Читать книгу El secreto del pergamino - Xavier Musquera - Страница 10
EPISODIO 3 COMPROBACIONES
ОглавлениеCorinne, tumbada encima de la cama, repasaba los apuntes del día. Su mente era un torbellino confuso de ideas. Nada parecía tener sentido. Lo que en un principio aparentaba ser algo sumamente interesante, ahora estaba perdiendo interés, incluso por parte de Yves el cual desde un primer momento había demostrado gran expectación por aquel documento. El posterior contacto con el rabino después de su visita a las Ardenas les había desanimado hasta tal punto que todo parecía venirse abajo. Su instinto le decía que todavía era pronto para abandonar y que tenía que llegar hasta el fondo o cuando menos intentarlo.
Se levantó y se dirigió hacia la mesita que usaba como escritorio. Del cajón inferior sacó la copia y la contempló por enésima vez. Algo no encajaba. Siguiendo las instrucciones de Timmermans, había permutado los números por letras al modo cabalístico. En primer lugar, anotó todas las letras del alfabeto. Posteriormente, adjudicó a cada letra su número correspondiente, o sea, el 1 a la A, el 2 a la B, y así sucesivamente. Los números del manuscrito eran los siguientes: 6 – 15 – 2 – 2 – 54 – 1. Sustituyendo los dígitos por sus correspondientes letras y siguiendo un orden circular de izquierda a derecha como las manecillas del reloj y tomando el número 6 situado en lo alto del pergamino como si se tratara del número 12 del reloj, el resultado dio la siguiente palabra: FAEBBEDA. Aquello no tenía sentido. Luego, llevó a cabo la misma operación pero en sentido contrario, es decir, hacia la izquierda, obteniendo FAEDBBAE. Tampoco indicaba nada significativo. Encendió un Gauloise y echando una bocanada volvió a echarse en la cama con las anotaciones de las combinaciones. Había errado el camino, eso era evidente. Pero seguía sospechando de la existencia de otro sistema distinto al usado hasta el momento. Segura de esa otra metodología, observó una vez más los borradores de su trabajo. En ese instante sonó el teléfono, era Yves.
—Hola Corinne, ¿qué tal estás? ¿Preparando el trabajo sobre Boticelli?
—Bueno, si… lo tengo… lo tengo casi listo.
—¡Ay, ay, ay!... Por tu modo de hablar presiento que tu cabeza está en otra parte. Déjalo ya mujer, es mucho más importante tu tesis. Olvídate del asunto de una vez por todas. Suerte que no le contamos nada a Paul, que si no…
—La verdad sea dicha, es que de momento no pienso lanzar la toalla…
—Está claro que haces honor a tu signo zodiacal, mi querida Tauro.
—Me quedan aún algunas comprobaciones y posiblemente hallar otros métodos. Pero tranquilo, ello no me impedirá proseguir con mi trabajo.
—Eso espero. Nos vemos el miércoles, querida. Buenas noches. ¡Ciao!
La joven tomó el libro que había adquirido hacía pocos días en una de las librerías de viejo más conocidas de Bruselas, Pêle-Mêle, y empezó a hojearlo. Era un tratado divulgativo sobre Qabbalah para no iniciados, en el que se exponían los principales conocimientos básicos, suficientes para saber de forma clara y explícita su metodología de estudio.
El quinto cigarrillo empezó a formar una fina y tenue neblina en el interior del pequeño estudio. La joven pasaba las páginas con cierto nerviosismo. Finalmente, encontró lo que andaba buscando, el dibujo que representaba el Árbol Sephirótico. Su estructura, el método a seguir para su lectura y la numeración correspondiente, no coincidían con su trabajo. Su error estaba claro. Los números ordenados de tres en tres, formando lo que Timmermans llamaba tríadas, aparecían aislados, eran conjuntos por separado. Corinne los había unido en forma de círculo y por ello su resultado era del todo incoherente. A ello tenía que añadirse que el orden de los números del gráfico seguía un orden contrario a la lectura habitual que ella había efectuado. El primer grupo empezaba por la parte superior y luego en diagonal hacia abajo, hacia la derecha y finalmente, de forma horizontal a la izquierda. El siguiente grupo comenzaba por la derecha, horizontalmente en dirección a la izquierda y más tarde hacia abajo en diagonal. El tercero y último, empezaba también por la derecha, luego horizontalmente hacia la izquierda para finalizar diagonalmente hacia abajo. Desde este punto, recto hacia abajo, se llegaba hasta el último número.
Comparó dicho trazado con la serie de números del documento. Empezó a unir los tres primeros, es decir, el 6, el 15 y el 1. Siguiendo con el mismo método cabalístico, trazó otro triángulo que venía a unir el 2, el 54 y el otro 2. Esperanzada, tal vez ahora conseguiría sacar algo en claro una vez sustituyera los números por sus correspondientes letras. El grupo superior que formaba un triángulo dio: FAEA y el segundo inferior: BEDB. Una vez más, la combinación no tenía sentido.
