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EL FUTURO DEL MYCOPLASMA LABORATORIUM* JACQUES-ALAIN MILLER**

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Una comunicación de la Agencia Francesa de Prensa [AFP] llegó en el momento oportuno para procurarme mi introducción. Ha llegado anoche a las 21:24 h, proveniente de Washington, capital de los Estados Unidos.

Craig Venter —el famoso investigador de punta en biotecnología, que había estado con su equipo en el primer lugar en la carrera del desciframiento del genoma humano, y que acaparó la crónica por haber querido patentar su descubrimiento— está ahora «a punto de crear una nueva forma de vida». La noticia podría volverse oficial a partir de este lunes, en las Jornadas de Estudios Anuales del Instituto Craig J. Venter de San Diego, en California.

Por primera vez en el mundo, un cromosoma sintético habría sido realizado en laboratorio. Un equipo de 20 investigadores, bajo la dirección del premio Nobel Hamilton Smith, habría logrado pegar, enlazar, articular, una secuencia del ADN de 381 genes (les recuerdo que el genoma humano cuenta con alrededor de 34.000).

Los biotecnólogos partieron del organismo vivo más simple que les era conocido, ese organismo unicelular que llamamos bacteria, en este caso la bacteria Mycoplasma genitalium, que se encuentra en las vías genitales. Su patrimonio genético de 517 genes fue artificialmente reducido a un cuarto para dar nacimiento, si podemos decirlo así, al cromosoma sintético, el cual fue luego trasplantado e injertado en una célula bacteriana viva. Este cromosoma debería lograr tomar el control y manejar la bacteria. Esto sería una «nueva forma de vida». La bacteria así manipulada ha recibido el nombre de Mycoplasma laboratorium.

Si he comprendido bien la noticia, el Mycoplasma laboratorium es una entidad mixta, híbrida; la molécula es natural, mientras que su ADN es artificial. Queda aún por saber si esta nueva forma de vida alcanzará a reproducirse y a metabolizarse. Interrogado por la AFP, un portavoz del instituto ha indicado que eso no se ha hecho todavía. «Cuando lo logremos, ha dicho, habrá una publicación científica, pero sin duda faltan algunos meses». No obstante, Craig Venter ha declarado al periódico The Guardian: «Sabíamos leer nuestro código genético. Vamos a ser capaces de escribirlo». Él tiene la intención de patentar la nueva bacteria, y de no permitir su utilización más que bajo contrato de licencia con su instituto.

Este avance sensacional de la biotecnología ya da que hablar a los organismos de vigilancia en bioética. El director de una organización canadiense ha declarado: «¿Qué quiere decir eso de crear nuevas formas de vida en un tubo de ensayo? Mr. Venter ha perfeccionado un chasis sobre el cual puede construirse más o menos cualquier cosa, desde nuevos medicamentos hasta armas biológicas». Craig Venter ha respondido: «Tenemos la impresión de que that is good science. Es un paso filosófico muy importante en la historia de nuestra especie. Intentamos crear un nuevo sistema de valores concernientes a la vida. En este punto, no se puede esperar que todo el mundo esté contento, happy». No, no todo el mundo está contento.

Los progresos de la biología serán sin duda en el siglo XXI lo que fue la física en el siglo XX, como lo escribía recientemente Freedman Dyson en la New York Review of Books. Sin duda, la industria biotecnológica conocerá un crecimiento exponencial.

Al mismo tiempo, la vida, bajo las formas conocidas desde el origen de los tiempos, encuentra sus defensores. Ésos son los sectores de la tradición, que pueblan los comités de ética y las organizaciones de bioética, desde los humanistas laicos hasta la Iglesia. Ésta lleva a cabo sobre este tema un combate político multiforme, que va desde el aborto hasta las células madre. Éste será mañana, se puede prever, el vade retro Mycoplasma laboratorium.

¿Y los psicoanalistas?

El psicoanálisis no es, sin duda, una nueva forma de vida, pero es probablemente una nueva forma de discurso, el producto artificial de la logotecnología más avanzada. No es seguro que sus practicantes aún se hayan dado cuenta del discurso inédito al que sirven, a pesar del esfuerzo prolongado de Lacan por desprender el ADN freudiano, es decir, la secuencia significante dirigiendo la práctica, desde su filón inicial, concreción de antiguos discursos e ideologías caducas. La inercia ideológica, es decir, imaginaria, vence regularmente en ellos al dinamismo simbólico del discurso, y se traduce en la realidad efectiva por una práctica frecuentemente dubitativa, incierta en su problemática.

