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EPISODIO 2 EL INICIO

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A pesar de que existían pequeños restaurantes con el menú del día a o largo de la ruta hacia las Ardenas, las economías de Yves y Corinne no les permitían demasiadas alegrías gastronómicas, añadiéndose además, el coste del viaje de ida y vuelta a Bruselas. Era momento de empezar a ahorrar. Posiblemente tendrían que realizar largos trayectos si su empeño era llegar hasta el final. Los gastos irían acumulándose entre hoteles, pensiones, comidas y carburante. Si el apartado económico era de por sí importante, el humano sería el más complejo y difícil. Sabían que de sus comportamientos y actitudes dependería el ofrecer confianza a sus interlocutores o bien al contrario, levantar suspicacias en sus encuentros con desconocidos. Se precisa de cierto tiempo para romper el hielo entre los humanos.

Al utilitario de la prima de Corinne, Ivette, todavía le quedaban fuerzas para adentrarse por carreteras vecinales, a pesar de estar ya algo viejo y pachucho. Recorría las excelentes carreteras y autopistas del país que, no lo olvidemos, a lo largo de sus muchos kilómetros, permanecen iluminadas toda la noche. Uno de los escasos países en el que todavía puede verse el uso administrativo del impuesto público. Ahora, el coche, al igual que un empedernido fumador, empezaba a carraspear mientras seguía con la obligación de llevarles al domicilio de Kurt Timmermans.

—¿Falta mucho? —preguntó Yves.

—No, no creo. La verdad es que creí mejor acortar camino, y me he liado. Ahora tendremos que dar un poco de vuelta para llegar a Noville.

— Casi siempre el camino más largo resulta ser el más seguro y a la vez el más rápido. Es como el aprendizaje de la vida, no existen senderos que atajar. Hay que recorrerla por entero.

—¡Caramba! No hace falta ser un experto para adivinar qué carrera has elegido —comentó Corinne irónicamente.

Después de una media docena de curvas, divisaron a lo lejos un puente que les estaba indicando que pronto se hallarían en la carretera general que llevaba hasta la localidad de Bastogne.

—Como diría el rabino: ¡Bien, bien! Henos aquí, en el lugar donde se libró la batalla de las Ardenas, que permitió a las fuerzas aliadas penetrar en territorio alemán. Como dijera Napoleón ante a las pirámides: ¡Corinne! ¡Desde Bastogne, seis décadas de historia te contemplan!

—Por lo que veo, hoy te levantaste de buen humor.

—¡Psé!

Rodeando el monumento conmemorativo de la batalla, representado por un carro de combate Sherman americano, salieron a la izquierda de la localidad, tomando una estrecha carretera que indicaba Noville. A medida que se acercaban a su destino, las bromas de Yves y su característico buen humor, dejó paso a cierto nerviosismo y a una comprensible incertidumbre. Atrás había quedado el río Orthe y ahora corrían paralelos a la cercana frontera con Luxemburgo. Como de costumbre, Yves rompió el silencio.

—¿Cómo te imaginas a Timmermans?

—No sé, la verdad.

—Pues yo creo que será… como un compendio de Merrillot, el rabino Meyerbeer y Moreau. ¿Qué te parece?

—Tal vez tengas razón. Veremos.

Ya divisaban la casa en las afueras de Noville. Era una pequeña mansión rodeada por un frondoso bosque, muy propio de la zona, pintada de blanco y con traviesas en los muros formando diagonales con respecto a los ventanales, que recordaba al típico chalet suizo. Frente a la casa, un pequeño jardín de cuidado césped y algunas flores daban una nota de color al conjunto. No fue necesario llamar a la puerta, pues cuando Corinne frenó desconectando el contacto y poniendo el freno de mano, el coche emitió un desgarrador lamento que surgió de sus entrañas. La paz y quietud que se respiraba en el lugar fue rota por el pequeño ingenio mecánico, mientras unos cuantos pájaros levantaban el vuelo ante intrusos tan ruidosos.

Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió apareciendo Timmermans. Alto, delgado, con el pelo blanco que le llegaba casi hasta los hombros y con una mirada tan penetrante que Corinne sintió como un estremecimiento. Sus pupilas eran de un azul sumamente claro que parecían de hielo y podían fácilmente confundirse con el blanco de los ojos. Se acercó a ellos y les tendió la mano.

—¿Qué tal? ¿Fue complicado encontrar la casa?

—Un poco, en realidad fue culpa mía al intentar acortar camino —indicó la joven.

—Es natural, resulta fácil extraviarse entre tanto bosque. Por suerte tenemos una buena señalización. Entremos, empieza a refrescar.

—Yo soy Corinne y éste es mi amigo Yves.

—Encantado. Conocía vuestros nombres por el rabino.

Corcho, madera, elementos aislantes en una región lluviosa y húmeda, conferían un ambiente realmente acogedor a la casa. A igual que en el despacho del rabino, se veían libros por todas partes, aunque no con aquel desorden. Aquí los libros aparecían catalogados con etiquetas adhesivas. Estantes y más estantes cubrían las paredes. Incluso la ancha escalera era aprovechada para las ediciones de bolsillo. Pasaron a un confortable salón desde el que se divisaba el espeso bosque que nacía al pie de la cercana carretera.

—¿Os apetece tomar algo? Tengo infusiones, café y té. También hay té, café e infusiones, pero si lo preferís, puedo ofreceros café, infusiones y té —terminó su pequeña lista de sugerencias sonriendo.

—Un té, por favor —indicó Corinne—. Para mí un café, gracias —respondió Yves, mientras veía alejarse al extraño personaje. Una curiosa personalidad que no encajaba con su aspecto.

—¡Caramba, eso empieza bien! ¡Ese tío es un cachondo!

—¡Shht!, ¡Por Dios Yves, podría oírte! Posiblemente se haya mostrado así para romper la tensión del encuentro y darnos cierta familiaridad. Y tú deja de hacer comentarios.

—Lo siento, Corinne. Pero tanta seriedad y tanto secreto… Creo que le hemos caído bien.

—¡Pero si no hemos abierto la boca para nada!

—Tal vez el rabino le haya contado que soy un chico inteligente y perspicaz y tú una joven guapa, por descontado también inteligente, y que formamos un gran equipo que pronto descubrirá enigmáticos y tenebrosos misterios medievales, ¿qué te parece?

—¡Cierra el pico, ya viene!

—Aquí tenéis vuestro té y café. Cuidado, está hirviendo.

Mientras tomaban sus humeantes y reconfortantes bebidas, el hombre fue a sentarse frente a ellos, observándoles detenidamente pero esbozando una media sonrisa, como si deseara romper la tensa actitud de los jóvenes visitantes y darles confianza.

—No recibo visitas y normalmente no hablo con la gente. Generalmente no vale la pena, es perder el tiempo y a mi edad vale su precio en oro. De todos modos, tratándose de mi buen amigo Geert, el rabino, hago una excepción.

Sus palabras eran como un ofrecimiento de colaboración o al menos eso parecía. Yves, que estaba terminando su café, se incorporó para dejarlo encima de la cercana mesita y se dirigió al hombre calculando y sopesando bien todas y cada una de sus palabras.

—Creo que estará al corriente del motivo de nuestra visita. La amabilidad de su amigo, el rabino, nos ha permitido llegar hasta aquí para pedirle ayuda y a la vez consejo. Como sabrá, obra en nuestro poder una copia de un documento antiguo, en el que aparecen uno números que posiblemente tengan un significado que hay que saber interpretar. Consideramos que usted es la persona indicada para decirnos si verdaderamente nos hallamos ante una clave o un secreto criptográfico que podría, y digo bien, podría tal vez ser desentrañado a través de la Qabbalah.

El hombre se levantó y dio uno pasos hacia la gran ventana permaneciendo un tiempo mirando al cielo que empezaba a oscurecerse. Los dos jóvenes se miraron mutuamente interrogándose sobre cuál sería su reacción. Al poco rato se volvió hacia ellos y vino a sentarse en su sillón.

