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Capítulo 4
ОглавлениеEL martes por la tarde, Neily llamó a la puerta de una casa de campo de las afueras de Northbridge. Dio dos golpes y entró.
—Sela, ¿estás ahí? Soy Neily…
—Ya lo veo. Y vienes con un hombre —dijo una voz jadeante.
La mujer estaba en una esquina del salón, sentada en una silla.
—Es verdad. Acabo de recibir una llamada del hospital y me han dicho que te habías marchado. No podían encontrarte.
—Pues estoy donde les dije que iba a estar. Tú me has encontrado rápidamente, y ellos también podrían si no fueran unos cretinos.
Neily cerró la puerta a sus espaldas y la miró. Sela, una mujer pequeña de ojos azul claro y cabello recogido con una coleta, llevaba la ropa que tenía aquella misma mañana cuando la llevó al hospital.
—El hombre que me acompaña se llama Wyatt Grayson. Seguramente conoces a su abuela, Theresa Hobbs… —le dijo.
—¿Hobbs? Por supuesto que conozco a los Hobbs. Di a luz a mi Thomas la misma semana que Lurene tuvo a Theresa, su hija… Pero, ¿has dicho que es su abuela? Dios mío, me estoy haciendo vieja…
—Sela tiene noventa y seis años —explicó Neily a Wyatt.
—Supongo que si mi Thomas siguiera con vida, ahora podría ser abuelo de un hombre hecho y derecho —comentó Sela, que aparentemente estaba calculando los años—. Siempre me acuerdo de él como era cuando se murió… tenía vuestra edad. Demasiado joven para ser abuelo.
Neily y Wyatt acababan de llegar al juzgado cuando ella había recibido la llamada del hospital. Él había insistido en acompañarla, y el trayecto se convirtió en una tortura porque su presencia en el interior del coche y su colonia especiada la volvían loca.
Caminó hacia la anciana y se sentó en el borde del sofá. Wyatt se acomodó en el extremo opuesto.
—Bueno, ¿qué ocurre, Sela?
—Nada. Sólo quería estar en mi casa y dormir en mi cama. Se lo he dicho mil veces a los del hospital. Me tratan como a una niña de dos años y me hablan como si fuera estúpida, sorda o las dos cosas a la vez.
—Pero tienes neumonía…
—Para tomarme las píldoras no necesito a nadie, y descanso mucho mejor aquí. He intentado explicárselo y no me hacen caso, así que decidí marcharme… Me ha traído Stan Lowell. Le dije que mi coche estaba en el taller —explicó—. Estaba harta de ese lugar.
De repente, Sela miró a Wyatt y cambió totalmente de conversación.
—Theresa Hobbs…. sí, claro. ¡Es horrible lo que le pasó a esa familia! Sólo era una niña cuando perdió a su padre y a su madre. Se habían marchado a Billings porque entonces no teníamos dentista en Northbridge. Y pensar que fue por un simple dolor de muelas… cuando volvían a casa, les pilló una tormenta de nieve. Cuando los encontraron, estaban congelados.
—Sí, es verdad —le confirmó Wyatt—. Yo no lo he sabido hasta hoy. He estado en la biblioteca, consultando periódicos viejos.
Wyatt parecía impresionado por la memoria de Sela, pero a Neily no le extrañó; a pesar de su edad avanzada, era una mujer despierta y en plena posesión de sus facultades. Por eso, decidió probar suerte y ver si se acordaba de algo más.
—Estábamos en el juzgado cuando he recibido la llamada del hospital —comentó—. ¿Tú sabes si el padre de Theresa tenía tierras?
—Sí, desde luego. Y muchas. Valían una fortuna, pero Theresa se las vendió por calderilla a Hector Tyson. Cuando ella se marchó de Northbridge, ese canalla miserable se dedicó a jactarse del gran negocio que había hecho. Se hizo millonario con las urbanizaciones que se construyeron allí. Es una pena, pero Theresa era muy joven y estaba sola; supongo que tras la pérdida de Lurene y Herb sólo pensaba en marcharse.
