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EPISODIO 6 APARECE EL TEMPLE

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Aquellos meses transcurridos desde el descubrimiento del pergamino habían cambiado las cosas. No era solamente el hecho de que lo nuevo y diferente siempre atrae, sino que acrecentaba una de las propiedades principales del ser humano: la curiosidad por saber. Eran muy conscientes que todo aquel embrollo no podía alejarles de sus obligaciones, pero, como un imán que atrae las limaduras de hierro, el documento era una llamada obsesiva, persistente que, casi sin darse cuenta, imperceptiblemente, se estaba convirtiendo en una incesante búsqueda, que empezaba a rayar lo enfermizo.

Aparentemente, esas primeras piezas del rompecabezas iban encajando, y ello les sumergía cada vez más en la investigación. Paul, por su parte, se había identificado plenamente con las inquietudes de sus amigos. Lo que en un principio eran meras especulaciones o fantasías, ahora se habían convertido en claros indicios prometedores. Tenían la esperanza de que el camino emprendido les condujera hasta horizontes más amplios y llenos de respuestas.

Aquel día quedaron citados en el restaurante «Le Sablon». Fue idea de Yves, pues como buen gourmet, les sugirió que ofrecía el mejor menú. Esperaron unos minutos antes de que les llegase su turno. En el local no cabía un alma. Los dueños tuvieron que colocar mesas adicionales y ello provocaba que para llegar a ellas, los estudiantes tenían que efectuar una especie de carrera de obstáculos. Esperaron casi veinte minutos antes de conseguir una mesa.

—¿Qué tal? ¿Habéis conseguido información?

Yves y Paul se miraron unos instantes. De un momento a otro esperaban la reprimenda de Corinne, y lo peor es que llevaría razón. No hubo búsqueda, ni elección selectiva ni nada que pudiera parecérsele. Cuando cambiaron impresiones momentos antes de encontrarse con ella, ambos se confesaron culpables por no haberse tomado la molestia en encontrar alguna obra interesante sobre el Temple. Tomaron el primer ejemplar que cayó en sus manos, al azar y sin verificar su contenido.

—Bueno, no os preocupéis —comentó Corinne sin darles ninguna reprimenda ante su falta de interés—. Espero que ello no os haya impedido conciliar el sueño… Estos días yo dormí como los mismísimos ángeles… si es que duermen.

—La verdad es que esta semana estuvimos algo ocupados y no nos dio tiempo para nada —se justificó Paul como queriendo tranquilizar sus respectivas conciencias.

—¿Y tú, encontraste algo?

—Sí, nada menos que tres volúmenes que creo nos serán de gran ayuda. Además a un precio razonable gracias al cara de conejo.

—¿Al cara… de conejo, has dicho? —preguntó Yves sorprendido.

—Lo siento, me refería al aspecto del propietario de la librería, recuerda las caricaturas de los dibujos animados…

—La verdad querida, es que resulta prácticamente imposible negarte nada. No me sorprende en absoluto que consiguieras un descuento. ¿Te imaginas Paul la cara que tuvo que poner el propietario ante la aparición de semejante valquiria en su establecimiento? —los tres rieron de buena gana el comentario de Yves.

—Y además es posible que vuelva a aquella especie de catacumba. Si estoy en lo cierto, creo que allí podremos encontrar información valiosa.

En aquel momento trajeron sus platos humeantes y comenzaron a dar buena cuenta de ellos con gran apetito. El almuerzo siguió por los derroteros cotidianos, olvidándose por unos minutos del tema. Sortearon de nuevo el laberinto de mesas y una vez en la calle, quedaron para el próximo fin de semana.

Tarde o temprano tendrían que consultar archivos y bibliotecas. Incluso cabía la posibilidad de que sus investigaciones les llevasen a viajar por territorios en los que la Orden del Temple se hubiera establecido. De ser así, ello representaba tiempo y dinero y en aquel momento carecían de ambas cosas. Tendrían que ahorrar todo lo posible y aprovechar fiestas y vacaciones para llevarlos a cabo.

Aquella noche, la joven consultó el calendario académico. Miró fechas de controles y exámenes. De entre ellas, destacaban las vacaciones de Pascua que empezaban el 5 de abril y terminaban el 19 del mismo mes. El segundo cuatrimestre finalizaba el 15 de mayo y la apertura de la segunda sesión de exámenes comenzaba el martes 1 de junio y el último de ellos el 30 del mismo mes. A partir de esta fecha, tenían parte del verano para poder dedicarse a las investigaciones.

