Читать книгу Pack Bianca febrero 2021 - Varias Autoras - Страница 10
Capítulo 5
ОглавлениеMIA ESTABA haciendo las maletas y, después de guardar la alianza y el anillo de compromiso en el bolso, por fin miró la suite por última vez. La echaría de menos, pensó.
Cuando los coches se alejaron por el camino de gravilla, llamó para que subieran a buscar sus maletas, pero no hubo respuesta, de modo que bajó a la cocina… y volvió a encontrarse con Dante.
–¿Dónde está Sylvia? –le preguntó.
–Les he dicho que se tomasen libre el resto del día –respondió él–. Ha sido un día muy triste para ellos también, pero no te preocupes, yo me voy al hotel, así que tendrás la casa para ti sola.
–No tienes que irte al hotel, puedes quedarte aquí.
Él esbozó una sonrisa sarcástica.
–Tienes tres meses, Mia. Tiempo suficiente para afilar tus garras…
–No sé de qué estás hablando –lo interrumpió ella–. No voy a impugnar el testamento y no tengo intención de quedarme aquí. La casa es toda tuya.
Dante torció el gesto. Había esperado que se quedase hasta el último momento.
–¿Preparándote para el próximo?
–¿El próximo qué?
–El próximo hombre, la próxima conquista.
–¿Qué dices? Tú no tienes ni idea.
–Otro viejo tonto dispuesto a sacrificar a su familia y su reputación solo para estar contigo.
–Tu padre no era ningún tonto –replicó Mia–. Y tampoco era viejo. No tenía sesenta años cuando nos conocimos.
–Demasiado viejo para ti –insistió él, aunque el rencor que sentía no era por la diferencia de edad sino porque su padre la había elegido a ella.
A Mia. Una mujer que despertaba en él un deseo tan poderoso que los últimos dos años habían sido un infierno.
Mia dejó escapar un suspiro. Daba igual lo que Dante dijese. Todo había terminado. En cuanto se fuera de allí sería libre de los Romano para siempre. Nunca más tendría que volver a verlos, nunca más tendría que soportar las pullas de Dante.
Pero, aunque debería subir a buscar sus maletas, Mia decidió que diría la última palabra porque no podía aguantar más.
Verla acercarse con expresión airada, ver por fin una emoción en su inexpresivo rostro, era la nueva versión del infierno para Dante.
–Me crees una fulana, me juzgas, pero eres un hipócrita. Tú pagas por acostarte con mujeres.
–Yo no he pagado por acostarme con una mujer en toda mi vida.
–Por favor. ¿Crees que estarían contigo si no fueras rico? ¿Saldrían contigo si no les regalases diamantes, si no las llevases a lujosos hoteles? –le espetó ella.
Mia había sentido unos absurdos celos cada vez que aparecía en alguna revista con su última novia, pero había algo más recorriendo sus venas mientras se miraban a los ojos.
–Claro que saldrían conmigo –afirmó Dante.
–Te quieren por tu dinero, por tus regalos. No creo que te quieran por tu amabilidad o tu ternura…
–Yo puedo ser tierno cuando quiero –la interrumpió él–. O menos que tierno cuando ellas lo prefieren.
Mia tragó saliva cuando Dante tomó su mano y la examinó durante unos segundos.
–Estabas deseando quitarte la alianza, ¿no? –murmuró, llevándosela a los labios.
Era la segunda vez que se tocaban desde que se conocieron y el ligerísimo roce de sus labios provocó un terremoto. Era como si todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estuvieran expuestas.
–Verás, mi querida madrastra, yo puedo ser tierno…
–¡Deja de llamarme así!
Cuando Dante se llevó uno de sus dedos a los labios para chuparlo, Mia tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos.
–¿Qué pasa? –le preguntó entonces, besando la palma de su mano con dolorosa ternura–. ¿Te avergüenza sentirte excitada?
–Yo no te deseo –replicó ella, intentando apartarse.