Sela se encogió de hombros y añadió:
—Pero en realidad no sé lo que pasó. Si realmente quería poner tierra de por medio, ¿por qué se quedó con la casa? Además, ya me habían contado que ha vuelto de repente, en mitad de la noche, como si fuera un ladrón. Me parece muy extraño.
—Es verdad, ha vuelto —dijo Neily—. Desgraciadamente, no todo el mundo tiene tan buena memoria como tú… Theresa tiene ciertos problemas y estamos intentando averiguar lo que le pasa y si podemos hacer algo por ella.
—Si queréis ayudarla, no la enviéis a ese maldito hospital —declaró—. Si permites que te arrastren a ese sitio, estás acabada.
—Pero Sela, tú necesitas cuidados médicos. Tus pulmones no están bien.
—¡Tonterías! Respiro perfectamente. Si no fuera cierto, no podría hablar contigo.
—No respiras tan bien como deberías. Noto la tensión en tu pecho cuando hablas… por eso te llevé a urgencias esta mañana.
Sela la miró con cara de pocos amigos.
—¿Y si te doy mi palabra de que sólo estarás unos cuantos días en el hospital? —continuó—. Sé que normalmente te las arreglas bien sola, pero no creo que ahora sea buena idea. Ni siquiera tienes tus píldoras. Te las has dejado allí.
Sela hizo un gesto de desdén.
—Habría llamado para que me las enviaran. Sé que las necesito.
—También necesitas descansar un par de días en una cama y que te sirvan comidas que no te tienes que preparar.
—Bah… calentar una sopa no cuesta nada.
—Pero mejorarás más deprisa si comes algo más sustancial.
Neily notó que la determinación de la anciana empezaba a flaquear. Sus argumentos la habían convencido.
—Si acepto seguir ingresada unos días, ¿irás a recogerme y me traerás a casa? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Te lo prometo. Sé que sabes cuidar de ti misma y no veo razón alguna para que eso cambie. Pero si yo estuviera en tu lugar y tuviera neumonía, me quedaría en el hospital. Tenemos que hacer lo correcto.
Sela soltó un suspiro que sonó a cafetera. Neily se levantó, se acercó a ella para ayudarla a levantarse y dijo:
—Vámonos o te pondrás peor.
—¡Me levantaré yo sola! —espetó—. No necesito bastones ni sillas de ruedas ni cosas así.
Sin embargo, Sela estaba tan débil que no habría podido levantarse sola de la silla. Wyatt lo notó y decidió intervenir.
—Hace tiempo que ninguna mujer hermosa me toma del brazo —declaró—. Tal vez podrías hacerme el honor…
Sela aceptó el ofrecimiento sin dudarlo un segundo.
—Y yo no tenía pretendientes tan guapos como tú desde hace años —dijo la anciana entre risitas.
Sela se giró entonces hacia Neily y añadió:
—No te enfurruñes, niña. Te lo devolveré en cuanto haya terminado con él.
Wyatt sonrió y guiñó un ojo a la anciana. A Neily le pareció tan divertido que soltó una carcajada sin poder evitarlo.
Aquel hombre le gustaba cada día más.
La pizzería local había abierto una sala nueva el fin de semana anterior. Las calles de Northbridge estaban llenas de carteles que lo anunciaban, y después de llevar a Sela al hospital, Wyatt consiguió convencer a Neily para que cenara con él.
Neily pensó que estar con él en un lugar público no sería peligroso y que se encontraría más cómoda entre un montón de gente. Además, quería que hablaran sobre lo que habían descubierto del pasado de Theresa.
Aceptó el ofrecimiento y aparcó el coche junto al de Wyatt, cerca del juzgado. Cuando llegaron a la pizzería, descubrieron que la única mesa libre estaba en un rincón apartado. Pero eso no fue lo peor, el espacio era tan pequeño que sus piernas se rozaban continuamente y ella iba de sobresalto en sobresalto.
No obstante, intentó hacer caso omiso del roce y concentrarse en el asunto de Theresa.
—Sela nos ha ahorrado muchas horas de búsqueda en el sótano del juzgado —comentó, después de que pidieran té helado y pizza—. Parece que tu abuela dijo la verdad con lo de las propiedades de su padre.