Corinne esperaba no suspender ninguna asignatura al igual que sus compañeros, pues de lo contrario tendrían que olvidarse momentáneamente del asunto para dedicarse plenamente al estudio de sus respectivas carreras. Además, suponiendo que llegasen a poder compaginar ambas cosas, se verían obligados a regresar para examinarse el 23 de agosto, obligándoles a suspender su búsqueda, puesto que el último examen de la tercera convocatoria era para el 11 de setiembre, y el curso empezaba el 15. Era imprescindible superar los exámenes del 30 de junio. Así tendrían un par de meses por delante.

***

Una suave brisa azotaba su rostro y agitaba su cabellera. Los rayos del escaso sol apenas eran perceptibles en su ocaso. Oscurecía pronto por aquellas latitudes. Corinne había bajado en la parada de Lambermont y en esos instantes se hallaba cruzando cerca del pequeño lago del parque de Josaphat. Ese viento tal vez podía estar jugándole una mala pasada, pero lo cierto es que algunos de los rumores y chasquidos del suelo cubierto de hojas, estaban indicándole que alguien estaba detrás de ella siguiendo sus pasos. No podía estar segura pero ello la intranquilizaba. Posiblemente eran imaginaciones suyas y sólo se trataba de un transeúnte que, como ella, intentaba acortar camino cruzando por el parque.

Pero la idea la inquietaba. Se detuvo unos instantes para encender un cigarrillo, aprovechando la circunstancia para escuchar con atención. Los pasos se habían detenido. Si se tratara de alguien que viniese detrás de ella, ya la habría sobrepasado. Por el rabillo del ojo vio agitándose los ramajes de los árboles cercanos, pero también creyó ver una sombra proyectada en el suelo. Tiró el cigarrillo recién encendido y pisándolo, apretó el paso. A escasos metros, la luz de una farola iluminó a una pareja que se acercaba cogida del brazo. Era una buena oportunidad para alejarse rápidamente. Respirando aceleradamente, salió por fin a la avenida Louis Bertrand. Pronto estaría en casa de Yves, que vivía muy cerca de allí.

Era una suerte que su amigo residiera en la comunidad de Eterbeek, colindante con la de ella; eso les permitía estar en contacto en pocos minutos. Esta vez tocaba reunirse en su casa para un nuevo intercambio de ideas y hablar de la posibilidad de nuevos progresos en la investigación. Cuando su amigo abrió la puerta la miró algo sorprendido.

—¿Viniste corriendo? Anda, pasa y relájate. Intenta respirar profundamente.

—Deja… que… me siente —respondió ella casi sin voz.

—¿Pero mujer qué te ha pasado? Estás acalorada y sin aliento. Espera, voy a darte algo que te vendrá bien.

La joven tomó un brebaje que sabía a demonios y que la hizo toser.

—¿Pero… qué… qué me has dado?

—Nada especial. Una pócima de mi invención para cuando estoy acatarrado. Jugo de limón, whisky, algo de coñac y unas gotas de jarabe de menta para endulzar…

—¡Puah!, es vomitivo…

—Vamos cuéntame, qué te ha sucedido.

—Bien pues… normalmente cojo por el parque… como ya sabes… se acorta camino. Hoy hice lo mismo y… creí que… me pareció que alguien me seguía…

—¡Ay, ay, ay!, … ya tenemos nuestro particular expediente X. Nuestra amiga Scully perseguida por un ser fantasmal de la dimensión desconocida. Era una buena serie ¿sabes? Por cierto, también podría tratarse de tu admirador, el «cara de conejo»…

—¡No te burles!, ¡No estoy para bromas!

—No lo pretendía… lo siento…

—Perdóname Yves, estoy algo nerviosa.

—Comprendo.

—¿Te llamó Paul?

—Sí, estará aquí aproximadamente dentro de diez minutos. Mientras, voy a preparar un poco de café, no creo que le apetezca mi elixir de larga vida…

—No, más bien no.

Cuando el café estaba casi a punto, llamaron a la puerta. Corinne fue a abrir, pero Yves, saliendo rápido de la cocina, se le adelantó.

—¡Hola chicos! ¿Qué tal?

—Bien, muy bien —respondió Yves mientras miraba en dirección a Corinne. Ésta respondió a su mirada con una leve sonrisa de agradecimiento. Su amigo salía al quite, evitando que el recién llegado se diera cuenta del agitado estado en que se encontraba ella.