—Mi amigo el rabino sabe cosas… un poco de Qabbalah, se entiende. Sabe todo cuanto le he enseñado, pero no todo lo que sé… Poned atención a lo que voy a deciros a pesar de que os suene extraño y os parezca algo aburrido. En un principio, la Qabbalah necesita de un gran esfuerzo para su estudio y de una predisposición especial para poder penetrar en ella. Has citado la criptografía, pues bien, tenéis que saber que este sistema, contrariamente a lo que se cree, no es una clave esotérica aunque se encuentre oculta. La llamada escritura secreta esotérica es la steganografía. Dicho nombre fue dado por el abad Trithemo en su obra «Steganographia» perteneciente al 1498. Creo que este sistema, que podría ser considerado metafísico y místico, no es el que os interesa.

—¿Entonces… nos estamos equivocando? —intervino Corinne algo decepcionada.

—No forzosamente. Desde la antigüedad, por ejemplo en Egipto y en Mesopotamia, los escribas ya utilizaban dicho método, el criptográfico. La combinación de letras en la Qabbalah se conoce con el nombre de «hopkhmat ha-zeraf» que viene a significar algo así como la sabiduría de las letras y su procedimiento está compuesto por tres sistemas. El denominado Notarikon, son acrósticos basados en las iniciales de las palabras, las letras medias o intermedias y las finales. La Temurah permuta o sustituye letras y finalmente la Gematria, es la que se cuida de los números, es decir, de la numerología. Esa es la que tal vez os puede servir.

—¡Madre mía! —intervino Yves sin poder evitarlo.

—Tu espontánea intervención ha sido lo suficientemente aclaratoria, a pesar de la mirada que te ha lanzado tu compañera… Eso os dará una idea aproximada de la extrema complejidad que requiere el estudio de una sola y exclusiva palabra. Imaginaros la cantidad de palabras que contiene la Torah, el Zohar o el Sepher Yetzira, tan sólo por poner unos ejemplos. Cuando ya se llevan algunos años de aprendizaje, nuestra mente adquiere cierta infalibilidad, puesto que afirma lo que sabe y cree lo que necesariamente debe suponer, admitiendo aquellas hipótesis razonables, examinando y analizando las dudosas y desechando las erróneas. La totalidad de la Qabbalah se incluye en lo que los maestros denominan los 32 senderos y las 50 puertas. El hombre hizo una pausa y se acercó al muchacho poniéndole amigablemente una mano en el hombro.

—¿Estás buscando una exclamación semejante a la de antes?

—La verdad es que… ignorábamos todo este… entramado tan complicado, nosotros creíamos que todo resultaría… mucho más fácil. ¿No es cierto Corinne?

—Sí… ciertamente. Ya nos imaginábamos que habría que hacer algunas averiguaciones, pero no hasta este extremo.

—¿Qué cantidad de números que no encajan posee el manuscrito? —preguntó el hombre mientras los jóvenes se miraban uno al otro interrogándose sobre si era prudente decírselo. Yves fue quien contestó a la directa pregunta.

—Ocho.

—Bueno, en este caso el trabajo queda algo reducido. Las Sephirots son 10, agrupadas de tres en tres, o sea, en tríadas. El 1-2-3, representan los atributos de Dios, el 4-5-6, son el Mundo Moral, el 7-8-9, el Mundo Físico y el número 10, es el resumen de los anteriores, la Armonía del Mundo. Las diez Sephirots o esferas de energía están unidas por veintidós canales principales, que se corresponden con otras tantas letras del alfabeto hebreo, las cuales, a su vez, poseen cada una de ellas un valor numérico y místico. Esas Sephirots y canales conforman el Árbol Sephirótico, Árbol de la Vida y el Conocimiento, existente en el primer hombre llamado Adam Kadmon, nuestro Anthropos. Se cree que se trata de un libro escrito por un judío neopitagórico, allá por el siglo iv de nuestra era, en el que se revela que la Creación es un proceso gradual de emanaciones procedentes del Innombrable, del Absoluto, del Incognoscible, en definitiva, de En-Sof. El cabalista detuvo sus explicaciones para mirar a Yves.