Wyatt se encogió de hombros.
—Con mi abuela nunca se sabe.
—¿Querrá recuperar sus propiedades? Si es eso, me temo que será imposible…
—Si es eso —repitió él—. ¿No ha insinuado nada sobre lo que puede ser?
Neily probó su té y esta vez fue ella quien se encogió de hombros.
—No, nada en absoluto. Se limita a repetir que está aquí para recuperar lo que es suyo, pero sin especificar —respondió.
—Sospecho que el dinero que obtuvo con la venta de las tierras fue el que invirtió después en la ferretería de mi abuelo.
—Es muy posible —comentó ella—. A no ser que sus padres también le dejaran dinero u otras propiedades en herencia.
—No, nunca ha hecho el menor comentario sobre ninguna herencia —afirmó Wyatt, tajante—. Pero ahora que lo mencionas, es la primera vez que me pregunto de dónde había sacado el dinero para la tienda.
—¿Sabes a qué se dedicaba tu bisabuelo? —preguntó ella.
—Por lo visto, era un simple carpintero. Supongo que ahorró para comprar esas tierras o que hizo un buen negocio de algún tipo, porque no tenía la impresión de que las cosas le hubieran ido tan bien… Sospeché que algo no cuadraba en la historia al ver la casa de mi abuela. Es muy señorial. Pero le pregunté y me dijo que la había construido él mismo.
—Bueno, imagino que las tierras serían baratas en aquella época. Puede que no le costaran tanto como creemos.
Wyatt probó el té y cambió de tema.
—¿Quién es ese Hector Tyson? Cuando Sela ha hablado de él, me ha parecido que lo conoces y que sigue en Northbridge.
—Sí, lo conozco y sigue aquí. De hecho, todo el mundo lo conoce… es el cascarrabias multimillonario de la localidad —explicó—. Jamás habría imaginado que hizo su fortuna a costa de tu abuela.
—¿De dónde creías que había sacado el dinero?
—Tiene un establecimiento de materiales de construcción. Tal vez parezca poca cosa en comparación con Home Max, pero es la única tienda de ese tipo que hay en la zona. Y aunque los precios de Hector son altos…
—Todo el mundo le compra —la interrumpió—. Es mejor que viajar a Billings o pedir que les envíen los materiales desde allí.
—En efecto —dijo—. Le va tan bien que pensé que era la fuente de su riqueza.
—Ya tendrá unos cuantos años…
—No tantos como Sela. Sólo ochenta y cuatro.
—Es decir, nueve años mayor que mi abuela —calculó—. ¿Crees que hizo algo ilegal para comprarle las tierras?
Neily se volvió a encoger de hombros.
—Si lo hizo abiertamente, debía de ser legal. Tuvo que registrar las propiedades y rellenar todo tipo de papeleo… Además, Northbridge es un lugar muy pequeño y no habría podido estafar a Theresa sin que se supiera.
Wyatt arqueó las cejas..
—Puede que hubiera algo más bajo la apariencia legal de la transacción —comentó él—. Ayer pregunté a mi abuela sobre sus motivos para volver a Northbridge y mencionó a un hombre. No quiso decirme cómo se llamaba, pero insistió en que él le había dicho que todo saldría bien y que ella recibiría su parte.
—Si se refería a Hector, ¿qué pudo hacer que fuera legal y ocultara algo bajo cuerda?
—No tengo la menor idea. Ni siquiera tenemos la seguridad de que el tal Hector sea el hombre al que mi abuela se refería. Podría ser cualquier otro… deberíamos hablar con ella otra vez.
Neily notó que Wyatt siempre hablaba en plural, incluyéndola a ella, en las cuestiones que afectaban a Theresa. El descubrimiento no sirvió precisamente para tranquilizarla, pero en ese momento llegó la camarera con las ensaladas que habían pedido y ella decidió aprovechar la ocasión para cambiar de tema.
—¿Qué es eso que le dijiste a Sela sobre tu visita a la biblioteca?