Una vez servidos los cafés y todos sentados alrededor de la mesa, Paul se dirigió a la joven.

—¿Qué tal Corinne, alguna novedad? —ella observó el rostro de Yves como dudando. Tal vez no era momento para exponer lo sucedido en el parque. Al instante su amigo respondió por ella con seguridad—. Creo que nuestra amiga ha encontrado algo interesante en aquellos viejos libros, ¿no es así?

—He visto entre los grabados algunos que me llamaron la atención. Se trata de octógonos y del numero ocho. Es una constante que aparece de vez en cuando pero de manera reiterativa. Este hecho tenía que ser importante para la Orden o por lo menos a mí me lo parece.

—Por mi parte creo haber encontrado algo que puede ser significativo. Ved esto —cogió lápiz y papel de encima de la mesa y empezó a anotar. De súbito, Yves, llevándose las manos a la cabeza de forma teatral exclamó—. ¡No, no, más numeritos no, por favor, todavía me duele la cabeza del otro día!

—Vamos, ven y siéntate —indicó Corinne sonriéndole.

—Mirad esto. Tenemos un hexagrama, es decir, una estrella de seis puntas en la que en cada extremo, o sea en sus vértices, hay un número o una cantidad. Si los unimos diagonalmente obtendremos un grupo formado por dos números simples, dos dobles y de nuevo dos simples que, sumándolos, nos dan el número 8. Si añadimos a dicho número la cantidad de puntas de la estrella formada por 6, tendremos 8 + 6 = 14. Pero… si reducimos ese número, el 14, obtendremos 5, es decir PENTA, PENTALFA, PENTAKEL.


—¡Dios Santo! —exclamó Yves abriendo los ojos como platos.

—¡Es cierto! —añadió ella.

—Pues todavía no he terminado. ¿Recordáis que os dije que los alquimistas representaban a los cuatro elementos a base de dos triángulos, uno con el vértice hacia arriba y el otro hacia abajo y que, además, otros dos triángulos completaban los cuatro elementos portando un trazo horizontal cada uno de ellos?

—Sí, sí, lo recuerdo —dijo Yves.

—Yo también me acuerdo —añadió ella.

—Pues bien, mirad con atención lo que voy a dibujar ahora —Paul empezó dibujando la estrella de seis puntas a la que le añadió dos trazos horizontales que partían a los dos triángulos que formaban la estrella—. ¿Queréis contar ahora cuantas líneas o trazos hay en total en el dibujo?


Sus amigos observaron como hipnotizados el dibujo de Paul y empezaron a contar.

—¡OCHO! —exclamó Corinne.

—Efectivamente, el famoso número que va apareciendo como si alguien o algo estuviera insistiendo en ello, ¿no os parece?

—Resulta curioso, parece como si existiera una estrecha relación entre todo ello —añadió Yves.

—Cuenta —propuso ella.

—Se dice que las capillas iniciáticas de los monjes guerreros tenían forma octogonal. Igual que el templo de Perceval, uno de los caballeros del ciclo Ártúrico. Es el lugar donde se equilibran los opuestos, la forma en la que la Divinidad sostiene al mundo, una especie de Ying-Yang. Uniendo los ocho ángulos de las ocho caras que forman el octógono, se obtiene la famosa cruz paté o pateada, de la Orden, que va estrechándose a medida que llega al centro, en el que se halla el noveno punto invisible.

—¿Un punto invisible? —preguntó Yves, cada vez más interesado.

—Sí, los ocho de su trazado y el punto invisible del que equidistan los ocho. Sin este punto no existiría la unidad de la construcción. En realidad se trata de 8 + 1 = 9. Octogonal o circular, ese tipo de edificios simboliza el centro del mundo, un Axis Mundi que en ocasiones se halla representado por una columna central, manifestación material y visible de ese centro o punto invisible. Podemos encontrar ese tipo de construcciones en Londres, París e incluso en España. Construidas en torno a esta columna central, se edificaba encima de ellas la llamada Linterna de los Muertos, lugar de recogimiento y meditación para el neófito, donde moría simbólicamente; muerte figurada para renacer, después de la iniciación, a un nuevo estado del ser, convirtiéndose en un hombre nuevo. En el Templo de Jerusalén existe una caverna, la Seyiqqah que también se encuentra bajo un edificio octogonal en el que estuvo el primer templo que dio nombre a la Orden. En definitiva, se trata de una cámara secreta iniciática.


