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ОглавлениеIV. ESCOLASTICISMO, HUMANISMO Y CIENCIA EN LA Universidad DE VALENCIA
RENACIMIENTO Y REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
Antes de todo, debemos recordar que la categoría historiográfica que llamamos Renacimiento nació para referirse principalmente a un movimiento cultural y artístico. Su éxito provocó que el término fuera extendiéndose por la sociedad moderna y ha acabado definiendo toda una época. Ahora bien, cuando desde la historia de la ciencia se asumió el concepto, varió su abanico cronológico en relación al considerado habitualmente desde la llamada historia general, ya que se asimiló a la Revolución Científica: otro concepto que también ha ido cambiando con el tiempo y con los presupuestos historiográficos.1 En efecto, entre los siglos XV y XVIII y en el marco de un conjunto de profundas transformaciones económicas, sociales, culturales y políticas, se produjeron en Europa una serie de procesos de cambio científico y filosófico que fueron calificados como una Revolución Científica, de la que habría surgido la ciencia moderna. El término «revolución» aplicado al cambio científico empezó a usarse en la historiografía ilustrada y, en nuestros días, se usa para subrayar sobre todo el carácter irreversible, de punto de no-retorno, de los cambios que se produjeron entonces en los conocimientos sobre la naturaleza, en los instrumentos y métodos empleados para conocerla y en la propia manera de organizar esta actividad cognoscitiva.2 Tanto la naturaleza exacta de estos cambios, como sus causas han sido y siguen siendo objeto de intensas investigaciones por parte de los historiadores de la ciencia. La diversidad de respuestas que se han dado y dan a estas cuestiones, y el mayor o menor énfasis en unos factores u otros: sociales, económicos, políticos, derivados o no del propio desarrollo «interno» de cada ciencia o del conocimiento, etc., se asocia obviamente con los presupuestos historiográficos e intereses de los distintos autores. A pesar de todo eso, hay cierto consenso en que un solo grupo de factores, «internos» o «externos», no puede explicar la complejidad del proceso.
Tampoco puede decirse que haya unanimidad sobre la periodificación de las distintas etapas o fases de la Revolución Científica, si bien es frecuente que se reserve el calificativo de «revolución», en el sentido expresado de cambios irreversibles o rupturas, al siglo XVII, cuando Galileo y Kepler empezaron la construcción de la física y la astronomía modernas desde bases completamente nuevas, Harvey estableció los fundamentos de la nueva fisiología y Descartes formuló los principios del mecanicismo.3 Desde esta perspectiva, el período anterior, es decir, el Renacimiento, tiene como mínimo un estatus ambiguo, tanto en relación con esta Revolución Científica del siglo XVII como en relación a la Edad Media, mucho más fecunda desde el punto de vista científico y filosófico del que se solía suponer antes de los renovadores estudios de Pierre Duhem y otros autores. Por una parte, muchos de los aspectos de la actividad que podemos calificar, retrospectivamente, de científica, en el Renacimiento y también aspectos destacados de la actividad técnica fueron mera continuación de desarrollos medievales y resulta muy difícil trazar fronteras cronológicas precisas. Por otra parte, sin embargo, en el Renacimiento aparecieron en escena nuevos elementos que, de forma compleja, e incluso contradictoria, contribuyeron notablemente a crear las condiciones de posibilidad de la nueva ciencia y a preparar su emergencia.
El Renacimiento fue o quiso ser, en primer lugar, una restauración o recuperación de la cultura y del saber clásicos. Para los humanistas, se trataba de restituir lo que verdaderamente habían dicho los autores de la Antigüedad mediante un depurado trabajo filológico y, hasta donde fuera posible, a partir de las fuentes originales. Además, el movimiento humanista se planteó restituir todo el legado clásico, ya que había muchos textos importantes de este legado poco, mal o nada conocidos en la Edad Media, como la Geografía de Ptolomeo, el De rerum natura de Lucrecio, varias obras de medicina e historia natural y una parte importante de las obras de los grandes matemáticos griegos: Apolonio, Diofanto, Pappus, Arquímedes, la mecánica pseudoaristotélica, Herón, etc. Y en esta tarea, humanistas y científicos colaboraron estrechamente y estuvieron vinculados a través de relaciones personales y de mecenazgo en un grado muy elevado. Los humanistas coleccionaron textos, reunieron magníficas bibliotecas, los editaron y tradujeron y los pusieran a disposición de los científicos, llegando incluso a incorporarlos en las nuevas enciclopedias del saber, como hizo Giorgio Valla, en De Expetendis, donde intentó fusionar las matemáticas, la medicina y la filosofía con los studia humanitatis.4
Así, después de superar la «barbarie» de las traducciones y de las interpretaciones medievales, se pasó a comparar los textos de los clásicos, con el resultado de empezar a descubrir las contradicciones. Con la misma intención en principio –con el fin de ver ejemplificadas las doctrinas clásicas–, se procedió también a relacionar su contenido con la observación de la realidad y con las nuevas evidencias. El resultado fue, en este caso, de mucho más alcance, porque la comprobación de lagunas y contradicciones, sumada a la vinculación de los textos a un tiempo y a una situación histórica bien definida, condujo a la crisis del criterio de autoridad como base del conocimiento científico.5
A esta relativización y crítica de la autoridad de los clásicos también contribuyeron de forma destacada los descubrimientos geográficos, que obligaron a revisar completamente las concepciones geográficas tradicionales y aportaron una auténtica explosión informativa. Asimismo, estos descubrimientos impulsaron el desarrollo técnico y científico acelerado en dominios tales como la astronomía náutica, la cartografía y la geografía, el geomagnetismo, la arquitectura naval y militar, la hidrografía, la botánica y la materia médica, la zoología, la antropología y la etnografía, etc.
En este contexto, debemos recordar las diferentes posiciones en la historiografía de los orígenes de la ciencia moderna, o de la Revolución Científica, aunque hoy ya abandonadas en sus formas extremas: la de los defensores de la continuidad entre el saber bajo-medieval y la llamada ciencia moderna, y la de los que ponen el acento en los cambios teóricos operados en el siglo XVII, que serían considerados como radicales e irreductibles a la tradición medieval. Aunque se está lejos de conocer la naturaleza exacta del proceso que condujo a la constitución de las modernas ciencias de la naturaleza, en las últimas décadas se ha avanzado considerablemente hacia este conocimiento, gracias, en gran manera, a la introducción de nuevas categorías y perspectivas historiológicas. Destacaremos, por ejemplo, dos: el primero, evitar las fáciles dicotomías y simplificaciones, tales como humanismo versus escolástica, o Universidad versus otro ámbitos extrauniversitarios, como las cortes, academias u otros centros de reunión más o menos privados; el segundo, evitar la valoración de uno u otro término positivamente o negativamente, dependiendo de los intereses personales del historiador. Se considera más apropiado atender a todos los aspectos o posibles factores en juego y sus complejas relaciones e interacciones dialécticas, y, más que juzgar, comprender a los agentes o actores históricos. Ciertamente, la dimensión retrospectiva de todo acercamiento al pasado es inevitable; precisamente por ello hay que tener presente que toda hermenéutica histórica está obligada a reconocer y asumir los problemas de reflexividad consecuentes a la posición del historiador en el círculo hermenéutico.
