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Capítulo 6 Reed

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Parpadeé varias veces, pero no sirvió de nada. Seguía allí. No eran imaginaciones mías.

Era ella.

Estaba en mi oficina.

La rubia de pelo platino.

Con ojos azules como el hielo.

La Barbie nórdica del otro día, Charlotte Darling, estaba en el suelo frente a mí y parecía asustada, como si hubiera visto un fantasma. Me levanté, le tendí la mano y la ayudé a ponerse en pie.

«Si le doy tanto miedo, ¿por qué me acosa de este modo?».

No tuve mucho tiempo para pensar antes de decir:

—¿El circo ha venido a la ciudad, señorita Darling? No recuerdo haber comprado entradas para su espectáculo itinerante. ¿Qué hace aquí?

—Yo… Eh… —Sacudió la cabeza como si saliera de una neblina y se llevó la mano al pecho—. Reed… Eastwood. ¿Qué hace aquí?

«¿A qué juega?».

—¿Me está preguntando qué hago en mi propia empresa? ¿Quién la ha dejado entrar?

Azorada, miró hacia abajo y se ajustó la falda.

—Trabajo aquí.

«¿Qué?».

El corazón me latía a todo trapo.

Aunque le había permitido visitar el ático de lujo para castigarla por la pérdida de tiempo que me había supuesto, después lamenté haber sido tan duro con ella. Sin embargo, en ese momento justificaba por completo mi actitud.

—Francamente, el otro día, cuando salió corriendo de la Millenium, me dio un poco de pena. Pero venir aquí es harina de otro costal. ¿Cómo ha pasado por el control de seguridad?

Creo que fue la palabra «seguridad». La mujer que hacía unos segundos se encogía en el suelo se enderezó de pronto y me miró furiosa. Debería haber recordado que la simple mención de la palabra «seguridad» la haría perder los papeles.

Se inclinó hacia mí y levantó la voz.

—Deje de amenazar con llamar a seguridad. ¿Acaso no ha oído que trabajo aquí?

El olor de algo dulce en su aliento me desconcentró por un instante. «Dónut con azúcar, quizá». Aparté enseguida la idea de mi cabeza al ver que cerraba los ojos y empezaba a mover los dedos frenéticamente como si estuviera tecleando. De hecho, era exactamente lo que hacía: tecleaba en el aire.

Tenía que preguntar.

—¿Se puede saber qué hace?

Continuó tecleando mientras respondía:

—Tecleo todas las cosas que tengo ganas de decirle, para sacármelas de la cabeza sin tener que pronunciar las palabras. Y créame, es lo mejor para los dos. —Siguió tamborileando los dedos en el aire.

No pude evitar reírme por lo bajo.

—¿Prefiere que la confundan con una loca en lugar de decir lo que piensa?

Dejó de mover los dedos.

—Sí.

—No se olvide de pulsar la tecla «Enviar» —me burlé.

A Charlotte no pareció divertirle mi sarcasmo.

—Decirle lo que pienso no sería profesional. No quiero perder el trabajo en mi primer día.

—Veo que aprendió mucho sobre profesionalidad en Tus Huevos.

—Que le den.

—Vaya, creo que ahora necesita la tecla «Borrar».

«Joder». En realidad, me metía con ella porque disfrutaba al verla saltar. Debía recordarme a mí mismo que estaba en la oficina sin permiso.

—Vuelva a explicarme cómo ha entrado en estas oficinas, señorita Darling. Porque tengo clarísimo que no trabaja aquí. Esta es mi empresa y le aseguro que, si la hubiera contratado, lo sabría.

Mi abuela apareció y nos interrumpió:

—En realidad, es mi empresa. —Entonces, se volvió hacia Charlotte y añadió—: Te pido disculpas por el comportamiento de mi nieto, querida.

—¿Nieto? —Charlotte me señaló con el dedo índice y nos miró alternativamente a mi abuela y a mí—. ¿Este hombre es… tu nieto? ¡Este es el tipo del que te hablé en el baño el otro día! ¡El agente inmobiliario engreído y pretencioso!

—Lo siento, Charlotte. No sumé dos más dos. —A pesar de sus palabras, mi abuela no parecía sorprendida en absoluto—. Jamás habría imaginado que Reed pudiera ser el idiota condescendiente que describiste.

—¿Baño? ¿De qué habláis? —pregunté.

Charlotte empezó a explicar:

—Cuando salí corriendo del apartamento de la torre Millenium, fui al baño. Allí me encontré con Iris. Obviamente, no tenía la menor idea de que fuera tu abuela. Vio que estaba nerviosa y llorando. Le conté todo lo que había pasado durante la visita al ático. Nos quedamos allí un rato charlando y, después, me ofreció el puesto de asistente personal.

«No puede ser, joder».

«No, no, no». Aquella mujer estaba loca de atar. De ninguna manera tendría acceso a mi agenda personal ni estaría al tanto de mis idas y venidas.

—Abuela, ¿podemos hablar un momento en mi despacho, por favor?