Mientras, en la calle y desde el portal del edificio que daba frente al domicilio de Yves, una sombra se guarecía de la fina llovizna. De vez en cuando se veía la pequeña luz rojiza de un cigarrillo y el humo que pronto se disipaba a causa de las ráfagas de viento de la fría noche. Ojos que escrutaban la luz que dejaban traslucir los visillos de la ventana en la que estaban reunidos.

—Así que ahora podemos decir y sin temor a equivocarnos, que la clave está en el 8 y el 9, y a partir de aquí… ¡carretera y manta! —exclamó Yves levantándose y llevándose las manos a la cabeza.

—Pues… más o menos —replicó Paul sonriendo y mirando las cómicas evoluciones de su amigo por el salón.

—Estaba pensando que cabe la posibilidad de que existan otros documentos. Otros manuscritos que amplíen esa información. Tal vez el pergamino que encontré sólo sea un mínima parte de toda una serie, no sé… —comentó Corinne.

—Pudiera ser, pero sería demasiada casualidad. Caso de existir, se encontrarían en otros archivos. Además, existen centenares de ellos por toda Europa. Hay que conformarse con lo que tenemos y a partir de aquí, hacer todo aquello que esté en nuestras manos y poco más.

—¡Oye Corinne!, ¿no pretenderás prender fuego a pergaminolandia, eh? —intervino Yves, moviendo los dedos a imitación de llamas ascendentes.

—No hombre, no, ¿acaso crees que volvería al archivo para poner bajo la luz todos y cada uno de sus documentos?

—Te creo muy capaz. ¡Anda que no!

—Podemos darnos por satisfechos —interrumpió Paul—. Hemos dado un gran paso. Tenemos unas claves muy interesantes que pueden abrir otras puertas…

—Sería necesario que todos nos pusiéramos a estudiar e investigar todo lo referente a la Orden del Temple e ir anotando lo más sobresaliente y a la vez enigmático de su historia, ¿no os parece? Así podríamos más tarde reunir los datos, intentando llegar a alguna conclusión —comentó Corinne, haciendo caso omiso a las payasadas de su amigo.

Yves volvió a sentarse y se dirigió esta vez seriamente a sus compañeros.

—Buscaré el tiempo necesario para encontrar material que pueda sernos útil.

—De todas maneras tendremos un problema, un grave problema… —aseveró Paul.

—¿Cuál? —preguntó ella.

—Lamentablemente existen cientos de obras sobre los templarios que son simples especulaciones sin fundamento, fantasías de autores de historia ficción que se dedican de vez en cuando a tocar el tema, incluso bajo seudónimo. No será fácil distinguir lo puramente especulativo y gratuito, de lo hipotético y con fundamento. Encontrar bases consistentes en las que apoyarse no es moneda corriente. La mayoría de títulos son refritos y copias unos de otros que, sin aportar nada nuevo, cuentan siempre lo mismo. Tenemos mucho trabajo por delante.

—Eso sucede con todo, no importa cual sea la especialidad o el tema elegido. No es algo exclusivo de la Historia —comentó Yves.

—Además, hay que contar con otro hecho —intervino Corinne—. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos al supuesto tesoro del Temple. La imaginación vuela rauda apenas se pronuncia la palabra tesoro. Los caballeros templarios eran ricos, muy ricos, pero el hecho de que en sus encomiendas y asentamientos no se descubriera ningún objeto de valor a partir de su arresto y eliminación, dio pie a muchas suposiciones. Se cree que los dignatarios de la Orden, advertidos de la conspiración que se estaba tramando en contra de ellos, pusieron a buen recaudo la fortuna de su organización con anterioridad a aquel fatídico 13 de octubre de 1307.

—A eso le llamo yo una auténtica clase de Historia y no precisamente del Arte —repuso Yves, admirado por los conocimientos de su amiga.

—Fue entonces cuando posiblemente nació el mito del tesoro escondido en aquellas carretas llenas de paja con destino a la Rochelle, donde fondeaba la flota del Temple y cuyo destino fue para algunos América y para otros las Canarias. —añadió Paul.

—¿Creéis que todo este entramado de claves y mensajes cifrados nos llevarán por este camino? —interrogó la joven.

—No lo sé —repuso Paul— pero lo cierto es que en un principio no podemos descartar cualquier posibilidad, a pesar de que son cientos los buscadores de tesoros que lo han intentado. Autores como Robert Charoux, Gérard de Sède y Louis Charpentier, entre otros, ya lo habían citado en sus obras.

