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Capítulo 1

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DIJISTE que tenías un desatascador y que sabías usarlo, así que te tomé la palabra.

Neily Pratt le estaba tomando el pelo a Charlie, un fontanero a quien conocía de toda la vida. Charlie sólo era uno más de los vecinos de Northbridge, una localidad de Montana, que habían dedicado el domingo a arreglar la vieja casa de Hobbs, un edificio gigantesco de ladrillo situado en lo alto de una colina al final de la calle South, en el mejor barrio del pueblo.

La casa había estado vacía hasta una semana antes, cuando su propietaria, Theresa Hobbs Grayson, se las arregló de algún modo para robar el coche de la enfermera que cuidaba de ella en su residencia de Missoula y conducirhasta Northbridge. En cuanto llegó, abandonó el coche delante de la heladería, caminó la manzana y media de distancia que la separaba de la casa y entró por la puerta del sótano.

Pasaron varios días antes de que se descubriera la presencia de la mujer, que sufría una enfermedad mental. Cuando la policía se presentó en el domicilio, Theresa huyó a un dormitorio del primer piso, se encerró en él y declaró en plena histeria que se negaba a marcharse y que estaba allí para recuperar lo que le habían quitado. Los agentes no tuvieron más remedio que llamar a los servicios sociales del Ayuntamiento; pero en Northbridge, esos servicios se reducían a un solo asistente, Neily Pratt, que ahora estaba a cargo de Theresa y se alojaba en la vieja casa de Hobbs.

Cam, el hermano de Neily, se reunió con ella en el porche desde el que estaba dando las gracias y las buenas noches a todos los que se marchaban.

—¿Estás bien aquí, sola? —preguntó él.

Cam era uno de los policías locales. También había estado trabajando ese día para adecentar la casa.

—Estoy perfectamente —le aseguró.

Neily sabía que su hermano sólo estaba preocupado por su seguridad. Como asistente social, había trabajado con personas que podían suponer un peligro, pero dudaba que la encantadora anciana de setenta y cinco años se encontrara en ese caso.

—¿Ha vuelto a montar alguna escena como la de la noche que la encontramos?

—Theresa sólo me complica la vida cuando insinúo que tendría que marcharse de la casa. Mientras no toque ese tema, es como un corderito… será mejor que se quede aquí hasta que encontremos una solución de largo plazo.

—Por lo menos, la casa está más limpia y ya no hay peligro de incendio. Además, han desatascado la pila de la cocina y remplazado todas las ventanas rotas —observó su hermano.

—Gracias a ti a y a los buenos samaritanos que habéis venido a ayudarme. Os agradezco especialmente lo de las ventanas… abril está siendo bastante cálido, pero refresca de noche y el cartón que tapaba los cristales rotos no servía de gran cosa.

Neily y Cam intercambiaron unas palabras con el electricista, que salía en ese momento. Cuando el hombre se alejó hacia su furgoneta, que estaba aparcada en el vado, ella continuó:

—De todas formas, todavía no he notado síntoma alguno de que Theresa sea violenta. Su humor es cambiante y está muy confundida, pero no es un peligro para nadie. Ni siquiera entiendo cómo logró llegar a Northbridge… pasa casi todo el tiempo en la mecedora del dormitorio principal, en silencio.

—Ya me he dado cuenta. No la he visto en todo el día.

—Ni tú, ni nadie. No quiere que la molesten. Pero yo no podía permitir que estuviera sola, así que…

—Le has buscado compañía —la interrumpió.

—Sí, pero después de prometerle a Theresa que no sería nadie que la hubiera conocido en el pasado. Quién sabe por qué habrá puesto esa condición.

En ese momento salieron tres voluntarios más, entre los que se encontraba Missy Hart, la chica de diecisiete años a quien había contratado para que hiciera compañía a Theresa. Después de otra ronda de agradecimientos y despedidas, Cam dijo:

—Tal vez no debería estar dentro sin vigilancia.

—Seguro que sigue en la mecedora cuando suba a verla, por eso le he dicho a Missy que se podía marchar. Además, como tiene pánico de ver a cualquiera que la conozca, no saldrá del dormitorio hasta que yo le diga que todo el mundo se ha marchado.