—¡Vamos hijo!, ¿no sueltas otra exclamación?

—Aunque lo haya dicho usted en tono irónico, he estado a punto de hacerlo, créame.

—Me lo imagino chico, me lo imagino… Por cierto, quisiera indicaros que existe una lejana posibilidad que el manuscrito y los números añadidos pertenezcan a épocas distintas. ¿Habéis pensado en ello? —Yves y Corinne se miraron sorprendidos. Aquel hombre tenía razón, jamás les pasó por la cabeza tal eventualidad.

—No pretendo desanimaros pero también es de vital importancia intentar reconocer variantes en el texto, posibles faltas ortográficas hechas adrede, caligrafía sinuosa y continuada que, de repente, cambia y rompe esa continuidad. La existencia de letras que destacan, por su medida o estilo de escritura, de las demás y que pueden ser usadas como iniciales que os conduzcan a la composición de un nombre. Todo es importante, no hay que dejar ningún rincón sin escrutar.

El asesoramiento de Kurt, era buena prueba de que estaba haciendo lo imposible para echarles una mano. Sus indicaciones y los diferentes sistemas para llevarlos a efecto eran trascendentales para su búsqueda. Yves estaba más que satisfecho y Corinne parecía algo más animada que al comienzo de la disertación.

—Olvidaba deciros que únicamente vosotros y sólo vosotros podréis decidir cuál es el sistema a emplear. Tened presente que si los 10 números sephiróticos no os dan una clara respuesta, entonces tendréis que hacer uso del alfabeto hebreo compuesto por 22 letras. Habrá que permutar letras y números. Pero aún así, tendréis que probar de hacerlo no sólo con el hebreo, sino con el alfabeto correspondiente a la lengua en que esté escrito dicho manuscrito —en aquel momento Yves se había llevado las manos a la cabeza como intentando poner orden a sus ideas.

—Perdonad este aluvión de información, pero creo que en definitiva era lo que veníais a buscar, ¿me equivoco? Por cierto, ¿queréis otro café?

—Si insiste —respondió Yves devolviéndole la sonrisa a Kurt.

Mientras el hombre preparaba una nueva colación, los jóvenes se inclinaron en sus respectivos sillones y juntando sus cabezas empezaron a cuchichear.

—¿Qué opinas? —preguntó Corinne.

—Pues que si toda esta información teníamos que encontrarla nosotros, a saber cuanto tiempo hubiésemos necesitado. ¿No te parece?

—La verdad es que está siendo muy amable y todo se lo debemos al rabino.

—Cuando seamos famosos y rodeados de gloria, tendremos que hacerle un buen regalo.

—Por lo que más quieras Yves, no empieces de nuevo con tus sarcasmos.

—Está bien mujer. Como todas, tú mandas —la mirada que le dirigió la muchacha en aquel momento, lanzó chispas. Corinne no era en absoluto una feminista radical, pero le gustaba que cada uno estuviese adecuadamente en el lugar que le correspondía, y su amigo Yves, se pasaba de la raya en numerosas ocasiones. Aunque tal vez ahí residía el encanto de su sincera amistad.

Cuando se hallaban pacientemente tomando sus respectivas bebidas, saltó la pregunta que esperaban desde hacía tiempo.

—¿Tenéis aquí la copia? —Corinne se inclinó hacia su bolsa pero detuvo su mano a medio camino para mirar a Yves. Éste, con una ligera inclinación de cabeza, le estaba indicando que podía entregársela.

El hombre desdobló el papel. Se inclinó con expresión grave y el entrecejo fruncido. Mientras, los minutos pasaban. El silencio que envolvía la sala parecía eterno. El hombre no decía nada, los ojos de acero fijos en el papel que recorrían una y otra vez. Corinne observó cómo una de las piernas de su amigo no cesaba de moverse a causa de su nerviosismo. Ella también empezaba a inquietarse. Kurt siguió analizando el papel hasta que finalmente levantó la cabeza para mirar a los jóvenes.

