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MIS HISTORIAS

Adolfo Uribarren Zaballa


LA IMPROVISACION

En agosto de 1968, mi padre me propuso ir a formalizar la matrícula y escoger colegio mayor en Zaragoza para que estudiara Medicina. Yo había elegido esa carrera un poco porque me gustaba y otro poco porque no tenía Matemáticas, que no se me daban muy bien. Pero el jueves de aquella semana apareció en El Correo Español El Pueblo Vasco la noticia de que se instauraba en la Universidad Autónoma de Bilbao, la Facultad de Medicina desde ese mismo curso, por lo que ya no había que trasladarse para estudiar mi carrera. La noticia me dejó un poco perplejo. No creía posible que en dos meses se pudiera poner en marcha una facultad de esa complejidad. Además de frustrar mis expectativas de salir de casa, que me hacía mucha ilusión.

Los responsables de la idea solucionaron el problema inmediato poniendo un curso Selectivo (no se podía pasar a segundo sin aprobar todo el curso) de cuatro asignaturas semejantes a las que se daban en primero de Ingenieros Industriales, que era la Facultad más consolidada en Bilbao. Así es que tuvimos que empezar por estudiar Matemáticas, Física y Química con profesores de la Escuela de Ingenieros y además Biología, para que pareciese un curso de Medicina. Esta asignatura nos la impartió Cebreiro, que no tenía experiencia docente, pero que era un hombre simpático, titular de una farmacia en Bilbao, que cayó bien.

El curso se realizó en la antigua Escuela de Náutica, en Deusto, que había quedado sin función al trasladarse a Santurce. Conseguí aprobar tres asignaturas en junio, y las Matemáticas en septiembre con algunos sudores. Además, me lo pasé estupendamente haciendo muchos amigos y visitando el Gallastegui, famosa tasca de Deusto, donde nos reuníamos de vez en cuando.

Para el segundo curso, la Facultad, milagrosamente, siguió poniéndose en marcha. Construyeron un pabellón en el Hospital de Basurto, que todavía dura, ampliado. Contrataron profesores jóvenes y entusiastas procedentes de Valladolid. Y hasta consiguieron el cadáver de un legionario que, partido en cuatro partes, nos entregaron para diseccionarlo y que el bedel guardaba en una piscina de formol todos los días. En el lugar donde estaba la piscina todavía huele a formol.

Las instalaciones eran precarias, la docencia entusiasta y la investigación ausente, pero empezamos a estudiar lo que pretendíamos desde el principio. El Dr. Lara nos daba, a nuestro grupo, Anatomía con unos esquemas realizados estupendamente por nuestro compañero Pepe Canduela en una pizarra, sin ayudas digitales, que ahora valoro como de gran mérito y que serían la envidia de los actuales alumnos. Tenía pocos años más que nosotros y eso le hizo no saber si ser amigo o maestro, lo que causó algunas situaciones de compadreo con algunos alumnos y distanciamiento con otros. La Histología estuvo a cargo de Juan Domingo Toledo y un séquito de profesores y profesoras que trabajaban en el Hospital de Basurto. Y la Bioquímica nos la impartió Juan Manuel Gandarias, que era el típico catedrático de Salamanca, ya bregado en impartir clases y que, por su experiencia, fue nombrado decano al año siguiente.

Como el pabellón construido desde el segundo curso se hacía pequeño nos hicieron otro pabellón más pequeño, cerca del de San Pelayo, que llamamos “el bunquer”, donde dimos las asignaturas de los últimos cursos.

Todo sabía a nuevo, que no quiere decir que fuera malo.

LA ENSEÑANZA

Ya he mencionado que el primer curso pasó sin pena ni gloria. En el segundo curso empecé a disfrutar del estudio de la Medicina. El conjunto de las asignaturas era como yo lo había imaginado. Me acercaba a desentrañar cómo funciona la máquina que es el cuerpo humano. Ese era mi interés.

En tercero seguimos aprendiendo, pero empezaron a surgir problemas de precariedad en prácticas y laboratorios y como éramos muy reivindicativos la tramamos con la asignatura de Microbiología, a la que llegamos a renunciar con el fin de estudiarla más concienzudamente en el siguiente curso. No he conocido ningún caso similar.