Otro factor que hay que tener en cuenta, ya que cambió sustancialmente las maneras de la actividad intelectual medieval y favoreció la actividad de los humanistas y la reestructuración del mapa del conocimiento fue la invención de la imprenta. La imprenta fue, sin duda, un «agente de cambio», según la afortunada expresión de Elizabeth Eisenstein. La posibilidad de grandes tiradas de libros y la reducción de costes multiplicaron el número de compradores y lectores, cosa que aceleró la circulación de ideas y extendió el alcance geográfico, ya que acortó el tiempo necesario entre la producción y la difusión. El creciente fondo de fuentes impresas inauguró una fructífera era de lecturas comparadas de los clásicos. Las ilustraciones botánicas, zoológicas, anatómicas y de fósiles y minerales permitieron el estudio comparado de los especímenes y formas descritas con la realidad observada, la comunicación entre los científicos y la crítica científica.6
Por otro lado, en el Renacimiento, los centros de transmisión y producción del saber aumentaron y se diversificaron considerablemente; aparecieron junto a las universidades otros centros de cultura y de ciencia como las academias públicas y privadas o las escuelas dirigidas por órdenes religiosas. No obstante, las universidades siguieron siendo los centros donde recibieron su educación la mayoría de los protagonistas de la Revolución Científica, como lo muestran con claridad recientes estudios históricos y prosopográficos. Así, a partir de las entradas de una de las obras de referencia más usadas en la historia de la ciencia: el Dictionary of Scientific Biography, John Gascoigne ha calculado que aproximadamente el 87% de los científicos europeos nacidos entre 1450 y 1650 e incluidos en esta obra recibieron su primera formación en las universidades. Al propio tiempo, una gran proporción de este grupo, no solo se formó en las universidades sino que enseñó en ellas. Por tanto, y sin dejar de reconocer que de alguna manera el carácter conservador tradicionalmente atribuido a las universidades en la Revolución Científica es cierto, su papel en este proceso ha empezado a ser reevaluado de manera significativa.7
HUMANISMO Y CIENCIA EN LA Universidad DE VALENCIA
De entrada, quiero aclarar que entiendo el término «ciencia» de una manera muy general, referido a todos aquellos aspectos de la actividad intelectual relacionados con el conocimiento y descripción de la naturaleza, lo cual incluye tanto la filosofía –o filosofías– de la naturaleza, como las matemáticas y aquellas disciplinas llamadas por Aristóteles la «parte más física de las matemáticas» y por los autores bajo-medievales «ciencias medias»: la óptica geométrica, la astronomía, la música o armonía, y la mecánica. También otras disciplinas, como la geografía, descriptiva y matemática, la cartografía y la navegación astronómica, que se pueden considerar aplicaciones de las matemáticas. En cuanto a las disciplinas biomédicas o los temas y cuestiones de historia natural, como los relacionados con la botánica o la zoología, remito a los trabajos de López Piñero y otros autores que se han ocupado de ellas. Con todo, conviene tener presente que en el período renacentista se inició una profunda reestructuración del saber y las disciplinas, que contribuyó a preparar los cambios científicos que caracterizan la Revolución Científica. En cuanto al término «humanismo», o programa humanista, como ya hemos comentado, también lo usaremos de forma muy general, aunque nos interesa especialmente su contribución a la recuperación del legado clásico, la influencia en el desarrollo de la ciencia que esto tuvo, y la insistencia en la dimensión pragmática o utilitaria del saber, lo cual llevaba asociada una revalorización de la técnica –de las artes mecánicas– y, consiguientemente, de las relaciones arte-naturaleza. Por otro lado, considero que el rico panorama de doctrinas y personalidades que se reunieron entorno a la Universidad de Valencia en el siglo XVI, nos puede ayudar a repasar algunas de las novedades historiográficas que se han producido últimamente con respecto a los dos conceptos mencionados: Renacimiento y Revolución Científica.
EL ARISTOTELISMO ESCOLÁSTICO DE Juan DE CELAYA
Por lo que respecta a la filosofía natural, las diversas corrientes y formas de aristotelismo han estado estudiados de forma renovadora por Charles b. Schmitt, Charles H. Lohr, William Wallace, Eckhard Kessler y Ugo baldini, entre otros destacados autores.8 Schmitt ha puesto de relieve que la supuesta decadencia o hundimiento del aristotelismo en el Renacimiento, a causa del humanismo, es difícil de sostener y casi se puede afirmar lo contrario, ya que el aristotelismo continuó situado en primer lugar en toda Europa, tanto en la enseñanza como en la cultura de las élites intelectuales. No en vano continuará determinando durante la mayor parte del período la estructura del saber, la división de las disciplinas académicas y su marco de referencia, incorporando el humanismo para su propio uso, al apropiarse de sus técnicas de trabajo. De hecho, otras corrientes, como el platonismo, quedaron confinadas hasta el siglo XVII en gran manera a las academias y a pequeños círculos de intelectuales, y si se difundieron fue gracias principalmente a lecturas privadas de las obras impresas.
Si bien el aristotelismo se modificó según el ambiente intelectual, las cuestiones filosóficas debatidas y el contexto hermenéutico, en el Renacimiento es imposible identificarlo exclusivamente con una u otra religión. Todas las iglesias –anglicana, católica, calvinista o luterana– continuaron usándolo como la institución básica del saber y las distintas escuelas aristotélicas atravesaron las barreras confesionales. Esta notable supervivencia se debió en gran manera a su gran capacidad de adaptación a varios usos y necesidades, que lo hacía dúctil y diversificable según los contextos y que llevó a una pluralidad de aristotelismos eclécticos, caracterizados por la manera como cada uno usaba y seleccionaba partes del corpus aristotélico en relación a diferentes campos de interés y en la resolución de problemas específicos, y por su combinación con diversas corrientes intelectuales. Así pues, tampoco se puede afirmar sin más precisiones que el mantenimiento de la adhesión a los temas aristotélicos retrasó el progreso de la filosofía y de la ciencia. En efecto, si se comparan las posiciones doctrinales y metodólogicas de varios autores aristotélicos, se descubre que estamos ante un amplio espectro de interpretaciones diferentes de un complejo corpus de escritos. El aristotelismo renacentista fue ecléctico en dos sentidos; en primer lugar, los autores absorbieron elementos de otras filosofías –Platón y neoplatónicos, estoicismo, etc.– en su síntesis; en segundo lugar, trataron de acomodar los nuevos conocimientos y desarrollos en el marco general aristotélico.9
En la Universidad de Valencia, a las primeras décadas del siglo XVI, la enseñanza de la filosofía en la facultad de artes se desarrolló en gran manera bajo la influencia del modelo de París y del nominalismo. Lo que no sabemos es el contenido concreto de las enseñanzas en filosofía natural, aunque cabe presuponer que se utilizarían obras semejantes a las producidas en París por los seguidores de los nominalistas y calculatores del siglo XIV, encabezados por John Mair, entre los que figuraban un importante grupo de españoles y portugueses, que continuaron su labor en la península. A este grupo, como es sabido, perteneció Juan de Celaya, el que llegaría a ser rector perpetuo del Estudio General valenciano.10
Juan de Celaya nació en Valencia hacia 1490. Después de realizar sus primeros estudios, se trasladó a París e ingresó en el Colegio de Montaigu, donde siguió los cursos de artes, que acabó hacia 1509. Entre sus maestros estaban Gaspar Lax y Jean Dullaert de Gante, ambos discípulos de John Mair. De Montaigu, Celaya pasó al Colegio de Coqueret como maestro de artes, donde tuvo de compañeros al portugués álvaro Thomaz y al escocés Robert Caubraith. Desde 1515 hasta su vuelta a Valencia, el 1524, Celaya enseñó en el Colegio de Santa bárbara de París. Al mismo tiempo, continuó sus estudios de teología, y recibió la licenciatura y el doctorado en esta materia en 1522. Entre sus discípulos, destacan Domingo de Soto, francisco de Vitoria, Martínez Silíceo y el portugués João Ribeiro.
Celaya publicó numerosos trabajos de lógica, de acuerdo con la tradición nominalista o terminista, en forma de breves tratados sobre análisis de los términos de las proposiciones o introducción a la dialéctica, Suppositiones, Exponibilia e Insolubilia et Obligationes, destinados a introducir a los estudiantes en las sutilezas de la dialéctica, que tanto irritaban a Vives. Además, editó comentarios a los tratadistas consagrados de lógica, en particular a los Primeros y Segundos Analíticos de Aristóteles, es decir, la obra fundamental del filósofo griego sobre los métodos y procedimientos de la ciencia, los elementos de la demostración, las distintas clases de demostración y la distinción entre ciencia y opinión. En todas estas obras Celaya mostró su excelente formación lógica y su gran erudición. Los humanistas, más interesados por el lenguaje como instrumento de comunicación –ágil más que constrictivo y versátil más que riguroso–, dirigieron fuertes críticas a la lógica terminista.11 También publicó Celaya varias obras de filosofía natural, en forma de comentarios a los tratados aristotélicos de esta materia, donde incorporó las principales contribuciones de los filósofos escolásticos de las postrimerías de la Edad Media y del Renacimiento.
