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LA LÓGICA DEL SUJETO SUPUESTO SABER

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El mercado de la salud mental sigue hoy la lógica del usuario. Cuando se está en el llamado Estado del Bienestar a título de usuario es porque se tiene derecho a la salud y es un derecho, en efecto, innegable. Sólo que si nos sostenemos únicamente en el derecho a la salud entramos en este mercado a título de usuarios, pero no es seguro que entremos a título de sujetos de la palabra. La lógica del usuario es la lógica del derecho al goce de los bienes, incluso si ese goce termina por ir en contra del propio sujeto, cosa que ocurre con mucha frecuencia. En todo caso, la figura del usuario es una figura muy antigua, por la que un individuo tiene derecho a gozar de un bien propio o ajeno como usufructo. En la lógica del usuario el sujeto no es escuchado como sujeto de la palabra, como sujeto que puede descifrar su malestar a partir de su saber inconsciente, desde su relación con el inconsciente o con la singularidad de su síntoma, sino que es entendido y es leído como un objeto a clasificar en parámetros clínicos ya establecidos para los que hay un tratamiento previsto según protocolos. Los que trabajan en servicios de salud pública o semipública están recibiendo hoy los efectos de esta maquinaria que llamamos «la ideología de la evaluación». Es algo que ha producido un gran debate en Francia a partir de la lógica de la evaluación, empezando por la escuela, donde a través de determinados protocolos los niños son detectados como hiperactivos, evaluados con relación al diagnóstico de TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), controlados como potenciales delincuentes, y tratados entonces con medicamentos derivados de las anfetaminas. Se trata en realidad de un método de control social dirigido hacia esta nueva dimensión de la subjetividad. Estoy dando una visión un poco fuerte del asunto, pero estamos en este punto en lo que se refiere a las políticas de salud en la actualidad, si llevamos hasta el límite la lógica del usuario y del trastorno.

Si tomamos, en cambio, al sujeto como sujeto de la palabra que puede dar un sentido a su síntoma, que puede descifrar un sentido ignorado de su síntoma en su singularidad, podemos producir un tiempo de saber antes de precipitar un diagnóstico o una previsión según un protocolo; es ahí donde se abre otra lógica que no es la lógica del usuario, y que el psicoanálisis llama la lógica de la transferencia, dirigida a situar lo que he llamado El sujeto en los tiempos de las tecnociencias.

¿Qué es la transferencia? Lacan la definió, con una expresión aparentemente simple, como la lógica del Sujeto supuesto Saber (SsS). Esta expresión puede tener al menos dos sentidos que nos introducen en la dimensión del sujeto en la experiencia clínica y en el campo de la ciencia misma. En un primer sentido, yo supongo un saber al otro tomado como un sujeto que puede proveer ese saber. Cuando le supongo un saber al otro sobre mi malestar, instauro ese vínculo que se funda en la transferencia de un saber al otro, supongo un saber al otro. Una segunda lectura, más interesante, es suponer un sujeto al saber, lo cual es distinto. Tomemos un ejemplo: si yo tengo un sueño, al despertarme por la mañana puedo pensar que eso no va conmigo, que es efecto de la combinatoria más o menos azarosa de las neuronas durante la noche; o bien puedo pensar, y es lo que pensó Freud para iniciar su famoso texto sobre la Interpretación de los Sueños, que en ese sueño hay un sentido, un sentido que me implica a mí como sujeto; hay un sentido en esa formación en la que está cifrado un saber sobre mí mismo como sujeto. Y puedo empezar entonces a descifrarlo como si se tratara de un jeroglífico, suponiendo que hay ahí un saber articulado y suponiendo que yo como sujeto estoy implicado en ese sueño. Ahí se está realizando una operación que puede ser paralela a la de suponer un saber al otro, una operación mucho más importante y estructural que es la de suponer un sujeto al saber. Así se trata de suponer un sujeto a mi sueño, a mi síntoma, a un sufrimiento, a un lapsus, a un mal encuentro... La transferencia se funda aquí en suponer un sujeto a mi sufrimiento o a mi saber. Un psicoanálisis empieza con este primer paso, y sin él no hay tratamiento posible del síntoma ni hay tampoco psicoanálisis. Para que empiece un psicoanálisis debemos transformar a alguien que viene a veces como un usuario —en realidad se suele llegar al analista para pedir un poco más de satisfacción en la vida, para pedir un poco más de ese goce del bienestar o de la felicidad que pensamos que nos falta—, debemos, pues, transformar a un usuario, que pide su derecho al goce, en un sujeto supuesto al saber, en un sujeto que pueda ponerse a trabajar sobre el saber de su síntoma y de sus formaciones del inconsciente. Con esto hacemos una operación que es fundamental y que es la que nos ayuda realmente a tratar el síntoma, esto es, introducir a un sujeto responsable de sus actos y de su posición como sujeto en su síntoma. El sujeto, entonces, ya no viene con su síntoma para que el otro lo cure sin más, como un trastorno reducido a ese objeto del malestar, sino que se convierte en sujeto agente del tratamiento, del desciframiento del malestar de ese síntoma. Es decir, hemos producido esa función de sujeto en el síntoma —vemos que la noción de sujeto en Lacan es muy singular— y algo de ese sujeto implica una relación con el saber inconsciente y con el trabajo de desciframiento de este saber inconsciente. Sin este trabajo no hay posibilidad de sujeto, no hay posibilidad de tratamiento.