—Por supuesto. —Sonrió antes de mirar a Charlotte, que se había inclinado para recoger los pedazos del jarrón roto—. Charlotte, ¿por qué no vuelves a tu despacho y te familiarizas con la base de datos de la empresa? Ya he pedido a Stan, del departamento de informática, que vaya a ayudarte por si tienes alguna duda. Siento que el precioso jarrón que hiciste para mí se haya roto. No hace falta que lo recojas, puedo pedirle a otra persona que se ocupe de limpiar esto.

—No pasa nada, ya tengo casi todos los pedazos. Aunque quizá haya que pasar la aspiradora, por si quedan astillas. —Se enderezó y tiró el jarrón hecho añicos en una papelera antes de volver a mirarme enfadada—. Quizá Stan pueda instalarle un chip de sensibilidad a su nieto, porque parece que le hace falta.

Chasqueé los dedos.

—Debieron de olvidarse de hacerlo cuando me instalaron el detector de mentirosas.

«Tengo que dejar de disfrutar con esto de una vez».

Charlotte me observó un instante antes de darse la vuelta y alejarse de mí. Una extraña sensación me burbujeaba en el pecho mientras contemplaba sus mechones de pelo rubio balanceándose al ritmo de sus pasos al marcharse. Sabía que era un sentimiento de culpa. Mi reacción había sido la esperada, dado que la chica estaba como un cencerro, pero, de algún modo, ahora me sentía como un completo imbécil.

Mi abuela me siguió hasta el despacho sin abrir la boca.

Tras cerrar la puerta, dije:

—Sabes que vas a tener un buen día cuando tu propia abuela te llama idiota.

—Bueno, a veces te comportas como un idiota. —Parecía divertida ante mi enfado—. Es guapa, ¿verdad?

«Claro, si te parece guapa una chica con ojos expresivos, labios carnosos y el cuerpo de una pin-up de los años cincuenta. Más bien es como la kryptonita».

La belleza física de Charlotte era innegable. Pero de ninguna manera iba a reconocerlo; su «locura» eclipsaba toda la belleza.

Hice una mueca.

—Abuela…, ¿qué estás tramando?

—Creo que sería una excelente trabajadora en tu equipo.

Señalé hacia la puerta y grité:

—¿Esa mujer? Esa mujer no tiene nada de experiencia. Por no mencionar que está loca de atar y que es una mentirosa. Deberías haber visto el montón de sandeces que escribió en su solicitud para visitar el ático de la torre Millenium.

Sonrió con actitud burlona.

—Surf de perros. Lo sé.

—¿Lo sabes y, aun así, la has contratado? —Empecé a pasearme por el despacho, con la tensión por las nubes—. Lo siento, pero entonces la que está mal de la cabeza eres tú. ¿Cómo puedes pretender darle acceso a nuestra información personal y profesional más delicada?

Mi abuela tomó asiento en el sofá que había frente a mi mesa y contestó:

—No sabía lo que hacía cuando rellenó esa solicitud; ni siquiera recordaba haberlo hecho. Estaba borracha y no fue más que una tontería. Todos hemos tenido noches así, al menos yo. No voy a contarte todo lo que hablamos, porque eso queda entre Charlotte y yo, pero tenía razones para actuar como lo hizo. Y vi algo en ella que me recordó a mí misma. Creo que tiene un espíritu fuerte y que posee el tipo de energía vibrante que necesitamos aquí.

«¿Está de broma?».

«Vibrante».

Charlotte me recordaba a la cegadora luz del sol cuando te despiertas con resaca. Vibrante, sí, tal vez; pero de lo más inoportuna.

Mi abuela era una persona amable y empática, siempre veía el lado bueno de las personas. Lo respetaba, pero me pregunté si no la estaban manipulando.

—Es una mentirosa —repetí.

—Mintió, pero no suele mentir. Hay una diferencia. Cometió un error. Charlotte se confesó conmigo, una completa desconocida. No tenía por qué hacerlo. Es una de las personas más honestas que he conocido jamás.

Me crucé de brazos y sacudí la cabeza con incredulidad.

—No puedo trabajar con ella.

—No voy a cambiar de opinión sobre su puesto de trabajo, Reed. Tienes dinero de sobra para contratar a tu propio asistente personal si no quieres compartir a la de la familia, pero no pienso despedirla.

—Tendrá acceso a mi información personal. ¿No crees que debería tener voz y voto al respecto?

—¿Por qué? ¿Tienes algo que ocultar?

—No, pero…

—¿Sabes qué creo?

—¿Qué? —respondió.

—Hace mucho tiempo que no te he visto apasionarte tanto con nada. De hecho, desde el concierto de Navidad en Carnegie Hall.

—¿Quieres hacer el favor de no recordármelo?

Le encantaba hablar de mi breve etapa en el coro infantil. Me gustaba muchísimo cantar aquellas canciones tan alegres, hasta que empecé a madurar y comprendí que el coro era un pasatiempo que solo me daría disgustos y la reputación de friki. Lo dejé, y mi abuela seguía insistiendo en que había abandonado mi vocación.

—Para bien o para mal, esa chica te saca de tus casillas —contestó.