El desánimo la invadió de nuevo. Ese intento infructuoso era verdaderamente demoledor para sus esperanzas. Desmoralizada, encendió otro pitillo y vació el cenicero que estaba a rebosar. Tomó una lata de 7Up del frigorífico y se tumbó en la cama, encendiendo el televisor con el mando a distancia. Fue pasando canal tras canal hasta detenerse en uno en el que estaban ofreciendo un partido de fútbol. Era un encuentro perteneciente a una de esas numerosas copas europeas. Se trataba del Anderlecht contra un equipo alemán, el Borussia de Dormund. En aquel preciso instante, el juez árbitro dio por finalizada la primera parte y empezó el consiguiente alud de anuncios publicitarios con su rosario de bellas y estúpidas mujeres limpiando y lavando y la serie de superhéroes conduciendo deportivos, todo ello salpicado de vez en cuando por bebidas carbónicas y algún que otro niño repelente. La publicidad, sumo sacerdote del consumismo, mostraba su cara más amable. En un momento dado, apareció en pantalla la conocida y popular cerveza belga Stella Artois. La imagen quedó grabada en las pupilas de la joven. Ante sus ojos iban desfilando otras imágenes televisivas que ya no veía. En sus retinas, sólo permanecía el nombre de aquella marca, Stella, estrella.
Levantándose de un salto apagó el televisor y fue hacia la mesa escritorio. Recordando que en el sistema de lectura cabalístico, los dos primeros triángulos del Árbol Sephirótico se leen en sentido contrario, tomó la hoja de las últimas anotaciones y empezó a unir los números del triángulo superior. El 6, el 2 de la derecha y el 54. Después, efectuó la misma operación con el otro triángulo, uniendo los números 15, 1 y el 2 inferior.
A pesar de la buena temperatura que gozaba en el pequeño apartamento, la joven tuvo un estremecimiento, como si una gélida mano hubiese recorrido su columna vertebral deteniéndose en su nuca, erizándole el vello. No podía creerlo. Ante ella destacaba claramente un hexágono, una estrella de David. La maldita cla-
ve ansiosamente buscada, aparecía nítidamente en la hoja de papel repleta de letras y números. Por fin sabría el nombre secreto, aquél que llevaba tanto tiempo resistiéndose a ser descubierto. Kurt el cabalista, tenía razón. Había que agotar todas las posibilidades.
Cogió el lápiz y empezó a anotar la nueva disposición. 6 - 54 - 2 = FEDB, y luego, 1 - 15 - 2 = AAEB. No quería aceptarlo, pero de nuevo algo fallaba. En cambio la forma de la estrella era evidente. ¿Cuál era su error? ¿En qué lugar se ocultaba su equivocación? No esperó más, cogió el teléfono y llamó a su amigo.
—¿Alló?
—¡Soy yo de nuevo, tenemos que vernos!
—¡Oh, no! ¿Y tiene que ser precisamente ahora?
—¡Lo he encontrado, Yves, lo he encontrado! —exclamó Corinne muy excitada.
—Cálmate chica, tu descubrimiento podrá esperar hasta mañana, ¿no te parece?
—¡No! ¡Ya sé que es muy tarde pero necesito que vengas ahora!
—¡Por Dios, Corinne! Están retransmitiendo un match por la tele y… —la joven cortó a su amigo—. Sí, el Anderlecht, el equipo de tus amores, pero no podré conciliar el sueño si no vienes a ayudarme.
—De acuerdo, voy para allá.
El partido se presentaba de lo más emocionante. Ambos equipos empataban y faltaban pocos minutos para que terminara el encuentro. Yves, malhumorado, subió la capucha de su anorak y llamó a un taxi. En aquellas horas tardías no era cuestión de estar esperando bajo la fina lluvia el último bus o último metro. La gran amistad que le unía a Corinne le obligaba a pequeños sacrificios que finalmente reconocía que hacía con gusto. Se inclinó hacia el asiento del conductor y le preguntó sobre el resultado del encuentro.
—Al final, el árbitro señaló un penalti inexistente y perdimos 1-2.
—¡Mierda!
No era su día. En la facultad no pudo tomar todos los apuntes pues perdió «la navette» en el último instante y tuvo que pedírselos al pelmazo de Pierre que se creía Platón reencarnado. Llegó tarde a la cafetería y tuvo que conformarse con un par de frankfurts, precisamente cuando en el menú del día, habían preparado unos exquisitos «vol-au-vent», su plato preferido, y, como postre, todavía le quedaba por conocer la última corazonada de su amiga. Llamó al portero automático y penetró de puntillas en la escalera, evitando en lo posible que se oyeran los quejidos que emitía el cuero mojado de sus zapatos. Con las prisas tomó el primer calzado que tenía a mano, olvidándose de botas impermeabilizadas. Definitivamente, no era su mejor día. Cuando llegó frente a la puerta del estudio, dio tres pequeños golpes y luego espaciado, un cuarto. Era la señal convenida entre ellos desde un principio.