–Anoche, en la cocina…
–No te deseo –lo interrumpió Mia–. No sé de qué estás hablando.
–Entonces márchate. Deja de jugar con fuego.
Debería irse, pensó ella. Debería darse la vuelta y salir corriendo porque nunca había experimentado un deseo tan brutal. Era algo incontrolable que no le permitía pensar con claridad. Estaba jugando con fuego y Mia descubrió que le gustaba.
Dante acarició su mejilla y colocó un mechón de pelo detrás de su oreja, pero no hizo nada para atraerla hacia él.
–¿Qué es lo que quieres, Mia?
–Que todo esto termine de una vez –respondió ella.
–¿Y en cuanto a mí?
–No volver a verte nunca.
–Sin embargo, aquí estás.
–Sí.
Dante la besó entonces, un beso lento y profundo. Separó sus labios con la punta de la lengua y ella se lo permitió. Daba igual que no tuviese experiencia porque no era necesaria cuando Dante reclamaba su boca de ese modo tan fiero.
El roce de una lengua siempre le había repugnado. Ahora, sin embargo, lo único que la repelía era su propio deseo porque quería más, aunque luchaba para apartarse.
Pero fue Dante quien se apartó y Mia se quedó inmóvil, pasándose la lengua por los labios para saborearlo de nuevo.
–No quieres volver a verme y, sin embargo, aquí sigues.
Mia tragó saliva cuando él inclinó la cabeza para besarla en el cuello.
«Ay, Dios», pensó mientras la besaba.
–Dante…
Estaba aplastada contra su torso y, al sentir el rígido miembro rozando su estómago, se excitó como nunca. No podía apartarse.
–Vete –dijo él, mientras desabrochaba los botones de perlas del vestido, dejando al descubierto el sujetador negro–. Vete antes de que hagamos algo que lamentaremos después.
–No quiero irme.
Tan descarnada, tan sincera, fue esa admisión que sus ojos se llenaron de lágrimas.
–No podemos ir a ningún sitio –dijo Dante.
–Lo sé –murmuró ella.
Aquello era absurdo, peligroso, pero Dante había inclinado la cabeza para rozar sus pechos con los labios y Mia dejó escapar un suspiro de gozo. La saboreó a placer, rozándola con la lengua y los dientes de un modo sublime y cuando levantó la cabeza lo deseaba más que nunca.
El deseo era superior a la timidez y fue Mia quien le quitó la camisa con manos temblorosas para admirar el cuerpo que había ansiado ver durante tanto tiempo. Los oscuros pezones, el vello que cubría su torso y bajaba hasta su estómago plano…
Cuando Dante desabrochó su cinturón, Mia tuvo que apretar las piernas. Y cuando estuvo completamente desnudo, cuando lo vio erecto, se le hizo un nudo en la garganta.
Su mano temblaba mientras la pasaba por la línea de vello oscuro desde el pecho hasta el estómago y luego más abajo, hasta los eróticos rizos negros que rodeaban su erguido miembro.
–Tócame –dijo él con voz ronca.
La fascinación de Mia superó a la timidez. Primero, lo tocó delicada, tímidamente, pero al sentir el acero bajo la aterciopelada piel cerró la mano y se quedó sorprendida cuando él dejó escapar un gemido ronco.
–Mia…
Parecía a punto de explotar mientras ponía una mano sobre la suya y la movía arriba y abajo. Sentirlo crecer bajo su mano hacía que Mia no pudiese tragar, tensa de excitación.
–Necesito verte –dijo él mientras la desnudaba–. Necesito conocer tu olor y tu sabor…
Mia tembló cuando él se puso de rodillas y tiró de sus medias, llevándose a la vez sus bragas, para besarla ahí.
–Dante…
Se agarró a su pelo mientras él separaba sus muslos con las manos, sin dejar de acariciarla con la lengua. Mia no sabía lo que estaba haciendo, pero sus caderas se movían hacia delante como por voluntad propia. Nunca hubiera podido imaginar que el roce de una lengua ahí pudiese hacerle sentir un deseo tan desesperado.