—¿Ya te has formado una opinión profesional sobre el estado de nuestra fugitiva senil?

Neily contestó a su hermano porque no suponía ninguna ruptura de confidencialidad. Cam conocía el caso y estaba involucrado en él.

—El examen físico de Theresa no ha mostrado ninguna señal de malos tratos, aunque ella tampoco insinúo tal cosa cuando respondió a mis preguntas. Está bien alimentada, bien vestida y limpia. Pero su cuerpo es una cosa y su cabeza, otra…

—Comprendo.

—Los servicios de Missoula se han puesto en contacto con su enfermera y con su nieto, que vendrán pronto y se encargarán de ella. Bajo mi supervisión, claro está —puntualizó—. Luego haré las entrevistas que faltan y redactaré el informe, pero eso puedo hacerlo aquí, con Theresa y con quien venga a verla.

—Vamos, que Theresa está mentalmente… desconectada —dijo Cam, planteando la cuestión de forma suave.

—Tiene muchos problemas. La memoria le falla y a veces no me reconoce y me llama Mikayla. Cuando le pregunto quién es Mikayla, no puede o no quiere contestar. Pero sea quien sea, parece que le cae bien.

Entre la riada de coches, camionetas y gente que se alejaba a pie colina abajo, Neily vio un todoterreno negro que avanzaba lentamente hacia la casa y que no conocía.

—Como sea otro periodista, voy a tener unas palabritas con él —dijo a su hermano.

Cuando Theresa se había escapado de Missoula, las autoridades la dieron por desaparecida y comenzaron la búsqueda. Y ahora que ya se conocía su paradero, toda una legión de periodistas había descendido sobre la pequeña localidad para conseguir una buena historia.

—Me acercaré a preguntar y me libraré de ellos —declaró Cam—. Por cierto, hermanita… deberías lavarte la cara. La tienes llena de hollín de la chimenea.

El último grupo de voluntarios salió de la casa. Neily tuvo que permanecer en el porche para despedirse de ellos, así que no pudo hacer otra cosa que pasarse la mano por la cara con la esperanza de adecentarse un poco.

Cam volvió unos segundos después. Lo acompañaban una mujer gruesa y un hombre, los ocupantes del todoterreno.

—No era un periodista —le informó—. Te presentó al nieto de Theresa, Wyatt Grayson, y a su enfermera, Mary Pat Gordman.

Neily maldijo su suerte por tener que recibirlos con toda la cara manchada. Por otra parte, su hermano ya le había comentado que tenía la ropa llena de polvo y que su largo cabello, de color chocolate, no podía estar más revuelto. Se mirara como se mirara, su aspecto distaba mucho de resultar profesional. Y eso le molestó más todavía porque el nieto de Theresa resultó ser un hombre atractivo y más o menos de su edad.

Sin embargo, como no podía hacer nada al respecto, fingió que todo estaba bien y adoptó un tono serio pero cordial.

—Encantado de conoceros. Yo soy Neily Pratt, la asistente social de Theresa.

La mujer gruesa no se movió, pero Wyatt Grayson se acercó a ella. Era un hombre alto, seguro, de hombros anchos y lo suficientemente musculoso como para que sus pantalones de color caqui y su polo azul marino no lo disimularan.

Cuando la miró de nuevo, había tal brillo de extrañeza en sus ojos que Neily se creyó en la obligación de justificar su aspecto.

—Lamento recibiros así —declaró—. Hemos estado limpiando la casa y tenía décadas de polvo acumulado.

Wyatt Grayson sacudió la cabeza, frunció el ceño y murmuró:

—No, la no miraba así por eso. Es que se parece a…

—¿A una mujer llamada Mikayla? —preguntó ella—. Porque Theresa no deja de llamarme de ese modo…

—Mikayla —repitió el hombre con su voz de barítono, en tono enigmático—. Sí, eso es, Mikayla.

La respuesta sólo sirvió para aumentar la curiosidad de Neily, pero Wyatt Grayson no explicó quién era y se limitó a ofrecerle la mano.

—Es un placer, señorita Pratt —dijo.