—Gracias por venir, Yves. Dame la chaqueta y quítate los zapatos, pronto entrarás en calor. ¿Te apetece tomar algo caliente, un café o un té? —preguntó ella mientras colocaba la prenda mojada y los zapatos en el plato de la ducha, dejando tras de sí un pequeño rastro de agua en la moqueta. En aquel momento el joven se sintió algo turbado. Corinne sólo llevaba puesta una camiseta y al inclinarse en el baño, mostró su predilección por la lencería fina de encajes.
—Un… un café, por… favor.
—¡Marchando!
Su amiga se veía risueña, actuando con toda naturalidad a pesar de su escueta indumentaria. Su comportamiento contrastaba con el que había mostrado al teléfono minutos antes, angustioso y algo imperioso. Tal vez tenía motivos para ello.
—Aquí tienes el café —dijo sentándose frente a él—. Lamento haberte llamado a estas horas intempestivas y haberte fastidiado el partido.
—No mujer, no tiene importancia. Además, si me recibes de esa guisa cada vez que me llames, puedes hacerlo cuántas veces quieras —dijo Yves con su habitual tono de humor.
—Iba a acostarme pero finalmente me concentré en el documento. Por eso te he llamado. Vuelvo en seguida —Yves parpadeó ligeramente cuando la corta camiseta de la joven hizo de nuevo de las suyas al levantarse y dirigirse al dormitorio. Al poco rato regresó con unos jeans descoloridos.
—¿Mejor así?
—Si te empeñas… —respondió el joven con una sonrisa pretendidamente maliciosa.
—¿Preparado? —preguntó la joven como abanicándose con la hoja de papel.
—¡Venga mujer, suéltalo ya!
—¡Mira!
—¡Por todos los diablos, si es… es…!
—Sí, Yves, sí… es la estrella de David, el símbolo del pueblo de Israel, el de los judíos…
—Ahora comprendo… ¿Te acuerdas del cambio de actitud de Timmermans cuando le mostramos la copia? Vio en seguida de qué se trataba. Visualizó rápidamente que los números formaban esa figura geométrica… Es posible que se trate de una contraseña, de que el documento pudo pertenecer a un judío o bien que iba destinado a uno de ellos. ¡Quién sabe! ¿Qué opinas?
—Es posible. No sé. Tal vez la clave de todo se encuentre en esos malditos números que no hay manera de descifrar.
—Vamos a ver —comentó Yves, cogiendo el puñado de folios en los que Corinne había estado trabajando—. Veamos estas combinaciones…
Ambos se sentaron a la mesa del comedor al ofrecerles ésta un mayor espacio en el que poder desperdigar todas las notas y observarlas de una sola hojeada. Yves se concentraba minuciosamente en los dibujos, las cifras y las letras que Corinne había intentado poner en orden. Su mirada recorría una y otra vez cada rincón de papel en que aparecían los métodos empleados por ella. Al final sus ojos se detuvieron en la figura estelar que formaban los números enigmáticos. Apoyó la cabeza entre ambas manos y se inclinó sobre el dibujo. Corinne se mordía una de sus largas uñas mientras le observaba. Se la veía nerviosa, expectante. Tenía la esperanza de que de un momento a otro, su amigo, como era costumbre, lanzaría un improperio al efectuar un posible descubrimiento. No se equivocaba, le conocía bien.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamación que sobresaltó a la joven, así como por el golpe que se dio en la frente con la palma de la mano—. ¡Corinne, has utilizado nuestro alfabeto como referente!
—Na…naturalmente. ¿No debí hacerlo?
—Al principio sí, para empezar. Pero si no obtenías resultados, tenías que buscar otro procedimiento, otro alfabeto… ¿No pretendes doctorarte en Historia del Arte?...
—¡Cómo si no lo supieras!
—Entonces tendrías que saber que los documentos de aquella época estaban redactados en latín. ¿No es así?
—Evidentemente —repuso ella algo molesta—. ¡Claro que lo sé!
—Entonces…, observa —comentó su amigo mientras tomaba una hoja en blanco y empezaba a anotar.
—El alfabeto latino posee 23 letras, pues la U no existía y era reemplazada por la V, dándole el mismo valor fonético. Así como tampoco existía la J, que era sustituida por la llamada precisamente I latina. ¿Me sigues? La palabra oro por ejemplo, se escribía AVRVM y se pronunciaba AURUM. El nombre JULIO, es decir JULIUS, ortográficamente era IVLIVS y así sucesivamente. En consecuencia, tus permutaciones de letras por números no podían ser las correctas. Habrá que hacerlo todo de nuevo. Esta va a ser una larga noche…
Corinne se levantó dirigiéndose hacia la minúscula cocina.
—Voy a hacer más café, vamos a necesitarlo.
Mientras el olor a café iba invadiendo el apartamento, Yves empezó a anotar las letras del alfabeto latino y su correspondiente numeración. Poco a poco se fueron formando las dos líneas paralelas que servirían de pauta. La joven regresó apoyándose en la mesa y observando el trabajo de su compañero. Yves levantó la vista sonriendo. La postura de Corinne ahuecaba la diabólica camiseta mostrando por el escote una carnal hinchazón extraordinariamente atractiva que no le pasó desapercibida.
