con fuertes manos, sujetándola, mientras la firme y hábil presión de la boca le quitaba a Lia el aliento y el equilibrio.
Los besos de Paul eran de una clase especial. Nunca antes se había sentido ella tan poseída por la magia del momento. La perfección de sus labios deslizándose sobre los de ella. El modo en el que contuvo el aliento cuando Lia se puso de puntillas y se inclinó sobre él. Lia no quería que el beso terminara nunca, pero no podía explicar por qué. ¿Qué tenía Paul que la atraía de aquella manera? Él no le había ofrecido nada más que escepticismo y malas palabras. Sin embargo, su masculino y limpio aroma y la delicada caricia de sus dedos sobre la piel desataba gozo y deseo a la vez.
Cuando le aspiró el labio inferior, Lia dejó escapar un gemido y le proporcionó acceso completo a su boca. La lengua se enredó con la de ella y su sabor acrecentó aún más su apetito. Le enredó los dedos en el cabello para evitar que las bocas se separaran mientras él la besaba con fruición y ella lo devoraba.
Paul le rodeó la cintura con el brazo y la estrechó contra su firme torso. Aunque ella ya había apreciado el poderoso cuerpo de Paul desde la distancia, apretada de aquella manera contra él incrementó el deseo de sentirlo aún más íntimamente.
La habían besado lo suficiente para saber que nunca había experimentado algo así antes. La piel le ardía y se sentía como si le corriera fuego por las venas hasta llegar a lo más profundo de su vientre. Paul debió de reconocer el aumento de su deseo porque le colocó una mano sobre el trasero y apretó lo suficiente para provocarle una oleada de placer entre las piernas. Abrió la boca y arqueó la espalda, irguiendo los pechos hacia él para satisfacer el deseo de contacto que estos tenían.
De repente, Paul rompió el beso. Lia estuvo a punto de lanzar un grito de protesta, pero el gélido aire del mar le golpeó con fuerza la acalorada piel y la devolvió a la realidad. Dio un paso atrás, sorprendida de la falta de apoyo que le ofrecían las rodillas. Colocó la mano sobre el torso de Paul para recuperar el equilibrio y notó que él espiraba con fuerza. Su propio corazón latía a toda velocidad como consecuencia del beso.
Levantó la mirada y vio la llama del deseo reflejada en aquellos ojos verdes. Un momento después, desapareció por completo. ¿Se lo había imaginado? Por mucho que le doliera abandonar la calidez y la comodidad de sus brazos, Lia necesitaba distanciarse para recuperar la compostura y darle sentido a lo que acababa de ocurrir. Paul le había dejado muy claro que ella no le gustaba. Entonces, ¿qué era lo que estaba haciendo?
–¿Ha sido eso para determinar si es verdad que me siento atraída por ti? –le preguntó ella mirando la expresión de Paul y esperando que no hubiera sido esa la razón del beso.
–¿Por qué crees que yo sería capaz de hacer algo así? –replicó él mientras se deslizaba el pulgar por el labio inferior.
–Porque no te crees nada de lo que digo –respondió ella, completamente hipnotizada por aquel gesto, con cierta amargura. El tono de su voz la sorprendió, porque deseó que la opinión de Paul no fuera tan importante para ella–. Bien, ¿cuál es el veredicto? ¿Crees que me siento atraída por ti?
–Sí. ¿No me vas a preguntar si el sentimiento es mutuo? –añadió Paul al ver que ella guardaba silencio.
–No. No quiero jugar a eso contigo.
El rostro de Paul parecía estar tallado en piedra.
–Le dije a Ethan que, por el momento, seguiré vuestra mentira.
–Genial –dijo ella. Se sentía derrotada, aunque no sabía por qué aquella noticia le había molestado tanto–. Estoy segura de que eso alegró mucho a Ethan.
Paul la miró durante unos segundos antes de asentir.
–Deberíamos regresar.
Realizaron el trayecto a Charleston casi en silencio. Lia tenía que ordenar sus sentimientos sobre el beso, sobre el hecho de que Paul hubiera aceptado tan repentinamente que ella se hiciera pasar por su prima y lo que ocurriría si sus razones para representar el papel salían a la luz.
Sospechaba que la fuerte atracción que sentía por Paul podría transformarse en algo más, algo que no se parecería en nada a lo que había vivido antes. Nunca había experimentado tal deseo de estar con un hombre. Esa necesidad la asustaba un poco, pero no podía ignorar la potencia de su deseo. No podía fingir que rendirse a la tentación no tendría consecuencias. No se imaginaba que el deseo que sentía por él desaparecería en un día. Incluso si Paul nunca descubría de dónde venía, tenía la intención de volver a la carretera en cuestión de pocas semanas. Para su tranquilidad futura, necesitaba embotellar sus sentimientos en aquel mismo instante.