En cuarto, apareció el profesor Luis Piniés seguido de un montón de profesores que se sentaban en primera fila para adular al maestro. Y el maestro el primer día habló del enfermo blanco, el segundo día habló del enfermo azul y el tercer día del enfermo amarillo, sacando cada día a un compañero al que interrogaba sobre la anemia, la hipoxia o la hiperbilirrubinemia. No puedo olvidar que cuando sacó el tercer día a una compañera, alguien, que no me puedo acordar de quien fue, le dijo a Piniés que “ya estaba bien de enfermos de colorines”. Se armó la marimorena y terminamos abandonando el aula. Don Luis no volvió a aparecer por clase en los pocos días en los que la Facultad estuvo abierta ese año. Protestamos por todo. Lo docente y lo político. Y las fuerzas del orden nos cerraron la Facultad intermitentemente desde noviembre a mayo.

Yo, que venía de un colegio donde la disciplina era férrea y la formación política más bien escasa, no alcanzaba a comprender el motivo de las manifestaciones y huelgas que algunos compañeros, que tenían más inquietudes políticas que yo, organizaron a lo largo de nuestra estancia en la Universidad, aunque también estaba en contra del régimen dictatorial que teníamos. Así, en primero tuvimos que enfrentarnos por primera vez a los grises que, tras una manifestación en los jardines de la Facultad, nos hicieron entrar en clase en manada y salir de uno en uno con el DNI en la mano, y en cuarto nos cerraron la Facultad prácticamente siete meses del curso. Los acontecimientos políticos que coincidieron en ese año, como el juicio de Burgos, justificaban de sobra muchas de nuestras protestas.

Durante los dos últimos cursos estos problemas bajaron mucho en intensidad porque la dificultad de estudiar las asignaturas, que en otras facultades de Medicina se realizaban en tres cursos, nosotros las hicimos en dos y el asunto se transformó en una gymkhana para tratar de aprobar todas las asignaturas. Cuestión que conseguimos solo treinta y tantos de los 250 alumnos que empezamos en 1968.

No me olvidaré de que durante el cuarto curso, Marije Rúa y yo intentamos realizar algunas prácticas en el Servicio de Medicina Interna que dirigía el Dr. Piniés porque conocíamos al Dr. Salinas, que trabajaba allí y que amablemente cargó con nosotros mientras pasaba visita, hasta que un día, que apareció Piniés, y tras hacer como que no nos veía, nos echó de su Servicio “porque para hacer prácticas allí, era necesario tener aprobada la patología general”

También fue importante para mí la manera de empezar la asignatura de Ginecología. El Dr. Usandizaga se presentó en clase con una palangana en la que yacían los restos de un feto en el que hubo que realizar una basiotripsia y empezó sus enseñanzas diciendo “esto es la obstetricia” Los alumnos sufrimos un shock que para mí fue determinante porque estuvo a punto de acabar con mi vocación de ginecólogo, pero que se transformó en que mi ideal fuera desde entonces realizar una obstetricia en la que aquello no ocurriera nunca jamás. Y así he dedicado toda mi vida profesional a que los fetos se conviertan en recién nacidos lo más sanos posible.

Otro profesor que dejó huella fue Don Manuel Hernández. A mí me parecía de una exigencia inhumana. A las ocho en punto comenzaba su clase de Pediatría y cuando acababa se iba a su Servicio seguido de todos los médicos que trabajaban con él, y al que había estado de guardia toda la tarde y noche para las urgencias de puerta, las plantas y los partos, se le requería para ser examinado de todas sus actuaciones de la jornada. He visto llorar a más de uno. Luego invitaba a un café.

En su Servicio veía a los pacientes de la Seguridad Social y a sus enfermos privados durante la misma jornada. Cosas del Hospital de Basurto de 1973.

Lo que a mí me pareció el colmo de su manera de ser jefe de Pediatría, fue cuando mi novia le solicitó plaza de agregado (forma de trabajar como interno, pero sin cobrar) para especializarse en Pediatría, y se la negó porque había observado que salía conmigo y suponía que querríamos casarnos, lo que era incompatible con hacer la especialidad en su Servicio.

Me lo encontré en un congreso años más tarde cuando era jefe de Servicio de Pediatría en un Hospital de Madrid y me confesó que no entendía nada. Yo creo que era un gran médico, un gran profesor y que tenía buenas intenciones, pero era un producto de la época.

A pesar de las dificultades de la improvisación y las carencias, que sin lugar a duda las hubo, nuestras prácticas fueron mucho mejores de lo esperado. El hecho de ser pocos alumnos y la ilusión que pusieron muchos de los profesores, hizo que nos acogieran con entusiasmo y que fueran muy cercanas a los enfermos y a los profesores que nos impartían las diferentes asignaturas.

En el verano entre quinto y sexto surgió la posibilidad de hacer una oposición a alumno interno y me pareció una gran oportunidad. Conseguí sacarla junto con Luis Larrea, y me presenté al Dr. Usandizaga que me introdujo en el Servicio de Ginecología. Allí, además de hacer buenos amigos, me facilitaron realizar guardias como si fuera un interno de la época y aunque me ocupó todos los sábados de aquel año, me permitió hacer mis primeros trece partos, lo que me dio una gran ventaja cuando al terminar la carrera empecé a realizar la especialidad.

SUCEDIDOS

Durante el tiempo que duró la carrera me sucedieron muchas más cosas que el estudio de las asignaturas. Es cierta esa aseveración que dice que, aunque no se apruebe ni una asignatura el hecho de estar sentado seis años en un pupitre da una visión diferente de la vida.

Lo primero que tengo que contar es que en Selectivo empecé a relacionarme con Marije Rúa. Yo ya la conocía porque habíamos coincidido en Larrabasterra durante un veraneo allá por 1964, pero desde que la vi entrar en clase, decidí poner todo mi empeño en salir con ella y, al terminar la carrera y conseguir el primer puesto de trabajo, nos casamos. No me he arrepentido. Ella me enseñó a estudiar y me dio el apoyo necesario para terminar la carrera.

El curso en el que más sucedidos me ocurrieron fue el sexto. Durante ese año propuse a la clase organizar un viaje de estudios y conseguir el dinero necesario para realizarlo. Intentamos sacar pasta de todas partes. Organizamos una cena con profesores, directores del Hospital y gente importante de la Universidad a los que solicitamos su colaboración. Nos pusimos en contacto con laboratorios farmacéuticos y con empresas de Bilbao como Radio Ortega y hasta fuimos a entrevistarnos con Pilar Careaga, por entonces alcaldesa de Bilbao, a la que también le sacamos su aportación.

También nombramos a la hija de Olaso, presidente de la Junta de Caridad del Hospital de Basurto, Madrina del Curso. Este fue el tema que más vergüenza me ha hecho pasar en mi vida. Yo le pedí a la tuna de Medicina, por medio de Pachi Layuno, que fuesen a tocar la serenata a casa de Olaso y este organizó una fiesta en su casa. Desconozco los motivos, pero una hora antes de acudir, Pachi me dijo que no irían y yo tuve que comunicárselo a Olaso, que suspendió la fiesta. ¡Horrible!

Conseguimos un montón de dinero que nos permitiría hacer el viaje que habíamos pensado, llegando a Suecia que, en aquel momento, con Olof Palme pidiendo limosna en la calle para los presos políticos españoles y teniendo en la cabeza que Suecia era como en la novela “Suecia Infierno y Paraíso” de Enrico Altavilla, era lo que los españolitos de los años 70 creíamos el ideal político al que aspirábamos cuando se terminara el franquismo. Pero en esos momentos varios compañeros nuestros fueron arrestados, no sé por qué, y tuvimos que pagar la fianza para sacarles de la cárcel, con lo que hubo que recortar el viaje y solo pudimos llegar hasta Holanda. De todas formas, el recuerdo del viaje es que nos lo pasamos estupendamente, aunque también hubo algún problema como el día que teníamos programado ir a visitar la fábrica de Philips en Eindhoven por gentileza de Radio Ortega. Nos mandaron un autobús Mercedes de 40 plazas, pero solo nos presentamos cinco, con lo que tuvimos que oír que para eso nos hubieran puesto un taxi.