La gran mayoría de psicoanalistas existentes en el mundo, por no decir su casi totalidad, son los tradicionalistas. Adoptan de modo completamente natural las posiciones humanistas y clericales, con la esperanza de prolongar el mundo que han conocido, y de frenar, incluso detener, el movimiento actual de la ciencia, así como las incidencias que dicho movimiento tiene sobre las dimensiones políticas y sociales de la realidad efectiva. Están animados por el pesimismo radical de Sigmund Freud, persuadido de haber reconocido en el ser humano, a través de su experiencia, una pulsión específica, la pulsión de muerte, de la que el siglo XX le había permitido constatar la devastación a gran escala por la explosión de una guerra mundial, en 1914, y por la ruptura del equilibrio de las potencias impulsado por Bismarck (véanse el Tratado de Berlín de 1878 y el Acta final de la Conferencia de Berlín en 1885). Simultáneamente, el sistema de valores de la democracia americana, tan opuesto al de Austro-Hungría y, más generalmente, a aquel de la vieja Europa, aumentaba en potencia, y emprendía el proceso de su mundialización, cuya evidencia se impone al principio del siglo XXI. El cambio de los fundamentos de la tradición europea le parecía a Freud a la vez irresistible, y que no podría producirse sino para lo peor.

En su Ética del psicoanálisis, que retoma El malestar en la cultura, Lacan se inscribe en la misma línea. Reconoce la pulsión de muerte actuando en la preponderancia adquirida por el discurso científico, sus avances prodigiosos, su verdadero frenesí, y sus consecuencias sobre los modos de vida y de goce: la multiplicación y la renovación incesante de los objetos tecnológicos, haciendo nacer demandas cada vez más apremiantes y ofreciendo satisfacciones cada vez más disponibles, sin, por tanto, calmar la falta de goce, sino, al contrario, distribuyéndola sobre toda la superficie del globo, llevándola a una intensidad jamás vista, poniendo en movimiento las sociedades detenidas, sin historia, frías, y conduciendo a la ebullición a las sociedades cálidas.1

Como el pesimismo freudiano, el pesimismo lacaniano está establecido sobre la convicción de que todo cambio es para lo peor, y que ese peor se impondrá irresistiblemente, que está programado, que es seguro. Pero en Lacan se añade una nota que no está en Freud: una nota sardónica propiamente hablando, un tono burlón y malvado respecto a una humanidad que, a través de acontecimientos sensacionales, trabaja para su perdición. ¡No hay piedad con la humanidad! El destino de esta calaña, de esta forma de vida intrínsecamente fracasada, es de absorberse después de haber aportado a la naturaleza todas las trasformaciones, todas las devastaciones, que están condicionadas por el hecho de que esta especie, porque ella habla, es a la vez desnaturalizada y desnaturalizante, si puedo decirlo así.

Se verá, leyendo este año el Seminario XVIII y el Seminario XIX bajo una forma al fin digna del autor, la atención que Lacan había puesto en el descubrimiento del código genético. Se verá que estaba intrigado por la forma de vida unicelular de las bacterias. Se verá también que profetizaba grandes cambios en la organización de la vida y de su reproducción.

Lacan mostraba su inclinación burlona, y no ocultaba su malevolencia: «No tengo buenas intenciones», decía él. Y es que las buenas intenciones no garantizan nada. Como se sabe, el infierno está empedrado con ellas. Es imposible dirigir una cura analítica hacia su conclusión lógica si el analista no está suficientemente familiarizado con su propia malevolencia para romper los velos de la piedad y del terror. Burla y malevolencia no son solamente rasgos de carácter de Lacan. La burla, apoyándose en el brazo de la malevolencia, forma el cortejo para que, del analista, se espere la lucidez.

Los psicoanalistas no tienen que convertirse en el coro de las suplicantes que suspiran por los tiempos pasados. Libre cada uno de ser humanista, si eso le place, cristiano, por qué no, pero como analista, no sabrá ser tradicionalista, ya que esa posición reactiva, reaccionaria, conservadora, va en contra de su acto. Sin embargo, esto no quiere decir que el psicoanálisis pueda compartir el entusiasmo de los mánagers del progreso científico, que aspiran a llenar las arcas de sus institutos con los dineros obtenidos por los contratos de licencia que firmarán para la utilización de los cromosomas patentados.

No, el psicoanálisis no es una bella alma, porque en las gigantescas transformaciones en el discurso de la vida y de la sociedad, aspira a seguir horadando su vía en la Wirklichkeit, la realidad efectiva. Y le importa que existan otros como él, que no sean engañados ni por la tradición ni por el progreso. Como ser no-engañado absoluto es la errancia asegurada, la tercera vía debe ser el discurso analítico.

