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El bonobo que maneja símbolos
ОглавлениеComo acabamos de ver, el lenguaje es una herramienta sustancialmente distinta de todos los demás sistemas de comunicación animal. No existe una continuidad en complejidad entre ellos, sino que lo que hay es un abismo. Precisamente por eso los sistemas de comunicación animal ofrecen muy pocas pistas sobre el proceso evolutivo que pudo haber dado lugar al lenguaje. A pesar de ello, y a falta de otro lugar mejor en dónde buscar, muchas investigaciones sobre la evolución del lenguaje se han centrado en algunos de nuestros parientes vivos más próximos, como orangutanes, chimpancés y, sobre todo, bonobos (una especie similar al chimpancé, aunque de menor tamaño, que vive en una región muy restringida de la cuenca del río Congo, en la República Democrática del Congo). Aunque ninguno de nuestros parientes vivos habla o posee algún otro tipo de lenguaje —por ejemplo, de gestos—, las personas que trabajan con esos animales se han esforzado durante años tanto en enseñarles a hablar —de forma oral o con gestos— como en enseñarles a manejar símbolos para comunicarse.
El ancestro común que tenemos con chimpancés y bonobos vivió en algún lugar de África hace al menos 6 millones de años. A partir de ahí los senderos evolutivos se diversificaron hasta dar con el momento actual. Como cualquier otra especie, los chimpancés y los bonobos están adaptados para sobrevivir y reproducirse en unas condiciones determinadas, es lo que mejor saben hacer. Si no hablan es porque los engranajes de la evolución nunca los llevaron por esa ruta, nunca existió esa presión, nunca necesitaron dar los pasos que conducen al lenguaje o, incluso pudiendo ser beneficioso para alguno de sus ancestros, nunca dispusieron del paquete de características que se necesitan para poner en marcha la maquinaria lingüística. Los bonobos y los chimpancés no son primates «en el proceso de» convertirse, con el tiempo, en algo parecido a los seres humanos. No. Son, simplemente, otras especies. Sin embargo, como decía, algunos investigadores se han empeñado en hacerles hablar, quizás con la idea de que son un ejemplo vivo de alguno de nuestros ancestros. Los resultados de todos esos experimentos han sido bastante limitados, pero, sin embargo, uno de esos proyectos de investigación ha producido un fruto de gran interés: su nombre es Kanzi y vive en el Iowa Primate Learning Sanctuary (Estados Unidos).
En el proceso que ha conducido al lenguaje en nuestra especie han confluido tres tipos de adaptaciones muy distintas: evolución de las habilidades orales y gestuales, evolución del pensamiento simbólico y evolución de la capacidad de sintaxis. Para que esto sucediera tuvieron que producirse modificaciones anatómicas en las vías aéreas y en la cavidad bucal, cambios en la estructura del encéfalo y en las capacidades cognitivas que se derivan de ellos, y también el desarrollo de habilidades sociales e interacciones culturales. Todos los experimentos en los que se pretendía que algún primate no humano se comunicase con algún tipo de palabra de forma oral han fracasado, consiguiendo, como mucho, que produjesen dos o tres palabras —o algo parecido a palabras—. Observado con la perspectiva actual, parece evidente que nuestros parientes primates no disponen del conjunto de adaptaciones que les permitan producir, modular y articular la amplia gama de sonidos que nosotros generamos. Hay que tener en cuenta además que, en la evolución del lenguaje, los cambios más importantes son los que han ocurrido en el encéfalo, no en los órganos del habla. La externalización de lo que pasa por la mente es una característica necesaria para la comunicación, pero secundaria en lo que respecta a la evolución de las habilidades cognitivas. Esto lo muestran con claridad las personas sordas, que poseen un encéfalo igual de adaptado que el resto de humanos para el lenguaje, pero que en su caso se externaliza mediante gestos en vez de sonidos.
El bonobo Kanzi, como era de esperar, es incapaz de articular palabras orales, pero se ha convertido en el campeón mundial de los primates no humanos en comprensión simbólica y del lenguaje oral. Mientras los investigadores trataban de enseñar a su madre, Matata, un sistema de símbolos para comunicarse con los humanos, el bebé Kanzi jugaba y se movía a su antojo por el laboratorio. Su madre, una bonobo adulta, fue incapaz de lidiar con los símbolos que trataban de enseñarle, igual que les ha pasado a otros bonobos adultos. Sin embargo, Kanzi, con su sistema nervioso en pleno desarrollo, absorbió sin ninguna instrucción específica los sonidos y símbolos que se mostraban en el laboratorio. Hoy en día Kanzi entiende de manera rudimentaria el idioma oral inglés, se le pueden dar instrucciones sencillas y las cumple de manera correcta, y además ha aprendido a manejar un panel de símbolos (lexigramas), que se corresponden con palabras inglesas. Los lexigramas no tienen ningún parecido con la palabra que representan y son, por lo tanto, auténticos símbolos.
Los progresos de Kanzi son de gran interés y podría pensarse que ha desarrollado algo parecido a un incipiente lenguaje. Sin embargo, no es así, por dos poderosas razones: la capacidad de comunicación que posee Kanzi carece de desplazamiento, todo lo que entiende y todo lo que produce mediante lexigramas hace referencia al momento presente, a sus necesidades inmediatas. En este sentido, sigue anclado en el aquí y el ahora. Y, por otra parte, la comunicación de Kanzi carece de sintaxis, es decir, de la capacidad de combinar lexigramas de manera elaborada. En ocasiones es capaz de combinar dos lexigramas para indicar algo (por ejemplo «no» + «balloon»: «no pelota»), pero no es lo habitual. En su espacio natural de la cuenca del Congo los bonobos no parece que manejen ningún tipo de pensamiento abstracto o de comunicación simbólica, sin embargo, bajo las condiciones de manipulación y control deliberados en un laboratorio, Kanzi ha demostrado que tienen la capacidad de desarrollar una incipiente comprensión simbólica. No la desarrollan en condiciones naturales, pero su organismo sí que posee esa potencialidad. Según esto, es posible que el ancestro común de humanos y bonobos —y chimpancés— tuviera ya un sistema nervioso capaz de aprehender alguna pizca de simbolismo.