Otra anécdota que me sucedió al final del curso, fue cuando Víctor Bustamante me llamó a su despacho y me pidió que propusiera a la clase hacer un diploma en el que los alumnos de la primera promoción reconociéramos los muchos méritos que tenía él para ser catedrático de Patología Médica. Con gran sorpresa por mi parte, a aquella clase tan poco dada a los convencionalismos le pareció bien, y yo le encargué a mi padre, que trabajaba en Imprenta Industrial, que nos hiciera ese diploma y todos los alumnos firmamos y se lo entregué al Dr. Bustamante.

El último sucedido que protagonizamos fue la negativa de algunos a realizar la famosa orla. Yo la echo de menos.

LA EVOLUCION DE LA MEDICINA QUE HEMOS VIVIDO

De la Medicina que se hacía en el año 1975 a la de ahora hay una diferencia abismal y yo me considero uno de los médicos que ha contribuido, muy humildemente, a ese cambio.

En esa época los médicos realizábamos nuestra labor como cada uno había aprendido de sus mayores. El trabajo en equipo, la realización de protocolos (empezamos llamándoles “rutinas”), el reunirse los médicos para realizar sesiones clínicas en las que se discutían protocolos y comportamientos con un determinado paciente, la aparición de pruebas diagnósticas que ni nos imaginábamos y la evolución y aparición de medicamentos que no existían, ha hecho que la profesión de hoy en día no se parezca ni remotamente a la de entonces.

Quizá lo más destacable sea la evolución mental de los médicos, que hemos dejado de considerarnos semidioses, y entender que somos unos profesionales que manejamos una cosa tan importante como es la salud de nuestros pacientes.

Los descubrimientos que se han producido en todos los campos, gracias a la investigación de millares de profesionales, han sido otro de los pilares de la evolución de nuestra profesión.

No cabe duda de que también ha cambiado la relación con los pacientes. Pero yo creo que a mejor. Es verdad que hoy en día un paciente enfadado puede incluso agredir al médico y que eso no sucedía en aquel entonces, pero a mí la relación por la cual el paciente consideraba al médico como un ser superior, me molestaba. Yo creo que es mucho más lógico que el paciente se sienta atendido por un profesional que le trata con cariño y que pone todo su empeño en procurar su salud.

Actualmente los médicos quizá atienden a los pacientes más como un problema concreto que como una persona que tiene una enfermedad, pero yo considero que nuestra generación ha atendido a sus pacientes progresivamente con más recursos profesionales y a la vez dándole la importancia personal que se merecen.

La evolución técnica de los análisis clínicos y de las pruebas diagnósticas, sobre todo las relacionadas con la imagen, ha sido extraordinaria. Y la seguridad con la que hoy en día se realizan los diagnósticos es relevante. En concreto para mí, la evolución de las imágenes de ecografía y las técnicas relacionadas con los ultrasonidos, como el Doppler, o las tres y cuatro dimensiones han sofisticado mucho las posibilidades diagnósticas de la ecografía.

Pero la evolución no ha sido solo técnica, sino que los estudios con estas herramientas nos han permitido descubrir muchos procesos que anteriormente nos estaban vedados. Por ejemplo, antes para conocer la anatomía había que realizar la disección de un cadáver, hoy en día gracias a las técnicas de la imagen somos capaces de ver la anatomía e incluso de conocer la función de esas estructuras.

También ha aparecido el concepto de medicina preventiva. Hoy en día acudimos al médico no solo cuando tenemos síntomas de una enfermedad, sino la mayoría de las veces para realizar pruebas que nos detecten un potencial peligro de caer enfermos en el futuro. Y naturalmente hay medicamentos y se han estudiado cuidados que nos permiten prevenir enfermedades. Fijaos: los medicamentos más vendidos no son los antibióticos, por ejemplo, sino los antihipertensivos y las estatinas para bajar el colesterol (además de los que solucionan la disfunción eréctil).

Con todo ello se ha conseguido que la esperanza de vida en nuestro país, sea la segunda más elevada del mundo.

EL OFICIO

El día que aprobé la Patología Quirúrgica, en septiembre, me puse a trabajar en el Servicio de Urgencias, llamado “las lecheras”, porque las ambulancias en las que nos desplazábamos eran furgonetas 2CV parecidas a las que usaban los repartidores de leche en la época. Este trabajo lo compatibilizaba con el de agregado en Basurto y me ayudaba a sacar unas pesetillas.

Las cosas eran muy distintas en aquel entonces. Al ir al Colegio de Médicos de Vizcaya, me dieron un número (el 2881) y me preguntaron cuáles eran las especialidades en las que quería apuntarme. Allí me enteré que para sacar el título de especialista, no era necesario más que estar apuntado en el Colegio durante dos años y te expendían el título correspondiente. Naturalmente solo me inscribí en Ginecología. Me parecía que la única manera de realizar la especialidad correctamente era el sistema MIR, que se había instaurado pocos años antes, y he tratado de defenderla siempre.

También seguí yendo al Servicio de Ginecología como agregado, lo que me permitía aprender como si fuese interno, pero sin cobrar. A mí no me convencía nada la manera de trabajar de los ginecólogos del Hospital de Basurto. Cada uno hacía lo que le habían enseñado en diferentes centros hospitalarios. Todos se criticaban entre sí profesionalmente y yo no veía qué criterios eran los correctos. Además, la figura del jefe era por un lado criticada, pero por otra venerada, hasta el punto de que el Dr. Valverde le hizo a Usandizaga padrino del hijo que nació en aquella época.

Un día me encontré con Luis Renedo, que había estado en Basurto y luego se trasladó a Cruces para hacer la especialidad y me dijo que intentase hacerla en Cruces como residente, para lo que había que presentarse a un concurso que se hacía en cada hospital en el que se solicitara el puesto. Me invitó a ir al Departamento de Ginecología de Cruces cuando él estuviese de guardia para enseñarme las instalaciones. Coincidí con el Dr. Anza como jefe de guardia y entre los dos me convencieron de que mi porvenir era mucho mejor en ese Departamento que en Basurto.

Cuando salió la convocatoria de plazas de interno-residente me presenté a interno (consistía en un año rotando por los principales Servicios del Hospital) y a residente. Me recorrí España haciendo exámenes y entrevistas y me dieron plaza en Bilbao, La Paz (Madrid), La Fe (Valencia) y Santander. La primera opción era ir a La Paz, que entonces estaba considerado el mejor hospital de España, pero el sueldo era de 13600 pesetas y como queríamos casarnos y a Marije en el único sitio en el que no le dieron plaza fue en Madrid, decidimos quedarnos en Bilbao y hacer la especialidad en Cruces.

Me presenté al Dr. Rodríguez Escudero, que era el jefe del Departamento desde hacía solo seis meses y tenía treinta años, y me dijo que primero hiciera el rotatorio porque me daría una base para poder hacer luego la especialidad. Así que durante un año roté por Cirugía, Pediatría, Medicina Interna, Traumatología y Ginecología. Cuando terminaba mis obligaciones en el Servicio en el que rotaba me iba a Ginecología y allí me fueron conociendo antes de entrar a formar parte del Departamento de una forma oficial.

El recuerdo que tengo del periodo de residente es que aprendí mucho y me divertí más todavía. La medicina que se hacía en Cruces era distinta a la de Basurto, los médicos que eran mis jefes discutían los casos, pusieron en marcha los protocolos y trataban al residente como a un igual, la relación era muy buena y, aunque en aquella época no estaba el Departamento muy bien organizado, todo el mundo tenía ganas de mejorar. El espíritu era mucho más abierto que en Basurto y, en definitiva, yo me encontraba mucho más a gusto.

MI VIDA PROFESIONAL

En 1979 conseguí la plaza de médico adjunto del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Hospital de Cruces. Para mí fue un logro muy importante. Me gustaba la medicina hospitalaria y llegar a ese puesto era mi primera meta profesional.

Empecé trabajando en la Consulta de Embarazo y allí estuve dos años. Después pasé a la Sección de Partos, donde me acompañó Andrés Benito, al que tengo que agradecer lo mucho que me enseñó, tanto desde el punto de vista de la Obstetricia, como desde el punto de vista humano. Era una gran persona. Es una pena que falleciera joven debido a la enfermedad de Niemann-Pick. Lo sentí mucho desde que empezó a comportarse de una forma extraña dos años antes de morir.

Me gustaba mucho más la Obstetricia que la Ginecología y el puesto de trabajo era muy interesante, pero la sala de partos era de mucho estrés. Así es que cuando el Dr. Escudero, Paco de aquí en adelante, me propuso hacerme cargo de la ecografía, me pareció todo un reto. Paco no creía mucho en ese procedimiento diagnóstico, pero sabía que podía ser una prueba con un gran porvenir. Cuando yo llegué al Departamento había un ecógrafo estático (había que recorrer con el transductor la zona del cuerpo a explorar y salía en la pantalla una imagen fija de lo que había debajo). Este instrumento se utilizaba para colgar las batas blancas cuando nos marchábamos a casa. Nunca nadie supo manejarlo, ni se pudo realizar ningún diagnóstico con él. En los años 80, Juan Diaz-Emparanza empezó a manejar un aparato de ultrasonidos con el que ya se veía algo. Para darnos cuenta de lo mal que se veía, solo decir que mi hija Elena iba a ser Pablo hasta que nació y parece que se le cayeron los huevillos por el camino. Diaz-Emparanza me dijo un día que para él la ecografía había sido la mayor frustración de su vida.

Cuando yo me hice cargo de la ecografía ya había aparatos con los que podía verse en tiempo real, pero nos servían de poco porque no teníamos conocimientos sobre lo que significaban las imágenes. El desarrollo de la ecografía ha sido paralelo a mi vida profesional. Según alguien se daba cuenta de lo que significaba una imagen y lo publicaba, los demás lo incorporábamos a nuestros conocimientos.

Cuando en 1987 tuve la oportunidad de trabajar en el Instituto Dexeus en Barcelona, fue como subir de repente un tramo de escaleras en mis conocimientos y a la vuelta a Cruces empecé el desarrollo de la Unidad, que al principio se llamó de Ecografía, y como se fueron incorporando otras técnicas, se terminó llamando Unidad de Diagnóstico Prenatal.

Pero tengo que volver a decir cuánto ha evolucionado la Medicina en este tiempo. Cuando diagnosticábamos una malformación fetal por ecografía, luego queríamos comprobarla al nacimiento del feto, fuera recién nacido o producto abortivo. Pero todo eran inconvenientes. Cuando era un aborto, los pediatras no se hacían cargo y el feto se enterraba sin estudiar adecuadamente. Si conseguíamos que se enviara a Anatomía Patológica, el estudio era inexacto, a nadie le importaba. Tengo que contar que en varias ocasiones apareció el informe como “normal” después de que la paciente había interrumpido el embarazo porque le habíamos diagnosticado una malformación grave. La repuesta del anatomopatólogo “de normal”, no tenía mala intención sino desconocimiento de una ciencia que estaba en sus albores en ese momento.

Sin embargo, en las últimas sesiones clínicas a las que acudí antes de jubilarme, las anatomopatólogas eran capaces de diagnosticar hasta problemas en la migración neuronal. La evolución ha sido increíble.

Entre las técnicas que se empleaban dirigidas por ecografía estaba la amniocentesis. Como el protocolo que habíamos implementado decía que se podía realizar esa prueba invasiva a todas las madres que contaban con más de treinta y cinco años, y la edad de tener hijos se ha ido retrasando, realizábamos hasta mil amnios al año. El riesgo de que se estropeara el embarazo era solo del uno por ciento, pero la rentabilidad del procedimiento era muy baja. Así es que propuse a la directora médica de Cruces, Michol González, poner en práctica el Test Combinado del Primer Trimestre, que permitía seleccionar mediante un algoritmo en el que se incluía la edad materna, el grosor del pliegue nucal en el feto y la alfa-feto-proteína en sangre materna, el riesgo de que el feto padeciera un Síndrome de Down. Si ese riesgo era mayor de 1/270, se realizaba la prueba invasiva. El Test Combinado evitaba realizar más de las debidas. Instaurar este procedimiento fue muy complicado y se dilató en el tiempo, pero cuando a la Dra. González le hicieron directora médica en los Servicios Centrales de Osakidetza, me llamó y me dijo que hiciera un plan para poner en práctica el Test Combinado del Primer Trimestre en toda la red sanitaria vasca. Se convirtió en un plan que he dejado como herencia y que es, probablemente, lo que más satisfacción me ha producido.