Desgraciadamente, lo que estaba ocurriendo entre Paul y ella en aquellos instantes no era solo una bomba emocional que estaba a punto de explotar. El modo en el que su madre y su tía le habían dado la bienvenida a la familia la había afectado de un modo que no había esperado. A pesar de que se sentía culpable por el fraude que estaban haciendo, el amor que todos ellos habían mostrado por la niña perdida había hecho que Lia se preguntara cómo la recibirían a ella si alguna vez se pusiera en contacto con la familia que su madre había dejado en Seattle.
Jen Marsh se había marchado poco después de terminar la secundaria y no había vuelto a mirar atrás. El hecho de que jamás se quedara mucho tiempo en un lugar significaba que rara vez formaba vínculos duraderos. Y lo mismo le ocurría a Lia.
Aunque no había disfrutado nunca de apoyo de una familia, en ocasiones Lia añoraba pertenecer a una. En realidad, no se imaginaba pertenecer a una familia tan grande y unida como los Watts. La realidad era que muy pronto estaría viviendo entre ellos y que todos esperarían que compartiera detalles de su vida. Jen Marsh se había tomado muchas molestias para escapar de su pasado y crear una vida anónima para Lia y ella. Si Paul seguía escarbando en su pasado, podría poner todo aquello en peligro. ¿Le interesaría a alguien la historia sobre la nieta de un estafador tres décadas después de que él ingresara en la cárcel? Lo dudaba, pero para estar segura, sería mejor que evitara la atención pública en las próximas dos semanas.
Después de parar brevemente en su apartamento para que ella pudiera recoger su limitado guardarropa, Paul la llevó directamente a la casa de Grady. Constance los estaba esperando y la condujo a la planta superior, donde estaban los dormitorios, explicándole la historia de la casa al mismo tiempo.
–Fue construida en 1804 por Jacob Birch y sus descendientes vivieron aquí hasta 1898, cuando la compró Theodore Watts. La casa es propiedad de la familia Watts desde entonces.
–Vaya, eso es mucho tiempo. ¿Y aquí solo vive Grady?
–Grady lleva solo aquí desde que perdió a su esposa a finales de los años sesenta –añadió Paul–, pero las gemelas Shaw viven en la casa del guardés y yo paso las noches en los antiguos establos de vez en cuanto. Con más frecuencia desde que tuvo el ictus.
–Debe de gustarle teneros a todos tan cerca…
–Las dos chicas están tan ocupadas con sus estudios y vidas sociales que por eso es maravilloso que te alojes aquí con Grady. ¿Te has traído traje de baño? La piscina se arregló hace poco. Este era el dormitorio de tu madre –le dijo Constance mientras la llevaba a una habitación que quedaba justo enfrente de la de Grady–. Es la mejor habitación, después de la suite de Grady.
–¡Vaya!
La enorme y luminosa estancia daba a los jardines. Lia contempló los enormes ventanales, la maravillosa cama y el enorme armario acristalado que dominaba una pared entera. Incluso con los dos disfraces de princesa que ella tenía, Lia sabía que su ropa no ocuparía ni la mitad de aquel espacio.
–Parece que te gusta –comentó Constance encantada.
–Nunca he estado en un dormitorio tan grande ni tan bonito –dijo Lia–. Es mucho más grande de a lo que yo estoy acostumbrada.
Lia era minimalista tanto por deseo como por necesidad. Necesitaba muy pocas cosas porque el hecho de vivir en una caravana en la que viajaba por todo el país la había acostumbrado a vivir tan solo con lo esencial. La única excepción era su cada vez más amplia colección de disfraces de princesa. Sin embargo, en el momento en el que había entrado en aquel dormitorio se había quedado atónita, no solo por el lujo y comodidad del dormitorio, sino también por el hecho de contar con un cuarto de baño que era mayor que su propia caravana. Se imaginó dándose un largo baño en la maravillosa bañera, pero, entonces, la realidad se volvió a apoderar de ella. No estaba de vacaciones. Dentro de un par de semanas, volvería a estar con Misty en la carretera.
–Acostúmbrate –le aconsejó Constance–. Vas a estar con nosotros mucho tiempo…
Lia sintió que se le hacía un nudo en la garganta. La familia Watts era totalmente opuesta a la actitud que tenía su madre hacia la familia.
–Paul, ¿puedes ir a buscar a Cory para decirle que tiene que subir el resto de las cosas de Lia?
–Esto es todo lo que tiene –respondió Paul mientras colocaba las cajas con los disfraces encima de la cama.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Constance mirando las cajas y la pequeña bolsa de viaje de Lia–. ¿Cómo es posible?
