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LA CADENA PSICOTERAPÉUTICA*

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XAVIER ESQUÉ

Hace un par de semanas una Asociación de empresarios de nuestro país sacaba una nota en la prensa en la que recomendaba al gobierno reducir las inversiones en sanidad y en educación, abogando por la privatización total de estos servicios y proponiendo dejar tan sólo el nivel público para aquellas personas que no tuvieran recursos.

De un tiempo a esta parte el interés de las multinacionales por el mercado de la salud se acrecienta cada vez más, hasta llegar en la actualidad a cotas elevadísimas. No en vano los rendimientos del capital en este ámbito resultan ser de los más florecientes. Las políticas ultraliberales se imponen por doquier y los Estados quedan más cautivos que nunca de las políticas que impone el capital.

La democracia, como tal, se encuentra comprometida. Como plantea J. C. Milner, el estado de derecho se encuentra cada vez más al nivel de un estado de naturaleza, es decir, que se trata de la ley del más fuerte, las presiones económicas, burocráticas y mediáticas son prácticamente definitivas. El campo «psi» que hoy aquí, en este foro, tratamos de definir, incluiría, a mi entender, todas aquellas prácticas psicoterapéuticas que J.-A. Miller, en la Jornada International psy que tuvo lugar el pasado enero en París, propuso denominar prácticas que se fundamentan en una experiencia de mutación subjetiva, precisan de un estado de derecho, no pueden desarrollarse en cualquier régimen social, son impensables en un estado no democrático.

Por una parte las políticas económicas ultraliberales —como podemos leer cada día en la prensa a partir de cierres de empresas que no son suficientemente buenas, es decir, suficientemente productivas en función de unas ganancias previamente establecidas— no persiguen otra cosa que el máximo beneficio. Por otra parte, los efectos de violencia social producidos por dichas políticas exigen cada vez más una mayor seguridad, es decir, piden un mayor control social.

El campo «psi» se encuentra amenazado y por tanto convocado.

La gestión desde criterios económicos de mercado de las políticas públicas de salud mental hace ya algunos años que viene desarrollándose en nuestro país. Recuerdo que hace un par de años en Catalunya, a iniciativa de la Administración, fueron convocados directores de servicios de salud mental a un seminario de formación de dos días con un ex director de la compañía aérea Iberia para enseñarles cómo se hace una «reconversión».

Sin embargo, la progresiva y abusiva medicalización de la salud mental a todos los niveles, desde el nivel primario de los médicos de cabecera, pasando por los psiquiatras en los centros de salud mental y también en el hospital psiquiátrico, no ha impedido el surgimiento de una demanda social de psicoterapia nunca vista hasta el momento, y es una demanda que crece sin parar.

Es en este punto donde el Estado estratega y burocrático precisa de un campo «psi» regulado, estandarizado, controlado.

Se precisa un tipo de psicoterapia que sea acorde con la aplicación de los criterios económicos que ya están siendo aplicados a la medicina, donde cada intervención pueda ser calculada y evaluada en función de su coste; para ello se hace imprescindible codificar y estandarizar. Las psicoterapias de orientación analítica o aquellas que sostienen una experiencia de mutación subjetiva no se adecuan al discurso tecnócrata capitalista, no se adecuan al trabajo en cadena exigido, porque lo que hay detrás de la codificación y la estandarización es la idea de una cadena psicoterapéutica.

Cadena, porque su concepción no difiere de cualquier otra cadena productiva, ya sea de pollos o de automóviles. Se trata tan sólo de costes y beneficios, son éstos los que imponen el tratamiento a efectuar —esto ya se puede ver muy bien hoy en día con el tema de los ingresos hospitalarios; mañana en la Conversación tendremos ocasión de abundar en ello—. Y cadena también en el sentido del control social que comporta una práctica de este orden, porque una psicoterapia codificada y estandarizada se reduce a ser una práctica de la conducta, es decir, una práctica de «la buena conducta». Los de mi generación sabemos muy bien que siempre que las cosas se toman por el lado de la buena conducta se termina pasando por la comisaría de policía.

El campo «psi» que estamos determinando se interesa por la causa, no como nuestro Presidente de Gobierno, que muestra su desprecio por la causa, que dice que sólo le interesa «solucionar» el conflicto, es decir, intervenir al nivel de la conducta. Porque un conflicto sin causa se reduce a una conducta. No querer saber sobre la causa es no dejar hablar el síntoma, es querer eliminar el síntoma, hacerlo callar, silenciarlo a toda costa. Es lo que se proponen las políticas neo-higienistas. Surgen con la misma idea de la política del déficit cero, están comandadas por el empuje superyoico a la tasa cero, y si para conseguirlo hay que tener una doble contabilidad o arreglar las cuentas o las estadísticas se hace, y listo. Y si se descubre, acostumbra a haber alguien que paga, pero sobre todo, se pide perdón.

En cambio el síntoma no va con el perdón; el síntoma no permite decir me he equivocado, lo siento, perdón. El síntoma, cuando se cree en él, pide ser analizado. El síntoma, en tanto revela lo más creativo de un sujeto, requiere «la utilidad social de la escucha».

Nos encontramos aquí, entonces, para defender con determinación y entusiasmo nuestra práctica, para defender la función civilizadora del psicoanálisis, para defender el principio de libertad de elección, para hacer respetar la intimidad de la experiencia, en fin, para posibilitar que esta experiencia subjetiva libidinal llamada psicoanálisis, y su ética, puedan tener lugar en el siglo, en contra de los cantos de sirena de un mercado capitalista salvaje que promete una felicidad estúpida y vergonzante.

El libro blanco del psicoanálisis

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