Aquello resultó también en un impulso enorme para la Unidad de Diagnóstico Prenatal, junto con la acción de mi amigo Txanton Martínez Astorquiza, que sí creía en la ecografía como procedimiento diagnóstico. Se compraron nuevos ecógrafos, se informatizó la Unidad, se ubicó en un espacio mucho más digno y, sobre todo, se contrató personal para la Unidad. Uno de esos contratos que elevó la calidad de la Unidad, fue el de la Dra. Nerea Maiz, que había trabajado con el Dr. Nikolaides en Londres y que comenzó a realizar intervenciones en los fetos, además de ponernos a un nivel superior en nuestros conocimientos de ecografía. Algunos ginecólogos mejoraron su especialización en ecografía y la Unidad empezó a trabajar con tres despachos permanentes. Poco antes de jubilarme se contrató para la Unidad al Dr. Burgos, que aparte de buen amigo, me ha sustituido en todas mis funciones excelentemente.

Me parece más importante hacer hincapié en la evolución de la Medicina que en mis asuntos personales, pero durante este tiempo yo también hice mis pinitos profesionales. Conseguí el rango de jefe de Sección, hice la tesina de licenciatura, los cursos del doctorado y la tesis doctoral y he sido profesor asociado en esa Universidad, ahora, del País Vasco, y no solo de Bilbao, como era al principio cuando formamos parte de aquella primera promoción. Así como vocal de la sección de ecografía de la SEGO y profesor de la Escuela de Ecografía Española.

También quiero contar que he realizado medicina privada. La cuestión empezó un día que me llamó por teléfono el Dr. Portuondo proponiéndome sustituir en el gabinete, que tenían en la Alameda Mazarredo varios médicos, al Dr. Gabriel Aranguren, que había sido nombrado director de no sé qué en el Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco y abandonaba la consulta. Todo fueron facilidades, yo solo me tenía que hacer cargo de los gastos y José Ángel Portuondo me iría presentando pacientes del Dr. Aranguren y a todas las pacientes que acudieran a él y no tuvieran problemas de esterilidad. Mi actividad empezó a desarrollarse poco a poco, pero el Dr. Portuondo falleció en el accidente de avión del Monte Oiz, lo sentí como si se hubiera tratado de un familiar, pero la consulta cambió. La misma tarde que dejó de acudir José Ángel a su despacho me hice cargo de sus pacientes. Entonces la esterilidad no era tan compleja como ahora, pero era muy difícil suplir a Portuondo y propuse a mis compañeros atraer a Olga Ramón, que sí era especialista en esterilidad. Olga vino y volvimos a funcionar de la misma manera que hasta entonces.

Mi idea de la medicina privada, era que había que cambiar el concepto de ese médico que en una habitación de su casa y con el hall como sala de espera se ponía a ejercer la Medicina sin los medios adecuados.

Mi filosofía de lo que debía de ser la medicina privada consistía en asociarnos unos cuantos ginecólogos dedicados a diferentes parcelas de la especialidad, montar un sitio dedicado a pasar visita, con tantos medios como contábamos en los hospitales, y tratar de dar a las pacientes lo mismo que en la medicina pública, pero con la cercanía que ofrece el menor número de pacientes que, además, depositan su confianza en ti. Esta idea es difícil de poner en práctica. En Bilbao no existía, aunque el pionero Dr. Gurrea algo de eso estaba creando en la Clínica Euskalduna.

