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La una
La una. Se pretenden
presagios de campanas
libres. Pero ya están
—haz de filos, de lanzas—
apretadas de tarde
las flechas, solidarias.
Una venda de tiempo
transparente las ata.
No se siente ni ruido
ni pasaje. Luz cálida.
De la ceñida forma
y peso se desgaja
una espiga. La una
se escucha fresca, clara,
universal. Un ángulo
de sombra abre su pausa.
Además de la poesía, de compartir con el amigo pintor los avatares de su escritura, Aleixandre llena estas cartas de alusiones a los temas más diversos: confidencias sobre primeros amores; alusiones a lecturas; consejos; recuerdos de amigos, conocidos y saludados, desde Lorca a Juan Ramón; comentarios sobre reuniones con Mariano Orgaz o referidos a la boda de Manuel Altolaguirre; confesiones acerca del temor a las erratas en la edición de su obra. Pero hay, ante todo, una devoción por vivir y por reivindicar el arte, sobre todo un arte comprometido con su tiempo. Es un conjunto epistolar que podría recordarnos al que escribió otro poeta a otro artista: tanto Aleixandre como Prieto podrían fácilmente haber suscrito, el uno respecto al otro, esa «inteligente admiración» que a Rilke le suscitaba la obra de Auguste Rodin, e igualmente haber hecho suyas las palabras que el poeta le dirigía al escultor en 1901:
Es trágica la suerte de los jóvenes que presienten que les será imposible vivir si no logran ser poetas, pintores o escultores, y no encuentran el consejo verdadero, hundidos en el abismo del desaliento; buscando un maestro poderoso, no son palabras ni indicaciones lo que buscan, sino un ejemplo, un corazón ardiente, manos que sepan hacer grandeza. Es a usted a quien buscan.[1]
En esa misma búsqueda encontramos también a Vicente Aleixandre, quien el 16 de abril de 1929, inmerso en el que sería su libro Pasión de la Tierra (1935), le confiesa a su amigo, a su cómplice, lo que significa para él el hecho de enfrentarse a la página en blanco:
Yo lo escribo poseído por el demonio de la poesía, como un condenado. Siento la inspiración como un pez que me da coletazos entre las manos. Saldré de mi obra vaciándome, agotado, y ella quedará como expresión de mí en una época. Después escribiré versos otra vez, de otra manera que mi libro Ámbito. Soy un gran curioso también en la poesía y quiero visitar todos los cielos. Nada de la belleza me puede ser ajeno.
Con ese «visitar todos los cielos», el poeta le hace partícipe a su amigo pintor de un anhelo con el que hemos querido titular este epistolario. En 1932 encontramos otro ejemplo delicioso de estas confesiones literarias y vitales referido a ese mismo libro de prosa poética, para el que entonces Aleixandre barajaba el título de Espadas como labios:
El primero de mis libros, el de poemas en prosa, Espadas como labios, lo acaba de leer Gerardo Diego. Me ha escrito una carta única en que me dice es un libro «único, personal, magnífico; en una palabra: importantísimo (y lo subraya) para la poesía española». Yo oigo estas cosas, me alegro, pero en seguida pienso en las hermosuras que uno se encuentra por la calle y que uno puede amar. Al lado de esto, que es vivir, el arte me parece cosa secundaria. Aunque jamás he sentido yo mi poesía como arte, sino como sangre, como la alta sangre de mi alma.
Vemos así, en estas cartas, a Aleixandre, más allá de la experiencia de la poesía, ambicioso por disfrutar de la vida, feliz y cercano, como cuando escribe, exultante, el 11 de abril de 1930:
Tengo unos deseos enormes de vivir, chico, de salir a la vida. Siento bajo mis siete suelos un rumor vibrante que canta el amor, todo un terremoto de música, de naturaleza, que me hace estremecerme hasta la punta de mis cabellos. Me siento como la torcida, como la llama de una lumbre que me pasa el alma y la carne y me asoma a los ojos con un resplandor inextinguible. Soy yo mi fuego y mi exaltación y siento una apetencia del mundo y del amor que me haría abrazarlo hasta ser yo él, hasta enajenarme en su extravío.
¿Se perderá toda esta fuerza mía? ¿Se ha de salvar solo para mi arte, para encender mi lengua de poeta? ¡Ah, no, no lo quisiera! Quiero vivir; quiero vivir en vida, no en letra, ni siquiera en poesía. La poesía como la más ardiente corona de la vida. ¡Pero la vida, sí, la vida!