Miré por la ventana y observé el tráfico en la calle, negándome a reconocer que hubiera el menor ápice de verdad en sus palabras. Empecé a sudar y respondí:

—No seas ridícula…

Pero mi abuela me conocía bien. En el fondo, sabía que tenía razón. La verdad era que Charlotte había despertado algo en mí. En el exterior, se manifestaba como ira, pero dentro de mí sentía una emoción indescriptible. Sí, era cierto que no me había gustado que me hiciera perder el tiempo ese día. Pero, para cuando estalló y se marchó corriendo, me había impresionado de una manera inexplicable. No había dejado de pensar en ella durante toda la noche. Me preocupaba haber sido demasiado brusco o haberle provocado una crisis nerviosa sin querer. Me la imaginaba huyendo por Manhattan, con la máscara de pestañas corrida y tropezando con sus propios pies a causa de los enormes tacones que llevaba. Al final, había dejado de pensar en ella, hasta que, literalmente, nos topamos. Y de repente, esa extraña energía brotó a la superficie de nuevo en forma de ira. Pero ¿por qué? ¿Por qué me importaba lo bastante como para sacarme de quicio?

Mi abuela interrumpió mis pensamientos.

—Sé que lo que ocurrió con Allison te afectó mucho. Que tu espíritu se apagó. Sin embargo, es hora de pasar página.

Sentí una punzada de dolor en el estómago al oír el nombre de Allison. Ojalá mi abuela no la hubiera mencionado.

Continuó:

—Necesitas un cambio de aires. Y dado que no piensas irte a ninguna parte, he pensado en traerte ese cambio de aires contratando a Charlotte. Prefiero verte discutir con ella que solo y encerrado en tu despacho.

—No puedo discutir con alguien que teclea en el aire para demostrar que tiene razón.

—¿Cómo?

—Por favor, ¿no has visto lo que hacía? —No pude evitar reírme—. Ha dicho que no quería decirme lo que pensaba para no perder el trabajo y se ha puesto a teclear lo que tenía en mente en el aire, para desahogarse. Esa es la loca a la que has contratado.

Mi abuela echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.

—Pues me parece una idea genial, la verdad. Algunos políticos deberían aprender de ella. No está nada mal pensar antes de hablar, aunque eso suponga teclearlo en lugar de decirlo en voz alta. A eso me refiero, es única.

Entrecerré los ojos.

—Sí, claro. Única.

Su expresión se suavizó mientras me ponía la mano en el hombro.

—Hazme un favor e intenta, al menos, hacer que se sienta bienvenida en la empresa.

—Como si tuviera elección… —dije, con un suspiro de exasperación.

—Me tomaré eso como un sí. Puedes practicar en los Hamptons mañana. Irá contigo para ayudarte con la propiedad de Bridgehampton, porque Lorena estará fuera toda la semana. Normalmente, la asistente personal la sustituye cuando ella no puede atender las visitas a las propiedades.

«Genial. Todo un día con ella».

Se levantó y se dirigió a la puerta, no sin antes volverse por última vez.

—Charlotte sabe lo que es que te rompan el corazón. Tienes más en común con ella de lo que piensas.

Siempre que mi abuela mencionaba mi relación con Allison, me irritaba. Aquello no solo no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando, sino que también me obligaba a pensar en cosas que trataba desesperadamente de dejar atrás. Había intentado por todos los medios olvidar el dolor que me había causado el fin de esa relación.

Miré por la ventana buena parte de la siguiente media hora, sin hacer nada, mientras me mentalizaba de que ahora Charlotte trabajaba allí. Era una coincidencia de lo más extraña. Y sabía que no podríamos trabajar juntos sin llevarnos la contraria continuamente.

Decidí ir a su despacho para establecer algunas reglas básicas y explicarle qué esperaba de ella durante el día en que estaría a mis órdenes.

«A mis órdenes».

Me deshice rápidamente de la visión fugaz de su diminuto cuerpo. Eso era lo complicado de despreciar a alguien que era físicamente atractivo. La mente y el cuerpo libraban una batalla permanente que, en circunstancias normales, habría ganado el cuerpo.

Pero aquellas no eran unas circunstancias normales. Charlotte Darling estaba lejos de ser normal, y yo debía estar en guardia.

Dispuesto a decirle lo que pensaba, me encaminé por el pasillo hasta su despacho e inspiré profundamente antes de abrir la puerta sin llamar.

Me sorprendí al ver a mi hermano, Max, tumbado en el sofá, aunque no debería haberlo hecho. Aquel era el modus operandi de Max: se había presentado corriendo en el despacho de la nueva asistente para impresionarla.

—¿Puedo ayudarlo en algo, señor Eastwood? —preguntó ella con frialdad.

Max esbozó una sonrisa divertida.

—Charlotte, sé que ya os conocéis, pero deja que te presente formalmente a mi hermano mayor, es decir, el malvado dueño y señor de todo esto. Reed.

«Genial. Ken el Ligón no ha perdido ni un minuto con la Barbie nórdica».

Un hombre para un destino

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