No voy a hacer aquí un análisis detenido de estas obras, que ya han merecido la atención de varios historiadores del pensamiento filosófico y científico, en especial a causa de las contribuciones de su discípulo Domingo de Soto, al estudio del movimiento y del problema de la posible influencia de las enseñanzas de estos autores en Galileo.12 Lo que quiero destacar es cómo los llamados «doctores parisienses», además de continuar la tradición filosófica y lógica del siglo XIV, no se mostraron totalmente indiferentes ante las novedades. En los comentarios al tratado aristotélico Sobre el cielo y el mundo (París, 1517), Celaya aborda uno de los temas más debatidos de la cosmología del momento: la forma y estructura de la Tierra, que ya había preocupado a autores como buridan, Oresme y Alberto de Sajonia y de la que también se había ocupado el teólogo valenciano Jaime Pérez. El problema era cómo conciliar la teoría aristotélica de los elementos, distribuidos en esferas con la emergencia de los continentes. Recordemos que Sacrobosco, en su tratado de la Esfera –el manual de iniciación a la astronomía más usado en las universidades hasta el Renacimiento–, afirmó que los tres elementos aristotélicos (fuego, aire y agua) rodeaban la Tierra en forma de capa esférica, «salvo donde la sequedad de la Tierra obstaculiza la humedad del agua, con la finalidad de conservar la vida de los seres animados». Buridan y Alberto de Sajonia habían tratado de resolver estos problemas con explicaciones naturales y sin el recurso a la Providencia. El debate continuó en el siglo XV, hasta que los descubrimientos geográficos permitieron construir el nuevo concepto de globo terráqueo, es decir, la idea de la Tierra como un sólido tridimensional con una superficie diversificada, compuesta por varias porciones de tierra y de mar. Celaya, en la obra mencionada, discute todas estas cuestiones, defiende la tesis de buridan y Alberto de Sajonia y también se ocupa de la teoría de las zonas y los climas, difundida igualmente por Sacrobosco en su tratado de la Esfera. Esta teoría, de origen griego, dividía la Esfera en cinco zonas: dos heladas e inhabitables, cerca del polo; dos templadas, habitables, a las dos partes del Ecuador; y una tórrida, junto al Ecuador, inhabitable. Celaya, con el apoyo de las navegaciones y exploraciones de los portugueses, criticó enérgicamente esta teoría de la inhabitabilidad de la zona tórrida.13
Otro ejemplo, más interesante aún es el de Juan Dullaert de Gante, maestro de Vives en París. En su comentario al primer libro de los Meteorológicos de Aristóteles, editado por Vives, Dullaert discute la opinión que solo una cuarta parte de la Tierra estaría descubierta de las aguas, y si las estrellas del Hemisferio Norte son o no más nobles que las del Sur. Refuta ambas opiniones basándose en las navegaciones de portugueses y españoles, con una cita expresa a Américo Vespuccio y al Nuevo Continente: América. La fuente de información, según parece, es Waldseemüller. En otro lugar, defiende que la Vía Láctea no es de naturaleza elemental, apoyándose en el argumento de la paralaje estelar –desde dos lugares de la Tierra distantes entre sí una cantidad apreciable, no se vería la Vía Láctea en el mismo lugar del Cielo– y en la autoridad de Ptolomeo.14
LA TRADICIÓN AVERROÍSTA Y EL CORPUSCULARISMO EN LA FILOSOFÍA NATURAL DE PERE D’OLESA
Una orientación muy diferente a la de Celaya y los seguidores de los nominalistas del siglo XIV, es la que presenta el médico mallorquín, establecido en Valencia, Pere d’Olesa en su Summa totius philosophiae et medicinae, aparecida en 1536 en esta ciudad muerto ya su autor. Los temas de filosofía natural que le interesaban a Olesa eran aquellos que considera más relevantes para fundamentar las doctrinas sobre la estructura y funcionamiento del cuerpo humano, los sentidos y las sensaciones y los conceptos básicos de salud y enfermedad. Así Olesa discute ampliamente todo lo relativo a la estructura de la sustancia material: los conceptos de materia y forma substancial, la doctrina de los elementos y las cualidades, la formación de los compuestos o mixtos y los procesos de cambio, la naturaleza y propagación de la luz, y las diferentes doctrinas de la visión. La cosmología de Olesa y el marco general de su pensamiento es, desde luego, el aristotelismo, principalmente tal como fue interpretado y transmitido por Averroes. Pero Olesa muestra una gran libertad filosófica, acorde con el nuevo espíritu renacentista que se vive en Italia, donde estudia, y en Valencia, donde compone su obra, y se separa de Averroes (y de Aristóteles) en aspectos relevantes de la física. Particularmente, se distancia de aquellos grandes «maestros» en su interpretación del concepto de forma substancial y de la composición de la sustancia material constituida, según Olesa, por partículas o «mínimos naturales» de los elementos, que son intransmutables, y permanecen con su forma substancial inalterada en los mixtos. Aunque Olesa no suscribe plenamente la idea del atomismo clásico, según la cual el átomo sería indivisible y sin cualidades, ni tampoco la cosmología atomista, su obra debe considerarse uno de los intentos más serios y rigurosos por reinterpretar algunas de las principales nociones de la filosofía natural aristotélica, como la de forma, en términos corpuscularistas.15
LAS DÉCADAS CENTRALES DEL SIGLO: LA ORIENTACIÓN HUMANISTA
En Valencia, los profesores de filosofía natural de orientación nominalista debieron utilizar los textos de los terministas y calculatores de la Universidad de París, especialmente los de su compatriota Celaya. Este, sin embargo, al volver a su ciudad natal se orientó hacia la teología y perdió el interés por sus anteriores estudios de lógica y física, aunque su discípulo Ribeiro continuó reeditando algunos de sus trabajos de lógica. En las décadas centrales del siglo, con la desaparición oficial del nominalismo de la Universidad y el retorno al verdadero Aristóteles proclamado por los humanistas, menguó también sobremanera el interés por las brillantes especulaciones de los doctores parisienses, así como la influencia de la orientación averroísta. La reclamación de una lectura de Aristóteles dictada por la libertad consustancial al auténtico pensamiento filosófico, no se debe considerar, sin embargo, como monopolio de los humanistas. Murdoch ha señalado, que muchos comentarios renacentistas del Estagirita, que asumieron los presupuestos del humanismo, adoptaron un punto de vista más conservador que los escolásticos como Celaya, por lo que respecta a su contenido doctrinal. Citaban más fuentes, sobre todo antiguas y contemporáneas, pero cuando llegaban a los conceptos y a las doctrinas utilizadas para decidir la cuestión tratada, se basaban en pocos textos y autores: principalmente Aristóteles, frecuentemente con la interpretación averroísta, y Tomás de Aquino. Eso se ve claramente en algunos de los autores más representativos del escolasticismo contrarreformista de las últimas décadas del siglo, como el dominicano Diego Mas, uno de los pocos que aún muestra la influencia de las especulaciones que caracterizaban a los doctores parisienses.
Las directrices del programa humanista se reflejan muy bien en el texto de la oración pronunciada por Pedro Juan Núñez, Sobre las causas de la oscuridad de Aristóteles y sus remedios, con motivo de su nombramiento como catedrático de artes, en la que defiende la vuelta al auténtico Aristóteles.16 Como ha explicado Pilar barbeito, Núñez hizo en él un detenido análisis de esas supuestas causas, unas de orden extrínseco, como el problema de la transmisión de los textos y su traducción al latín, y por las citas incorrectas que de ellos se hacen; otras de orden intrínseco relacionadas con el uso de la lengua por parte de Aristóteles e incluso de sus propios errores lingüísticos.17 De acuerdo con el programa del humanismo, Núñez subraya que hay que confrontar los distintos manuscritos griegos, escoger la lectura más verosímil y ofrecer las otras lecturas. Al propio tiempo, también señala que hay que demarcar bien las doctrinas de Aristóteles de los otros autores o corrientes doctrinales, no ignorar sus errores y proporcionar una formación adecuada en disciplinas como las matemáticas y la astronomía para entender las ideas de Aristóteles; pero también atender a todas las cuestiones importantes que no están tratadas en el corpus aristotélico. Insiste en que hay que añadir lo que falte, sin temor, porque no se trata de seguir a un hombre, sino a la verdad.