Al leer estos fragmentos es inevitable pensar, ya que hablamos de un pintor y un poeta, en la vitalidad que destila también esa otra relación de amistad de la que queda constancia epistolar y a la que antes nos referíamos, la de Dalí y Lorca. Valga como ejemplo esta nota de diciembre de 1927 enviada por el ampurdanés al granadino:
Estoy pintando unos cuadros que me hacen morir de alegría; estoy creando con una pura naturalidad, sin la más mínima preocupación artística; estoy hallando cosas que me dejan una profundísima emoción y procuro pintarlas honestamente, o sea, exactamente; en este sentido estoy llegando a una total comprensión de los sentidos. A veces me parece hallar de nuevo y con una intensidad imprevista las «ilusiones» y alegrías de mi infancia...; tengo un gran amor a las hierbas, a las espinas de las palmas de la mano, a las orejas rojas al contrasol y a las plumitas de las botellas; no solo me alegra todo eso, sino también las vides y los burros que pueblan el cielo.[2]
Vicente Aleixandre y Gregorio Prieto, sin saberlo, siguen esta misma estela, una de las más ricas en cuanto a epistolarios de gran calidad literaria que dan espacio a una celebración de la alegría de vivir. Y, en ese sentido, el presente epistolario viene a ser también la culminación de un proyecto largamente acariciado por el artista de Valdepeñas y que nunca pudo materializar. Prieto combinó la pintura con el arte del libro y fue el primero en dar a conocer los dibujos de Federico García Lorca, además de las misivas recibidas de este autor. Años después haría lo mismo respecto a su correspondencia con Luis Cernuda. ¿Y Vicente Aleixandre? Había una voluntad de publicar este material, que de manera fragmentaria, muy fragmentaria, recogió en una monografía dedicada a la Generación del 27. En el archivo del pintor se conserva alguna misiva en la que Aleixandre se muestra conocedor de la voluntad que habría sido expresada por Prieto de hacerlo protagonista de uno de sus libros. El proyecto no fue a más, pero no hay constancia de oposición alguna por parte del poeta. En la última de las cartas fechadas del poeta al pintor, del 2 de diciembre de 1981, se habla de esa propuesta que no prosperó:
Es una idea bonita la que me propones de escribir un libro sobre mí y mi poesía. Estoy seguro de que será una obra hecha con gran cariño y a mi satisfacción, y además de tu escritura misma llevará el sello de tu arte. Cuando tengas trazado el proyecto me gustará que nos veamos y me hables de él. Como considero importante disfrutar la obra cuando esté compuesta y terminada antes de entregarla al editor, por si hay que hacer alguna puntualización o tocar cualquier posible error. Por supuesto que cualquier texto mío de la índole que sea (poemas, cartas y cualquier clase de escritos) será, en cada caso concreto, de acuerdo conmigo para su publicación.
El libro resultará sugestivo y rico y estoy seguro de que yo seré el primero en felicitarte por él y en alegrarme de su éxito.
Vicente y Gregorio fueron amigos toda la vida, aunque sabemos que hubo un distanciamiento tras la Guerra Civil, muy probablemente a consecuencia de un malentendido provocado por el pintor. La amistad volvió a retomarse, aunque sin la intensidad de los años veinte. Pese a todo, Prieto no dudó en felicitar al poeta cuando se alzó con el Premio Nobel de Literatura de 1977. En 1964, el artista trataba de arreglar aquella situación con una extensa misiva de la que hay copia en su archivo:
Ayer recibí una carta emocionadísima de Rafael Alberti, que ahora vive en Roma, y no sé si es esta carta de Alberti, por sugestión, lo que me haga escribir a Aleixandre, perdona si esta no te llega en agrado. De toda aquella generación de poetas, solo quedan Aleixandre y Alberti, y no quisiera que el punto final fuera aquella desdichada y tonta tarde, que yo tengo olvidada, pero que si la recuerdo es solo para disculparla, puesto que para una telefonata mal avenida, fue lo que hizo obrar de esa manera, sin culpa por tu parte, me alegró mucho saber todo lo que se habló en aquella conversación telefónica, para dejarte libre de culpas, y esta liberación es la que me hace escribirte esta carta.
Todo volvía a su sitio, todo volvía a resurgir ya como final de una etapa. Muy atrás quedaban esas cartas en las que un ilusionado Aleixandre le reconocía la importancia del amor a Prieto, a ese Gregorito, como él lo llamaba, al que le pedía que fuera feliz, como cuando le confiesa el 7 de septiembre de 1931:
Amo a montones, esto es una catarata, me voy quedando en todos los ojos y a todo le hallo su núcleo, su yema esencial o meritoria que me lo hace deseable. Carnal o solo espiritualmente voy deseando a casi todo y a todo le encuentro hermosura o gracia o simplemente juventud, que me basta.
En el archivo de Prieto existe una cuartilla cuyos extremos superiores han desaparecido al ser rasgados con poco cuidado. Muy probablemente esto sea porque el pintor la tuvo enganchada en algún rincón de su estudio. No es difícil imaginar que leyó esa hoja muchas veces y que fue el alimento que necesitaba para algunos de sus cuadros. Es un breve poema que Vicente Aleixandre incluiría después en su libro Ámbito, de 1928, pero cuyo primer destinatario, junto a la carta del 9 de octubre de 1924 —la primera de este epistolario—, fue el artista, al que está dedicado: «A Gregorio Prieto, nuevo amigo». Prieto lo guardó con orgullo toda su vida, al igual que las cartas que siguieron llegando, preservadas como un tesoro, como una manera de mantener viva la llama de una de las amistades más importantes de su vida. En ese poema llega el eco de cuando fueron jóvenes ambiciosos, hambrientos de arte y acuciados por ese deseo de «salir a la vida»: