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Un juego llamado trabajo

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Un niño pequeño ocupa su tiempo en jugar, comer y dormir. Observa a los adultos como personas que se dedican a otras formas de juego. Todavía no sabe qué es el trabajo, pero ya ha escuchado la palabra en su casa y advierte que sus padres pasan mucho tiempo trabajando fuera o dentro de ella.

¿Por qué trabajamos? Largas e interesantes discusiones pueden surgir con esta pregunta. Muchas veces nuestros padres quedarán sorprendidos ante la interrogante, ya que no es nada sencilla. Las respuestas pueden ser infinitas: para comer, para ganar dinero, para pasar el tiempo, para expresarnos, por curiosidad, por necesidad, por placer, por obligación, entre otras.

Todos los trabajos pueden generarnos interés y, por suerte, todos tenemos intereses distintos; es lo que llamamos vocación. Muy difícil sería sobrevivir en un mundo donde todos solamente quisiéramos dedicarnos a apagar incendios, como los bomberos.

Los trabajos tienen sus particularidades. Pueden ser creativos, monótonos, divertidos, aburridos, peligrosos o inofensivos. Según el ambiente de trabajo, las condiciones de seguridad, la duración de la jornada laboral y el respeto que exista entre las personas que desempeñan las distintas tareas, el trabajo puede transformarse en una actividad que genere placer o en una desagradable obligación.

El trabajo de todos debe ser seguro, saludable, debe procurarnos satisfacción, y por sobre todo tenemos que ser reconocidos como personas que contribuimos al bienestar común. Pero también el trabajo debe dejarnos tiempo libre para que podamos hacer aquello que más nos gusta: jugar, viajar, correr, bailar, ir a la playa, charlar con amigos, estar con la familia.

El ser humano siempre le dedicó un tiempo de su vida al trabajo, pero ese tiempo fue variando de época en época. En un principio no había que cumplir horarios y se trabajaba cuando se quería o tenía ganas; luego la naturaleza, con el tiempo de las cosechas, indicó a las primeras comunidades agrícolas cuándo llegaba la hora de trabajar. Miles de años después, con la Revolución Industrial, el trabajo se transformó completamente: las personas trabajaban más de catorce horas diarias y ya no era la naturaleza la que determinaba los tiempos, sino otro hombre, el dueño de la fábrica.

A principio de 1886, en Chicago (Estados Unidos), los trabajadores organizados constituyeron una asociación para reclamar por la jornada laboral de ocho horas y a partir del 1.º de mayo organizaron una huelga general. La protesta culminó con la detención de los principales promotores de la huelga, los cuales fueron acusados falsamente de tirar una bomba. Siete de estos trabajadores fueron condenados a morir ahorcados y son recordados cada 1.º de mayo, por los trabajadores de todo el mundo, como los Mártires de Chicago.

En 1919, cuando se formó la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se instauró la jornada laboral de ocho horas, la misma que existe hoy día.

Actualmente dedicamos un tercio de la vida a trabajar, el otro tercio a dormir y el otro al esparcimiento. Pero aún hay personas que están obligadas a trabajar más de ocho horas, con lo que pierden la posibilidad de disfrutar plenamente el resto de su tiempo. Y mucho peor es que haya niños que pasan su vida trabajando. Hoy existen en el mundo más de 200 millones de trabajadores infantiles.

Llegará el día en que todos podamos trabajar solamente seis o cuatro horas… O tal vez en un futuro lejano ya no tendremos necesidad de trabajar y volveremos a hacerlo como un juego, sin obligaciones, cuando tengamos ganas.

¿Qué querés ser cuando seas grande?

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