–Por favor, Dante… –le suplicó, pero no sabía qué estaba pidiendo. Había perdido el control y no sabía qué hacer. Que Dante la tocase de ese modo donde ella nunca se había atrevido a hacerlo era tan extraño, tan abrumador–. Nunca me he acostado con nadie.
Sorprendido, Dante levantó la cabeza. ¿Estaba jugando con él?, se preguntó. Pero cuando la miró a los ojos vio que parecía frenética, insegura. Sabía que lo deseaba por la presión de sus muslos y de sus manos, pero Mia parecía aturdida.
–¿Eres virgen?
Una palabra que despertaba tantas preguntas.
O, más bien, debería despertar tantas preguntas, pero lo que despertó en él fue un deseo de tal magnitud que le daba igual que aquello fuese algo prohibido.
–Ven aquí –murmuró, tirando de ella. Luego tomó su cara entre las manos y la miró a los ojos–. ¿Quieres esto?
–Sí.
Y entonces, por primera vez, Mia recibió el calor de su sonrisa. Una sonrisa tan sincera, tan íntima, que se llevó el dolor de aquel día. Una sonrisa tan hermosa que se la devolvió, aunque estaba temblando.
–No pasa nada, tranquila –dijo él, besando su mejilla antes de sentarla sobre sus muslos.
–Dante…
Se besaron, besos lentos y húmedos, mientras ella apretaba sus pechos contra el torso masculino y él se bebía su boca, rozándola con su miembro hasta que no pudo más y la tumbó sobre la alfombra. Había perdido la cabeza y le daba igual. Solo quería dejar atrás el dolor y la tensión del día mientras sus cuerpos se encontraban.
Se colocó sobre ella e intentó penetrarla, pero se encontró con una inesperada resistencia. Empujó de nuevo y la oyó gemir cuando atravesó su virginal espacio.
Mia lo embrujaba, lo cautivaba y también lo enternecía. La besó mientras se hundía en ella de nuevo, acariciando tiernamente su espalda.
–No te muevas –murmuró, porque sabía que tenía que acostumbrarse a la sensación de tenerlo dentro.
La besó tiernamente, jadeando, esperando que ella le diese una señal para seguir.
–Dante… –musitó Mia, levantando las caderas.
Aunque parecía increíble, él sabía que todo aquello era nuevo para ella, de modo que se apartó un poco para mirarla. Parecía tensa y dos lágrimas rodaban por sus mejillas.
–¿Te he hecho daño?
–No, no, estoy bien. No pares.
Dante rozó su mejilla con los labios, saboreando la sal de sus lágrimas, y luego buscó su boca mientras volvía a empujar, tragándose sus sollozos.
Y entonces se convirtieron en uno.
Mia levantó la cabeza para verlo mientras se enterraba en ella. La sacudía con cada embestida, provocando sensaciones salvajes. Estaba tensa de la cabeza a los pies, pero Dante no se detuvo y ella no tenía el menor deseo de escapar.
El incesante traqueteo la excitaba y se arqueaba hacia él para acariciarlo. Sin embargo, él le dijo que tenía que darle más. Y luego la llamó por su nombre.
–Mia… –murmuró–. Mia, Mia… Mia.
Las últimas embestidas, rápidas y frenéticas, la llevaron al precipicio y, sin embargo, él quería más, exigía que lo dejase ir más allá y siguió empujando hasta que Mia volvió a experimentar un orgasmo que la hizo gritar.
No podía respirar, tan intenso era el placer, pero Dante no dejaba de moverse mientras ella era incapaz de llevar oxígeno a sus pulmones. Por fin, dejando escapar un rugido, Dante se dejó ir y la explosión provocó una nueva oleada de placer.
Estaba atónita por lo que había hecho, pero también envuelta en una sensación de pura felicidad. No sabía cómo había podido vivir durante tantos años sin conocer ese gozo.
