Читать книгу Noche en Tintagel - Verónica Pazos - Страница 15
VIII
ОглавлениеUther ya no habita el cuerpo de Gorlois. Se da cuenta porque sus manos son más finas y blancas ahora, pero tampoco son las de Uther, son unas terceras manos que no reconoce, que no logra reconocer.
El cielo sobre el bosque sigue siendo el de la noche, al menos.
Al final del sendero de tierra sangrienta, hay un gran castillo. Negro y retorcido, de piedra húmeda, brillante bajo la luz de la luna.
Uther camina hacia él con su nuevo cuerpo, que nota más alto, aunque liviano. Escucha un siseo y pronto advierte que es su capa arrastrando la hojarasca. Lleva botas negras y mallas negras y una tira de plata rutilante, pero solo en las mangas. El castillo está muy cerca y unas figuras oscuras se agolpan en una zona concreta de sus murallas.
—Dejad las rosas. —Escucha que su voz habla con vida propia y se lleva la mano a los labios—. Dejadlas, venga.
Cinco perros famélicos lo observan entonces, le muestran las encías, se apartan de los arbustos hasta perderse en la espesura y Uther se acerca solo para comprobar que todas las flores que crecen en las murallas están completa e irremediablemente marchitas. Arranca una rosa de todos modos y se cuida de no rozar las espinas cuando entra con ella en la fortaleza.
Hay nieve en sus zapatos y deja un rastro indudable de agua y barro al caminar. No. Ahora que se fija, eso no es barro, es rojo, mucho más rojo.
El gran salón, como debería haber esperado, es idéntico al de Camelot. Entre las mesas, iluminada por un fuego fatuo hasta que todo en ella es azul, camina una mujer. Lleva un vestido del color del barro. No. Eso no es barro.
—Has vuelto pronto. —Uther sabe que le habla a él. Se acerca a un blanco palafrén que bebe de una fuente en una esquina de la estancia, le acaricia la crin—. No acostumbras a volver antes del amanecer.
—Este amanecer se estaba retrasando más de la cuenta.
—¿Cuándo ha sido eso un impedimento? ¿Te has vuelto un vago?
—Tenía sed —responde con sencillez, arrojando sus guantes sobre una de las mesas vacías. Por el rabillo del ojo, ve que el caballo ha dejado de beber y lo escudriña con una suspicacia casi humana—. Ya sabes que no puedo beber de ese arroyo.
—Ni de esta fuente —completa ella dando unas palmadas en el lomo al animal—. Tranquilo, Medianoche, ya sabes que no tendrás que compartirla con él.
La mujer no le pide que la siga, pero Uther sabe que debe hacerlo, así que dejan atrás el salón y llegan a un pequeño patio interior en el que languidece un jardín. La hierba es del color del trigo y todas las flores buscan la tierra en lugar del sol. En el centro hay una pila igual de negra que las piedras del castillo. La mujer se detiene justo a su lado, es la primera vez que puede observar su rostro: afilado, seco, inhumano.
Le hace un gesto para que beba. El líquido en el interior del pilón le había parecido negro por el efecto del recipiente, pero, al sumergir su mano como un cazo, comprende que es verdaderamente negro. De todos modos, bebe.
—Casi se ha cumplido ya el año de tu trato. —Al contacto con el agua, la voz de la mujer pasa a ser lejana, de otro plano, no de este plano—. Es normal que las noches se te hagan tan largas. ¿Estás deseando volver a tu reino?
Uther se seca el agua de los labios con el dorso de la mano y el sonido regresa, nítido.
—Desde el día en que llegué.
La mujer ríe como un cuervo.
—¿Tan malo es Annwn?
—No me gusta el Otro Lado.
—Aquí tu lado es el Otro Lado.
—Sabes bien a qué me refiero.
Uther apoya la espalda en la pila.
—¿Acaso no estás deseando que me vaya? —pregunta ahora él—. ¿No quieres que regrese tu marido?