Estamos lejos de eso, pensamos. El discurso analítico es muy pobre, miserable, en cuanto se lo compara con los esplendores acumulados en el curso de los siglos por las tradiciones religiosas y humanistas, cuando mide sus balbuceos con el progreso implacable del discurso de la ciencia, y con las riquezas bien materiales que vienen a llenar los cofres del capitalismo industrial y financiero. Y bien, en su indigencia misma el discurso analítico ocupa sin embargo en el choque de la tradición y del progreso una posición original, estructuralmente prescrita, y que se demuestra inexpugnable por poco que los psicoanalistas sepan mantenerse en la saetera de su fortaleza.

El destino del psicoanálisis no está de ninguna manera atado a la vitalidad del Nombre-del-Padre heredado de la tradición. La declinación del Nombre-del-Padre se anunció desde el siglo XIX, Balzac lo señala, por efecto de las modificaciones que inducían en la sociedad el aumento de la potencia del modo de producción capitalista, él mismo condicionado por la revolución tecnológica de finales del siglo XIX, consecuencia de la revolución científica del siglo XVII. Los avances de la biología en la segunda mitad del siglo XX han dislocado poderosamente el orden del mundo fundado sobre la prevalencia del Nombre-del-Padre y del Nombre-de-Dios. Esta perturbación, en adelante sensible a todos, está en el origen de la reacción tradicionalista, que toma la forma de movimientos llamados fundamentalistas. Estos movimientos, inexistentes en las zonas del globo marcadas por las religiones sin Nombre-del-Padre, permanecen moderados en aquellas donde se había impuesto una concepción trinitaria, taponando lo absoluto del Nombre. Son ya más extremistas allí donde el culto del Nombre único es tradicional, en el judaísmo, y recurren francamente al mass murder allí donde el Nombre es tradicionalmente llamado a reinar sobre los espíritus y sobre la sociedad bajo una forma absoluta, quiero decir en la tierra del Islam.

Se pueden prever desde ahora las inmensas convulsiones que tendrán lugar en el curso del presente siglo por la aparición probable de nuevas formas sintéticas, perfeccionadas en laboratorio, ya no en el Nombre-del-Padre, sino en el nombre del progreso científico y de los beneficios que de él se esperan.

Ya no más leer, sino escribir el código genético: es lo que aún no se ha hecho, pero a partir de ayer está dicho, y es probable que se haga.

En este punto es oportuno escuchar de nuevo la vocecita de Jacques Lacan, y su llamada aforística, por largo tiempo enigmática, críptica: «No hay proporción sexual —relación sexual— que pueda escribirse».

Se trata aquí de un caveat mayor, de una cláusula de imposibilidad extraída por Lacan de la experiencia condicionada por el discurso analítico, y del que se esforzó en demostrar la pertinencia en sus Seminarios XVIII y XIX en los inicios de los años setenta. Hoy, en 2007, esto quiere decir que las reescrituras en curso del patrimonio genético de los seres vivos darán sin duda nacimiento a nuevas formas de vida. Esta reescritura terminará ciertamente por tocar al genoma humano mismo. Formas inéditas de reproducción del viviente aparecerán. No obstante, podemos estar seguros de que, en lo que concierne a la especie humana, permanecerá imposible escribir en el código genético la proporción sexual que no hay.

En el ser hablante, la proporción sexual está condicionada por el lenguaje o, más precisamente, por la práctica de lalangue. De esto se deduce que se distingan en su cuerpo los órganos, que toman un valor de significante. Es el caso en particular del órgano macho de la reproducción. Es también el caso de una entidad material excretada por el cuerpo, a saber, el objeto anal, y de la entidad material necesaria para la subsistencia, tomada del cuerpo materno, el objeto oral. Del mismo modo funciona para los objetos cuya materialidad es ciertamente menos evidente, la mirada y la voz. Esos objetos tienen un valor de significantes imaginarios. Teniendo valor de significantes, son potencialmente portadores de significación. Esas significaciones no son genéricas y necesarias; en razón de la estructura de la relación del significante al significado, son individuales y aleatorias. Pero interfieren necesariamente en el establecimiento de la proporción sexual, hasta el punto de que parece que el ser hablante tiene relación con esos objetos más que con el partenaire sexual propiamente dicho.

