Читать книгу Reino de papel - Victoria Resco - Страница 22

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Me dejé caer sobre el colchón y grité, aferrando aún el celular, con la pantalla desbloqueada y brillante. No me molesté en prender la luz, no me molesté en sacarme las botas o descolgarme el bolso del hombro. Solo grité contra la almohada, soltando todo eso que había estado reprimiendo sobre ella.

Y lentamente, como una oruga cortando su capullo para resurgir con alas resplandecientes, cambió. Ese grito que me quemó la garganta se entrecortó y, para cuando me di vuelta encarando el techo, me descubrí riendo.

Me reía como si me hubieran contado el mejor chiste de la historia, como si todavía pudiera ver a Aaron haciendo muecas a espaldas de Fred, como si hubiera descubierto un tesoro enterrado y fuera todo para mí. Me reí hasta que me dolió el estómago, con el pelo desparramado sobre las mantas blancas y arrugadas bajo mi peso. Terminé doblada a la mitad, sin tener idea de cuánto tiempo había pasado o de qué me había poseído.

De no haberla cortado yo misma, sospechaba que la risa hubiera seguido eternamente. Histérica, descontrolada, ruidosa, dolorosa inclusive, pero también muchas otras cosas, desconocidas y oscuras, que me reverberaban en la garganta.

Y tampoco duró demasiado la pausa. Solo lo que me llevó recordar el aleteo de los labios de Aaron contra mi mejilla. La forma en la que me hirvió el rostro. Cómo él salió del auto, subió las escaleritas y me saludó desde la puerta con la mano, antes de que se lo tragara la calidez de su hogar. Cómo se carcajeó cuando me reí por cuarta vez y no pude negarle su victoria.

Los abdominales se me resquebrajaron de semejantes sacudidas, los ojos me escocieron y se me secó la boca.

Entonces, y solo entonces, cuando pude respirar sin sonar como si me estuvieran acogotando, volví la vista al destello blanco del celular. Seguían allí. Tres burbujitas. Eran todo lo que había necesitado para subir las escaleras a saltos y derrumbarme en un ataque más epiléptico que de risa.

Número desconocido:

Tengo tu ruiseñor.

Una verdadera pena.

Ahora tendré que verte otra vez para devolvértelo

Y así, tan fácilmente como se nos daba respirar, las cosas empezaron a cambiar.

Reino de papel

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