—Fui a ver si había algo sobre mi abuela o sus padres —respondió tras probar su ensalada—. Pero la venta de las tierras no debió de ser importante, porque en los periódicos de la época no se dice nada al respecto ni aparece ningún comentario que relacione a Hector Tyson con Theresa. Lo único que había era la noticia del nacimiento de mi abuela y una historia sobre la muerte de sus padres.
—Y Sela tenía razón al decir que murieron congelados, ¿verdad?
—Según los periódicos, sí. Mi abuela tenía dieciséis años entonces.
—¿Se marchó inmediatamente de Northbridge?
—Ahora que lo mencionas, no. Ella siempre nos ha dicho que tras la muerte de sus padres se marchó a vivir con una tía suya de Missoula. En el autobús conoció a mi abuelo y se gustaron tanto que se casaron al cabo de tres meses… justo el día en que cumplía los dieciocho.
—En tal caso, pasó por lo menos un año entre la muerte de sus padres y su marcha —reflexionó—. Es extraño que se quedara sola tanto tiempo en Northbridge.
—En efecto. Sus padres fallecieron a mediados de diciembre y ella nació en febrero, luego cumplió los diecisiete al año siguiente. Pero no se marchó a Missoula hasta tres meses antes de cumplir los dieciocho.
—Y supongo que no sabes lo que estuvo haciendo hasta entonces…
—No. Tenemos alrededor de once meses en blanco.
—Y tampoco sabemos si efectivamente estaba sola.
—No, tampoco lo sabemos. Pero todo esto es bastante raro, ¿no te parece? Especialmente si tenemos en cuenta que en algún momento vendió las propiedades a Hector Tyson por un poco de calderilla, como dijo Sela.
La camarera llegó con sus pizzas y las sirvió.
—Parece que tendré que investigar un poco más —añadió él.
Neily no supo por qué, pero se sintió decepcionada al oír que hablaba en singular.
—Eso parece.
Wyatt probó un pedazo de pizza y preguntó:
—Dime una cosa… ¿cómo es que te has especializado en trabajar con ancianitas?
Neily sonrió.
—No es mi especialidad. Los casos de geriatría forman parte de mi trabajo, pero aunque parezca lo contrario, sólo son una parte pequeña —puntualizó—. Tú no me has visto en acción con otras cosas…
Neily se dio cuenta de que su última frase había sonado a coqueteo. Y al parecer, él también lo notó, porque le dedicó una sonrisa y preguntó:
—¿A qué otro tipo de acción te dedicas?
Ella tuvo que contenerse para contestar de forma profesional y no seguir con el juego.
—Soy la única asistente social de Northbridge, así que me encargo de todos los casos que se presentan.
—¿Por ejemplo?
—Básicamente, me llaman si hay sospechas de negligencia o abusos y me encargo de que la gente reciba los servicios que necesita. Incluso he llegado a ayudar a personas que habían perdido sus propiedades en un incendio o por culpa de los bancos —respondió Neily—. Pero también soy consejera matrimonial y familiar, echo una mano en la escuela, apoyo a enfermos con desórdenes emocionales, organizo grupos de socialización en las guarderías…
—¿Grupos de socialización en guarderías? ¿Para qué? Los niños son niños. Juegan, aprenden a distinguir los colores…
—Los niños tienen problemas como todo el mundo —declaró con una sonrisa—. Les hablo sobre el valor del compromiso, de compartir las cosas y tener empatía. Y claro… también jugamos a cosas como qué es comida y qué no lo es.
—¿Cómo?
—Ya sabes, yo preguntó si la pizza es comida y tú respondes…
—Que sí.
—¡Excelente! —dijo con el mismo entusiasmo que dedicaba a los niños—. Luego pregunto si los sacapuntas son comida y tú contestas…
Wyatt soltó una carcajada.
—Que no.
—¿Lo ves? Si fueras un niño pequeño, habrías aprendido que los sacapuntas no se comen. Pero también les hablo de cosas que probablemente no querrás saber.
—No, probablemente no —comentó él, todavía riendo—. Pero vale, ya veo que no te dedicas sólo a las ancianitas… sin embargo, he notado que se te dan muy bien.