—¿Sucede algo? —balbuceó ella.

—No, no… Estaba simplemente averiguando… bueno, comprobaciones, ya sabéis. Interesante, sí… muy… interesante.

—¿Y bien? Qué… qué opinión le merecen esos números puestos en círculo, o sea rodeando el texto —añadió Yves.

—¿En círculo? —preguntó Kurt algo sorprendido— Veamos… Sí, ahora que lo dices… es cierto. Bueno, la verdad es que… estaba pendiente de las posibles combinaciones…

Yves se levantó y con el índice dibujó sobre el papel la forma del supuesto círculo. Lo hizo varias veces, pasando siempre por encima de los números insistentemente para demostrarle que aquello estaba muy claro. Kurt levantó su mirada hacia Yves una vez éste hubo terminado con su vehemente indicación.

—Sí, obviamente se trata de un círculo que está rodeando al texto… —dijo devolviéndole la copia—. Tal y como os he dicho, tenéis que buscar a través de distintas permutaciones y combinaciones posibles, un resultado coherente que posea algún significado. Si fuera el caso y los números hubieran sido escritos siglos más tarde, entonces tendrías que hacer uso de alfabetos modernos. Tenéis un arduo trabajo por delante.

—Eso haremos, señor Timmermans.

Corinne se levantó y empezó a ponerse la chaqueta con la ayuda de su amigo. Con la copia dentro del bolso y ya lista para salir, estrechó la mano del hombre que en aquel momento estaba fría y algo húmeda. Se despidieron cordialmente y una vez en la puerta, Kurt les dirigió unas últimas palabras.

—Espero haberos ayudado. Colmaros de paciencia y no os desmoralicéis si a la primera de cambio no sacáis nada en claro. Por cierto, os aconsejo que este trabajo sea absolutamente discreto. Cuantas menos personas tengan conocimiento del mismo mucho mejor. Hay mucho paranoico suelto.

—Gracias por todo, señor Timmermans.

—Ha sido un placer —añadió Yves.

—Para mí también —respondió el cabalista—. Cuando hay sueños, hay caminos por recorrer…

El sufrido coche emprendió regreso a la capital. Una fina lluvia empezaba a caer cuando Yves se volvió hacia Corinne dubitativo.

—Estoy algo desconcertado.

—Yo también.

—¿Te diste cuenta de su expresión cuando contempló la copia del manuscrito?

—Sí. Es como si se hubiese producido un cambio radical en su postura, como un giro de 360 grados. No sé a qué pudo ser debido. Y su mano… ¿te diste cuenta de que estaba fría?, parecía sin vida, como la de un cadáver… todavía siento repelús recordando su contacto.

—Lo del círculo me está dando vueltas en la cabeza y no es broma, lo digo seriamente. Hasta un niño se hubiese dado cuenta de ello. No quiero ser suspicaz pero creo que sabe algo que no ha querido decirnos…

—¿Tú crees?

— Estoy seguro de ello. Empiezo a sospechar que estamos metidos en algo importante que no ha querido desvelarnos.

—Tal vez, pero también es posible que no lo haya hecho para no complicarnos más las cosas. Esos estudios cabalísticos no son de nuestra incumbencia, no tenemos información al respecto y tampoco podemos meternos de cabeza sin más. Creo que Paul tenía razón. A lo mejor se trata simplemente de una chapuza económica de algún listillo de aquella época.

—Puede ser —prosiguió Yves llevándose una mano a la frente—. Empiezo a tener un fuerte dolor de cabeza.

—Y yo un empanada mental de campeonato —comentó la joven.

La llovizna proseguía insistentemente, al igual que las reflexiones de ambos. La entrevista había comenzado cordialmente. Recordaban la anécdota del cómico ofrecimiento de las bebidas y cómo la conversación fue desarrollándose con el mismo tono amigable hasta que hizo su aparición la ya famosa copia. A partir de aquel instante, la atmósfera cambió como de polaridad. Kurt se había puesto algo tenso y por primera vez comprobaron cierto balbuceo en sus palabras. Aquella situación contrastaba con el aplomo y la gravedad con la que había desarrollado su exposición sobre algunas de las bases de la Qabbalah. Ahora tenían por delante toda una semana para poder seguir con sus respectivos trabajos, olvidándose por unos días del rabino, de Timmermans y sobre todo del pergamino.