Núñez hace una larga enumeración de explicaciones aristotélicas que le parecen erróneas o injustificadas, el carácter controvertido de muchas de sus doctrinas y la pluralidad de autoridades; así, nos dice que Galeno refuta a Aristóteles sobre el origen de los nervios, las razones del sueño, la participación del sexo femenino en la generación, la explicación de la visión, la importancia del cerebro, la sede de las sensaciones, el número de los ventrículos y la anatomía del corazón, en la actuación de la naturaleza en los animales y las plantas, en la acción de los órganos omitidos, en la comparación del varón y la mujer y si la mujer es menos perfecta que el varón; en la utilidad de las uñas, en la tripartición del alma (por Platón y Galeno) en tres almas o facultades en una sola naturaleza, en la explicación de los nervios, en las cualidades primarias, si hay dos o cuatro, etc. Una excelente muestra de la notable erudición de Núñez, quien añade que muchas veces se atribuyen también doctrinas a Aristóteles que no son suyas, como la asignación de las ideas (o formas platónicas) a Dios, que es una afirmación de Platón y entra en conflicto con la doctrina de la eternidad del mundo, defendida por Aristóteles.18
Hay en esta oración una interesante referencia a Copérnico, cuya obra se había publicado en 1543. Comentando un pasaje de Aristóteles del De Caelo, donde este discute la cuestión de los primeros principios de las ciencias, dice Núñez que según Platón y sus seguidores, las «positiones» son aquellos enunciados que aunque no sean la auténtica causa de los efectos, se pueden imaginar y utilizar como causa si convienen con los efectos. Así, el movimiento de la Tierra y el reposo del cielo, supuesto por Nicolaus Copernicus, explica muy bien los fenómenos como si fueran sus causas.19 La obra de Copérnico circulaba tempranamente, al parecer, entre los humanistas valencianos. Esta es de hecho una de las primeras referencias a Copérnico que he encontrado en toda la literatura científica y filosófica española. Núñez parece interpretar la teoría de Copérnico siguiendo la propuesta del prólogo de Osiander, es decir, como una suposición ficticia, sin pretensión de verdad. Como es bien sabido, esa no era la posición de Copérnico, que pretendía haber encontrado la verdad acerca del mundo.20
Como hemos dicho, la oración de Núñez fue reeditada en frankfurt en 1591, junto a las oraciones de otros dos profesores valencianos, bartolomé José Pascual y Juan bautista Monllor, que habían estado ya divulgadas por estos anteriormente y que son más breves, si bien la orientación es similar.21 La de Pascual había estado pronunciada en 1565 y la de Monllor figura, una parte, en su Paraphrasis et Scholia in duos priores libros Analyticorum y la otra a De entelechia apud Aristotelem, disputatio (Valencia, 1569). Pascual insiste en que hay que interpretar Aristóteles a partir de él mismo y Monllor, en la segunda parte de la oración, defiende enérgicamente la libertad filosófica: el filósofo debe posponer todo a la verdad; Aristóteles fue un hombre y se podía equivocar, y no hay que darle crédito en todas las cosas, puesto que la filosofía no es una cuestión de fe. En muchos temas, se puede encontrar mejor tratamiento en otros autores; por ejemplo, en astronomía Aristóteles no era muy competente y es preferible seguir a Ptolomeo. La guía del filósofo debe ser la razón, la experiencia y los sentidos. No obstante, la libertad filosófica debe combinarse con la solidez y la madurez.
Las décadas centrales del siglo fueron unos de los periodos de mayor relieve de la medicina y la ciencia en la Universidad de Valencia. En los años treinta y cuarenta, Miguel Jerónimo Ledesma y Pedro Jaime Esteve impusieron la orientación humanista en la enseñanza de la medicina, labor que sería continuada por Pedro Jimeno y Luis Collado. Estos últimos, discípulos y seguidores de Vesalio, introdujeron las reformas en la enseñanza de la anatomía que éste propugnaba en Valencia y, directa o indirectamente, las introdujeron también en otras destacadas universidades de las coronas de Aragón y Castilla, como las de Zaragoza, barcelona, Alcalá y Salamanca. Asimismo, y aunque desde su fundación la Universidad contaba con una cátedra de materia médica unida a la de anatomía, su verdadero relieve se inició cuando ocupó esta cátedra (llamada de anatomía y simples) Pedro Jaime Esteve, en 1545, el cual llevó a cabo una importante labor botánica aplicada al País Valenciano. Labor que sería continuada por su sucesor Juan Plaza en 1567, cuando la cátedra de simples se separó de la de anatomía. La cátedra de simples, además, contó con un «huerto» o jardín botánico, siendo el primero establecido en España y uno de los primeros de Europa de tipo universitario.22
LOS PROGRESOS EN LAS MATEMÁTICAS DENTRO DEL PROGRAMA HUMANISTA
Desde 1503, existía también una cátedra de matemáticas en la que, en los años cuarenta se enseñaba aritmética, geometría, perspectiva, música, astrología judiciaria y cosmografía (astronomía y geografía).23 El cultivo de las matemáticas y sus aplicaciones experimentó una gran expansión en la Europa renacentista y cambios profundos en el status social de la disciplina y sus practicantes. Todo ello relacionado con las transformaciones económicas y sociales y el desarrollo técnico de la época. El crecimiento urbano y el desarrollo de los estados absolutistas planteó múltiples exigencias administrativas y técnicas, tales como problemas de provisión de aguas, reclamaciones de tierras, realización de catastros sistemáticos, redes de carreteras, técnicas de construcción de puentes, trazado de mapas para el control del espacio, además de todas las actividades relacionadas con la expansión marítima y el control de las tierras descubiertas. A ello hay que añadir la revolución en las técnicas de guerra y fortificación, el desarrollo del comercio y la actividad mercantil. Además, las matemáticas también se desarrollaron enormemente gracias al esfuerzo combinado de los humanistas y los científicos, que a menudo eran la misma persona, por recuperar el legado de los matemáticos de la antigüedad clásica en su integridad. Los humanistas, además, insistieron en la utilidad práctica de estas disciplinas. Así, Vives, en su tratado sobre la enseñanza de las disciplinas, a propósito de las matemáticas, dice, de la aritmética, que ningún aspecto de la vida puede prescindir de ella, y critica las actitudes de algunos nobles de desdén por esta materia; sobre la geometría, subraya sus aplicaciones a la óptica o perspectiva, la arquitectura, la mecánica y la topografía; sobre las aplicaciones de la astronomía, menciona la medida del tiempo y el cálculo de coordenadas geográficas para la cartografía y la náutica.24
Aunque la actividad matemática que hemos citado en relación a las nuevas exigencias se desarrolló en gran medida fuera de las universidades, estas últimas no quedaron al margen de esta expansión, si bien la respuesta varió considerablemente de unos centros a otros y entre los diversos países o ámbitos culturales. En la Universidad de Valencia, la enseñanza de las disciplinas matemáticas tenía una función propedéutica. La aritmética y la geometría se consideraban necesarias para entender el Organon aristotélico y la filosofía natural. En relación con ello cabe citar los Elementa Arithmeticae ac Geometricae, ad disciplinas omnes, Aristoteleam praesertim Dialecticam, ac Philosophiam apprime necessaria (1559? 1566? 1569) de Pedro Juan Monzó. En cuanto a la astronomía, una de las motivaciones de su enseñanza y cultivo fue por sus aplicaciones a la medicina a través de la astrología. Como en otros muchos lugares de Europa, algunos destacados médicos valencianos mostraron un especial interés por estas materias. Y al entrar la medicina valenciana en su máximo periodo de esplendor, a mediados de la centuria, el cultivo de la astronomía y la astrología se intensificó entre los médicos humanistas que veían en ella un excelente apoyo para la interpretación de los textos hipocráticos. Así, Pedro Jaime Esteve, en sus comentarios al libro segundo de las Epidemias hipocráticas (Valencia, 1551), una excelente muestra de la edición humanista de un clásico, subraya con énfasis: «medicus astronomiae ignarus non est sectator Hipocratis».25 Esteve, además, fue profesor de astronomía en 1555-56, el último año de su vida. En la introducción a dicha obra Esteve describe las estrellas del hemisferio boreal y la variación de sus posiciones desde los tiempos de Ptolomeo debida a la precesión de los equinoccios. Menciona, también observaciones realizadas por él mismo de posiciones estelares. Todos los datos astronómicos los considera indispensable para estudiar el clima en las distintas regiones y predecir las mutaciones del aire. Según diversos testimonios, Esteve elaboró también unas efemérides para los años 1488-1600.
En el periodo 1559-62 ocupó la cátedra de astronomía baltasar Manuel bou, quien al parecer se había formado en esta materia en Italia con Luca Gaurico, un astrónomo napolitano, autor y editor de diversas obras de astronomía y numerosos pronósticos astrológicos, entre ellos la predicción de que Alessandro farnesio llegaría a ser papa. Bou compuso una versión libre de la Sphaera de Johannes de Sacrobosco (el manual más utilizado en la baja Edad Media y en el Renacimiento como introducción a la astronomía y a la geografia), con citas abundantes de los clásicos latinos, especialmente de Manilio y Ovidio, y referencias a algunos de los principales tratadistas de la astronomía: Ptolomeo, Alfonso, Georg Peurbach, Johannes Regiomontanus, Giovanni bianchini, Pedro Apiano, Johannes Schöner, Gemma frisius., etc.; de geografía: Ptolomeo, Solino, Pomponio Mela y Estrabón; y de astrología: Ptolomeo, Albumasar, Abenragel, Omar Tiberiadis (al-Tabari, en realidad, traducido por Juan de Sevilla), Guido bonatti y Pedro Ciruelo.26 Sobre la teoría de las zonas, bou afirma que todas son habitables, contra lo que pensaban los antiguos, y cita expresamente versos de la Metamorfosis de Ovidio que negaban este hecho. Bou preparó tablas para calcular el orto y el ocaso de los planetas, las posiciones del Sol y su altura en el horizonte de Valencia. La obra de bou incluye también dos poemas al autor de Pedro Jaime Esteve y Antonio José Villafranca, este último también médico como Esteve.