—Neily —corrigió.

Neily ni siquiera supo por qué, pero le estrechó la mano con un entusiasmo poco habitual en ella. Y el contacto fue tan intenso que sintió cada detalle, cada matiz del encuentro entre sus pieles.

Fue una de las cosas más extrañas que le habían pasado en toda su vida, pero significara lo que significara, era evidente que estaba totalmente fuera de lugar en ese momento y se apresuró a apartarse.

Cam rompió el silencio mientras Wyatt Grayson la seguía observando con sus ojos grises, como de peltre.

—Tengo que volver a comisaría, Neily. Mi turno empieza dentro de poco, así que si no me necesitas para nada más…

—No, no, márchate.

Neily logró contestar a su hermano a pesar de que el escrutinio de Wyatt Grayson empezaba a resultarle incómodo. De hecho, se sintió muy aliviada cuando el recién llegado se giró para despedirse de Cam. Pero además de sentir alivio, su cambio de posición le permitió observarlo con más detenimiento. Y podría haberlo mirado durante horas y horas.

Su cabello, de color rubio oscuro y corto a los lados, estaba ligeramente más largo en la parte superior, que llevaba revuelta y le daba un aspecto informal y rebelde. Su nariz tenía una forma perfectamente recta. Sus labios no eran grandes, pero su sonrisa irónica resultaba muy sexy. La estructura de su fotogénica cara parecía una colección de depresiones y ángulos bien definidos, con pómulos altos, mejillas lisas y una mandíbula escultural. Y por si eso fuera poco, sumaba unos ojos grises y sensuales que, según la luz que les diera, adquirían un tono plateado o azul.

Sin embargo, Neily se recordó que su belleza física carecía de importancia para el caso. Wyatt Grayson era uno de los guardianes de su abuela y su atractivo no debía influir en su valoración profesional.

Cuando Cam se alejó hacia el coche, ella preguntó:

—¿Por qué no pasamos dentro?

—¿Cómo está mi abuela? ¿Se encuentra bien? El asistente social de Missoula dijo que no había empeorado, pero no es precisamente joven ni está en posesión plena de sus facultades mentales. Me sorprende que se escapara y que fuera capaz de llegar aquí… Mi hermano y mi hermana están tan asombrados como yo.

Neily los acompañó al interior de la casa, pensando que la preocupación de Wyatt era un buen síntoma; significaba que quería a su abuela.

—El asistente de Missoula tiene razón. Theresa se encuentra aparentemente bien, pero no sé cómo estaba antes y no puedo comparar.

—Siento que ningún miembro de mi familia pudiera venir cuando las autoridades se pusieron en contacto conmigo, el jueves pasado. Mi hermana estaba en México y no pudo marcharse porque se enfrentaba a un problema grave en una de nuestras fábricas y necesitábamos que se quedara allí. Y mi hermano estaba con la policía, en Canadá… alguien se enteró de la desaparición de mi abuela y pensó que podía ganar algún dinero llamando por teléfono y fingiendo un secuestro.

Neily cerró la puerta a sus espaldas y Wyatt siguió con la explicación:

—Yo me quedé solo en Missoula, con toda la conmoción de la búsqueda. Cuando me dijeron dónde estaba mi abuela, los servicios sociales nos acribillaron a Mary Pat y a mí con tantas preguntas y tantos formulismos como si pretendieran evitar que viniéramos a Northbridge. Ha sido una verdadera pesadilla.

—Estoy segura de ello…

Neily prefirió no decirle que estaba en lo cierto, que el asistente social de Missoula había hecho lo posible por retrasar su marcha. Quería asegurarse de que su visita no empeoraría la situación de Theresa.

—La policía me llamó cuando supo que tu abuela estaba en la casa —continuó ella—. He estado cuidándola desde entonces, así que no había prisa alguna.

—De todas formas, no quiero que saques una conclusión equivocada. Todos estábamos muy preocupados por nuestra abuela, y habríamos venido el mismo día si hubiéramos podido —explicó.

Neily llevó a los recién llegados al salón.

—¿Dónde está, por cierto? —preguntó él, mirando a su alrededor.