—¿Se puede saber qué estás mirando? —preguntó ella mientras cubría con su mano el carnoso panorama que estaba ofreciendo.
—Simplemente las joyas que nos ofrece la Naturaleza para disfrute de sus mortales hijos—acabó la frase con la consiguiente sonrisa. La joven sonriendo a su vez, le dio una suave y cariñosa palmada en la mejilla. Un símil de bofetón.
—¡Eres incorregible! ¡Venga, a trabajar! —comentó ella divertida mientras iba en busca del café, contoneándose ostensiblemente.
Esta simpática y cordial relación entre ambos permitía romper las tensiones de los estudios, los exámenes, los días en que la tristeza o el decaimiento hacían mella en ellos. Se apoyaban mutuamente. Eran como hermanos y en más de una ocasión, ello había provocado algún que otro comentario malintencionado por parte de sus compañeros de facultad, así como también algunas envidias. Pero tal y como decía Yves, de todo hay en la viña del Señor.
—¿Cómo está ese café? —increpó el joven.
Corinne hizo su aparición con una mano en la cadera y los cafés en la otra, bamboleándose cómicamente.
—¡Aquí tá Bwana!, mu negro y mu cargao —el joven lanzó una sonora carcajada mientras tomaba la taza que le ofrecía.
—¡A eso le llamo tener buen sentido del humor, sí señor!
—¿Y bien? —preguntó esta vez seriamente Corinne, una vez concluida la pequeña pausa distendida.
—Si no me equivoco creo que hemos dado en el clavo. ¿Sabes de la existencia de la denominada reducción numerológica?
—No, la verdad —respondió la joven sentándose.
—Pongamos un ejemplo. El número 23 se reduce a 2 + 3 = 5. Entonces cabe la posibilidad de que este 5, esté representando en realidad al número 23 o viceversa. Por ejemplo, el 44 es el 8, o sea 4 + 4. El 19 está formado por 1 + 9 = 20, pero como el 0 no tiene en estas reducciones un valor real, entonces este número queda convertido en un 2. ¿Me sigues?
Corinne respondió afirmativamente con la cabeza.
—Sigamos ahora con los números del manuscrito —indicó el joven después de tomar un sorbo de café caliente—. Veamos, el número 6 podría ser el resultado de la reducción de los números 15, 24, 33, 42, etc., pero ello no es posible porque sobrepasan el número de letras del alfabeto. Por lo tanto sólo nos queda el 15, es decir, 1 + 5 = 6, y éste es el número que se encuentra en la parte superior del documento. Ahora tenemos a la izquierda el 1, que bien podría ser el 10 o a su vez el 1, como en el ejemplo del número 23, acuérdate.
Viendo la expresión de Corinne, el joven tomó otro lápiz y se lo entregó.
—Ve tomando nota de todo cuanto diga. Prosigamos. Del 54, el 5 puede ser como tal o como el susodicho 23. Ahora el 4, puede ser el resultado de reducir el 22, el 13, o tal vez sea en realidad un 4. Abajo tenemos el 2, que podría ser la reducción del 19 que pasaría a ser el número 20, pero como el cero no es válido, permanecería siendo un 2, aunque en última instancia podría ser el resultado de reducir el 11. Ahora a la derecha aparece de nuevo un 2. Lógicamente, efectuaremos las mismas operaciones. Y finalmente, arriba a la derecha tenemos lo dígitos 1 y 5. Con el 1 volvemos a estar con las mismas, o sea un 10, o bien un 1. Con el 5, volvemos a las andadas como con el 23, y luego tenemos nuevamente otro 1, que precisará de las mismas reducciones que aquel que se encuentra arriba a la izquierda. ¿Tomaste buena nota?
—¡Espera, espera!, ¡Con tanto número!... Creo… que ya… ya lo tengo. ¡Toma!
—Vamos a ver… vamos a ver… Iremos colocando las letras correspondientes a cada número, despacio muy despacio, para no equivocarnos. Eso es… así. El 6 arriba, que podría ser un 15, luego el 1 que puede ser un 10, luego el 5 que también puede ser un 23, el 4 que puede proceder del 22 o del 13 y finalmente el 15, que puede ser en realidad el 10 o el 23. El 2 de abajo, puede ser el 19 reducido a 20 y luego a 2, exactamente igual procedimiento que con el otro 2 de la derecha... Ahora las letras. Una por aquí… otra por allá… esta otra aquí…
—¡Vamos, vamos Yves! ¡Estoy que ardo!
—¡Caramba! No sabía que mi presencia llegara a ponerte en tal estado…
—¡De impaciencia, bobo, de impaciencia!
Yves sonrió a su amiga después de recibir en plena coronilla una colleja, aquella que él le había prometido darle en la facultad, si caía en la melancolía. Concentrándose de nuevo en su trabajo, siguió anotando ya las últimas letras.