MATEMÁTICAS, COSMOLOGÍA Y HUMANISMO: LA OBRA DE JERÓNIMO MUÑOZ
La enseñanza de las disciplinas matemáticas en la Universidad de Valencia se elevó de nivel considerablemente al ocupar la cátedra Jerónimo Muñoz, uno de los científicos más destacados de la España del siglo XVI, a la par que humanista. Muñoz comenzó sus estudios en Valencia, prosiguiéndolos en diversos lugares de Europa. Por sus propios testimonios sabemos que fue discípulo de Oronce finé en París y de Gemma frisius en Lovaina, dos destacados matemáticos, astrónomos y cartógrafos. Residió algún tiempo en Italia y fue profesor de hebreo en la Universidad de Ancona. Según un testimonio de la época, los judíos que acudían a oírle afirmaban que era judío y que había sido educado por judíos, a causa de su dominio del hebreo.27
Tras su regreso a Valencia, Muñoz enseñó privadamente matemáticas. Además, llevó a cabo actividades relacionadas con la técnica o las matemáticas aplicadas, como asesor o experto de diversos nobles. En 1563 fue nombrado catedrático de hebreo del Estudi General valenciano. Dos años después, el 2 de junio de 1565, unió a esta cátedra la de matemáticas y logró obtener un salario, gracias a su prestigio, al nivel de los profesores mejor retribuidos. A pesar de todo, los salarios en Valencia eran bastante modestos y muy inferiores a los correspondientes de las universidades castellanas. Ello puede explicar que finalmente Muñoz aceptase la oferta de la Universidad de Salamanca, trasladándose a esta institución en 1578. En Salamanca, Muñoz desempeñó también las cátedras de matemáticas y hebreo. Murió en 1592.
En su cátedra de Valencia Muñoz explicaba aritmética, geometría y trigonometría, óptica geométrica o perspectiva, astronomía y sus aplicaciones a la navegación, instrumentos de astronomía y sus diversos usos, geografía y cartografía y astrología. Aunque Muñoz publicó muy pocas obras, se conserva un importante volumen de manuscritos, autógrafos o copias realizadas por discípulos suyos de todas estas materias, en bibliotecas europeas de Salamanca, barcelona, Madrid, Munich, el Vaticano, Nápoles y Copenhague. La localización y estudio de estos manuscritos ha permitido reconstruir el contenido de las enseñanzas de Muñoz, y demostrar que estas enseñanzas estaban al nivel de las que se impartían en las mejores universidades de la Europa de la época.28
Muñoz fue un destacado geógrafo y cartógrafo, siendo frecuentemente citado como una autoridad en estas materias por los historiadores del Reino de Valencia, como Gaspar Escolano o francisco Diago. El mapa más antiguo que se conoce de este Reino, incluido por Abraham Ortelius en su famoso atlas Theatrum Orbium Terrarum, se realizó a partir de los datos proporcionados por Jerónimo Muñoz, al parecer a través de fadrique furió Ceriol. Muñoz no sólo determinó con notable precisión las coordenadas geográficas de muchas localidades, sino que inició la triangulación geodésica (elemental) del territorio, basándose en las técnicas divulgadas por su maestro Gemma frisius. Muñoz explicaba estas técnicas en sus clases, y las ejemplificaba con una triangulación entre la ciudad de Valencia y distintos lugares situados al Norte, en la comarca de la Horta.29 En las copias manuscritas que se conservan de sus lecciones de geografía impartidas en Valencia, se incluye un magnífico mapa de la Península, junto a una «explicación de los nombres de las antiguas ciudades, de lugares, ríos y cabos o promontorios de España», a modo de itinerario, con especificación de distancias entre lugares en millas y pasos y referencias constantes a los geógrafos clásicos como Ptolomeo, Plinio, Pomponio Mela o Estrabón, así como también al itinerario de Antonino y a otras fuentes.30 Muñoz también realizó un censo del Reino de Valencia, por encargo del virrey Alfonso Pimentel –a quien dirigió el manuscrito–, que acompañó de una descripción de su «término».31
El mayor volumen de escritos que se conservan de Jerónimo Muñoz son de astronomía. Aunque los trabajos de Muñoz sobre la supernova de 1572 eran ya conocidos por los historiadores y astrofísicos, y lo situaban entre los astrónomos europeos que realizaron observaciones más precisas y extrajeron con más claridad las consecuencias cosmológicas del fenómeno, el descubrimiento y estudio de sus Comentarios a Plinio ha dado a conocer sus ideas para una reforma de la cosmología, afines a la tradición estoica. Así, el estudio de este aspecto de la obra de Muñoz ha venido a confirmar la hipótesis avanzada por bernard Goldstein, Peter barker, Miguel ángel Granada y otros autores sobre la importancia del estoicismo en la cosmología renacentista. Como hemos dicho, también se planteó revisar la astronomía matemática en sus aspectos técnicos, con la realización de un gran número de observaciones y la preparación de nuevas tablas, discutiendo numerosos aspectos de la tradición ptolemaica, particularmente en sus adiciones a la traducción al latín de los Comentarios al Almagesto de Teón de Alejandría, un tratado muy voluminoso que este destacado astrónomo del siglo IV había realizado en colaboración con su hija Hypatia, y en el que padre e hija explicaban prolijamente el libro de Ptolomeo. No obstante, Muñoz no llegó a articular su reforma cosmológica con la astronomía matemática; difícilmente podía hacerlo sin abandonar el geocentrismo, como Kepler supo ver claramente.
En lo que respecta a sus postulados cosmológicos, queremos recordar su mención a la teoría de Copérnico, que aparece en el mencionado tratado sobre astronomía y geografía. Cuando discute las cuestiones relativas a la forma –esférica– de la Tierra y su posición central en el mundo, trata de refutar la teoría heliocéntrica haciendo mención a algunos argumentos astronómicos procedentes de Ptolomeo y Teón de Alejandría. También hace una rápida alusión al desorden cósmico que provocaría el que el Sol estuviere en el centro del mundo y la Tierra en el cuarto cielo. Eso no quiere decir que no se mostrara también crítico con la cosmología aristotélica. Como lo hizo en particular, en su libro sobre la supernova de 1572 y en sus comentarios a los libros de Plinio y Teón.
