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EL SISTEMA «PSI» Y SU VACÍO

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MIQUEL BASSOLS

«Nosotros, los psi...». Así es como empieza el manifiesto redactado por Jacques-Alain Miller el pasado mes de noviembre, manifiesto que ha puesto en pie de guerra al mundo «psi» contra el furor legislador que invade Francia, pero también España, donde, por ejemplo, una ley acaba de excluir al psicólogo de las «profesiones sanitarias» y de los dispositivos de salud mental si no cumplen una serie de requisitos suplementarios a «evaluar». Ponerlos dentro no parecería, sin embargo, más evidente. Ese furor legislador invade también el resto de Europa, ahora con la clara pretensión de someter al sujeto del síntoma contemporáneo al monopolio del discurso médico más positivista.

1. ¿Y quiénes somos los «psi»? Los profesionales del conjunto de los modos de ejercicio del psicoanálisis, de la psicología clínica, de las psicoterapias, de la psiquiatría pública y privada, pero también los trabajadores sociales y los enfermeros, y más allá los psicopedagogos, en realidad todos aquellos que se refieren de una forma u otra al poder de la palabra sobre el sujeto y su cuerpo para responder a esa «demanda que parte de la voz del sufriente, de uno que sufre de su cuerpo o de su pensamiento», cita de Jacques Lacan que define en el manifiesto los amplios límites de ese campo.

Y es que no hace falta autorizarse por sí mismo para estar en el campo «psi», basta sólo con creer en los efectos de la palabra sobre el cuerpo, lo que en realidad abarca un campo muy amplio. De hecho, es un campo en el que sus practicantes son autorizados por el Otro, por la Universidad generalmente, pero también por la simple demanda de otro, por esa «demanda de la voz del sufriente» que se sostiene en el fenómeno cada vez sorprendente que el psicoanálisis descubrió y llamó transferencia.

2. En realidad, fue el mismo Freud quien dio consistencia al campo «psi». ¿Quién es «psi» para Freud? Alguien formado en la experiencia del inconsciente, alguien laico con respecto a las titulaciones profesionales existentes («mis laicos aún no existen», decía). Pero para el primer Freud, que creyó que era posible un «Proyecto de psicología para neurólogos» y que terminó considerándolo un delirio científico, «psi» era un sistema neuronal del aparato psíquico, un sistema regido por el principio del placer, un sistema idéntico a la red de representaciones del lenguaje que se superponía a lo real del órgano. No es hoy un desplazamiento forzado decir que el mundo «psi» es el mundo regido por el principio del placer como respuesta al sufrimiento del sujeto, sea cual sea la idea de bienestar que entrañe su acción terapéutica. Ayer lo indicaba Jean-Claude Milner en el Cuarto Forum de los Psi con la excelente expresión para calificar a los «psi» de «guardianes del sueño» (gardiens du sommeil).

Pero como es sabido, Freud descubrió pronto que el sistema «psi» tiene un punto de real contra el que fracasa siempre la ley del principio del placer.

3. Fue Jacques Lacan quien supo descifrar y formalizar el gran secreto del sistema «psi» freudiano. El secreto del mundo «psi» es que se ordena alrededor de algo que no existe, de un vacío que Freud designó con el término de das Ding («la Cosa»). Hay muchas cosas que funcionan sin existir —el falo materno por ejemplo, o Dios mismo— y que tienen todo su lugar en el mundo «psi». Para Jacques Lacan, tal como indicaba en su Seminario de 1975, no es muy distinto hablar de la «psique» o de Dios: se trata de la misma suposición en ambos casos. Y en este sentido podía decir que «Dios es ineliminable de toda psicología»1.

Pues bien: los integrantes del mundo «psi» tienen en común el tener que vérselas con ese algo que no existe, ese das Ding que está en el centro mismo del síntoma del sujeto y que sólo un uso particular de la palabra puede movilizar. Hay modos distintos de tratar ese vacío, pero el peor será siempre querer llenarlo con el ideal de bienestar propio de cada época. Y es en este punto donde Lacan situó la psicología académica como vehículo de ideales: «La psique no representa en ella más que el padrinazgo que hace que se la califique de académica; el ideal es siervo de la sociedad»2.

