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1. A QUIÉN RECIBIMOS PRIMERO

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Nuestra propuesta, como verán si van al Apéndice 1, supone recibir en primer lugar a los padres. Y el plural está empleado con rigor porque, cuando decimos los padres, queremos decir los dos progenitores o padres de adopción o, en definitiva, los que ejercen las funciones de madre y padre (o madres o padres, según el modelo familiar). Las únicas excepciones serían la familia monoparental o la viudedad.

Aquí surgen las primeras contrariedades. Ya sé que existen circunstancias de todo tipo que entorpecen o limitan la posibilidad de tener a los dos padres en la consulta, pero, en principio, no debería planteársenos como opcional. En mi opinión, debemos ser muy insistentes en este tema pues, teniendo en cuenta la influencia de variables relacionadas con lealtades sistémicas, enredos relacionados con las necesidades de las diferentes partes involucradas y las particularidades del vínculo de apego, lo primero que vamos a contribuir a generar en el niño si aceptamos la demanda proveniente de uno solo de sus progenitores es un conflicto de lealtades: si el niño mejorase, estaría siendo desleal a uno de los dos; si no lo hiciese, al otro. Imposible salir de un callejón sin salida. Muchos problemas nos vamos a ahorrar si no contribuimos a fastidiar aún más al niño poniéndonos de parte de uno de los dos padres. Y eso es exactamente lo que hacemos de forma implícita cuando excluimos al otro del proceso.

Además de poner en riesgo nuestra carrera, pues, como sabrán, no se puede trabajar con un niño en el contexto psicoterapéutico sin la autorización de sus dos progenitores (salvo con la orden de un juez). Así que, hagámoslo bien y, al margen de tener preparado un consentimiento informado (modelo que, por si acaso, también ofrecemos aquí, en el Apéndice 4), neguémonos a recibir en primera consulta a solo uno de los papás.

Ya sé también que en algunos contextos esto es imposible por diferentes razones, pero mi propuesta, como decía más arriba, está referida sobre todo al ámbito de la práctica privada y, en este contexto en particular, creo firmemente que es así como debemos trabajar. Intentemos, no obstante, que lo que hagamos se parezca lo más posible a esto y que el conflicto de lealtades esté contemplado y minimizado.

En el caso de los adolescentes, en especial los más mayores, aunque yo sigo prefiriendo ver a los padres en primer lugar, pueden existir motivos que hagan que sea conveniente, o incluso necesario, verlos a los tres juntos en una primera sesión o citarlos a los tres y hablar primero con uno y después con los otros.

En mi opinión, en caso de duda, lo que debería guiarnos acerca de cómo actuar y a quién ver primero es la indudable prioridad de preservar la posibilidad de lograr un buen vínculo con el adolescente. Y es que existe un riesgo importante de que dicho adolescente acuda con la sospecha de que somos algo así como aliados de sus padres en la cargante tarea de criticar todo lo que hacen y que tengamos la única y torturante misión de convencerlos para que dejen de hacer aquello que sea que están haciendo y que a ellos (a sus padres) y a sus profesores les parece, como mínimo, improcedente y, desde luego, en no pocas ocasiones, terrible. No caigamos, pues, en la trampa y nos convirtamos en uno más de esa legión de adultos que están empeñados exclusivamente en decirles lo que hacen mal y que se muestran convencidos de saber lo que en realidad deberían estar haciendo.

Psicoterapia breve con niños y adolescentes

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