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Velingtonia, 3 (Parque Metropolitano)

11-11-27

Mi simpático Gregorio:

Hace dos días que he recibido tu carta y ya ves qué pronto me siento a tu lado para que nos pongamos a hablar sin cuidado, como tantas tardes hemos hecho y volveremos a hacer (y yo lo estoy deseando). Tu carta es eso: una impresión del París que esta vez te has encontrado, y que tú me cuentas con tu gesto expresivo, para que yo lo vea bien y me entere de todo. (Me parece estarte viendo sentado frente a mí, cruzados los dos de risas o sonrisas inesperadas, saludables, buen viento entre que llevar la conversación.) Me explico este gesto: tu asco a esas materias repelentes del superrealismo pictórico. Chico, qué cosa más fea eso de los algodones manchados de pus, esas lombrices y esos sexos arrugados y podridos. ¡Corramos, huyamos! Deja que nos dé el sol en la cara, y respiremos el nítido aire tan agudo de la sierra. Me lo estás contando y nos hemos asomado los dos a la baranda frente al horizonte largo, para contrarrestar la fea materia y no percibir su olor de sentina. Me gusta mucho que tú, pintor de claridades y de sombras hermosas, de bellos cuerpos y de pincel limpísimo, huyas de enfangarte en ese limo transitorio del superrealismo que me cuentas. ¿Pero es eso lo que hacen los jóvenes? ¿Todos los jóvenes? Esto último sería lo peor. No lo puedo creer. Dime, dímelo, dime si en París toda la pintura joven y «bien vista» va por ahí. Si es así, ¡abajo lo «bien visto»! Oponles tu torso y no te dejes engañar por sus voces de sirenas caducas de senos lacios y maculados de manchas vergonzosas. ¡Cuidado con el contagio! Cuida tu pura sangre pictórica.

¿Cuánto tiempo vas a estar en París? ¿Tienes tiempo ya pensado, volverás por Madrid este invierno pronto? No dejes de decírmelo.

No me choca ese vicio del cine que te está entrando. Yo todavía no lo padezco, pero comprendo que es tentador. Yo me contengo para no ir demasiado. A mí el cine, cuando era niño, me gustaba con locura. Luego se me pasó ante la flojedad de argumentos y lo malo de las actrices y actores. Eran los tiempos del cine francés y de los decadentes films italianos. Estuve casi seis u ocho años sin ir. Y ahora he empezado, el año pasado, a ir de nuevo y veo cómo me interesa, estoy asombrado del cambio absoluto que se ha hecho en ese arte. Lo malo es que, como las casas productoras han de rodar cintas incansablemente para atender a la voracidad mundial, la calidad se resiente y vienen muchos films de precario resultado artístico: pobres de argumento, de marcha literaria, de vieja literatura, porque la literatura es el peor enemigo del cine, por lo menos su más peligroso escollo. Y revolver plásticamente un argumento sacado de novela o concebido por una mente que ve el cine novelescamente es lo espinoso, lo que hace ver muchas cintas pésimas, de una bastedad de novelón ilegible. A mí me desagrada ver un film que es a la cinematografía lo que un folletín burdo o grosero es a la mejor literatura. Si yo no quiero leer esa fea novela o poesía, tampoco tengo por qué soportar esa película que enternece solo a las porteras, solo a ellas. (Porque hay una clase de películas que enternece a las porteras y a nosotros también, a mí y a ti. Quizás por disfrutar cosas, pero nos gusta a los dos grupos —Charlot, por ejemplo—.) Eso es lo difícil: acertar a ir a películas que merezcan la pena. A mí, que salgo poco al cine, me sería utilísimo una indicación previa. Tú que estás en París, cuando me escribas dime algunos títulos de películas que te hayan gustado, con el nombre del actor y actriz para más fácil comprobación. Así, cuando vengan a Madrid, yo podré ir a verlas. No te olvides de decírmelo, que me será muy bueno.

Me alegro mucho de que gusten tus cuadros. ¿Hasta en Rumanía? Gregorio, Gregorio, nos vamos a poner muy tontos tus amigos con verte tan celebrado y solicitado. Que te tropieces con algún señor o señores que te adquieran cosas te deseo, que esto es importante y, con tanta gente rica como hay, habrá que matarlos si no cuelgan en los muros de sus salones algún «Prieto». ¡Si es hasta negocio para ellos! ¿No te parece que dentro de veinte años esos cuadros tendrán otro precio? Fe, mucha fe en ello tenla tú, y a trabajar con el corazón ligero y la mano llena de futuro.

Estoy apenadísimo porque no me has terminado el retrato que me estabas haciendo a pluma. Me gustaba mucho la elegancia joven que supo poner tu pulso en las líneas tan frías (no mías, tuyas). Estoy deseando verme a tu completo gusto. (A mí lo que me enseñaste ya me parecía precioso.)

Estoy corrigiendo pruebas de Ámbito, pero esos malagueñitos son unos pesados y tardaremos en tenerlo del todo listo. En cuanto esté te mandaré un ejemplar dedicado a ti con mi amistad y otros para esa deliciosa réclame que con tanta gracia me ofreces. Aceptada, aceptada, Gregorio, y encantado de ir contigo, en mi libro, a través del París que se entera de cosas españolas. Pero ya te digo, no sé si tardará mi libro veinte días o un mes o cuánto.

Como sé que te gusta, para acabar te diré una poesía mía. Representación de la memoria como un río que copia imágenes.

MEMORIA [18]

Valle de ausencias claro,

frescor de nube presto

presencia dan a un vivo

paisaje descubierto.

La soledad en él

húmeda, me hace, quieto,

quedarme suspendido

sobre el caudal del tiempo.

La tarde ha ido sesgando

de luces el espejo,

en que verán mis ojos

tejerse en el silencio

la tenue y dulce farsa

de masas: tu reflejo.

Asir así el pasaje

precario de tu cuerpo

sobre la base grata,

fluida del espejo.

Y mirar en la margen

tus manos, con el gesto

brumoso de la huida,

hurtarse a mí, sediento.

Adiós, Gregorio. Escríbeme muy pronto. Ya ves qué carta esta mía, larga, larguísima, sin fin. Cuéntame lo que haces y todo lo que quieras, y lo que te pregunto. Adiós, adiós. Acércate y dame un abrazo; toma uno muy fuerte de tu amigo.

Vicente

Dime qué arrondissement es el de tu barrio de París; para las más seguras señas. Escríbeme muy pronto para saber que te ha llegado esta carta que va a París, a secas, sin decir Xe o XIIe etc. etc.

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