—Sería mejor que tú y que la señorita Gordman…

—Mary Pat, por favor —intervino la mujer.

—¿Por qué no os sentáis un momento? Iré a ver si Theresa se encuentra en disposición de veros. Lleva todo el día en su dormitorio y me gustaría que saliera un rato.

Ni la enfermera ni el nieto aceptaron la invitación a sentarse, tal vez porque estaban demasiado preocupados por la anciana. Neily se excusó, volvió al vestíbulo y subió por la escalera.

Al llegar a la puerta del dormitorio principal, llamó y entró sin esperar respuesta. Theresa solía estar demasiado perdida en su propio mundo como para oír una llamada.

La anciana estaba justo donde la había imaginado, en la mecedora, moviéndose hacia delante y hacia atrás como si eso la relajara. Theresa Hobbs Grayson era una mujer relativamente pequeña; Neily medía un metro sesenta y le sacaba ocho centímetros más o menos. Tenía el pelo de color sal y pimienta, corto y arreglado, y unos ojos grises que carecían de la pasión y de los tonos diferentes de los ojos de su nieto, pero a pesar de ello, supo que Wyatt habría heredado de su abuela la chispa y también el atractivo, porque Theresa seguía siendo muy guapa.

—¿Theresa? —preguntó.

La anciana no parecía haber notado su presencia en la habitación.

—¿Mikayla?

—No, soy Neily… ¿no te acuerdas?

—Sí, claro… Neily. He vuelto a equivocarme, ¿verdad? —dijo la mujer.

—Tu nieto Wyatt está abajo —le informó.

Los ojos, la cara y hasta la postura de Theresa cambiaron de inmediato. Evidentemente, la noticia le alegraba mucho.

—¿Mi Wyatt? —declaró con entusiasmo.

—Sí, y Mary Pat…

—¿También Mary Pat? —preguntó, decepcionada.

—En efecto.

Theresa se quedó pensativa unos segundos.

—No habrán venido para llevarme, ¿verdad? No voy a marcharme de aquí. No quiero marcharme. ¡No hasta que consiga lo que es mío!

—Lo sé, lo sé. Pero no han venido para llevarte con ellos. Van a quedarse aquí, contigo.

—¿En serio?

Neily notó que en su pregunta había más esperanza y alegría que temor. Eso también era un buen síntoma.

—Claro que sí —contestó—. Entonces, ¿te parece bien que se queden contigo en la casa? ¿Incluso si yo me marcho?

—Oh, sí. Sé que me ayudarán. Me ayudarán a recobrar lo que es mío. Mi Wyatt se encarga de las cosas importantes y Mary Pat cuida de mí… Siempre han sido muy buenos conmigo —afirmó.

—¿Te gustaría bajar al salón a saludarlos?

—¿Están sólo ellos?

—Sí, los demás se han marchado. Y la casa tiene un aspecto mucho mejor… podrás ver lo que hemos hecho mientras estabas en la habitación

—Me gustaría ver a Wyatt y a Mary Pat.

—Pues bajemos.

A Theresa no le costó levantarse de la mecedora ni acompañar a Neily escaleras abajo. En cuanto vio a su nieto y a la enfermera, cruzó el salón a toda prisa y los abrazó como un niño encantado de ver a sus padres tras una separación larga. Era evidente que no les tenía ningún miedo; eso confirmaba la opinión del asistente social de Missoula, quien ya le había dicho que podía dejar el cuidado diario de la anciana en sus manos.

—¡Cuánto me alegro de veros! —declaró Theresa—. Pero Wyatt, ¿dónde están Mikayla y el niño? ¿No han venido contigo? ¡Todavía no he visto al bebé!

El interés de Neily se volvió aún más fuerte al observar que Wyatt Grayson se ponía súbitamente tenso.

—¿No te acuerdas, abuela? Mikayla y el niño, murieron.

Theresa se llevó las manos a la cabeza.

—Oh, lo siento… lo he vuelto a olvidar otra vez. Lo siento, Wyatt, lo siento muchísimo.

—Yo también, pero no te preocupes. Estamos muy contentos de haberte encontrado. Nos has dado el mayor susto de nuestras vidas.

