Читать книгу Pack Bianca febrero 2021 - Varias Autoras - Страница 11
Capítulo 6
ОглавлениеFUE DANTE quien alertó a Mia de que podrían tener un problema.
Después de un turbulento vuelo a Londres, Mia había ido al apartamento que era parte de su herencia y, sin quitarse el abrigo, se tumbó en la cama, agotada.
Estaba atónita por lo que había pasado y consternada por su falta de remordimientos porque, a pesar de sus valientes palabras cuando le preguntó si había merecido la pena, sabía que si tuviese oportunidad volvería a hacerlo.
Por la mañana, se duchó y se vistió, jurando borrar el indecente encuentro de su mente y rehacer su vida, antes de ir a visitar a su hermano.
Michael había conocido a Gemma, una fisioterapeuta, cuando volvieron a Inglaterra después del accidente y durante horas de rehabilitación se habían hecho amigos. Mia había notado el aumento de referencias a Gemma durante sus conversaciones con Michael y luego, por fin, un día apareció en la pantalla del móvil.
Poco después, su hermano le había dicho que estaban enamorados. La joven pareja lo tenía todo en contra, pero Gemma estaba motivada y Michael había empezado a tener una actitud más positiva.
Su hermano la había apoyado cuando se casó con Rafael, sin saber que lo hacía por él, para ayudarlo, pero unos meses más tarde se percató de la realidad.
–No deberías haberlo hecho, Mia.
Ella apretó los dientes para no decir que no habría tenido que hacerlo si él se hubiera molestado en hacerse un seguro antes de viajar a Estados Unidos. El pobre Michael había pagado un precio muy alto por esa irresponsabilidad.
Angela Romano se había portado como un rottweiler mientras redactaban el acuerdo, recordando a Rafael una y otra vez que todo lo que le daba a Mia salía de la herencia de sus hijos, pero por fin su hermano y ella tenían un apartamento, el de Michael adaptado para la silla de ruedas, y todas las deudas estaban pagadas. Por fin podían rehacer sus vidas, de modo que Mia decidió buscar trabajo.
¿Había merecido la pena?
En la seguridad de su casa, a solas, podía responder a la pregunta de Dante con más sinceridad.
Sí, había merecido la pena. Estaba harta de los Romano, de los paparazis, de los insultos. En Londres nadie la reconocía y su hermano, después del trauma, por fin estaba abrazando de nuevo la vida.
Y, sin embargo, ¿había merecido la pena de verdad?
Mia no estaba segura.
Cuando llegó la invitación para el baile benéfico de los Romano, miró el sobre durante largo rato sin saber qué hacer.
Soñaba con volver a ver a Dante, aunque temía que alguien descubriese su ilícito encuentro la noche del funeral de Rafael.
Ese encuentro lo había cambiado todo. Ese momento de felicidad había provocado un irresistible deseo de repetir la experiencia, pero guardó la invitación en un cajón, intentando no pensar en un hombre que podía excitarla con una simple mirada.
Estaba saliendo de una entrevista de trabajo cuando empezó a sonar su móvil.
–Mia.
Era la voz de Dante y Mia se detuvo de golpe, provocando un atasco en la acera.
–Hola –respondió, intentando no traicionar la alegría que sentía al escuchar su voz–. ¿Cómo estás?
–Bien, estoy bien. Llamaba para saber cómo estás tú.
–¿Yo? Estoy bien. ¿Por qué?
–Solo quería saber que no había habido consecuencias de nuestro encuentro –respondió él, tan brusco y directo como de costumbre.
–Claro que no –respondió ella. Después de todo, había tomado las pastillas–. Todo está bien.
–Ah, estupendo. Solo quería asegurarme.
Pero Mia no estaba tan segura y cuando Dante cortó la comunicación, provocó otro atasco en la acera mientras intentaba hacer cuentas. El farmacéutico le había dicho que las pastillas podrían retrasar el periodo una semana.
Pero llevaba más de una semana de retraso.
Maldito fuese por estresarla de ese modo, pensó mientras entraba en una farmacia para comprar una prueba de embarazo.
El indicador le dijo que estaba embarazada. La segunda prueba dio el mismo resultado y el médico se lo confirmó. Estaba embarazada y saldría de cuentas a principios de octubre.
–Pero tomé la pastilla del día siguiente…
Había vomitado en el avión. Era algo habitual. Ni siquiera podía hacer viajes largos en coche y su estómago daba un vuelco solo con ver un helicóptero. Normalmente, tomaba unas pastillas para el mareo cuando tenía que viajar, pero ese día estaba demasiado agitada y lo había olvidado.