No es fácil introducir esta dimensión del sujeto en la época que llamamos de las tecnociencias, en un mundo donde el saber tiende cada vez más a una función de sugestión y no tanto de transferencia. Es verdad que la transferencia es también a veces un modo de sugestión, y que la sugestión es un modo de transferencia, pero hay que saberlas distinguir. Es por eso que en ocasiones se producen efectos terapéuticos inmediatos, porque la transferencia tiene efectos sugestivos. El psicoanálisis quiere, en todo caso, analizar esa sugestión y no utilizarla sin más, como se hace con mucha frecuencia, justamente en la época en que la sugestión es una de las formas masivas de administración del saber. Demos de ello también un ejemplo, del que habló recientemente Jacques-Alain Miller, director del Instituto del Campo Freudiano, realizando un comentario sobre Google,1 ese motor de búsqueda que empezó siendo un pequeño artilugio y que se ha convertido en un verdadero aparato de sugestión; Google nos promete realmente saber todo al instante, en un solo clic. Nada más sugestivo que Google cuando queremos saber algo («lo encontré en Internet con Google«) y esto produce inmediatamente una avalancha de saber. Decía Jacques-Alain Miller: «Google es la araña de la tela, asegura una metafunción, la de saber dónde está el saber». No nos asegura el saber, nos asegura dónde está el saber... pero eso es tan sugestivo y tan hipnótico... Y continúa: «Dios ya no responde, pero Google siempre y rápido, con un clic le hacemos una pequeña señal sin sintaxis, además, casi sin gramática y ¡bingo! Es la catarata de saber inmediata, se nos llena la pantalla de saber...». Esta máquina tan sugestiva puede llegar incluso a angustiarnos porque puede faltar la falta misma, como diría Lacan al situar la causa de la angustia. La pantalla de la percepción se nos llena de inmediato de una sugerencia de saber, hasta el punto —Miller se pregunta— que parece un poco malvado este uso que puede ser abusivo de la administración del saber de esta forma. «Lo que es seguro —dice— es que Google es estúpido, si bien las respuestas llenan la pantalla, comprende todo mal, la señal inicial está hecha de palabras, y una palabra no tiene sólo un sentido. El sentido se le escapa a Google, cifra pero no descifra. Es la palabra en su materialidad estúpida lo que memoriza sin equívocos posibles. Google sería inteligente si se pudieran computar las significaciones. No puede articular sus significaciones [...] es un Sansón que da vueltas a su molino infinitamente sin llegar a comprender nada de lo que está administrando [...]» y ahí me detengo. Iba a seguir para concluir la frase: «Nada de lo que está administrando... como saber», pero precisamente no se trata del saber, no nos da ningún saber. Podemos decir más bien que nos da conocimiento, que es algo muy distinto. Nos da información o conocimiento, y éste es un punto crucial, porque aquí debemos empezar a distinguir, claramente, y es a lo que nos introduce la dimensión del sujeto supuesto al saber, saber e información, saber y conocimiento. Es un problema porque en inglés sólo hay una palabra para eso: knowledge, que es tanto saber como conocimiento, es el saber reducido a conocimiento. Y esto ha marcado una orientación epistemológica en las ciencias, especialmente en la concepción americana, a diferencia de la tradición europea, donde en las lenguas románicas saber es una cosa y conocimiento es otra. Yo puedo tener mucho conocimiento de algo, pero puede que no sepa nada en absoluto de lo que está ocurriendo con ese conocimiento, al estilo Google.

Las formas de tratamiento que se proponen en el mundo «psi» se fundan en muchos casos en «corregir información» que supuestamente ha sido tratada de modo erróneo por la persona. El mismo cognitivismo tiene esa idea de «error cognitivo» como eje de su tratamiento, la idea de que el trastorno a tratar es fundamentalmente un error de información; se entiende entonces al sujeto como una suerte de Google que no tiene la información correcta y suficiente, una información que hay que poder administrar correctamente. Si entendemos al sujeto como un cúmulo de conocimiento y de información, y al síntoma como un trastorno de la información, vamos a tener una forma de tratamiento, una orientación, una posición ética en el campo de la ciencia. Si introducimos la dimensión del sujeto supuesto saber, la relación del sujeto con el saber en tanto algo se le escapa, en tanto saber inconsciente, tendremos otra dimensión que es la que reintroduce, en efecto, el psicoanálisis.

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