—Tenía que volver a esta casa —afirmó Theresa, con tono de quien comparte un secreto—. Yo nací aquí… ¿Lo sabías?

—Sabíamos que naciste en una localidad pequeña de los alrededores de Billings —contestó—, pero nunca dijiste dónde. No conocíamos el nombre de la localidad, ni sabíamos que poseías una casa en ella.

—El abogado paga los impuestos, y creo que también se ocupa de que alguien la mantenga en buenas condiciones. El abuelo se encargó de organizarlo todo para que yo no tuviera que preocuparme por esas cosas, y ha sido así desde hace muchos años. Pero tenía que volver. ¡Tenía que volver, Wyatt! —exclamó, repentinamente desesperada.

—Tranquilízate, abuela. Ahora que sabemos que estás a salvo, nos sentimos muy aliviados.

—¿A salvo? Sí, estoy a salvo. Aunque tú no lo sepas, soy una mala persona. Pero eso sí, estoy a salvo —declaró.

Neily había contemplado muchas escenas parecidas durante los días pasados; Theresa empezaba a hablar, se liaba y terminaba por decir cosas sin sentido. También había descubierto que intentar razonar con ella en esas circunstancias era totalmente inútil; si la presionaban, no obtendrían más información y además, se enfadaría. Pero su nieto también debía de saberlo, porque se quedó en silencio.

Theresa se acercó a Mary Pat, la tomó del brazo y dijo, como si fuera una niña pequeña:

—Quiero irme a la cama. ¿Me leerás algo para que me quede dormida, Mary Pat?

La enfermera le dio un golpecito en el brazo.

—He traído el libro que empezamos la semana pasada.

—Espero que no lo hayas leído sin mí…

—No he leído ni una palabra.

Wyatt dijo a Mary Pat que iría a buscar su equipaje mientras ella llevaba a Theresa al dormitorio y, acto seguido, se giró hacia su abuela.

—Dentro de unos minutos subiré a darte las buenas noches —afirmó.

—Sí. Dentro de unos minutos —dijo la anciana.

Neily y Wyatt Grayson observaron a Theresa y a Mary Pat mientras desaparecían escaleras arriba.

—Bueno, supongo que ahora somos compañeros de piso —declaró Wyatt.

—No, yo no me quedaré aquí. Os la dejaré a vuestro cuidado.

—Vaya… ¿quiere eso decir que hemos aprobado el examen? —preguntó con ironía.

Antes de que Neily pudiera contestar, él continuó.

—Sé que cuando sucede algo así e intervienen los de servicios sociales, se investiga la situación y a las personas involucradas. No es que me guste, pero no tenemos nada que ocultar y lo comprendo, has hecho lo que tenías que hacer. Todos queremos lo mismo… lo que sea mejor para mi abuela.

Neily se sintió agradecida. Su actitud facilitaba las cosas.

—En efecto, eso es lo que todos queremos —confirmó.

—Y crees que de momento es mejor que nos quedemos en Northbridge, ¿verdad?

—Bueno, Theresa se ha tomado muchas molestias para venir.

—Y que lo digas. Normalmente nos costaba convencerla para que saliera de su casa de Missoula, y cuando la convencíamos, nunca salía sola —explicó—. Hacía tantos años que no conducía un coche, que me sorprende que haya sido capaz. Pero claro, todo lo sucedido es sorprendente…

—De todas formas, ahora parece decidida a quedarse aquí. He hablado con el asistente de Missoula y con el médico que la trata y estamos de acuerdo en que es mejor que no la presionemos con ese asunto. Por lo menos, de momento.

—Para nosotros no es ningún problema. Haremos lo que le haga feliz.

—Magnífico.

—Pero no te vas a quedar…

—No, aunque vendré todos los días.

—Me parece justo —dijo él—. Y ahora, ¿tienes algo que preguntarme?

Neily quería preguntarle quién era Mikayla y cómo habían muerto ella y su bebé, pero no estaba segura de que aquello tuviera alguna relación con Theresa y prefirió tragarse la curiosidad.

—Es tarde. Yo estoy llena de polvo y tú seguramente querrás descansar, así que podemos dejar la conversación para otro día.