—¡Finito! —Corinne se acercó al papel y vorazmente recorrió las letras escritas por su buen amigo.
—Mira con atención y observarás como algunos números han sido reducidos a otros nuevos y en cambio otros no —replicó Yves. Comprobarás cómo cada uno de ellos tiene una letra que no indica nada en concreto o significativo, en cambio, otros nos inducen a pensar... que… bueno... estooo... observa. Voy a hacerlo de izquierda a derecha, en sentido contrario al de las sephirot, y empezando por arriba.
6 = F, o podría ser un 15 = P. Luego tenemos 1 = A, o bien 10 = K. Sigamos a la cifra de abajo, el 54. El 5 = E, o pudiera ser 23 = Z, y el 4 = D, en todo caso sería la reducción del 22 = Y, o también el 13 = N. Abajo del todo tenemos el 2 = B, que también sería la reducción del 11 = L, o de la cifra 19 = T, o bien de la cifra 20 = V. Hacia la derecha otro 2, con las mismas reducciones y permutaciones que el otro 2 evidentemente. Y finalmente hacia arriba, encontramos el 15, que de nuevo nos da los valores del 1 y del 5, con sus variaciones. ¿Lo tienes claro?
—¿Es una broma? Hace años que me he perdido.
—Pues yo siglos —añadió Yves, que se rascaba la cabeza intentando ver claro.
—Veamos… Una vez ya tenemos todas las posibilidades numéricas y las letras que representan… es cuestión de… ir anotando en otra hoja, las hipotéticas combinaciones…
Corinne seguía con atención las manipulaciones de letras y números que Yves iba escribiendo. Poco a poco, fue colocándolos de forma circular, siguiendo el mismo orden del manuscrito y formando la figura del hexágono. Una vez hubo terminado levantó la cabeza para mirarla.
—¿Qué orden seguiste cuando empezaste a buscar?
—¡Todos! —exclamó ella.
—Comprendo… Entonces seguiremos un orden preestablecido. Primero de arriba abajo, de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha. Posteriormente de abajo a arriba, de izquierda a derecha y finalmente de derecha a izquierda. Empecemos.
El dibujo final estaba compuesto de la siguiente manera:
—Veamos… Arriba tenemos F y P. A la derecha, A, E, K y Z. Más abajo, B, V, L y T. Abajo del todo, lo mismo, es decir, B. V, L y T. Ahora a la izquierda, ha quedado como sigue: E, Z, D, Y, y N. Y más arriba tenemos, A y K. Bueno… ya está todo. Ahora empieza el juego.
Efectivamente, Yves comenzó a buscar un nombre, una palabra que pudiera indicarles algo en concreto. Al principio, comenzó uniendo las primeras letras de cada grupo sin resultado, a pesar de haber intentado una lectura en todos los sentidos y direcciones posibles. Ya había transcurrido más de una hora desde que el joven se pusiera manos a la obra. Ambos tenían la impresión de que el tiempo pasaba lentamente y que su búsqueda resultaba infructuosa. El desánimo empezaba a apoderarse de Yves en aquel instante. Había terminado por combinar entre ellas, las posibles letras de cada grupo. Incluso las había permutado con las de los otros grupos de innumerables maneras e inimaginables sustituciones. Nada. No había modo alguno para llegar a encontrar, ni tan siquiera intuir, algo significativo.
—Voy a preparar más café.
—Bien pensado. Creo que nos vendrá bien una pequeña pausa. Como dice el refrán, a veces los árboles no dejan ver el bosque…
Yves se frotó los ojos y se deslizó en la silla, estirando las piernas. Si aquellos números estaban escondiendo una palabra o un mensaje, lo cierto es que habían sido realizados por alguien que poseía conocimientos criptográficos muy complejos. Podía tratarse de algún cabalista o incluso un alquimista, por qué no. En aquella época, el poder establecido, Iglesia y Estado, perseguían todo aquello que podía poner en peligro sus propios intereses. Tal vez se tratase de un simple mensaje, a modo de carta o comunicado expedido por un grupo o hermandad secreta y destinado a otro grupo hermano. También cabía la posibilidad de que hubiesen sido los Maestros Constructores, puesto que en algunas iglesias románicas, todavía en la actualidad pueden verse estrellas de seis puntas de las que, nadie o casi nadie, sabe explicar satisfactoriamente el porqué de su existencia.
El aroma del café recién hecho sacó a Yves de sus reflexiones. Corinne llegaba con la cafetera humeante y una sonrisa cansina.
—¡Más café para mi detective!
—Gracias, eres un sol.
La joven vino a sentarse a su lado y sirviendo los cafés, miró con atención el trabajo de Yves.
—Realmente no hay quien lo entienda —dijo Corinne viendo el fallido intento en la confección de palabras con algún sentido.
—Es para darse de cabeza contra la pared. No hay manera, nada encaja, nada posee ni por asomo, un posible significado. Creo que estamos perdiendo el tiempo. Lo lamento.
