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Capítulo 5
Malditos Nórdicos

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La batalla continuó durante horas. Las tropas nórdicas eran numerosas y nuestros soldados iban cayendo poco a poco. Elior intentaba mantener su posición, pero era demasiado difícil conseguirlo. Las tropas se encontraban acorraladas por el enemigo. Nuestros soldados iban cayendo uno detrás de otro, mientras que, cuanto más eliminábamos, más venían.

La derrota era inevitable. Los nórdicos eran los que tenían las de ganar. La sangre de los soldados templarios corría por el suelo.

De repente, fui alcanzado por una jabalina. En pocos instantes perdí el conocimiento y me desplomé. No vi nada más.

—¿Es verdad eso, abuelo? —interrumpió Valenta.

—No interrumpas —comenté.

Me desperté. Estaba en el campo de batalla donde había luchado. A mí alrededor se encontraban los cuerpos de los soldados del ejército. Fui rastreando para ver si encontraba supervivientes. Encontré grupos de templarios que también buscaban. Por lo menos vi que Condor, Claudie y Paola estaban vivos. A quien no encontraba era a Anne.

Cuando ya no me lo esperaba me encontré el cadáver de Anne, entre unos soldados nórdicos.

¿Qué había pasado? No lo sabía.

Llorando, enterraron el cuerpo de Anne con una lápida de piedra, según la costumbre de los Tálmiros.

Al marchar del bosque no tuvimos otra idea más que esta: La venganza.

—¿Por qué no les enseñamos a esos nórdicos lo que somos capaces de hacer? —dijo Claudie.

—Es muy arriesgado hacer un ejército y atacar un país —respondí.

—¿Por qué no? —intervino la compañera de Claudie, llamada Marie.

—¡Lo haremos! —exclamé—. ¡Es nuestro deber!

Poco después, cuando las noticias llegaron hasta la corte del rey, la guerra contra los nórdicos era inevitable.

Un ejército de templarios avanzó hacia territorio nórdico, atacando sus poblados. Con un ejército de más de 8.000 hombres de infantería, 2.000 jinetes, 450 mercenarios Tálmiros y unas 100 piezas de artillería marcharon hacia Nórdica, la capital del estado nórdico. Las tropas nórdicas avanzaron hacia los campamentos templarios instalados en sus territorios.

Sin embargo, los templarios sabían qué hacer para acabar con ellos. Hicieron marchar a sus tropas hacia los campos de Celennor, donde se disputó una gran batalla.

La batalla fue terrible. Los soldados nórdicos resistían hasta el final, golpeando hasta con sus puños los escudos de nuestras tropas. La caballería nórdica, sin embargo, fue muy vulnerable contra nuestros arqueros. Nos alzamos con la victoria.

Los combates prosiguieron durante varias semanas. Contamos con el apoyo de soldados de todos los lugares. Justamente acudieron ese día soldados de los Elfos Oscuros. Eran la mejor fuerza de arqueros de toda Talmira.

En cuanto a los nórdicos, fueron retrocediendo poco a poco, escondiéndose por los bosques de los alrededores. Muchos se convirtieron en bandidos y maleantes, que merodeaban por los bosques y las praderas de Nórdica. La tropa del general al que nos enfrentamos consiguió huir al castillo de Nulhen, pero su general murió en combate, alcanzado por una flecha.

El asedio de Nulhen comenzó. Los arqueros élficos empezaron a disparar.

Aterrorizados, los nórdicos fueron perdiendo terreno poco a poco.

La infantería de nuestros aliados Imperiales y los Ismonteses causaron estragos entre las tropas del enemigo. Poco a poco se iban agrupando en un inmenso bulto. Era una estrategia sin sentido. Los soldados Imperiales eran capaces de romper sus escudos con sus grandes hachas de doble filo.

Luchaba en la caballería, derrotando a mis enemigos y utilizando mis escasos conocimientos de magia, con los que aterrorizaba a mis atacantes. La victoria era nuestra.

Conseguimos asediar el castillo, apoderándonos de armas, dinero, víveres, caballos…

La guerra estaba prácticamente ganada. Sin embargo, las tropas se desmoralizaron y tuvimos que dejar la campaña, por peligro al amotinamiento.

Lo describí en mi diario:

12 de mayo del año 1090 de la tercera era

Resulta que hoy ha ocurrido algo bastante peculiar. Estábamos sentados en una fogata, preparándonos el desayuno. Vimos cómo nuestro maestro se reunía con un extraño tipo de aspecto taimado y mezquino. Tenía una ballesta en la espalda y una espada colgaba de su fajín. De pelo castaño y largo y barba corta.

Hablaron entre ellos durante un tiempo, y poco después, nos informaron de que volvíamos a Amberes, nuestra capital, para seguir luchando contra La Cruz Blanca[3].

Talmira

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