El psicoanálisis ha podido mostrar que, en un sujeto dado, la elección de objeto sexual estaba guiada por la implicación de dicho objeto en ciertas significaciones ligadas a los objetos primordiales que hemos enumerado. El modo de goce del ser hablante está afectado hasta en sus fundamentos, y se encuentra esencialmente diversificado según los individuos de la especie, incluso se puede grosso modo distinguir el modo de gozar del individuo macho del modo de gozar del individuo hembra. Esta individuación extrema del modo de gozar según las significaciones en juego, obliga por otra parte a poner en función al sujeto del significante más que al individuo de la especie.

Para decirlo en términos técnicos, la relación del sujeto al falo y, más generalmente, al objeto a, existe como tal, se encuentra en todos los sujetos dotados de ser hablante, proviene, digamos, de lo real. En cambio, la relación al otro sexo no existe como tal, proviene, digamos, del semblante. La relación sexual constituye en el ser hablante una verdadera falla de lo real, que ninguna ingeniería biotecnológica, ninguna biología sintética, sabrá colmar, salvo extrayéndole su facultad de hablar, al realizarle una ablación simbólica. Es en esa pequeña falla donde proliferan los fantasmas, los delirios, también las epopeyas de las que se revela capaz la especie humana, tanto en el registro religioso como en el científico, y en las tecnologías que explotan y orientan.

La experiencia analítica, que tiene ahora un siglo detrás de ella, muestra, si se la lee como conviene, que la elección del objeto sexual propio de un sujeto dado se caracteriza por tres rasgos constantes: la contingencia; la singularidad; la invención.

Contingencia. El defecto de escritura de toda proporción sexual genérica tiene por consecuencia que el sujeto depende de la contingencia de los encuentros que puede hacer en la esfera de su Umwelt, y de los enunciados prescriptivos que remplazan para él la relación imposible de inscribir. Las civilizaciones han inventado diferentes modelos normativos para compensar el defecto de la proporción sexual. Con relación a esas normas, la desviación subjetiva no es accidental, es de regla. Un análisis permite en general aislar el o los encuentros iniciales haciendo escritura.

Singularidad. Una vez instalado a partir de la contingencia inicial, el modo de gozar, en general, se vuelve necesario, en el sentido de que no cesa más de escribirse, sino que se repite. Un análisis debe permitir repetir, aislar, volver legible la escritura del programa del goce que prevalece para un sujeto, abriéndole así la posibilidad de ganar un cierto grado de libertad con relación a aquél y, al menos, de reinscribirse en él con el menor malestar posible.

Invención, finalmente. Una invención aleatoria viene en general a recubrir la contingencia real como la necesidad subsecuente, para dar al sujeto la ilusión de una libertad de elección inspirada por motivos éticos y/o racionales, según la fórmula: «Yo, como los otros», a menos que sostenga en él la noción de la desgracia de ser, de la cual sería sólo él la víctima, según la fórmula «Todos, menos yo». Un análisis, una vez más, debe permitir barrer esos sueños groseros para reconciliarse lo mejor posible con la singularidad que es el terreno de todo ser hablante. La ideología contemporánea de la civilización occidental, fuertemente marcada por el psicoanálisis, va además en ese sentido.

Por esta razón propongo, para las Jornadas de la ECF del año próximo, que podamos testimoniar, basándonos en la riqueza infinita de nuestra experiencia, de la proporción sexual en la contingencia, su singularidad y sus invenciones.

Bibliografía

FREEMAN DYSON, «Our biotech future», The New York Review of Books, vol. 54, n° 12, 19 de julio de 2007; también: l’échange de W. Berry, J. P. Herman y C. B. Michael, con Fr. Dyson, vol. 14, 27 de septiembre de 2007; la carta de Raymond A. Firestone y la respuesta de Fr. Dyson, vol. 54, 11 de octubre de 2007.

FRÉDÉRIC GARLAN, «Le biologiste controversé C. Venter anuncia una nueva forma de vida», AFP, 6 de octubre de 2007, 20:24 h.

ED PILKINGTON, «Scientist has made synthetic chromosome», The Guardian, 6 de octubre de 2007.

Complementos

En el momento de escribir mi comunicación, no había leído el artículo siguiente, muy sugerente: Andrew Pollack, «How do you like your genes? Biofabs take orders», The New York Times, 12 de septiembre de 2007.

Para una aproximación mediática al juego de roles sexuales, consulté esta mañana el dossier de la revista Elle de esta semana, titulado «Especial sexo. ¡Viva el amor! Lo que nos vuelve mujeres. Lo que los vuelve locos», Elle, n° 323, 8 de octubre de 2007.

Las ciencias inhumanas

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