—No te lamentes, has hecho lo imposible. Al menos nos queda el consuelo de haberlo intentado. De otro modo, siempre estaríamos con la duda de preguntarnos si el hallazgo era importante o no. Mejor así.
Yves sacó su paquete de Gitannes y encendió un cigarrillo exhalando volutas en dirección al techo. Estaba absorto contemplando los círculos que conseguía formar de vez en cuando. Alargó su mano hacia la joven para que tomara uno.
—No gracias, prefiero los míos. Cada cual tiene su propio veneno —dijo ella sacándole la lengua como una niña traviesa. Él sonrió y dio unas cuantas caladas al mismo tiempo que cogía de nuevo aquel inmenso rompecabezas de letras y números. De repente dio un brinco. Miró atentamente la estrella y empezó a emborronar de nuevo otras cuartillas como un poseso, sin descanso. A los pocos segundos tenía ante sí unas cuántas letras que había destacado dentro de un círculo.
—¡Malditas sean esas letras del Demonio! ¡Por fin! ¡Dimos con ello Corinne, dimos con ello! —exclamó el joven alborozado, mientras se levantaba abrazando a su amiga efusivamente.
—¡Yves, menudo achuchón! —replicó ella retocándose el pelo.
—¡Mira querida, fíjate bien! No estábamos equivocados del todo. Cada dígito tenía su letra correspondiente, pero en ocasiones, al ser consecuencia de reducciones que provenían de otros números, obviamos dichas reducciones. ¿Comprendes?…
—No del todo.
—¡Observa! Arriba el 6 puede proceder del 15, ¿no es así? Entonces tenemos que este 15 puede estar formado por el 1 = A o por el 10 = K. De no ser así, el 15 correspondería a la letra P. Sigamos. Arriba a la izquierda tenemos el 1, el cuál también puede ser resultado de la reducción del 10. Obtenemos entonces que 1 = A y 10 = K. Al otro lado…
—¡Pero bueno! Si es lo mismo que vimos anteriormente —replicó Corinne interrumpiendo las explicaciones de su amigo.
—¡Espera, espera! No seas impaciente y déjame terminar —repuso Yves, mientras ella ponía cara de circunstancia—. Sigamos. Al otro lado se encuentran el 1 y el 5, en consecuencia deducimos igual que antes de que el 1 puede provenir del 10, obteniendo de nuevo 1 = A y 10 = K. Además el 5 puede ser la reducción del 23, es decir 2 + 3 = 5. Pero también puede ser un 5 simplemente… ¿Es que no ves lo que intento decirte, Corinne? A veces se utilizó un número cuyo valor era por sí mismo y en otras ocasiones no. En otras se usó el número de procedencia… ¿Lo ves más claro ahora? —la joven dudaba.
—Te lo mostraré directamente sin contarte todo el proceso —prosiguió Yves—, tal vez así será más fácil. Observa. Arriba de todo está el 6 que NO es el buen número. El bueno es el 15 = P, del que proviene. A la izquierda está el 1 cuyo valor válido es A, pero su procedencia, el 10, NO es el válido. Al otro lado, a su derecha, aparece el 15, formado por un 1 o bien un 10. En esta ocasión, el que nos vale es el 10 = K. Ahora tenemos al 5, que proviene del 23, es decir Z, que NO nos vale, sino que el correcto en este caso es el 5 que es la E. Siguiendo hacia abajo a la derecha tenemos el 2 y abajo del todo, otro 2. Sabiendo que dicho número puede proceder del 11 = L, el 19 = T, el 20 = V o el 2 mismo, o sea B, en este caso el número correcto es el 19 = T. Ahora, el número que aparece abajo del todo, NO daremos valor alguno al 2, al 19 y al 20, pero SÍ al 11 = L. Finalmente abajo a la izquierda tenemos el 54. NO daremos valor al 23, pero SI al 5 = E. Y ahora para finalizar nos queda el 4, al que NO daremos importancia, así como tampoco al 22, pero SI al 13 = N. Suponiendo que en latín no se usara la letra Y, como algunos eruditos aseguran, entonces el 22 sería la Z, y no el 23 como te he dicho antes. En resumen, tenemos ante nosotros la posibilidad de unir en el primer triángulo con el vértice hacia arriba, las letras P-EN-T, y en el otro las letras A-KE-L. Es decir, PENTAKEL, el Pentáculo… mira el dibujo y lo comprobarás.
Corinne miró estupefacta las cifras y letras que Yves había combinado y su conclusión.
—¡Es… es cierto! ¡Componen la palabra pentakel!
—Pentakel significa en alemán Pentáculo. Estamos ante el Pentáculo de Salomón. Un talismán antiquísimo que forma parte de la magia de todos los tiempos y la de sus practicantes. Si no me equivoco, creo que Paul sabe algo al respecto.
—¡Voy a llamarle! —dijo Corinne yendo rauda hacia el teléfono.
—¿Estás loca? ¡Son más de las dos de la madrugada! ¡Si le llamas, te aseguro que mañana salimos en la página de sucesos de Le Soir!
