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—Lo echaron de la casa porque no pagaba el alquiler —dijo Coretta.

Arrastramos a Dupree desde el coche hasta la puerta de ella; los pies de él marcaron dos surcos profundos en el césped del casero.

Coretta siguió explicando:

—Maquinista de primera clase a casi cinco dólares la hora, pero ni siquiera es capaz de pagar sus cuentas.

Yo no podía dejar de pensar que ella no estaría tan molesta si Dupree aguantara la bebida un poco mejor.

—Tíralo ahí, sobre la cama, Easy —me dijo cuando lo pasamos por la puerta.

Dupree era corpulento y tuvo suerte de que yo pudiera tumbarlo en la cama. Cuando terminé de empujar y tironear su peso muerto, me sentía exhausto. Salí tambaleante del pequeño dormitorio de Coretta, hacia la sala, aún más pequeña.

Me sirvió un último trago y nos sentamos en su sofá. Nos colocamos uno junto al otro, pues la sala de estar de Coretta no era mucho mayor que un escobero. Si yo decía algo medio gracioso, ella se reía y se balanceaba hasta inclinarse y cogerme una rodilla por un momento; luego levantaba la vista y me miraba con sus brillantes ojos de avellana. Hablábamos en voz baja y los profundos ronquidos de Dupree ahogaban buena parte de lo que decíamos. Cada vez que Coretta tenía algo que decir lo susurraba de manera confidencial y se acercaba un poco a mí, para asegurarse de que yo la oía.

Cuando nos hallábamos tan cerca que parecíamos respirar el mismo aire que iba y venía entre los dos, dije:

—Más vale que me vaya, Coretta. Si salgo de tu casa de puntillas cuando haya salido el sol, no veas lo que dirán tus vecinos.

—¡Mmm! Dupree se me queda dormido y tú solo quieres darme la espalda y salir por esa puerta como si yo fuera comida para perros.

—Tienes otro hombre en el cuarto de al lado, nena. ¿Qué pasa si oye barullo?

—¿Tal y como ronca?

Se deslizó una mano dentro de la blusa, levantándose el sujetador para airear los pechos.

Me puse de pie con torpeza y di dos pasos hacia la puerta.

—Si te vas, lo lamentarás, Ease.

—Más lo lamentaré si me quedo —respondí.

No dijo nada. Simplemente se tumbó en el sofá, abanicándose el pecho.

—Tengo que irme —dije.

Hasta abrí la puerta.

—Daphne debe de estar durmiendo. —Coretta sonrió y se desabrochó un botón—. No podrás conseguir nada de ella ahora.

—¿Quién has dicho?

—Daphne. ¿No es así? Tú has dicho Delia, pero no es ese su verdadero nombre. Nos hicimos íntimas la semana pasada cuando su hombre y el mío tocaron juntos en el Playroom.

—¿Dupree?

—No, Easy, otro. Tú sabes que nunca tengo un solo novio.

Coretta se levantó y vino directamente a mis brazos. Yo podía oler el aroma de los jazmines frescos que entraba por la puerta de mosquitera, y el de jazmines cálidos que subía desde su pecho.

Yo tenía edad suficiente para haber matado hombres en una guerra, pero todavía no era un hombre. Al menos, no en el mismo sentido en que Coretta era una mujer. Se sentó a horcajadas sobre mí en el sofá y susurró:

—¡Oh, sí, cielo, qué caliente me pones! ¡Sí, sí!

Yo hice lo posible por no aullar. Luego, ella saltó de encima de mí diciendo con voz tímida:

—¡Oh, esto es demasiado bueno, Ease!

Traté de atraerla de nuevo hacia mí, pero Coretta jamás iba a donde no quería ir. Se escurrió, se sentó en el suelo y dijo:

—No puedo seguir con esto, cielo, no tal como están las cosas.

—¿Qué cosas? —grité.

—Ya sabes. —Indicó con la cabeza—. Dupree está ahí, en la otra habitación.

—¡Olvídate de él! Tú me has incitado, Coretta.

—Es que no está bien, Easy. Yo haciendo esto, con Dupree en la otra habitación, y tú tras mi amiga Daphne.

—No voy tras ella, tesoro. Es solo un trabajo, nada más.

—¿Qué trabajo?

—Un hombre quiere que la encuentre.

—¿Qué hombre?

—¿Y a quién le importa el hombre? Yo no ando detrás de nadie, salvo de ti.

—Pero Daphne es mi amiga...

—Algún novio, Coretta, eso es todo.

Cuando yo empezaba a dejar de estar excitado, ella volvía a despertarme el deseo. De ese modo me hizo hablar hasta que el cielo se aclaró. Me dijo quién era el novio de Daphne; no me alegró oírlo, pero era mejor saberlo.

Cuando Dupree empezó a toser como un hombre que está a punto de despertar, me puse apresuradamente los pantalones e hice ademán de irme. Coretta me abrazó fuerte y suspiró:

—¿La pobre Coretta no se merece diez dólares si encuentras a esa chica, Easy? Yo he sido quien te ha dado la información.

—Claro, nena —le dije—. En cuanto la vea.

Cuando me despidió con un beso, supe que la noche había terminado; su beso apenas habría excitado a un muerto.

El demonio vestido de azul

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