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CAPACIDAD DE MEMORIA

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Las impresiones sensoriales individuales de primer nivel, originadas en los sentidos primarios, así como las de segundo nivel, originadas por la capacidad sintética, se almacenan y recuerdan mediante la capacidad de memoria (Aquino, 1266/2005c, q. 13). La memoria que consideramos aquí es una capacidad perceptivo-cognitiva de orden superior que implica actividad neurológica. Nuestra presentación, siempre que no indiquemos lo contrario, considerará la simple memoria, que es similar en muchos aspectos a la que se encuentra en los animales superiores. Esta memoria sensorial-perceptiva es diferente, y a un nivel inferior, que la memoria intelectual, es decir, la memoria no material, que pertenece al intelecto del alma y que puede subsistir sin el cuerpo (capítulo 8, «Plenitud personal», y capítulo 15, «Racional»; véase asimismo Aristóteles, ca. 350 a. C./2000c, 430a18; con respecto a la memoria intelectual, véase Aquino, 1273/1981, I, 79.6-7; Aquino, 1259/1954, 10.2, especialmente el anuncio 1). Nuestras consideraciones se centrarán únicamente en esta capacidad de almacenamiento y recuperación sensorial-perceptiva, basada en correlatos neuronales y no en la memoria que pertenece a la capacidad superior del intelecto, que trasciende dichos correlatos neuronales.

El acto de recordar implica una consciencia básica de revivir conscientemente una percepción pasada (lo que incluye una «reactivación» de las vías neuronales asociadas al recuerdo). Se puede llegar a decir que, de alguna manera, esa revitalización también implica la reactivación de la consciencia pasada; esto explica los desconcertantes síntomas psicológicos asociados con la reexperimentación de eventos de trauma o de vergüenza intensa (Keyes, Underwood, Snyder, Dailey y Hourihan, 2018; Linley y Joseph, 2004; Schore, 2002; Sokolowski, 2000, p. 68, p. 71). Al considerar la memoria debemos diferenciar entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo (Kolb y Whishaw, 2009, pp. 434, 513-518; Stillings et al., 1995, pp. 40 y 41). Asimismo, es posible diferenciar entre recuerdos explícitos e implícitos: mientras que un recuerdo explícito es un recuerdo consciente de un acontecimiento experimentado, el recuerdo implícito se ejemplifica a través de una respuesta espontánea a una percepción (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Esas respuestas pueden producirse de maneras que la persona desconozca (por ejemplo, una persona puede temer espontáneamente un hospital, solo con verlo, pero sin entender por qué). La memoria implícita también se ejemplifica mediante una habilidad o hábito adquirido, que analizaremos más tarde cuando tratemos las disposiciones cognitivas (Kolb y Whishaw, 2009, p. 493, p. 705). Frecuentemente, asociados con recuerdos implícitos también puede haber recuerdos explícitos, entrelazados con las respuestas emocionales (Bear, Connors y Paradiso, 2007, p. 582; Siegel, 2012, pp. 88 a 90). Los recuerdos explícitos dependen de un circuito neuronal que involucra el hipocampo, la corteza rinal, en el lóbulo temporal, y la corteza prefrontal en el lóbulo frontal, mientras que los recuerdos implícitos dependen por completo de la neocorteza y de las estructuras dentro de los ganglios basales (Kolb y Whishaw, 2009, p. 499, p. 510).

Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II

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