Читать книгу Visitar todos los cielos - Vicente Aleixandre - Страница 21
Оглавление[ 8 ]
Hoteles de Tiffón, Miraflores de la Sierra (Madrid)
10-8-27
Mi querido Gregorio:
Todo llega y mi carta también llega. ¿Estás en Madrid? ¿Cómo estás? ¿Ya del todo bien? ¡Ojalá! No te he olvidado. Cada día te quería escribir, siempre. Pero uno se distancia, pasa el día; un cielo azul, un cielo malva, unas nubes, aquel pájaro: ¡el día ha pasado! Hoy por la mañana cierro los ojos. Ni azules, ni malvas, ni fucsias; nada de color. Mis paredes blancas y a escribir. Mis paredes blancas, clausura de esperanza. El aire de mi cuarto, gajo prieto de tiempo. En él mi cuerpo y mi espíritu, para escribirte. ¿Te acuerdas?
¿Y qué decirte? Decirte que aquí hace frío muchos días; que la sierra está hosca. Que el cielo es duro, pétreo, y las cosas parecen de cristal vigoroso y helado sobre él —sobre el telón del firmamento—. ¿Tú pintas? Me gustaría verte pintar aquí. Aquí se puede pintar muy bien. Hay a veces una transparencia cruel en el espacio. Me acuerdo de algunos paisajes tuyos de Criptana.
Yo sigo escribiendo. Mi vida es escribir. Mejor dicho, es mi premio. En Verso y Prosa he publicado un soneto a don Luis de Góngora. He dicho en él cómo veo la arquitectura barroca de la poesía de don Luis, y a qué luces últimas. ¿Se comprende esto? Dímelo tú. A lo mejor se figuran que el soneto está dedicado a Góngora sin que su contenido haga referencia a él. Y no, no. La hace, vaya si la hace. Como que es mi visión de la poesía de Góngora.
Hace unos días he mandado por fin mi Ámbito a los amigos de Málaga, y les ha gustado mucho. Tú ya conoces muchas poesías de él.
¡Qué mal reproducido estaba tu dibujo en Verso y Prosa ! Me dio una lástima enorme. Una cosa tan bonita, estropeada completamente. Ha sido al reducirla de tamaño. Perdía aquella gracia y morbidez, tan finas, tan acordes y terminadas. Es una cosa terrible que entregue uno una cosa y salga solo su triste caricatura. ¿A ti te gustó cómo estaba reproducido?
Dentro de unos días hay aquí toros. Corrida casi zuloaguesca. Con torerillos de Turégano o poco menos; con nombres absurdos: Vaquerín de Tetuán, Cocherín de Baracaldo. Con oros, rojos, platas terrosos, salvo el carmín nuevo, brotante de la sangre fresca. ¡Pobre corrida! Yo iré, y no me gusta. Pero aquí no se puede faltar.
¿Qué haces? ¿Das inglés? Dime a quién ves. ¿Pintas? ¿Organizas alguna exposición, o es pronto para París y Londres?
¿Me has olvidado? ¿Y mi retrato, mi querido retrato? Tengo unas ganas enormes de volver y que me lo termines, tan fino, con aquella elegancia.
Me gustaría copiarte alguna poesía nueva mía, pero son largas. Te prometo hacerlo en mi próxima carta. Hoy quiero que esta coja el correo para que veas que no te olvido desde mi sierra alta.
¿Te acuerdas de nuestras tardes en casa? Qué gratas y alegres. Desde la terraza, la lejanía y el azul de estos montes. Tú y yo en el aire, nacidos en él, vigentes por él. Y las palabras atadas en las manos, de cristal, no impidiendo el espacio pero reforzándolo. Casi alzándonos en la quietud, con mil brillos, fríos sin descanso, horóscopo de juventud, clarín de la risa, mar llano de la mirada —una espuma imprevista.
Estoy contento. Déjame que con esta impresión te abrace y te diga adiós. Adiós, Gregorio. Desde mi mar, adiós. Adiós en ondas grandes, seguidas... Adiós, adiós, adiós, adiós, adiós, adiós. Tu playa las extienda.
Vicente
¡Escríbeme!