–No tengo mucho sitio en mi caravana –explicó Lia–. Y tampoco necesito muchas cosas.
–Eso era en tu vida de antes. Ahora eres una Watts y deberías vestirte como tal –comentó Constance mientras miraba las mallas de yoga y la camiseta que Lia llevaba puestas–. Tenemos que comprarte ropa nueva. Las gemelas te pueden enseñar sus boutiques favoritas.
–No hay necesidad –comentó Lia mirando a Paul con cautela–. Estoy segura de que Poppy y Dallas están demasiado ocupadas para llevarme de compras. Además, solo voy a estar aquí un par de semanas.
–Tonterías. Tienes que quedarte más tiempo. Por ti, Grady se está poniendo mejor a cada día que pasa. No hay necesidad de que estés metida en la casa todo el tiempo. Las gemelas y Ethan te pueden llevar por ahí para que conozcas a sus amigos. Tengo varios eventos en las próximas dos semanas a los que todos vamos a asistir. Cuando se corra la palabra, todo Charleston estará deseando conocerte.
Mientras Constance hablaba, la ansiedad de Lia iba cada vez más en aumento. Recurrió en silencio a Paul, pero él permaneció en silencio. Lia frunció el ceño al darse cuenta de que su actitud era deliberada. No quería prestar ayuda para demostrar lo alocado que era el plan de Ethan. Como si Lia necesitara que se lo mostrara.
–En estos momentos, me siento verdaderamente abrumada –protestó Lia–. No estoy acostumbrada a tanta atención. Si no te importa, me gustaría centrarme en conseguir que Grady se ponga mejor.
–Sí, claro, por supuesto –dijo Constance algo sorprendida y un poco avergonzada–. Supongo que me he emocionado un poco. Estamos tan contentos de tenerte en casa…
Por fin, Paul pareció apiadarse de Lia.
–Mamá, ¿por qué no la dejamos a solas para que deshaga su maleta?
La mirada de agradecimiento que ella le dedicó solo consiguió que él frunciera el ceño. Ciertamente, no había manera de caerle en gracia.
–Por supuesto –dijo Constance–. Reúnete con nosotros abajo cuando hayas terminado. ¡Ah! Casi se me había olvidado –añadió cuando estaba a punto de marcharse–. Hay un pequeño regalo de bienvenida para ti en la mesilla de noche.
La primera reacción de Lia fue mirar a Paul y luego protestar porque ella no necesitaba regalos.
Cuando por fin se quedó a solas, comenzó a colocar en los cajones de la cómoda sus escasas pertenencias. Entonces, sucumbió a la curiosidad para ver qué era el regalo. Un estuche pequeño y aplastado esta sobre la cómoda junto a nota escrita en una elegante hoja de papel.
Esto perteneció a tu abuela. Pensamos que deberías tenerlo tú. Constance.
Lia retiró la cinta del estuche y lo abrió. Sobre terciopelo negro, había un relicario muy antiguo. Sintió que se le hacía un nudo en el corazón cuando lo abrió y vio que contenía una fotografía de Ava cuando solo era una adolescente. Se sentó en la cama y miró la fotografía, pensando en todos los sucesos que la habían llevado hasta aquel momento y deseando haber hecho muchas cosas de un modo muy diferente.
–Hola.
Lia levantó la mirada y vio a Ethan, imponente con un elegante traje azul con corbata color lavanda.
–Hola.
–¿Te parece bien alojarte aquí durante las próximas dos semanas? –le preguntó Ethan mientras entraba en la habitación–. Tanto mi madre como mi tía Lenora pueden ser muy insistentes y no quiero que te sientas presionada.
–Pienso pasar la mayoría de ese tiempo con tu abuelo, así que creo que podré soportarlo durante un par de semanas.
Ethan se acercó a ella y le tomó la mano.
–Sé que esto no es lo que habíamos planeado en un principio. Estoy en deuda contigo por ayudar de esta manera.
–No, de verdad. Solo quiero traerle algo de paz a tu familia.
–Ciertamente lo estás haciendo.
–¿Puedes convencer a tu madre para que no me presente delante de todo Charleston como la hija de Ava? Eso podría terminar complicándolo todo y no quiero que tu familia sea objeto de chismorreos.
–Claro, yo me ocuparé.
–Gracias, porque tu hermano no me ha ayudado en nada. Pensaba que quería mantenerme lejos de su vida.
–Sé que resulta muy difícil creerlo, pero me parece que Paul cambiará de opinión cuando te conozca.
–Eso espero…
El recuerdo del beso que habían compartido hizo que se le ruborizaran las mejillas y que el deseo se despertara dentro de ella.
–Resulta inquietante la enorme antipatía que siente por mí.