—¡Curioso! Hace tiempo leí uno de los trabajos de Sède titulado «Les templiers sont parmi nous. L’énigme de Gisors», y recuerdo que en él, se citaba ese posible tesoro y los extraños graffitis que dejaron en el castillo de Gisors, durante su cautiverio —comentó Yves.

—La iconografía templaria será un apartado que seguramente tendremos que tratar en su momento —aclaró Paul—. Todo a su debido tiempo.

—¿Cabe la posibilidad de que esos dibujos estén ahí para que, una vez disuelta la Orden, los supervivientes que pasaron a formar parte de otras órdenes pudieran tener conocimiento de ello? —preguntó acertadamente Corinne.

—Como casi siempre sucede en estos casos, grupos y sectas fueron añadiendo con el tiempo otros dibujos, convirtiendo el lugar en un maremagnum de símbolos. Actualmente resulta difícil distinguir unos de otros. Y respondiendo a tu pregunta, te diré que todo es posible. Bueno… creo que hoy hemos dado otro paso más… aunque ello no puede alejarnos de nuestros estudios. Tenemos prioridades que cumplir —dijo Paul levantándose de la mesa y tomando su chaquetón.

—¿Querrás acompañarme a casa? —dijo Corinne, no sin cierto nerviosismo.

—Con mucho gusto.

—Hasta el lunes, Yves.

—Hasta luego, chicos.

Yves se había dado cuenta de que su amiga se puso algo tensa cuando la reunión estaba terminando. Era evidente de que no le apetecía volver sola a su casa y atravesar de nuevo el inmenso parque. Era ya tarde y a pesar del alumbrado, cualquier sombra furtiva o simplemente un ruido podrían provocarle pánico. Mejor regresar acompañada por Paul. El portal de enfrente se encontraba vacío. Sólo una docena de colillas eran prueba de la presencia de aquella sombra. Paul la cogió del brazo y bajaron la calle en dirección a la avenida Bertrand.

—¿Cansada?

—Un poco.

—Yo también. Espero poder descansar el día de la fiesta patronal.

—¡Ah sí, el 2 de febrero!

—Pienso que nos estamos obsesionando demasiado con todo este asunto. ¿No crees?

—Es cierto, pero es difícil, por no decir que imposible, dejar de pensar en ello. Hay días en que no logro dormirme como hacía antes. Hace meses todo era distinto. Lo cotidiano era siempre la misma canción. Una existencia gris, como el de la inmensa mayoría.

—Hasta que se rompió la rutina.

—Efectivamente. El hallazgo acabó con ese día a día monótono y reiterativo. Era como si una puerta se hubiese abierto hacia algo nuevo y desconocido que podría convertirse en un estímulo. El comienzo de una interesante búsqueda por caminos que la Historia desconocía…

—Y así fue como poco a poco, despertaste también nuestro interés. Confieso que al principio me pareciste algo alocada. Que buscabas algo sin saber el qué, para sentirte viva y encontrarte a ti misma. En el fondo eso nos pasa a todos. Nos preguntamos cuál debe ser nuestro camino y el motivo por el que tenemos que recorrerlo. El porqué de nuestra existencia y si hay motivos para ser y existir. Demasiados porqués…

—Ese sería un buen tema para discutirlo con Yves el filósofo…

—Tal vez algún día hablemos sobre ello.

El trayecto se hizo mucho más corto de lo habitual debido a la conversación. Ya estaban llegando al domicilio de Corinne. Se detuvieron unos segundos en el umbral. Paul observó cómo ella hurgaba en el bolso en busca de las llaves, mientras oía el apagado ruido que producía su mano al revolver todos y cada uno de esa cantidad de objetos que portan las mujeres. Con las llaves ya en su mano, levantó su cabeza hacia Paul para despedirse. Por un momento, la luz del vestíbulo recortó el perfil cercano de sus rostros. Paul inclinó un poco su cabeza hacia ella. Corinne ladeó la suya dudando. Fue un instante de incertidumbre que ella resolvió bajando los ojos y abriendo la puerta.

—Buenas noches, Paul.

—Buenas noches.

Cerró la puerta con llave mientras veía a su amigo alejarse con las manos metidas en los bolsillos. Sí, estuvo a punto de besarle. Sintió como le ardían las mejillas y como su corazón latía fuertemente cuando entró en el estudio. ¿Se trataba de una simple atracción pasajera o bien se estaba enamorando?

El secreto del pergamino

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