Neily se sintió muy halagada por el comentario. No lo pudo evitar. Como tampoco podía evitar sentirse a gusto en su compañía ni divertirse con él.
Por suerte, ya habían terminado de comer. Ahora tenía la excusa para marcharse.
—Bueno, debo irme a casa. No he estado allí desde que amaneció…
—Un día muy largo —comentó—. Pero me he divertido mucho contigo. Lamento haber alargado tu jornada laboral.
—No la has alargado. Terminé hace un buen rato, pero ya es hora de que me marche.
Wyatt pagó la cuenta a pesar de las protestas de Neily. Salieron del restaurante y caminaron hasta el juzgado, donde habían dejado los coches.
—¿Ya has invitado a cenar a todos los que estuvieron trabajando en la casa el domingo pasado? —preguntó él.
—A la mayoría. Pero no te preocupes… varias personas han quedado en avisar a los demás. La casa de tu abuela se llenará de gente.
Neily abrió la portezuela de su vehículo y lo miró. La calle estaba bien iluminada, así que pudo ver su cara perfectamente. Era un hombre muy atractivo. Y a medida que se conocían mejor, se sentía más atraída por él.
—¿Puedo pedirte un favor? —preguntó Wyatt.
—Puedes pedirlo, pero eso no implica que te lo conceda.
—¿Te importaría venir a la cena un poco antes que los demás?
Neily estaba tan encaprichada de Wyatt que pensó que se lo pedía porque quería estar a solas con ella. Pero él no tardó en puntualizar:
—No conozco a nadie, y me vendría bien que estuvieras allí para presentármelos.
—Claro, no hay problema —dijo, decepcionada—. Espero que tu abuela quiera bajar a saludar a los invitados… el domingo pasado se quedó en la habitación.
Wyatt sacudió la cabeza.
—Se lo he preguntado hoy y me ha dicho que no le apetece. Yo la he presionado y me ha prometido que se lo pensará, pero no contaría con ello. Aunque estuviéramos en nuestra casa, con mis hermanos, y ella conociera a todos los presentes, habría pocas posibilidades de que se dignara a bajar.
—Bueno, subiré a verla de todas formas.
—Y ella se alegrará de verte. Le caes bien. Habla mucho de ti, pero nunca ha sido hábil con las relaciones sociales… tal vez podrías apuntarla a uno de tus grupos de la guardería.
Neily sonrió.
—¿Para que aprenda a distinguir lo que se come y lo que no?
—Creo que eso ya lo sabe —contestó con humor.
Sus miradas se encontraron en ese momento. Después, Neily bajó la vista a sus labios y deseó besarlo. Pero la perspectiva no la asustó como la noche anterior, cuando él se inclinó hacia el asiento de atrás del coche para recoger las bolsas. Ahora era distinto. Era la segunda vez que salían y se había divertido mucho con él. Darle un beso parecía lo más natural del mundo.
Ella alzó la barbilla ligeramente, y él bajó la cabeza del mismo modo.
Pero Wyatt se detuvo. Como si acabara de darse cuenta de lo que estaba pasando. Para alivio y también consternación de Neily.
—Bueno, tienes que irte a casa —dijo él con voz suave.
—Sí. Y tú también querrás marcharte.
Wyatt asintió.
—Pero nos veremos mañana por la noche.
—Por supuesto. Llegaré antes para poder presentarte a los invitados.
Él no dijo nada y ella se encontró incómoda con el silencio, así que añadió:
—Gracias por la pizza.
—De nada.
Wyatt se apartó un poco del coche, como para evitar más tentaciones, y ella se sentó al volante.
—Ah, y gracias por ayudarme con Sela. Sin ti, no la habría convencido para que volviera al hospital —le aseguró.
—Ha sido un placer.
Él se alejó hacia su vehículo y abrió la portezuela. Pero no entró. Se quedó en la calle, mirándola con una expresión que no pudo descifrar.
Mientras ella arrancaba y se alejaba de allí, Wyatt se preguntó si debería haberla besado.
Y lamentó no haberlo hecho.
Igual que Neily.