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¿Predicando en el desierto?

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Cuando hace casi once años la ley de cine se ponía en ejecución, se iniciaba una dura etapa que no conocía precedentes en nuestro país, etapa que se vislumbraba incierta pero llena de expectativas. Incluso, quienes en su momento cuestionamos la desvinculación de la ley de cine con otras leyes que en el campo de los medios de comunicación se habían promulgado, y con el proceso político-social entonces en marcha, no podíamos desconocer las posibilidades que se abrían, por contradictorias que fueran. Después de más de una década, el surgimiento de numerosas empresas, varios cientos de cortos y casi treinta largos dan prueba del incremento de una producción antes anémica, sin que pueda conceptuarse que tal incremento supone la constitución de una industria, pues esta no puede edificarse sobre la base de los cortos, el rubro favorecido por la legislación. No hay nada todavía que se parezca a una actividad industrial sostenida y permanente o lo que, en términos realistas, podría esperarse para un país como el nuestro de escaso mercado interno y con limitadas posibilidades de exportación del material propio. Lo que podría esperarse es una estructura industrial mínima para una producción alimentada permanentemente por el corto y fortalecida por una actividad reducida pero constante en el campo del largometraje. Sin embargo, esta posible actividad se ha visto minada por la inflación ininterrumpida, por la falta de apoyo crediticio, como el que hay en Colombia y Venezuela, por la estrechez del mercado interno y, last but not least, la escasa comunicación que una parte importante de ese cine ha obtenido.

Sin desconocer el rol fundamental de los factores infraestructurales que han jugado en contra, no se ha reflexionado suficientemente sobre la ubicación expresiva de las películas realizadas y la comunicación con el público, asunto este poco y mal planteado, salvo en la aproximación realizada por José Carlos Huayhuaca en el número 10 de la revista Qué hacer con el título de “Para hacer cine, ir al cine”. Hasta ahora el cine peruano, y Hablemos de Cine no es una excepción, ha sido tratado o bien desde el análisis o comentario de cada película en particular o bien desde un enfoque coyuntural o una reseña sumaria en que se ofrecen datos, cifras, consideraciones valorativas, proyecciones al futuro. Un poco de todo, lo que está bien, pues indudablemente tales criterios son útiles, pero existe un déficit ostensible en lo que toca al análisis de conjunto y a ese tema mencionado de paso o de soslayo casi siempre y que, sin embargo, está en un primerísimo orden de importancia, el de relación de los filmes con el público.

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