En el mes de noviembre de 1572, apareció en la constelación de la Casiopea, una nueva estrella, nacida de la explosión de lo que se llama una enana blanca, que se ha clasificado de supernova tipo I. Más de cincuenta autores, repartidos por toda Europa, escribieron sobre la nueva estrella, que sirvió de estímulo para los intercambios entre los astrónomos, e hizo que se estableciese una red de relaciones que dieron un gran impulso al avance de la astronomía. Como hemos comentado arriba, uno de los mejores trabajos fue el realizado por Jerónimo Muñoz y publicado en el Libro del nuevo cometa. Muñoz le llamó cometa –aunque dijo que por su movimiento más parecía una estrella–, por su deseo de dar una interpretación de su génesis en términos de causas naturales, en coherencia con la tradición astrológica, y no recurriendo al poder absoluto de Dios, como hicieron astrónomos destacados como Cornelius Gemma, Thomas Digges, Tycho brahe o Thadeus Hagecius. Muñoz defendió enérgicamente que la nueva estrella era un fenómeno celeste y que los cielos no eran incorruptibles, como afirmaban los seguidores de Aristóteles, ni estaban formados de quintaesencia, sino que «tienen deudo y parentesco con los elementos».32
La obra de Muñoz fue traducida al francés por Guy Lefèvre de la boderie, discípulo del famoso orientalista Guillaume Postel, que a su vez había sido discípulo del valenciano Joan Gélida. Postel además, era hebraísta como Muñoz y colaboró activamente en la biblia Políglota. Todo ello nos dibuja una interesante red de relaciones en la que se debería profundizar. Las ideas de Muñoz se difundieron también gracias a la correspondencia que mantenía con varios astrónomos europeos, como bartholomaeus Reisacherus de Viena y el astrónomo y médico imperial de bohemia Thadaeus Hagecius. Hagecius, además, le proporcionó las cartas de Muñoz a Reisacherus y Hagecius a Tycho brahe.33
Cabe plantearse si Muñoz abandonó la cosmología aristotélica como resultado de sus estudios sobre la supernova, o si, como él mismo sugiere, ya estaba preparado para «ver» el fenómeno con los dos ojos, es decir, con los de la razón, por emplear un metáfora usada por Copérnico.34 Para responder a estas cuestiones contamos con el manuscrito dedicado a comentar el segundo libro de la Historia Natural de Plinio, elaborado hacia 1568, es decir algunos años antes de la aparición de la supernova. Como es sabido, la Historia Natural de Plinio es la obra más importante y difundida entre las dedicadas a divulgar los conocimientos sobre la naturaleza, de las escritas por los autores latinos de la Antigüedad. Los humanistas, en particular, se interesaron por esta obra en relación con su afán por familiarizarse con la civilización clásica. En este sentido, además de la información factual, los humanistas valoraron mucho la obra desde el punto de vista literario y lingüístico, y se esforzaron por entender el contenido y valor científico de sus ideas. En algunas universidades europeas se propuso el texto de Plinio como manual en las enseñanzas de la facultad de Artes, lo que se puede relacionar con una cierta insatisfacción con las autoridades escolásticas tradicionales.35
En la España del siglo XVI se publicaron varios comentarios a Plinio, como el de fernando Núñez de Guzman (el Pinciano), de orientación fundamentalmente filológica, que es sin duda uno de lo mejor de este género de todo el siglo; el de Pedro Juan Olivar, sobre el «estilo de Plinio»; y el del médico francisco López de Villalobos, que se esforzó, con desigual fortuna, por hacer comprensible el texto de Plinio, criticándolo ocasionalmente desde la filosofía aristotélica o la teología cristiana. Quedó manuscrito el extenso comentario del médico y destacado naturalista francisco Hernández, a quien le interesaron menos las cuestiones filológicas que la información factual y las ideas, y el del humanista valenciano Juan Andrés Strany. Aunque el comentario de Strany es fundamentalmente filológico, su interés por Plinio cabe relacionarlo también con las ideas expuestas en la obra y su orientación predominantemente estoica, dado el conocido interés de Strany por la tradición estoica, hasta el punto de que era conocido como «barón estoico».36 Luis Vives también utilizó la enciclopedia pliniana en diferentes contextos de sus obras. En relación con la astronomía, por ejemplo, en sus Comentarios al Sueño de Escipión, Vives usa a Plinio para describir los movimientos de Mercurio y Venus, así como a Martianus Capella, del que tomó la idea del modelo heliocéntrico para estos planetas.37
Palmireno, por otro lado, en su Cathálogo de Autores Cathólicos para Dialéctica y Philosophia Natural y Moral (1560), proponía completar el corpus aristotélico en la enseñanza de la filosofía con los Comentarios a Plinio, las Cuestiones naturales de Séneca y de De Igne et Ventis de Teofrasto, además de recomendar la consulta de las obras de Galeno. En metafísica, Palmireno recomendaba, además de Aristóteles, estudiar a Platón y los neoplatónicos, junto a Cicerón.38
En este contexto de apertura, eclecticismo y cierto pluralismo doctrinal reclamado por los humanistas valencianos, Muñoz se decidió a servirse del texto de Plinio para exponer sus ideas cosmológicas y teológicas. El manuscrito autógrafo de los comentarios de Muñoz a la astronomía y cosmología plinianas, conservado actualmente en Copenhague, parece el texto de las lecciones o conferencias extraordinarias que impartió nuestro matemático y hebraísta en la Universidad de Valencia el verano de 1568.
Muñoz empieza su explicación de Plinio con una típica oración humanista orientada a la captatio benevolentia de los oyentes y a exponer sus intenciones al comentar a Plinio: «Se admirará tal vez, benévolos oyentes, alguno de entre los teólogos ampliamente versados en los Concilios Generales o en derecho canónico, preguntándose qué se le haya podido ocurrir a un teólogo expositor de las Sagradas Escrituras al emprender una exposición pública de la Historia Natural de Cayo Plinio Segundo». Como ya he adelantado, las ideas cosmológicas que Muñoz presenta en este texto se pueden calificar en gran manera como afines a la tradición estoica. En síntesis, todo el Universo, desde la Tierra, que ocupaba el centro, hasta sus confines, estaba lleno de aire, que, además, impregnaba todas las cosas del mundo y servía de conexión entre ellas; aire, que en otros lugares compara con el espíritu que se difunde desde el corazón para vivificar el cuerpo. Muñoz, por tanto, no acepta la dicotomía aristotélica entre la región celeste y la sublunar, ni la división del cielo en orbes, ni la existencia de la esfera de fuego. El cosmos de Muñoz no tiene dimensiones precisas, aunque es pequeño, comparado con el nuestro, y finito: acaba allí donde el aire, que se enrarece progresivamente, ya no puede ser más tenue. Su límite superior no tiene una forma definida y más allá, siguiendo los postulados estoicos, es posible que exista un inmenso vacío. El Universo puede tener cualquier forma, si bien por razones astrológicas –predominio de las constelaciones frías próximas al polo– seguramente debe tener la forma de una calabaza. Es inmóvil y los planetas se mueven, gracias a su propia fuerza o naturaleza, por el aire cósmico, como los peces por el mar o los pájaros por el aire que rodea en la Tierra, según trayectorias irregulares, de polos variables, que llama espiras, y no arrastrados por orbes. Las estrellas se mueven de la misma manera; así pues Muñoz no acepta tampoco la existencia de una esfera que arrastra a las estrellas fijas, los cielos son corruptibles y los planetas y estrellas contienen en su composición elementos y cualidades análogas a las terrestres, aunque en estado más puro. Los cometas se forman en el cielo y son, por tanto, cuerpos celestes.
El comentario de Muñoz se ajusta muy bien a los cánones del humanismo. Trata de entender a Plinio, de examinar sus fuentes, de ponderar sus aciertos y errores, de contextualizar debidamente sus ideas, al mismo tiempo que expone las suyas propias. Usa hábilmente su doble condición de teólogo –profesor de Sagradas Escrituras– y matemático-astrónomo para legitimar sus críticas a la cosmología aristotélica y proponer sus ideas alternativas. Pone en juego, según el gusto de los humanistas, un amplísimo repertorio de citas de autores de la Antigüedad: poetas, historiadores, geógrafos, matemáticos y filósofos. Pero este recurso no es meramente literario o retórico, sino que cumple la función de situar al mismo nivel de opinión cualquier afirmación filosófica, que valdrá lo que valgan sus argumentos. Junto a esto y aunque Muñoz insiste en la distinción entre verdades de fe y verdades de razón, no deja de señalar la mejor adecuación de la cosmología que él propone con la teología cristiana, y, en general, que la razón debe ser compatible con la fe. Citemos, en este sentido, por ejemplo, su crítica a Aristóteles, Teofrasto y otros autores que afirmaban la eternidad del mundo. Crítica que Muñoz realiza desde la «verdadera fe», pero que es consistente, por otro lado, con su adhesión a la doctrina que el cosmos está rodeado de vacío, ya que se debe incendiar: «ahora bien, las cosas que se incendian, convirtiéndose en una sustancia más sutil, es preciso que ocupen un espacio mayor; será por consiguiente más amplio el lugar del mundo entero en llamas».39
Una de las ideas centrales de la cosmología que propone Muñoz es la del aire cósmico o, como dice Plinio, «el espíritu, que los autores griegos y los nuestros llaman con el mismo término, “aire”, algo vital que puede penetrar todas las cosas y que está extendido por todo». Muñoz, en el comentario al texto de Plinio, cita los famosos versos de Virgilio: «desde el principio del mundo un mismo espíritu interior alimenta el Cielo, la Tierra y las líquidas llanuras y el globo luminoso de la Luna y los astros titánicos» (p. 383ss.). Junto a Virgilio, en el mismo lugar y a propósito del aire, cita a Arato y Manilo, famosos autores de poemas didácticos de contenido astronómico-astrológico, también de influencia estoica. No obstante, el autor sobre el que más se detiene es Hipócrates, cuyas afirmaciones le permiten concluir que su opinión sobre la sustancia del Cielo «no es nueva, sino antiquísima, aunque un tanto oscurecida por los comentarios aristotélicos». Aquí y en otras ocasiones Muñoz recurre a las credenciales de veracidad y autenticidad que proporcionan las cosas más antiguas u «originales»: otro tema caro a los humanistas, relacionado con la concepción cíclica de la historia de la cultura humana. Eso no le impide, en ocasiones o contextos diferentes, subrayar el carácter progresivo y de empresa colectiva del saber. Así, en la carta a su amigo Reisacherus, decía que en las cosas que pueden demostrarse no hay que dar crédito a nadie: ni a Ptolomeo, ni a Alfonso, ni a Regiomontano, ni a Copérnico.40
Ideas idénticas a las mencionadas las expuso Muñoz en su obra más ambiciosa, la traducción comentada del griego del Comentario al Almagesto de Teón de Alejandría, en la que pretendía revisar toda la astronomía ptolemaica. Quiero destacar que esta traducción de la importante y voluminosa obra de Teón, es una de las tres traducciones que se conocen. Las otras dos fueron realizadas en el siglo XVI por David de Saint Clair, profesor del Colegio Real de París, y el matemático y humanista italiano Teófilo de Urbino, que son de inferior calidad que la de Muñoz, según he podido comprobar.41
Las obras de Muñoz representan muy bien la conjunción humanismo-ciencia.42 Como he avanzado, el valenciano aceptó finalmente la propuesta de la Universidad de Salamanca, y se trasladó allí en 1578, pasando a engrosar la fuga de cerebros denunciada por Palmireno. En Salamanca formó a algunos destacados matemáticos y astrónomos, como el también valenciano Gabriel Serrano, el sevillano Diego Pérez de Mesa y el vasco Diego de álava, entre otros. Pero ya no publicó ningún libro, quedando todas sus obras manuscritas (excepto un alfabeto hebraico) y prefirió, según le dijo a su amigo Reisacherus, vivir oculto, siguiendo la máxima de Horacio –al que Muñoz cita expresamente–, según la cual ni las alegrías son solo para los ricos ni vivió mal quien en vida y en muerte pasó inadvertido.
