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EL SUJETO EN LOS TIEMPOS DE LA TECNOCIENCIA* MIQUEL BASSOLS**

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Nuestro título tiene un eco de la novela de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, donde se trata del amor, del tiempo y de la memoria. El autor hace allí una apuesta, una defensa de las diversas formas del amor. Se trata del amor de la pareja, de la amistad, del amor filial, del amor familiar... pero siempre contra la ruptura y la degradación de los vínculos del sujeto con el otro, contra el paso del tiempo, contra la muerte, contra todo aquello que rompe los vínculos con el otro. El amor es una de las formas de vínculo con el otro que corre peligro en «los tiempos del cólera».

La cuestión es si se trata para nosotros de hacer una defensa del sujeto, de su singularidad, incluso de su goce más singular, en los tiempos que podemos llamar de la tecnociencia; tiempos en los que se reduce cada vez más al sujeto a ser un objeto. El sujeto consumidor se transforma paulatinamente en objeto consumido por la misma maquinaria de producción en la que está incluido, generalmente a título de objeto de intercambio. Planteada así la cuestión pudiera parecer que haré una defensa de una suerte de humanismo, una defensa del hombre frente a la ciencia que nos llena de males... Es verdad que hay una tradición que opone el hombre como un universal a la ciencia, entendida ella misma como otra suerte de universal. Se trataría de defender la supervivencia del hombre cuando la ciencia y sus efectos sobre el planeta plantean por primera vez algo más que la posibilidad de su desaparición. Podría ser ésta una defensa del humanismo, pero la cuestión es más compleja porque la ciencia misma, como experiencia del saber y como práctica, es un producto del hombre que suponemos como centro del humanismo. Se puede pensar, en efecto, que hay productos creados por el hombre para su bienestar que terminan yendo en contra del propio hombre. Éste es un tema clásico en la historia del pensamiento, y también Freud cuando descubre, sitúa y construye la noción de pulsión de muerte indica algo de este orden: en el núcleo de la cultura, en el centro mismo del sujeto, de cada sujeto, hay algo que va en contra de su propia subsistencia. La noción de pulsión de muerte, que es compleja, en realidad es simple si uno entiende que cualquier satisfacción de la pulsión llevada al límite implica siempre la muerte del sujeto. Lo que empieza siendo una satisfacción placentera, si es repetida hasta cierto punto, lleva al sujeto a la muerte. Buena parte de los síntomas actuales no se entienden si no se incluye esta dimensión, si no se separa la idea de un trastorno orgánico de esa presencia de la pulsión de muerte como una forma de satisfacción que, llevada al límite, implica la muerte del sujeto. Introduciendo este concepto de pulsión de muerte ya no podemos tener una concepción unitaria del hombre como pretende el humanismo, no podemos pensar al hombre como un universal, «El hombre», sino que debemos introducir, y es lo que hará el psicoanálisis a partir de Jacques Lacan, una concepción del sujeto dividido en su estructura. Y es por esta razón, precisamente, por la que el psicoanálisis no será nunca un humanismo. El psicoanálisis es hijo de la ciencia, pero descubre en el seno mismo de la ciencia ese campo que llama inconsciente y que plantea una objeción radical al ideal del hombre como una unidad universal, ideal que proviene de la Ilustración, que de hecho también dio todo su empuje a la ciencia moderna. El psicoanálisis es heredero de esta tradición, pero reintroduce la idea de un sujeto que está dividido en sí mismo y que rompe la idea de universalidad, de un «vale para todos».

Volviendo a la novela de García Márquez, los signos del amor podían confundirse allí con los signos del cólera. No se sabe muy bien en la novela cuándo alguien está bajo los efectos del amor o cuándo está bajo los efectos del cólera. Esos signos pueden ser entendidos entonces como un trastorno orgánico que lleva al sujeto a la muerte o bien como los signos del amor. Siguiendo la misma lógica, la ciencia puede hoy confundir los síntomas del sujeto con un simple desarreglo de lo real del organismo, con su soporte biológico. Hay un debate sobre la causalidad del malestar, del síntoma, en el que el psicoanálisis tiene mucho que decir porque reintroduce en el campo de la ciencia la idea del sentido del síntoma para el sujeto como irreductible a lo orgánico. Seguimos viéndolo en los nuevos síntomas producidos en la histeria y en la obsesión. No hace mucho, una psicoanalista decía que no encontraba ya los síntomas de la histeria, que ésta había desaparecido como cuadro clínico, y es realmente sorprendente que una psicoanalista llegue a decir eso, pues si algo vemos aparecer hoy en la clínica son las multiplicidades de la histeria en toda la serie de fenómenos somáticos y psicosomáticos que intentan abordarse en la clínica de las más variadas formas. Es un problema, porque los propios psicoanalistas pueden perder de vista lo que está más a la vista, como ocurre en la famosa Carta Robada del cuento de Poe analizada por Lacan, y puede desaparecer lo que es la actualidad de la clínica en sus nuevas formaciones sintomáticas, donde la histeria es una de las posiciones subjetivas más avanzadas... siempre un paso adelante respecto del clínico.

Aquí hay una cuestión que es central: ¿cómo interpretamos los signos del malestar? ¿Los interpretamos como un simple trastorno de lo real —utilizo la palabra «trastorno» porque es la que hoy se utiliza en la clínica de Salud Mental en el DSM IV—, trastorno como algo real del organismo que no funciona y que hay que corregir, o estamos en presencia de construcciones de sentido, de síntomas que deben ser interpretados, que deben ser leídos a modo de jeroglíficos? Éste es un tema fundamental, lo era en tiempos de Freud, pero hoy lo es de una manera mucho más radical en la medida en que el llamado campo de la salud mental está marcado profundamente por este ideal de corregir lo que aparece como un trastorno, ideal que suele olvidar la dimensión del sujeto como irreductible.

Las ciencias inhumanas

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