***

Aquella tarde, sentado tras la mesa de su despacho, Kurt le daba vueltas al asunto del pergamino. Lanzando una mirada fugaz a una serie de carpetas y papeles que había estado consultando, cogió el teléfono para llamar a su amigo Geert. A la tercera señal respondió el rabino.

—¿Alló?, rabino Meyerbeer, ¿dígame?

Shalom Geert.

—¡Shalom Kurt!, ¡Cuánto tiempo sin oír tu voz! ¿Qué tal estás, siempre tan ocupado?

—Bueno, ya sabes… pendiente de información… Hasta el momento todo parecía estar tranquilo, hasta que llegaron estos chicos.

—Creí oportuno que supieras de la existencia del manuscrito. Por eso te los mandé. Están muy entusiasmados con su descubrimiento y por mucho que lo intenten, no pueden disimularlo.

—Tal vez tendría que dar aviso… Aunque sólo sea una consulta ordinaria.

—No creo que sea nada trascendente, Kurt. Los chicos de hoy día ven mucha televisión y ello estimula su imaginación. Ya sabes. Algunos llegan a mezclar la ficción y los sueños de aventura con la realidad.

—Tal vez tengas razón… Te mantendré al corriente.

Una vez apagó el inalámbrico, Kurt cogió un par de folios de encima de la mesa y se acercó hasta el sillón de la cercana chimenea en la que se consumían algunos leños. Sentía frío a pesar del calor del fuego cercano. Se abrochó el amplio jersey de gruesa lana. Pero la gélida sensación que sabía no era física, persistía y llegaba hasta sus huesos. Con manos temblorosas miró sus anotaciones y garabatos. En aquel instante, centenares de imágenes cruzaron por su mente y una profunda amargura inundó su semblante. A pesar de sus años, todavía conservaba buena memoria. Recordaba perfectamente los números que aparecían en la copia del documento que más tarde anotaría. Una serie de combinaciones le permitieron saber su valor exacto y qué letras representaban.

Estaba claro que aquel par de jóvenes no podían proseguir con sus investigaciones. Incluso sus vidas podrían estar en juego, si las sospechas que intuía llegaran a confirmarse. Hubiera sido mucho mejor no haberles contado nada con respecto a la ciencia cabalística, pero de no hacerlo, su empeño en la búsqueda hubiera sido mucho mayor. Nada mejor que una prohibición para que la gente haga caso omiso de ella. Lamentablemente no le quedó otra opción. Además, su amigo Geert se sintió en la obligación de mandarle los jóvenes con el hallazgo, para que supiera de la existencia del manuscrito. No saberlo, hubiera sido mucho peor. Realmente, ambos se encontraban ante un callejón sin salida.

Kurt observó cómo las intermitentes ráfagas de viento echaban la lluvia contra los cristales del ventanal. Hacía ya cinco días que no cesaba de llover y ello presagiaba que aquel invierno se presentaría extremadamente frío y húmedo. Posiblemente ese tiempo actuaría en su favor. Con semejante meteorología, no les apetecería ir de biblioteca en biblioteca y de archivo en archivo, buscando respuestas.

—¡Claro! —exclamó de repente Kurt en voz alta. Se dirigió rápidamente hacia el inalámbrico y llamó a su amigo de nuevo.

—¿Geert?, disculpa, soy yo otra vez, escucha… Si uno de estos días vienen a visitarte de nuevo por el motivo que sea, les dices que te he llamado y que la figura geométrica resultante de la unión de los números, no es otra cosa que una identificación. Sí, eso es… un símbolo… semejante al Icthis que usaban los primeros cristianos para reconocerse entre ellos… Exacto, que no le den más vueltas… que no hay más… que eso es todo… simplemente. Esto vendrá a confirmarles que estaban en lo cierto, que el documento posee cierto valor, pero nada más. Evidentemente, ello colmará su ego estudiantil y dejarán el asunto por zanjado. Sí, espero que eso les haga olvidar el tema. Habrás comprobado que son muy inteligentes, podrían llegar lejos… demasiado. Eso es cosa nuestra. Ya me informarás.