En las últimas décadas del siglo, todo este notable desarrollo médico, científico y filosófico inició una decadencia que se agudizaría en la centuria siguiente. La cátedra de Muñoz no tuvo ningún sucesor de relieve hasta un siglo después, cuando la ocupó Juan bautista Corachán. En medicina, según ha explicado López Piñero, casi todos los médicos valencianos cortaron la apertura a nuevos horizontes intelectuales y científicos, con algunas excepciones destacadas, como la del paracelsista Lluís Coçar, o el médico y botánico Jaime Honorato Pomar. Este último continuó brillantemente la labor de su maestro Juan Plaza, aunque finalmente se trasladó a Madrid, al servicio de felipe II.43
LA METAFÍSICA Y LA REESCRITURA CONTRARREFORMISTA DE ARISTÓTELES
En cuanto a la filosofía, Charles Lohr ha señalado en varios trabajos, y de acuerdo con las investigaciones de Gallego Salvadores, la importancia de las reformas en el currículo en estas materias que se produjeron en Valencia.44 Reformas, similares a las realizadas en el Colegio Romano, que fueron adoptadas en otras universidades españolas e influyeron en el resto de Europa. Según Lohr, un aspecto que caracterizaría el aristotelismo español de la segunda mitad del siglo XVI es el empeño de rescribir Aristóteles de acuerdo con los primeros principios de la filosofía, de los que se ocuparía la metafísica. Un proceso que, en España, se habría iniciado en Valencia, continuándose en Alcalá y Salamanca. Para los escolásticos españoles, según este autor, la amenaza a la interpretación cristiana de Aristóteles no venía del aristotelismo secular, sino de lo que ellos consideraban una concentración excesiva en la lógica y en la filosofía natural en las facultades de artes de las universidades. Puesto que para ellos la metafísica tenía la función apologética de establecer los principios para mostrar el acuerdo básico entre el cristianismo y la filosofía aristotélica, tenía que partir de una filosofía completamente independiente de la teología revelada. Pero en las universidades ibéricas la metafísica se enseñaba no como culminación del curso de artes, sino junto con la teología. Consecuentemente, el esfuerzo para devolverle a la metafísica su lugar adecuado en el curriculum implicaba la reforma de todo el curriculum filosófico. En el marco de este movimiento de reforma se habrían compuesto las grandes obras sistemáticas españolas de metafísica, entre ellas la de Suárez, que fijaron el método de instrucción en metafísica durante siglos, no sólo en las escuelas católicas, sino también en las academias y universidades protestantes. Así, siguiendo a Lohr, mientras que los escolásticos medievales se habían esforzado por mostrar la armonía entre la revelación y la filosofía griega redescubierta (sobre todo Aristóteles), los escolásticos del barroco abandonaron este esfuerzo, reconocieron la autonomía de las ciencias de la naturaleza y dejaron su desarrollo a los laicos (excepto donde las conclusiones científicas entraban en conflicto con la doctrina cristiana). Sería así como la ciencia de la naturaleza se habría comenzado a liberar de Aristóteles. En el contexto de su argumentación, Lohr cita las propuestas de bartolomé José Pascual, Juan bautista Monllor y Pedro Juan Núñez, que irían en la dirección apuntada, y la obra de Diego Mas, autor del primer tratado sistemático de metafísica, además de autor de obras de lógica y filosofía natural.45
La filosofía natural de Mas, en su Commentariorum in Universam Philosophiam Aristotelis (Valencia, 1599) es un excelente ejemplo de la literatura aristotélica post-nominalista y post-humanista. Mas conocía bien las críticas de los humanistas valencianos al aristotelismo escolástico bajo-medieval y sus seguidores. Era amigo y admirador de Pedro Juan Núñez, del que escribió unas notas biográficas.46 Gracias a la crítica textual de los humanistas pudo tener acceso a ediciones más fieles a la letra del pensamiento aristotélico. Como otros autores de la época –los tratadistas de Coimbra, francisco de Toledo, o benito Perera– cita una gran cantidad de fuentes, no solamente aristotélicas, y muestra una notable erudición. Discute prolijamente temas como la noción de «lugar» y a qué categoría pertenece; el movimiento y si este difiere o no del móvil y del espacio; la causa del movimiento de los proyectiles (que atribuye al impetus); la estructura de la sustancia material y la doctrina de los minima naturalia o mínimas partes de un cuerpo que conservan la forma del mismo (en sentido aristotélico) y la cuestión de las propiedades ocultas. Pero no muestra interés por las doctrinas de los «calculatores», aún presente en Domingo de Soto, aunque las conocía bien. Sobre todas las cuestiones, Mas presenta opiniones alternativas y muestra cierta inseguridad en la decisión de cual es la mejor. Pero siempre que le resulta posible, prefiere la opinión tomista, la cual considera más consonante con Aristóteles.
Para concluir, sea cual sea la opinión que nos merezca la interesante interpretación de Lohr; o la de autores como William Wallace, que ha defendido y sigue defendiendo con tesón e inteligencia la continuidad entre la física aristotélica reelaborada por los escolásticos y la de Galileo,47 no fue en la Universidad de Valencia donde fructificaron los esfuerzos de varias generaciones de filósofos, médicos, humanistas y científicos valencianos. Nuestra Universidad se quedó prácticamente al margen, desde finales del siglo XVI y durante varias décadas, del proceso de constitución de la ciencia y la filosofía modernas, aunque, justo es reconocerlo, había contribuido notablemente a su preparación. Entretanto, y hasta que los novatores empezaron a abrir ventanas, ya en la segunda mitad del siglo XVII, los profesores valencianos aprendieron mucho acerca de la libélula atrapada en el ámbar pero lo ignoraron todo de su vuelo.
1 Sobre el término y el concepto de Renacimiento, véase Granada (2000), especialmente la introducción: «¿Qué es el Renacimiento? Algunas consideraciones sobre el concepto y el período». Sobre la historiografía de la Revolución Científica, véase Cohen (1994).
2 Cohen (1989).
3 Schuster (1990), en un trabajo muy bien equilibrado propone la división en 1. El Renacimiento científico: c. 1500-1600; 2. El periodo crítico: c. 1590-1650; 3. La etapa de consenso y consolidación: c. 1650-1690.
4 Véase Rose (1975).
5 Véase Garin (1981).
6 Recordemos que, aproximadamente, un 10% de los casi 30.000 incunables eran de tema científico. Olmi (1992), pp. 21-161, ha puesto de relieve la importancia de la ilustración en las exigencias metodológicas y en la comunicación de los resultados de la investigación entre los naturalistas de los siglos XVI y XVII.
7 Este ha sido el núcleo del congreso internacional: Las Universidades y la ciencia en la Edad Moderna (Valencia, 1999). Véase feingold y Navarro Brotons (2006).
8 Véase, particularmente, Schmitt (1973, 1983a, 1984); Lohr (1988); Kessler (1990); Wallace (1981); baldini (1992).
9 Véase Schmitt (1983), Aristote and the Renaissance. Véase también Giard (1991).
10 Los estudios ya clásicos de Duhem, Maier, Clagett y otros autores ya pusieron de relieve la importancia del nominalismo; estudios que han continuado H. L. Crosbi, William A.Wallace, James A. Weisheipl, Edward Grant, John E. Murdoch, Edith D. Sylla, Stefano Caroti, y otros. Wallace, en particular, ha continuado las investigaciones de Duhem sobre los «doctores parisinos» y nos ha presentado una imagen de la figura de Celaya mucho menos distorsionada que la ofrecida por las críticas de los humanistas que se enfrentaron a él en la Universidad y los ácidos comentarios de Joan fuster. En nuestro ámbito, queremos destacar las equilibradas apreciaciones de García Martínez sobre Celaya. Véase García Martínez (1977), pp. 6, 29 y 31.