—Ahora que mencionas lo del polvo, ¿toda esa gente que he visto al llegar ha estado ayudando a arreglar la casa de mi abuela? —preguntó él.

—Sí, son vecinos del pueblo. Han venido a echar una mano.

—Tal vez debería pagarles…

—No, las cosas no funcionan así en Northbridge. Cuando alguien necesita algo, los demás lo ayudan —le informó.

Él arqueó las cejas, sorprendido.

—Qué detalle.

—Desde luego.

Neily se sorprendió mirándolo con más intensidad de lo normal y decidió que había llegado el momento de marcharse.

—Iré a buscar mi bolsa. La he dejado en el cuarto de estar…

—No conozco la casa, pero por fuera parece muy grande. ¿Por qué te has alojado en el cuarto de estar? Podrías haber elegido cualquier habitación…

—Sí, podría. En el piso de arriba hay cinco dormitorios. Pero no quería arriesgarme a que Theresa se despertara en mitad de la noche y se fugara, así que decidí dormir abajo. Con un ojo abierto casi todo el tiempo —comentó con humor.

—Lo siento —se disculpó—. Si hubiera podido, habría venido antes.

—No te preocupes. Ahora ya estáis aquí. Y después de una ducha y un buen sueño en mi cama, estaré como nueva.

De repente, a Neily le pareció que hablar de camas era algo arriesgado en presencia de aquel hombre, se sentía tan vulnerable y tan consciente de sí misma en su presencia que pensó que se debía al cansancio.

Le dio su número de teléfono y una tarjeta del trabajo. Mientras atravesaban el salón para ir al cuarto de estar, Neily le dio una explicación breve sobre la distribución de la casa. Después, ella recogió su bolsa y él la acompañó a la puerta.

—Si me quedara, esta noche dormiría bien de todas formas. El contratista local ha venido hoy y ha instalado cerrojos en todas las puertas y ventanas para que Theresa no pueda escaparse con facilidad —explicó mientras le daba un manojo de llaves—. Si tu abuela no tiene acceso a esto, podrás dormir a pierna suelta.

Wyatt se guardó las llaves y comentó:

—Al menos, me gustaría pagar los materiales que han comprado para arreglar la casa…

—Se lo diré.

—Diles también que les estoy muy agradecido y que…

—Por supuesto.

Neily abrió la enorme puerta y él la siguió al porche.

—Tengo que sacar el equipaje del maletero —explicó él.

Hacía fresco y faltaba poco para el anochecer. Wyatt Grayson miró a su alrededor y no vio más vehículo que el suyo, así que preguntó:

—¿Dónde está tu coche?

—He venido andando.

—Entonces, permíteme que te lleve a casa…

—Te lo agradezco mucho, pero está muy cerca. Además, estoy segura de que querrás volver con tu abuela —dijo ella—. Vendré mañana, pero si necesitas algo antes o tienes alguna pregunta, no dudes en llamarme por teléfono… aunque sea en mitad de la noche.

—Gracias.

Neily se alejó hacia su casa mientras Wyatt caminaba hacia el todoterreno. Y cuando ya estaba a cierta distancia de él, no pudo resistirse al impulso de mirar hacia atrás para mirarlo de nuevo.

Wyatt había abierto el maletero y estaba cargando el equipaje como si su fuerte y musculoso cuerpo no notara el peso en absoluto.

La boca se le quedó seca.

En sus años como asistente social había sentido compasión, piedad, conmiseración, simpatía, empatía, tristeza, dolor e incluso ira hacia la gente con la que trataba, pero nunca, jamás, lo que sentía por Wyatt Grayson.

Ni siquiera sabía cómo definirlo.

Se parecía terriblemente a la atracción física, pero no podía ser eso.

Y sin embargo, cuando él se giró hacia ella como si tampoco se pudiera resistir a la tentación de mirarla una vez más, Neily sintió un revoloteo de mariposas en la boca del estómago.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, alzó una mano y la agitó de un modo coqueto e insinuante.

Wyatt Grayson imitó el gesto.

Del mismo modo.

Amor apasionado - Princesa de incognito

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