La oportunidad apareció porque Paco Escudero tenía la misma idea y me propuso hacer un grupo que empezara su desarrollo. Así fundamos El Centro de Estudio de Ginecología y Reproducción, CEGYR. Lo formamos Paco Escudero, encargándose de la Ginecología y la Oncología, José Luis Neyro especializado en la Esterilidad, Gabriel Aranguren de la Obstetricia en general y yo del Diagnóstico Prenatal. Compramos las herramientas que nos parecieron necesarias, para mí adquirimos un ecógrafo Toshiba de última generación, y montamos un laboratorio y un quirófano sencillo para realizar la reproducción, en un piso que estaba situado encima de la cafetería Iruña al que decoramos con todo esmero. Tuvimos muy buenas ideas, como la de que nos asistieran para pasar consulta tres matronas que eran las que nos ayudaban a realizar los partos en la Clínica Guimón. Las pacientes estaban encantadas porque el día que iban a dar a luz a la clínica se encontraban con personal conocido desde el primer momento. Y empezamos a funcionar estupendamente.

A los cinco años nos dimos cuenta de que en Bilbao la medicina “privada” no existe y el no tener la cobertura de seguros privados es incompatible con alcanzar un número de pacientes suficientes como para poder adquirir los medios necesarios que nos mantuvieran en el primer nivel, que era lo que deseábamos los cuatro socios. Así es que cuando tuvimos la oportunidad de asociarnos con Juan Diaz Emparanza y Ander Mezo no dudamos en hacerlo, ellos tenían un volumen de pacientes muy importante y deseaban dar un salto en la calidad de la Medicina que realizaban, y pertenecían al IMQ, que en Bilbao es imprescindible para tener ese volumen de pacientes necesario.

Siguiendo con nuestras ideas sobre cómo debía ser la calidad de nuestros servicios, nos trasladamos al antiguamente llamado Palacio del Pino, residencia de ilustres bilbaínos de otra época, ahora edificio emblemático al lado de la Basílica de Begoña, con superficie suficiente como para montar un laboratorio y un quirófano adecuados, y los despachos y salas de exploración que habíamos soñado, teniendo la ventaja de que estaba al lado de la Clínica Virgen Blanca, donde realizábamos los partos y las intervenciones. La filosofía que pusimos en práctica era la de que las pacientes tuvieran todos los servicios que precisaban dentro de la clínica, y que para realizarse cualquier prueba no precisaran de ir a otro centro, realizándolas en el mismo día de su cita con el ginecólogo.

Durante los veinte años que trabajé en la Clínica Ginecológica Bilbao tampoco faltaron problemas, desde un socio que no se adaptaba a nuestra idea de comportamiento con las pacientes al que tuvimos que echar de la sociedad, hasta el fallecimiento temprano de Paco Escudero. Pero fuimos incorporando nuevos miembros a la consulta y solucionando todas las vicisitudes que nos surgieron, de la forma que nos pareció más adecuada.

EPILOGO

Hemos vivido una época sensacional. Una época en la que ha cambiado todo completamente y a un ritmo vertiginoso. Yo he ido de romería en carro de bueyes y a Málaga desde Madrid en el AVE. No había TV y ahora veo el programa elegido entre ochenta canales, y cada programa en el momento que yo quiero. He mandado telegramas y e-mails. Tenía una cartilla de ahorro y ahora todos mis asuntos bancarios están en una base de datos en un ordenador en el banco. Vivíamos en una dictadura y ahora hay una democracia de cuarenta años de evolución.

En Ginecología hemos pasado de efectuar exploraciones bimanuales a ver todo por ecografía. Casi no hay que hacer laparotomías, todo se hace por laparoscopia. Las parejas con dificultades en la reproducción tienen un arsenal de posibilidades que parecen salidas de la novela de Aldous Huxley, Un Mundo Feliz. Podemos diagnosticar las malformaciones antes de nacer los niños y las cromosomopatías fetales haciendo un análisis de sangre a las futuras madres.

Del año 1000 al 1800 apenas cambiaron un poco las modas en el vestir. En estos últimos cincuenta años el progreso ha sido sensacional.

Quizá los “principios” han sufrido un olvido excesivo y nos movemos con menos sentimientos que antes.

Me siento partícipe en esa evolución en las áreas que me ha tocado vivir más de cerca y creo que ha merecido la pena.

Un abrazo a todos.

La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968

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