Había salido huyendo de Italia y solo quería volver a Londres lo antes posible después de lo que había ocurrido con Dante. Evitar el embarazo solo había sido un pensamiento entre muchos.
Y ahora estaba embarazada.
¿Había merecido la pena?, volvió a preguntarse. Y durante muchas noches la respuesta era: no.
No, de ningún modo.
Estaba aterrorizada y no sabía qué hacer, pero el mes de febrero dio paso al mes de marzo y llegó el aniversario del accidente. Habían pasado muchas cosas en esos dos años. La muerte de sus padres, la depresión de Michael, el terror de no poder pagar las facturas del hospital…
Y entonces había conocido a Rafael. Y a Dante, un hombre que despertaba en ella sentimientos desconocidos.
Y ahora estaba embarazada.
¿Había merecido la pena?
Tal vez.
Estaba empezando a acostumbrarse a la idea de que una vida crecía dentro de ella, pero sabía que Dante, un mujeriego empedernido, no se tomaría bien la noticia.
Sabía que no tenía el menor deseo de casarse o tener hijos porque lo había oído discutir con Luigi. El propio Dante le había dicho que no quería tenerlos.
Pero ya era demasiado tarde.
Sobreviviría, pensó, porque siempre lo hacía, incluso en las peores circunstancias. Ese pensamiento la hizo saltar de la cama y vestirse para una nueva entrevista de trabajo.
En Italia, Dante estaba más que apagado y su madre lo comentó cuando pasó por su despacho para despedirse antes de embarcarse en el crucero.
–Estoy bien –insistía él.
–¿Por qué tienes a Ariana ayudando con la organización del baile? –se quejó Angela–. Apenas la he visto en dos semanas.
–¿Y?
–Debería estar preparando su boda.
Era una queja habitual. El consejo de administración lo presionaba para que sentase la cabeza y su madre presionaba a Ariana para que hiciese lo propio.
–Pero si aún no tiene novio.
Su madre torció el gesto.
–Ariana dice que estás pensando vender la casa de Luctano.
–Así es. ¿Por qué? ¿Has cambiado de opinión?
–No, no –respondió Angela–. Solo quería saber qué está pasando. No te había visto desde el funeral.
–He estado ocupado.
–Sé que puede parecer un poco insensible que me vaya a un crucero tan pronto, pero lo tenía reservado desde hace tiempo.
Dante prefirió callar. En el fondo, pensaba que era demasiado pronto para que se soltase el pelo, aunque hubieran estado divorciados. Y no le parecía una coincidencia que volviese a Roma un día después del baile benéfico. Cuando estaban casados, a su madre le encantaban los preparativos del evento y el interés de la prensa.
–¿Ella irá al baile? –pregunto Angela entonces.
Dante supo inmediatamente que se refiera a Mia.
–No estoy seguro.
–Debería tener la decencia de no aparecer por aquí –dijo su madre entonces–. ¿Y quién la acompañará? Si aparece, todo el mundo se sentirá incómodo.
–Mi padre pidió que acudiese toda la familia, mamá. Y, supuestamente, Mia debe ser la anfitriona del baile.
–No habrás puesto eso en las invitaciones, ¿verdad?
–No.
Dante sabía que su madre estaba imaginando su regreso triunfal como anfitriona de futuros eventos, de modo que decidió cambiar de tema.
–Bueno, cuéntame con quién vas a hacer ese crucero.
–Con un amigo –respondió Angela, encogiéndose de hombros.
–¿Más que amigo?
–Estoy saliendo con un hombre –admitió su madre por fin–. Puede que lo recuerdes, el señor Thomas, tu antiguo…
–Mi antiguo tutor –la interrumpió Dante.
–¿Cómo sabes que es él?
–Os vi juntos el día que fuimos a darte la noticia de la muerte de papá.
–Sí, bueno, nos encontramos hace unos meses y me preguntó por ti –dijo su madre, sin mirarlo–. ¿Te molesta que salga con él?
–¿Por qué iba a molestarme? Es hora de que rehagas tu vida y seas feliz.
–Gracias –murmuró Angela–. ¿Stefano está aquí?
–Ha salido a comer con Eloa y no creo que vuelva hasta mañana.
Cuando su madre salió del despacho, Dante torció el gesto. No sabía si creerla. Siempre había sentido que le mentían y desde la muerte de su padre empezaba a entender por qué.
–Acaba de llamar Matteo Castello –la voz de Sarah interrumpió sus pensamientos–. Quiere hablar contigo, pero le he dicho que estabas en una reunión.
–¿Qué quería? –le preguntó él, frunciendo el ceño.
–Se trata de Mia. Matteo está pensando darle un puesto de ayudante ejecutiva en su oficina de Londres y quiere una carta de recomendación.