—No me negarás que ahora tenemos motivos más que suficientes para que no se burle de nosotros. ¡Llámale tú entonces, si lo hago yo persistirá en la idea de que soy una histérica y una paranoica!
—No mujer, mejor hazlo tú. Si verdaderamente te considera todo eso, no se extrañará que precisamente seas tú quien le llame. Además le… gustas, aunque no lo demuestre a causa de su carácter.
—¿Qué?... ¿Qué has dicho? —preguntó la joven intrigada y curiosa.
—Bueno, yo… a veces hablamos… igual que vosotras lo hacéis sobre un chico u otro. Cosas… ya sabes… Margot, Julie… en fin… cosas de la facultad.
—Voy… voy a llamarle —añadió la joven.
—¿Paul?... Sí, soy yo… Lamento despertarte… ¡Espera, espera!... ¡Déjame hablar!... Esta vez va en serio, sí… tenemos… ¡Que sí, te lo aseguro!... Queremos saber tu opinión… No, mañana imposible, no estaré en la ciudad… Ven por favor…
—¿Y bien? —preguntó Yves mientras la joven se hurgaba la oreja debido a los gritos de Paul.
—Ahora viene.
Ambos se sentaron repartiéndose aquel arsenal de papeles emborronados. Sólo se oía el tictac del pequeño reloj de la cocina. Al cabo de media hora aproximadamente, oyeron los tres golpes y un cuarto. La contraseña. Yves no se atrevía a abrir, creía más oportuno que fuese la joven, evitando encontrarse en primera línea cuando Paul entrase en tromba y echando chispas. Su amigo entró bostezando, con el pelo revuelto y con aspecto desaliñado debido a la premura.
—Hola chicos, espero que las novedades valgan la pena. Sacarme a estas horas de la cama… Por cierto, ¿tenéis un poco de café?
—Toneladas —respondió Corinne yendo hacia la cocina.
—Veamos que tenemos por aquí… —Paul se sentó atusándose el pelo. Su aspecto cansado y adormilado cambió de súbito cuando vio la estrella de David.
—¡Caramba!, esto parece interesante. A pesar de lo intempestivo, habéis hecho bien en llamarme. De repente observó gravemente a sus amigos, tomó un cigarrillo del paquete que se hallaba en la mesa y lanzando unas volutas de humo, preguntó directamente a la joven.
—¿Cuántas personas tienen conocimiento de todo esto?
—Pues… Moreau sabe algo, pero nada en concreto. Él fue quién nos mandó hasta un primo lejano suyo, el rabino Meyerbeek, quien a su vez nos entrevistó con Kurt Timmermans, el cabalista, y… —en aquel momento Corinne cesó de hablar bajando los ojos.
—¡Por todos los santos, y además cabalista! ¿Y porqué no os pusisteis en contacto conmigo desde un principio? ¡Puestos así, podíais hacer fotocopias de la copia y repartirlas por toda Bélgica!
—Te recuerdo que este asunto no te merecía ningún interés y además nos tomabas por unos iluminados, en el sentido más amplio de la palabra. Cada vez que Corinne o yo mismo mencionábamos el tema, tú te lo tomabas a broma. Por ello decidimos investigar por nuestra cuenta y hasta no encontrar algo evidente o como mínimo palpable acordamos no decirte nada.
—Posiblemente mi comportamiento no fuese el más adecuado, pero convendréis conmigo que vosotros en mi lugar, hubiéseis reaccionado del mismo modo. ¿Qué opinión tendríais si uno de vuestros amigos viniera a deciros que encontró un antiguo pergamino con claves, mensajes ocultos y véte a saber cuántas cosas más, eh? Bueno, eso ya no tiene remedio. Son demasiados los que saben del asunto. ¿No habéis caído en la cuenta de que cualquiera de ellos, profesores de facultad, pueden apropiarse de vuestro trabajo y presentarlo como si se tratara de una investigación personal y llevarse los laureles académicos?
A pesar de que en su rostro se reflejaba cierto enfado, Paul cogió por unos instantes la mano de Corinne con afecto y cuando ésta levantó sus ojos la miró fijamente.
—¿Hay alguien más, verdad?
—Pues… al principio yo, bueno… ya me conoces, le comenté algo al profesor Moreau. Era la única persona que me merecía cierta confianza. Tiene un amigo ya retirado, Robert Merrillot, que en su momento fue catedrático de Historia Medieval y como el documento es del siglo xiii, pues… eso. Quedamos en ir a verle a Holanda, pero la cita se pospuso hasta ahora. Lo siento…
Por un momento quedaron pensativos. Paul tenía razón. El ímpetu e incluso la propia ilusión del hallazgo, les había impedido ver las posibles consecuencias y el provecho que otros podrían sacar de todo ello. Habían establecido contactos con personas completamente desconocidas y no era posible conocer en definitiva, cuáles podían ser sus intenciones. A partir de aquel momento, su actuación debería ser extremadamente prudente.
Se sentaron alrededor de la mesa y dejaron que Paul echara de nuevo una hojeada al trabajo de sus amigos. El Hexagrama quedaba bien en evidencia, rodeado por las misteriosas letras que formaban la palabra «tentáculo».