La lluvia arreciaba. Mientras escuchaba el monótono repiqueteo del agua en el tejado, Kurt fue a sentarse en su sillón preferido, encendiendo su curvada pipa y exhalando el humo aromático de la picadura Amsterdamer.

Primero fue un fogonazo lívido, deslumbrador. Luego, el estruendo pareció sacudir el automóvil e incluso la propia carretera y los árboles sombríos que se alzaban a ambos lados. El conductor redujo en lo posible la velocidad, mientras cerraba un instante los ojos, deslumbrado por el destello del rayo. Los parabrisas eran insuficientes para dejar ver algo a través del torrencial aguacero que se le venía encima y que retumbaba sobre el vehículo como si de tambores se tratara. El hombre apenas sí vislumbraba los perfiles borrosos de arbustos y arboledas tras el cristal cubierto de regueros de agua. La luz de los faros solamente contribuía a producir un fantasmal bailoteo de sombras delante del automóvil.

El servicio meteorológico había anunciado lluvias para esos días, pero no de tal calado. Mientras las ruedas levantaban cortinas de agua al deslizarse, los faros del coche llegaron a enfocar con relativa precisión el cartel que anunciaba Noville. Faltaba poco. Tras tomar una larga curva, el hombre pudo apenas distinguir una mortecina luz en la lejanía. Estaba llegando a su destino. Se maldijo a sí mismo por haber emprendido el viaje precisamente esa noche. Pero no tenía otro remedio, la situación así lo exigía.

Salió del coche, tras tomar de encima del asiento inmediato su gabardina y su sombrero, si bien le sirvió de poco cuando recibió sobre cabeza y espaldas aquella especie de torrente lanzado desde el negro cielo. Corrió chapoteando sobre la gravilla y llamó al timbre pulsando varias veces. Kurt abrió la puerta y contempló la figura, como una aparición de ultratumba.

Shalom. ¡Entra, entra! ¡Quítate esto y acércate a la chimenea!

Shalom, Kurt. ¡La que está cayendo!

Mientras el hombre se quitaba la empapada gabardina y el sombrero y frotaba sus manos frente al reparador calor de la lumbre, dirigió una mirada interrogativa hacia Kurt.

—¿Recibiste el informe? —preguntó Kurt mientras le servía un J&B.

—Sí, al poco de tu llamada —el hombre tomó un largo trago y respiró profundamente—. Creen que podría tratarse de algo importante.

—Mejor tener controlada la situación.

—Esos chicos ignoran dónde se han metido —comentó el hombre, dejándose caer en un sillón—. Hace años todo estaba tranquilo, incluso olvidado y de repente salta la chispa.

Entretanto, Kurt se había dirigido hacia una cómoda isabelina y había sacado una hoja de papel de uno de los cajones.

—Memoricé los números y finalmente di con el resultado. Éste es —tendió la hoja al hombre de aspecto cansado que la observó con gran atención.

—Efectivamente parece revelador. Por cierto, ¿está al corriente tu amigo el rabino?

—En realidad desconoce la situación. Me mandó a los chicos al saber que estaban interesados por la Qabbalah, eso es todo.

—Bien, mejor así —el hombre terminó de vaciar su vaso y levantándose, recogió sus prendas de las que salían unos finos hilillos de vapor.

—Tengo que irme. Espero que todo esto acabe pronto y felizmente. Me estoy haciendo viejo para estas cosas. Nada es como antes, nada…

—Lo sé Joseph, lo sé.

Una vez en la puerta, se dieron un fuerte abrazo y el hombre echó a correr de nuevo hacia el coche. Kurt quedó pensativo en el umbral de la puerta viendo alejarse a su amigo. De nuevo viejos recuerdos desfilaron por su mente.

El secreto del pergamino

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