Vaya, vaya, pensó Dante.
–Muy bien, gracias.
–Y, hablando de Mia, aún no ha dicho si acudirá al baile –le recordó Sarah.
–No es mi problema. Que haga lo que quiera.
Pero no era verdad, sí era su problema y un grave problema, además. Dante quería que fuese al baile para verla de nuevo y con un poco de suerte…
Pero Mia no había respondido a su carta.
–Bueno, me marcho –dijo Sarah.
–Pero si solo son las tres.
–¡Dante!
Ah, sí, el regalo de Navidad para Sarah había sido un largo fin de semana con su marido en La Fiordelise y ella había decidido que fuese aquel fin de semana.
–Es verdad, se me había olvidado.
Todo el mundo estaba celebrando las navidades. Todo el mundo excepto él.
No podía quitarse a Mia de la cabeza y no le apetecía estar con otra mujer. Y que trabajase para Castello no le hacía la menor gracia.
Cuando Sarah se marchó, Dante levantó el teléfono, pero en lugar de llamar a Castello marcó el número de Mia. Habían pasado unas semanas desde su última conversación con ella.
–¿Sí?
–Castello me ha pedido referencias tuyas –dijo a modo de saludo–. ¿Esto es una broma?
–¿Por qué iba a ser una broma? –replicó ella.
La había pillado desprevenida y había respondido al teléfono sin mirar la pantalla, esperando que fuese alguna noticia sobre la última entrevista. Escuchar la voz de Dante la había dejado sin aliento durante un segundo, pero se recordó a sí misma que ya no era la mujer de Rafael y no tenía que darle explicación alguna.
–Necesito un trabajo.
–Lo entiendo, ¿pero tienes que trabajar precisamente para uno de los rivales de la empresa Romano?
–No son rivales de los Romano. Tu empresa es cien veces más grande –respondió ella–. Tu padre me dio una carta de recomendación, pero estábamos casados, de modo que no tiene mucho peso. No sé por qué te han llamado, pero si es un problema…
–No, no importa –la interrumpió él–. Aunque te advierto que Castello es un sinvergüenza.
–A mí me pareció muy amable.
–En serio, es un canalla.
Mia estaba sentada en el salón, acongojada por aquella situación imposible. No era la idea de hablarle del embarazo lo que la tenía abrumada, aunque aún no había decidido si iba a decírselo, sino escuchar su voz y recordar su pasión, su energía.
–No me has dicho si vas a acudir al baile benéfico. ¿Piensas venir?
–No lo sé –respondió ella–. ¿Por qué iba a meterme en ese nido de serpientes?
–Por los niños enfermos a los que ayuda la fundación, por ejemplo. Además, era lo que quería mi padre.
–Dante…
–Mi madre no acudirá.
–No me preocupa tu madre.
–Si necesitas un vestido…
–Tengo el del año pasado. ¿Recuerdas que no pudimos venir?
Dante lo recordaba. Su padre estaba demasiado enfermo y había sido un alivio no tener que ver a Mia de su brazo.
–Te aseguro que no habrá animosidad. Hablaré con Ariana…
–Esa es la última de mis preocupaciones.
–Muy bien –asintió él. Sabía que Mia temía volver a verlo. Sabía que debería decirle que esa noche había sido un error, pero no lo hizo–. En fin, tú decides. Naturalmente, habrá una suite reservada para ti. Si decides venir, solo tienes que llamar a Sarah y ella se encargará de enviarte el billete de avión. ¿Seguro que va todo bien?
Mia sabía que no le preguntaba cómo estaba tras la muerte de Rafael. Quería saber si había alguna consecuencia de esa noche, pero aún no podía decírselo. Y menos por teléfono.
–Estoy bien –respondió.
–Me alegro –dijo Dante, aunque no sabía si creerla.
Se decía a sí mismo que no tenía razones para preocuparse, pero la ligera vacilación en su respuesta lo había dejado con una sensación que conocía demasiado bien: le estaba mintiendo.
No.
Por una vez, Dante intentó aplastar su natural desconfianza. Después de todo, no había impugnado el testamento. De hecho, se había ido de Luctano cuando podría haberse quedado allí tres meses. No había dado entrevistas, no había exigido nada. Si había consecuencias de esa noche, estaba seguro de que se lo habría dicho.
¿Tal vez había llegado el momento de confiar en ella?
¿Por qué no podían estar juntos una vez más? Discretamente, claro.
Dante quería que Mia fuese al baile.
Era un fuego que tenía que apagar del todo porque ignorando las brasas solo había conseguido que se declarase un auténtico incendio.