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Capítulo 3
Sigue el transcurso de mi vida

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Hoy cumplo diez años. Me encuentro en la sala de los Lores, para recibir una misión. El rey Durcall que se encuentra presente me dice:

—Nuestros espías nos han revelado que sucesos extraños están ocurriendo en las cuevas de Milher. Hace poco desaparecieron por esos lares varias patrullas. Tu misión es entrar en las cuevas de la comarca y descubrir lo que está ocurriendo ahí.

Salí de la ciudad dirigiéndome a la comarca. Mientras tanto, Condor estaba cazando conejos cuando, de repente, se encontró un hombre inconsciente. Condor, que era bastante cauteloso, no reveló lo que había visto por no ser acusado de su “casi muerte” por las autoridades, y marchó rápidamente a la ciudad.

Estaba de camino cuando divisó un grupo de extraños jinetes negros. Era algo raro tener semejantes visiones por esas tierras.

Eran jinetes del Caos. De armaduras negras, densas capas y carcomidas espadas, su misión era acabar con sus rivales sin llamar la atención.

Condor tenía que huir, pero los jinetes estaban vigilando la zona. De repente apareció un grupo de extraños seres parecidos a los orcos. Entre ellos se encontraba un hombre que podía ser el jefe. Nadie lo sabía.

—Hai —empezó a decir el jefe.

—Hai —respondió el jinete.

—Como quería nuestro señor, he reunido a todos los halogs de las montañas de los alrededores.

—Tranquilo. Los necesitaremos… —respondió el jinete más alto.

—Estas tierras llevan demasiado tiempo en paz. Pronto sentirán la ira del Señor del Caos.

Mientras Condor escuchaba la conversación, yo ya estaba a punto de llegar a la cueva.

Al llegar me encontré algo inesperado: espadas y escudos rotos.

—Parece que ha habido problemas por aquí…

Al entrar en la cueva, me di cuenta que era mucho más grande de lo que parecía por fuera. Estaba ensimismado por el paisaje, cuando fui atacado.

—¡Halogs, montones de halogs de tribu!

Corrí durante tanto tiempo que se me hizo interminable.

Parecía mi final.

Estaba totalmente seguro de que, si salía de la cueva, los halogs no me perseguirían por mucho tiempo, pues son halogs nada acostumbrados a la luz del sol. Me aproveché del asunto e intenté buscar una salida, lo cual resultó ser la mejor idea. Salí por un boquete que daba al exterior.

Por poco.

Llegué hasta un poblado llamado Mina de Gelwazenh.

Un pequeño poblado, de unos cincuenta habitantes, la mayoría mineros dedicados a picar en las minas de los alrededores.

Por cierto, enseñé a los habitantes del poblado a aprender a defenderse de los posibles ataques de bandidos y gente de apariencia dudosa.

Aunque sus ciudadanos no fuesen precisamente unos veteranos, la cosa consistía en que eran débiles. Por eso, como buen templario de tercera (eso de no volver a mirar a una mujer a la cara no me quedó muy claro), les ayudé dándoles lo que necesitaban.

A cambio, solo les pedí que me diesen algunas provisiones y que, si tenían algún problema, preguntasen por mí.

Pero algo grave ocurría en el norte del continente. En el corazón de Sylvania se daba lugar una extraña reunión. La mano negra de Hasnnurt se reunía con el Señor del Caos (el Señor Tozudo entre los templarios) para debatir unos asuntos importantes, como el mantenimiento de su oscuro ejército. El Ejército del Mal, constituido por orcos (en mayoría), halogs, goblins y humanos del caos.

La mano negra, de origen desconocido, se proponía lanzar un ataque sobre los elfos, pero el Dueño del Grial Oscuro insistía (tozudamente) en atacar al Imperio, por lo que se cumplió la orden del “Señor Tozudo”.

En menos de media hora, un ejército de 10.000 hombres se preparó para la batalla. El Señor del Caos y la mano negra realizaron un sermón para alentar a las tropas. La mano negra dijo por último:

—(¡Id a Kaniethá, destruid toda esperanza de vida humana!)

¡Hadutcal nucadarasa es to Kaniethá, reten humane!

—UH!! —respondieron los halogs.

***


Un día, cuando caminaba tranquilamente por el bosque que rodeaba la fortaleza de la Hermandad, me volví a encontrar con él.

—¡Ha pasado mucho tiempo, ya no soy el mismo que antes, ¿para qué me necesitas?!

—Te necesito para lo que te prometí… —me dijo el extraño.

—Verás, eres alguien que ni te imaginas. ¿Acaso crees que naciste con esa marca en la frente, por nada…?

—¿Qué me quieres decir con eso, rehén? —pregunté.

—Llámame maestro —me respondió.

—¿Maestro?

—Eres un Sangre Azul, joven. Perteneces a una estirpe de antiguos héroes y reyes que gobernaron Talmira durante épocas de discordia.

Justo en ese momento, se quitó la capucha, y su largo y sedoso pelo gris brotó a la luz.

—¿Cuál es mi primera lección?

—Irás aprendiendo con el tiempo, hijo. Cuando te encuentres en peligro tus poderes saldrán de tu interior y te ayudarán a superarlo —me respondió solemnemente.

—¿Cómo aprenderé mis poderes? —pregunté ansioso.

—Estaré guiando tus pasos, no te preocupes. Y después, otro hombre mucho más poderoso los guiará…

Talmira

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