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Inventos digitales

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Los símbolos se establecen por mutuo acuerdo entre quienes los usan. La relación con el objeto, idea o hecho al que hacen referencia es arbitraria, lo cual obliga a que se necesite un aprendizaje para usarlos de forma correcta. El lenguaje es el ejemplo más fascinante que conocemos de sistema simbólico. La palabra «cuchara», en forma oral o escrita, no tiene, en principio, ninguna relación lógica con el objeto al que se refiere, es pura invención, igual que lo son las palabras «spoon», «skje», «kaşık» o «colher». Es cierto que algunas palabras pueden funcionar como índices («este», «aquella»), y también como iconos («clic», «guau»), sin embargo, la inmensa mayoría de palabras son símbolos arbitrarios (incluyendo la arbitrariedad de palabras índice, como «esta» o «this»). A pesar de la dificultad que resulta de la necesidad de un aprendizaje, el lenguaje tiene muchas e importantes ventajas respecto a índices e iconos. Para empezar, iconos e índices son analógicos, frente al lenguaje, que es digital. En los sistemas analógicos los límites no están definidos, sino que existe una continuidad: hay innumerables maneras de dibujar un perro o de imitar el ladrido de un perro, lo cual repercute en la ambigüedad ya indicada (el dibujo que acabo de hacer, ¿es de un perro o de un lobo?). Sin embargo, el lenguaje es digital, está formado por elementos discretos: en el lenguaje oral cada idioma tiene un puñado de sonidos (fonemas) que carecen de cualquier significado, que se combinan de innumerables maneras para formar morfemas y palabras con significado. La naturaleza digital de nuestro sistema fonológico nos permite diferenciar con facilidad entre miles y miles de palabras, y también nos permite inventar todas aquellas palabras que necesitemos. Se calcula que a la edad de 6 años pueden entenderse hasta unas 20 000 palabras, y que una persona adulta culta puede distinguir de manera rutinaria entre más de 60 000 palabras. Y algo similar ocurre con las lenguas escritas y de gestos. A su vez, mediante reglas sintácticas, las palabras pueden combinarse de infinitas formas para construir frases, que pueden hacer referencia con precisión a cualquier idea o cosa que podamos imaginar, exista o no en el mundo real. Esta modularidad permite construir una cantidad ilimitada de elementos a partir de unas pocas piezas básicas.

Todas las lenguas tienen lo que se llama doble articulación, que hace referencia a la existencia de dos niveles estructurales. En el lenguaje combinamos piezas entre sí siguiendo sistemas de reglas. En esencia, y sin meternos en abstrusas complicaciones y discusiones lingüísticas, la cosa puede resumirse así: por una parte hay un nivel de piezas que aisladas no significan nada (los fonemas), que pueden combinarse en unidades mayores llamadas morfemas (en ocasiones un morfema y una palabra resultan ser lo mismo, por ejemplo, el morfema «flor»; pero muchas otras veces un morfema es parte de una palabra, como en la palabra «flores», formada tras unir los morfemas «flor» y «-es»). Y, por otra parte, tenemos un nivel en el que ordenamos palabras para formar cualquier tipo de enunciado. El manual de instrucciones para todo esto se llama gramática, y dentro de ella hay una parte dedicada de manera específica a estudiar cómo se combinan las palabras: la sintaxis. Una característica básica de la sintaxis de todas las lenguas (o de casi todas, ya que hay discusiones respecto a algún idioma, como el pirahã, hablado por un pequeño pueblo de la Amazonia) es la recursividad, que consiste en la capacidad de generar una cantidad infinita de mensajes aplicando un conjunto limitado de reglas sobre un número pequeño de piezas. Puedo decir, por ejemplo «Ayer comí una sardina», o «Ayer por la mañana comí una sardina», o bien «Ayer por la mañana temprano, antes de subir al autobús que me llevaría al trabajo, resulta que me entró un hambre de miedo y como no tenía nada más en casa comí una sardina». Y así hasta que uno se canse.

Para el lingüista Noam Chomsky la propiedad básica del lenguaje, y la operación sintáctica más sencilla sobre la que se articula todo el sistema, es lo que él llama Ensamble (Merge), que consiste en tomar dos elementos sintácticos para generar uno nuevo de jerarquía mayor.

En la evolución humana hay quienes consideran que la capacidad mental que dio el pistoletazo de salida al lenguaje fue el desarrollo de la sintaxis, la capacidad para combinar palabras y frases mediante su propiedad básica Ensamble. Por muy sencillo que nos pueda parecer, ningún otro sistema de comunicación animal posee esta propiedad. Las reglas de combinación sobre las que se organiza una lengua permiten generar innumerables mensajes con significado a partir de un grupo reducido de elementos. Los signos y las llamadas que generan los animales no humanos, aunque pueden alcanzar una cierta complejidad son, sin embargo, entes fijos y aislados que por lo común no se combinan para formar mensajes con significados nuevos, distintos a lo que ya significa cada elemento individual. Ni siquiera en los elaborados cantos de algunas aves o de los cetáceos se han encontrado indicios de que los elementos que constituyen sus melodías tengan significado (desde el punto de vista lingüístico; desde luego que tienen un significado evolutivo, pero ese es otro tema), o de la existencia de combinación sintáctica entre sus elementos para generar algún significado nuevo (con todo, algunos investigadores indican que hay monos, como los titís o el cercopiteco de nariz blanca, que son capaces de combinar dos llamadas distintas para generar un mensaje con significado nuevo, hecho que indicaría una incipiente sintaxis; otro ejemplo excepcional es el del bonobo Kanzi, que veremos a continuación).

Aparte de la sintaxis, hay otros autores que sugieren que la habilidad mental que proporcionó el sustrato para la evolución del lenguaje fue el simbolismo, debido a las propiedades cognitivas que confiere la capacidad de trascender el aquí y el ahora. Un índice está siempre encadenado al momento y al lugar en el que se produce. Los iconos pueden hacer referencia a cosas o hechos distantes en el espacio y el tiempo, pero lo hacen de manera limitada. Sin embargo, los sistemas simbólicos carecen de esas ataduras. El lenguaje es libre por completo para evocar momentos del pasado, para elaborar planes de acción en el futuro y, lo que resulta más extraordinario, para hacer referencia a cosas intangibles o que no existen en el mundo físico. Las sociedades humanas modernas se han construido sobre un edificio simbólico de cosas que no existen como algo físico: jerarquías sociales, dioses, sistemas económicos, valores éticos y todo tipo de convenciones sociales. Para pensar en todo eso se necesita no solo un sistema nervioso con capacidad simbólica, sino un sustrato como el lenguaje que facilite la elaboración mental y el intercambio de ideas.

Hay lingüistas que llaman desplazamiento a la capacidad que tiene la mente simbólica de ir más allá del lugar y el momento actual; es decir, los humanos modernos podemos pensar y hablar sobre hechos o cosas que están desplazadas en el tiempo y en el espacio respecto a la actualidad. Conviene aclarar aquí que en lingüística el término desplazamiento se ha usado por investigadores distintos con significados muy diferentes, algo que no deja de ser paradójico; en este libro usaré el término tan solo con el significado que acabo de indicar.

El hecho de que una parte de lingüistas considere la sintaxis como el elemento básico del lenguaje y otra parte opine que la esencia está en el simbolismo tiene relevancia a la hora de interpretar toda investigación sobre el origen evolutivo del lenguaje, pero nadie duda de que en el lenguaje moderno los dos elementos constituyen su naturaleza básica.

La conquista del lenguaje

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