—Mi marido siempre se está yendo. —Arrastra un dedo por la superficie del agua—. Toda una eternidad es mucho tiempo para pasar en el mismo castillo, hasta yo sé eso. Un año es un parpadeo, debería haberte pedido mucho más.
Uther gira el rostro hacia ella.
—¿Por qué no te pidió que fueras con él?
Ella niega con la cabeza, se limpia la mano en el vestido.
—¿Y dejar a un desconocido al mando de todo el reino? Demasiado imprudente. Ya has conocido a nuestra corte, te habrían convertido en un faisán solo para entretenerse al perseguirte por el bosque, habrían traído a tus perros, no a estos, sino a los tuyos del Otro Lado, y te habrían dado caza con ellos solo por el placer de hacerlo. Ni siquiera pueden comerte. Lo harían solo por hacerlo.
Mira hacia las copas desnudas de los árboles, se acerca a él, le habla en un tono más bajo y apenas puede escucharla a través de la cortina de cabello cuando se inclina.
—Ojalá yo también pudiese tener ese descanso. Solo un poco, solo un parpadeo, medio parpadeo, tan solo una pestaña de descanso. Hace tanto frío aquí, un año y todavía no te has acostumbrado a él, es demasiado frío.
—¿Quieres ir a mi Lado?
Uther lo pregunta con demasiada sorpresa y la mujer le hace un sonido para que calle.
—¡No tan alto! Toda la vida que les falta a las plantas se la han quedado las piedras. No importa lo que yo quiera, importa lo que yo deba.
—Si tienes miedo de que el reino se rebele si te vas… ¿Por qué no irte una vez tu marido haya regresado? Tú lo has dicho, queda poco para el fin de la promesa.
La mujer deja escapar un largo suspiro, aunque no parece pena, sino frustración. Se apoya en la pila, a su lado, echa la cabeza hacia atrás y la mitad de su melena queda sumergida en el agua.
—Puedes abandonar este lugar, pero este lugar nunca te abandona. ¿Qué clase de criatura crees que soy?
—Rhiannon —responde sin dudar y Uther no entiende cómo conoce su nombre—. Eres Rhiannon, la esposa del príncipe Arawn, la dama de Annwn.
—Rhiannon… —repite ella—. ¿Y qué crees que significa eso? ¿Soy acaso mi propio tipo de criatura?
—Eres parte de la familia blanca, al igual que tu marido y todos los habitantes del Otro Lado, pero no eres duende, ni cambiaformas, ni vives entre la gente del agua o las minas, tampoco eres un hada marchita, una… gwyllion.
Rhiannon sonríe con los ojos cerrados. El fuego fatuo queda suspendido sobre ella mientras hunde su cabello hasta el pico de viuda que se forma en su frente.
—¿Qué queda entonces, príncipe mío?
—No lo sé… —admite Uther, con un hilo de voz.
Tres pájaros acuden a beber de la pila, apartando los mechones de la dama para conseguir llegar al líquido. Todo su cuerpo es blanco, con largas colas que desprenden copos de nieve —no solo cuando ha nevado— y sus ojos son completamente dorados. El cuerpo que habita Uther ya los ha visto en numerosas ocasiones.
—Adar Rhiannon… Los pájaros de Rhiannon… —recita ella, todavía sin abrir los ojos, solo sintiendo su gorgojeo—. Sus cantos pueden despertar a los muertos y dormir a los vivos. ¿Qué no podría hacer su señora? ¿Qué soy yo? Una criatura de Este Lado, un demonio y una sombra, con cada amanecer mi cuerpo muere, pero mis pájaros me despiertan al caer la noche; muero y soy inmortal. Si alguna vez mueres, en Este Lado o en el Otro, querido Pwyll, no dudes en que les pediré que canten hasta que todos los árboles mueran a tu alrededor para poder transferirte su vida, como hizo mi marido conmigo, y su padre antes que él.