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6. LA MIRADA Y EL VÍNCULO

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Conectando con lo que veníamos comentando, quiero incidir ahora en un último dato imprescindible por recoger: la mirada de los progenitores hacia el niño y la nuestra hacia todos ellos.

Decíamos en el primer capítulo que nuestro modelo confiere una importancia fundamental al vínculo de apego establecido entre el niño y sus progenitores. Que nos construimos y nos explicamos en la relación con el otro cercano (mamá y papá fundamentalmente) y, por supuesto, con todo nuestro sistema y nuestro entorno social y cultural. Esto, como ya anticipábamos páginas atrás, nos obliga a mirar más allá de la conducta expresa del niño y a bucear en los entresijos de la relación padres-hijos.

En la mirada se sostiene el vínculo. En la mirada se construye. Las miradas nos definen, nos explican, nos legitiman, nos cimientan y nos elevan... Permítanme, para incidir en esto, que comparta un poema de Ángel González:

Muerte en el olvido

Yo sé que existo

porque tú me imaginas.

Soy alto porque tú me crees

alto, y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

—oscuro, torpe, malo— el que la habita...

No creo que se pueda expresar mejor y más bellamente. Yo no, desde luego. Nada más que añadir. Solamente repetir que por eso insisto en la importancia de nuestra mirada como terapeutas.

Otro gran artista dijo una vez lo siguiente: «Si el rostro de la madre es poco receptivo, entonces un espejo es algo que se puede mirar, pero no sirve para mirarse». Esto lo decía Winnicott allá por 1971. Qué acertada y concisa manera de explicar lo que se espera de la madre y, por ende, por lógica y por alusiones, del terapeuta. Es por eso que nos pasamos el día hablando de la importancia de la mirada y, sobre todo, de esa a la que nos gusta apellidar como incondicional. En ella reside la clave de todo. Eso de las necesidades básicas en el fondo es como los mandamientos, que son un montón, pero se pueden resumir en uno solo: mirada incondicional.

Miremos cómo le miran. Cómo se miran y, por supuesto, entrenemos nuestra mirada.

Imaginemos a ese niño, pongámonos en su lugar, pero también en el de sus papás, para poder entender y reconstruir lo que ha pasado y lo que está pasando, y así, poder explicárnoslo y explicárselo y, finalmente, saber cómo hacer para ayudar a terminar con el sufrimiento que se está generando.

Psicoterapia breve con niños y adolescentes

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