O cómo iba a vivir sin volver a disfrutarlo.
Dante se echó hacia atrás, cubriéndose los ojos con un antebrazo mientras pensaba en el fracaso de su autocontrol en aquel día tan solemne.
Durante unos minutos, había olvidado que su padre estaba muerto. El invierno que se había instalado en su alma había desaparecido, pero volvía de nuevo y peor que antes porque recordó entonces que no había tomado precauciones.
–¿Por qué te casaste con él?
Era virgen y eso lo había vuelto loco de deseo, pero ahora lo entristecía porque demostraba que no había habido una apasionada historia de amor entre Mia y su padre. Todo había sido una mentira y no podía entenderlo.
–¿Era solo por el dinero? –le preguntó.
Mia dejó escapar un suspiro. La chimenea estaba casi apagada y tenía frío. Le gustaría tumbarse sobre Dante para recibir su calor, le gustaría volver a besarlo, pero sabía que si lo hacía le revelaría la verdad y no podía hacerlo.
Era una verdad que había jurado no revelar, un secreto por el que había recibido una recompensa.
–No tengo por qué responder a esa pregunta.
–No, es verdad –asintió él. Pero le gustaría que lo hiciese. Dante apartó el antebrazo de su cara, pero seguía sin poder mirarla a los ojos–. ¿Ha merecido la pena?
–¿Qué parte? –le preguntó Mia mientras miraba al techo, sabiendo que preguntaba por lo que acababa de pasar y también por la mentira que había vivido durante esos dos años.
–No te entiendo.
–¿Los insultos de la prensa, que me llamasen buscavidas y cosas peores por casarme con tu padre? ¿Ser despreciada por tu familia o acostarme contigo?
–Todo eso –respondió Dante–. ¿Ha merecido la pena?
Podría decir que sí y al infierno con el resto del mundo, pero Mia había sido criticada tantas veces por su matrimonio con Rafael que no pensaba arriesgarse. Nadie debía saber que había tenido una sórdida aventura con su hijo… el día de su funeral.
–No –respondió por fin–. Si con eso pudiera evitar lo que ha pasado, devolvería el dinero con intereses.
Era el más horrible final para algo que había sido maravilloso, pero no se atrevían a mirarse.
Por fin, Mia se levantó y se dirigió hacia la escalera. No se molestó en tomar su ropa del suelo porque no pensaba volver a ponérsela.
Se duchó a toda prisa y, después de vestirse, bajó al recibidor con las maletas. Había llamado a un taxi, pero cuando iba a salir de la casa Dante apareció en el pasillo abrochándose la camisa.
–Yo te llevaré al aeropuerto.
–No hace falta.
–Mia –Dante tomó su mano y la miró a los ojos–. No hemos usado protección.
–No, es verdad –asintió Mia.
Se sentía un poco enferma al pensarlo porque ella era una persona tan meticulosa y organizada que aún no podía creer que hubiese perdido el control de ese modo.
–Deberías ir a la farmacia. Sé que hay unas pastillas del día siguiente…
–Sí, he oído hablar de ellas.
Dante, por supuesto, estaba más acostumbrado que ella a esos asuntos. De hecho, debía ser un experto.
–¿Tú te encargarás de todo? –le preguntó.
–Sí, claro –respondió Mia.
–Porque no querrás estar embarazada, ¿no?
–Por supuesto que no.
–Sería un escándalo como ningún otro y, aparte de eso, yo no quiero tener hijos.
–Lo sé, Dante –dijo ella, intentando sonreír–. Ninguna responsabilidad.
–Pero no he tomado las debidas precauciones.
Mia miró al reprobó playboy. No, no quería tener un hijo con él, de ningún modo.
–Entonces lo haré yo.
Dante la ayudó a meter las maletas en el coche, pero no hubo beso de despedida y, antes de que la puerta del coche se cerrase, ya había entrado en la casa.
No, no podía haber un final feliz para ellos.
Lo que habían hecho era un terrible error y los dos lo sabían.