11 Ciertamente, la lógica escolástica era un auténtico monumento de abstracción, alejado de la vida cotidiana; ahora bien, era análogo, por cierto, a la lógica matemática moderna, que los filósofos angloamericanos han usado para crear la llamada filosofía analítica. Además, partes de esta lógica matemática moderna fueron creadas justamente por aquellos «sumulistas» o «escolásticos degenerados y recalcitrantes», como los llamó Menéndez y Pelayo.
12 Sobre la física y la cosmología de Celaya, véase Duhem (1913), vol. III, especialmente pp. 135-141; Wallace (1981); Navarro Brotons (1983c); Murdoch (1990); López Piñero y Navarro Brotons (1994), Navarro Brotons (2007). Wallace (1981), en particular ha estudiado la transmisión a Italia de las contribuciones de Soto y, por lo tanto, como llegaron a ser conocidas por Galileo. Considera que esto tuvo lugar a través de los profesores españoles que enseñaban en el Colegio Romano, muy especialmente por francisco de Toledo, discípulo de Domingo de Soto. Recordemos que Soto está considerado como el primer autor conocido que interpretó el movimiento de caída como un movimiento uniformemente acelerado.
13 Véase, sobre la cuestión de la forma de la tierra, Randles (1990 y 1994); también Navarro Brotons (2007a).
14 Dullaert (1514). Sobre esta última cuestión, Dullaert se plantea cuál era verdaderamente la opinión de Aristóteles y dice que Alberto de Sajonia, Cayetano y otros afirman que en las versiones antiguas de la obra de Aristóteles quedaría clara la opinión de este que la Vía Láctea no es elemental. Para confirmarlo dice que se puede recurrir a los códices griegos y menciona la opinión del helenista italiano Girolamo Aleandro, que le había traducido el pasaje de Aristóteles en el que al parecer el filósofo griego le atribuía naturaleza elemental. Pero Dullaert le da más crédito a Alberto Magno que no menciona en ningún lugar esa opinión de la Vía Láctea como aristotélica. Finalmente, remite a la autoridad de Ptolomeo, que en el Almagesto, libro 8, cap. 2 (Ptolomeo, Opera quae extant omnia, vol. I, Syntaxis Mathematica, ed. de J. L. Heiberg, Teubner, Leipzig, 1898-1903, vol. I, pp. 170 i ss.; véase la edición inglesa de Toomer, Ptolomeo (1984), p. 400, sobre la Vía Láctea), describe las estrellas recorridas por el cinturón de la Galaxia, que se bifurca en dos. Sobre la edición por Vives de este texto y sus relaciones con Dullaert, véase González González (1987).
15 Del texto de Olesa solo se ha localizado un ejemplar en la Biblioteca Pública de Mallorca. Fue descubierto por López Piñero y García Sevilla (1969). Actualmente hemos concluido un amplio estudio sobre la filosofía natural de Olesa, los primeros resultados del cual los presentamos en López Piñero y Navarro Brotons (1995) y, con más detalle, en Navarro Brotons (2007a). Véase, en el presente libro, el capítulo VI.
16 Núñez (1554). Fue reeditada, junto con las oraciones de bartolomé José Pascual y Juan bautista Monllor, en Juan Núñez et al. (1591). Citamos por esta última edición.
17 Véase barbeito (2000).
18 Uno de los aspectos de las propuestas de Núñez que quiero destacar es su insistencia en incluir en la enseñanza de la filosofía las obras biológicas de Aristóteles y los tratados de Teofrasto sobre las plantas, obras de enorme importancia para la historia de la zoología y la botánica, cuya influencia sobrevivió a la crisis y desplazamiento filosóficas de la física y la cosmología aristotélica por las nuevas corrientes filosóficas y científicas.
19 Núñez (1591), pp. 16-17.
20 He tratado estas cuestiones en el prólogo a Copérnico (2000).
21 Juan Núñez (1991): De Aristotelis doctrina orationes philosophicae trium insignium Valentinorum: Petri Ioannes Nunnesii, Bartholomaei Iosephi Paschali, Joannis Baptistae Monlorii.
22 Véase López Piñero (1999).
23 Véase Navarro Brotons (1999).
24 Luis Vives, De tradendis disciplinis, 4, 5: «De scientiis mathematicis: quot sint, quaeque uniucuiusque materia, qui ad illarum studium idonei, qua methodo, et quibus auctoribus instituendum». Véase Vives (1782-1790), vol. VI, pp. 369-373. Puede verse también, acompañado de traducción catalana y castellana, en Vives (1999).
25 Esteve (1551), fol. 5v.
26 Bou (1553).
27 Sobre Jerónimo Muñoz, véase Navarro Brotons (1981), el estudio preliminar en Navarro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998) y la introducción, junto con Salavert fabiani, en Muñoz (2004).
28 En Navarro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998) puede verse una relación de las obras impresas y manuscritas de Muñoz, y una amplia bibliografía.
29 También explicaba como construir globos terráqueos y celestes y los recursos matemáticos para representar una esfera-la Tierra-en un plano, utilizando diversas proyecciones. Véase Muñoz (2004).
30 Véase Muñoz (2004) y el capítulo XI del presente libro.
31 El manuscrito, titulado Descripción del reino de Valencia, fue publicado por Roque Chabás en El Archivo, vol. IV (1890), pp. 373-388. Una copia se conserva en Toledo, en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Osuna, Caja 4207, Documento 1. Debo esta noticia del manuscrito a José María Ortiz de Zárate Laira.
32 Muñoz (1573), p. 25. Una edición facsímil y estudio del Libro de nuevo cometa en Muñoz (1981).
33 La traducción de Lefèvre de la boderie en Muñoz (1574). Sobre Lefèvre de la boderie, véase Secret (1985). Sobre Postel, véase bouwsma (1957), Colloque d’Avranches (1985), Kuntz (1981) y Céard (1977). Sobre la correspondencia de Muñoz, véase Muñoz (1981) y Navaro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998).
34 De los que no aceptaron su interpretación del fenómeno como celeste Muñoz dijo que «no han podido entender lo que con los ojos pudieran ver». Véase Muñoz (1973), f. A 3r. Sobre la metáfora copérnicana, véase De revolutionibus (1543), lib. 1, cap. IX, f. 7v; véase nuestra traducción en Copérnico (2000), p. 32 y nota 74.
35 Véase Nauert (1979 y 1980); french y Greenway, eds. (1986).
36 Sobre los comentarios de autores españoles, véase el estudio preliminar en Navarro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998). Sobre el comentario de Strany, véase ferragut (1993).
37 Vives (1989).
38 Véase Gallego barnes (1979).
39 Navarro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998), p. 292 y ss. (16v.). Los estoicos defendían la doctrina según la cual el cosmos, como un todo ordenado, se destruiría en una enorme conflagración llamada «ekpyrosis», en la que todo se convertiría en fuego y después de la cual el cosmos surgiría de nuevo por un proceso análogo al que había hecho nacer el actual. Para fundamentar esta idea se apoya en lo que dice San Pedro sobre que el mundo se ha de incendiar, así como en las ideas astrológicas según las cuales el mundo se dilata y se contrae según predominen las cualidades cálidas o las frías.
40 Véase la trascripción y traducción de la carta a Reisacherus en Muñoz (1981). Sobre las citas de Muñoz a Plinio, véase Navarro Brotons y Rodríguez Galdeano (1998), pp. 382 y ss. (13v).
41 Los dos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional de París, el de Saint Clair en lat. 7264 y el de Teófilo de Urbino en lat. 7264. Véase, sobre estos manuscritos, la introducción de Halma en Teón de Alejandría (1821).
42 En efecto, el estudio de la obra de Muñoz ha reforzado la imagen del humanismo científico, lo que ha permitido subrayar lo justo de la crítica a la oposición entre ciencia y humanismo, crítica adelantada por Eugenio Garín, Paul Lawrece Rose y otros; así como también la necesidad de entender el período renacentista como una época bien diferenciada en la historia de la ciencia en el mundo occidental. No olvidemos que Muñoz era profesor de hebreo, experto helenista y matemático, una combinación nada rara en la Europa de la época.
43 Véase López Piñero (1999).
44 Véanse Lohr (1988). Lohr se refiere al trabajo de Gallego Salvadores (1972).
45 Véase Gallego Salvadores (1970 y 1973).
46 J. Teixidor, en sus Memorias de algunos insignes catedráticos de la Universidad de Valencia, ms. 6934 de la Biblioteca Serrano Morales (A.H.M. de Valencia), fols. 18v-19, recoge unas Notas Misceláneas de Diego Mas que incluyen la reseña biográfica de Núñez. Noticia obtenida de barbeito (2000).
47 Además de Wallace (1981), véase Wallace (1984), y los trabajos de este mismo autor reunidos en Wallace (1991).