—El Hexagrama o estrella de seis puntas y sus variantes, se encuentra en determinadas fuentes documentales como legajos y manuscritos antiguos, como es el caso —comentó Paul—. El célebre rey Salomón, hijo de David y Bethsabé, se habría servido de un hexagrama hasta su muerte, allá por el año 930 a. de C, para conjurar a los demonios e invocar a los ángeles.
—Eso recuerda algunas de las prácticas mágicas, ¿no es así? —interrogó Corinne muy atenta.
—Así es. Algunos magos se introducen dentro de un círculo con el hexagrama inscrito en él para llevar a cabo sus rituales. En la simbología alquímica, el conjunto se considera formado por cuatro figuras. El triángulo con el vértice hacia arriba, atravesado por un trazo horizontal, representa el Aire. El triángulo que apunta hacia abajo, atravesado a su vez por otro trazo, es el símbolo de la Tierra. Las dos figuras sin trazos, se consideran emblemas del Fuego y el Agua respectivamente. En la filosofía hermética, dicha figura simboliza la síntesis de las fuerzas evolutivas e involutivas, por la interpretación de los dos ternarios. También la tradición hinduista ve en esta imagen el signo de la unión del dios Shiva con su consorte Shakti.
—¡Madre mía lo que uno aprende yendo a la escuela! —exclamó Yves socarronamente.
—Aunque puedas tomártelo a broma, este signo ha sido considerado desde siempre como un símbolo de poder. Para Jung, éstas son imágenes arquetípicas. La fusión de los contrarios que se complementan. La unión del mundo personal del individuo, es decir, el universo temporal del Yo, con la realidad impersonal e intemporal del no-Yo: tiempo y eternidad, el hombre y
Dios.
—Hice bien en no apuntarme en Psicología —interrumpió de nuevo Yves.
—¡Cállate por Dios! Sigue, Paul, sigue —añadió la joven algo molesta.
—Como iba diciendo, esa estrella de seis puntas también representa en su triángulo hacia arriba, la trascendencia del hombre, su abandono de la materia y su espiritualización. En cambio, el que posee el vértice hacia abajo suele representar el descenso del espíritu a la materia, para poder manifestarse y darle vida. También es el descenso a los infiernos, a lo negativo, en definitiva una inversión del signo.
—Hay que ver lo que una estrellita puede representar, jamás lo hubiera sospechado —el carácter de Yves no podía evitar interrumpir de nuevo.
—Es verdaderamente curioso que aquí aparezca la palabra pentáculo, cuando generalmente dicho término es adjudicado a otra estrella, la de cinco puntas denominada Pentalfa. Aquella en la que el ser humano queda inscrito dentro, con la cabeza en el vértice superior, los brazos extendidos en los vértices horizontales y las piernas en los inferiores.
—¿Te extraña entonces que aparezca esa palabra en el dibujo? —preguntó Corinne mientras se removía en la silla, atenta a las explicaciones de Paul.
—Tal vez se trate de la excepción de la regla. En realidad, talismanes, amuletos y pentáculos poseen usos semejantes. La verdad es que la estrella de Salomón se ha denominado desde siempre, Pentáculo de Salomón o Sello de Salomón.
—¿Crees que esta estrella está relacionada con dicho rey o bien se trata del símbolo de Israel también conocido como la Estrella de Sión? —intervino Yves, esta vez seriamente.
—No sé que deciros, no es posible saberlo sin otros indicios.
El humo de los cigarrillos empezaba a hacer mella. Lo que empezó siendo unos débiles y fantasmagóricos hilillos flotantes, ahora se había convertido en una auténtica niebla. A las horas transcurridas, el trabajo del día y la tensión de la investigación, se acumulaba la falta de un sueño reparador. Era ya muy tarde. Yves bostezaba de vez en cuando mientras se frotaba los ojos. Corinne había hecho de nuevo café, también entre bostezo y bostezo. Entretanto Paul, a pesar de que intentaba observar las anotaciones que tenía entre las manos, no podía evitar que su cabeza se tambaleara hacia delante de vez en cuando. De repente, se levantó y se desperezó ostensiblemente fatigado.
—Lo siento chicos, no puedo más. Espero llegar a casa y tumbarme aunque sea por un par de horas.
—Tómate un último café, te ayudará a alcanzar el objetivo —indicó Yves burlón.
—Te despejará un poco —añadió Corinne—, te sentará bien.
Ambos tomaron una última taza antes de despedirse. Corinne cerró la puerta cuidadosa de no hacer ruido y abrió la ventana. Recogió las tazas y la cafetera, dejándolas en el fregadero. Reunió lo que ya se estaba convirtiendo en una importante documentación y cuando iba a guardarla en el pequeño cajón de la biblioteca, dudó por unos instantes. Dio media vuelta y dirigiéndose al dormitorio la depositó encima del armario. Se echó encima de la cama sin desnudarse y al poco tiempo se quedó dormida.