En lugar de la «psique» freudiana, Jacques Lacan propone el parlêtre, el ser que habla, incluso el psarlêtre, el «pser que habla» y que tiene como brújula irreductible de su deseo ese vacío, ese real de la Cosa en su universo de lenguaje.

4. Una constatación, ahora. Cuanto más intenta alguien objetivar, cuantificar, regular, ese vacío alrededor del cual se ordena el sistema «psi», más paradojas encuentra como testimonio de ese real irreductible. Entre las muchas situaciones paradójicas que los métodos cuantificadores de evaluación muestran cuando se trata del sujeto «psi», señalemos una que nos llega de Quebec —líder en efecto, como informaba nuestra colega Anne Béraud en el primer número de Le Nouvel Âne, en lo que a métodos evaluadores y reguladores se refiere—, donde en los años 80 nació un tipo de «terapia dinámica intensiva» con el fin de obtener resultados rápidos y rentables para el sistema de seguridad social, resultados que debían ser verificables de manera tan objetiva como observable. La grabación en vídeo de las sesiones se propuso así como algo normativo para «asegurar» (sécuriser) al usuario la transparencia del método. Actualmente, en el contrato terapéutico de esta orientación se incluye la firma por parte del paciente dando su acuerdo a la grabación en vídeo de todas las sesiones. La interesante paradoja es que la razón de tal intromisión del tercer ojo en la escena es ahora para asegurar en el proceso no tanto al paciente sino al propio terapeuta en caso de que éste fuera denunciado al colegio profesional en cuestión por no haber cumplido sus promesas terapéuticas.

No estaría de más recordar aquí al observador esa preciosa indicación de Lacan en la página 655 de sus Escritos (en francés) donde leemos: «El drama del sujeto en el verbo, es que en él pone a prueba su carencia de ser. Y aquí es donde el psicoanálisis haría bien en precisar algunos de sus momentos, pues el psicólogo por su parte nada puede con sus cuestionarios, ni aun con sus grabaciones en las que esos momentos no aparecerán tan fácilmente, no antes de que una película haya captado la estructura de la carencia como constituyente del juego de ajedrez»3. En efecto, ningún método de observación podría situar la estructura de los lugares en juego en una partida de ajedrez. Del mismo modo el vacío de la Cosa y sus efectos de verdad en el sujeto no se avendrán nunca a ser capturados por la evaluación positivista, por muy exacta que ésta se pretenda. Como en una partida de ajedrez, la experiencia del sujeto sólo puede tener sus propios métodos de evaluación, acordes con esa experiencia.

5. Hipótesis conclusiva: este vacío alrededor del cual se ordena el sistema «psi» es el que hoy se hace oír de múltiples maneras como objeción fundamental, como síntoma, a la ley del principio del placer que rige su mundo y el de sus ideales, a la ley del amo moderno y de su gestión del así llamado «estado del bienestar», ley que tarda poco en mostrarse como la ley loca del superyó. La aparente bondad de traducir ese vacío estructural en un «vacío legal» para proponerse como garantía de su solución, no sólo genera una cadena de nuevos vacíos desplazados a otros lugares del inmenso mundo «psi» —es lo que indicaba Jean-Claude Maleval de modo tan clarificador en su artículo del mismo número de Le Nouvel Âne—, sino que es un empuje al peor retorno de la Cosa en la particularidad de cada caso.

Así, tanto al político, al legislador, como al habitante del sistema «psi» tentado de rendir hoy las armas a las promesas absolutistas del amo moderno, queremos recordarles para terminar esta frase que nuestro, una vez más, querido Baltasar Gracián escribió en el momento del alba de la ciencia moderna, como máxima ética lanzada a la opinión de su época: «Huya de entrar a llenar grandes vacíos». A veces tienen su razón de ser.

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