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Lo que se perfila en el largo

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No hay que ser especialmente visionario para reparar, a la luz de las últimas películas peruanas de éxito, en algunos de los componentes que van inevitablemente a usarse como anzuelos o ganchos frente a las apetencias del público. Los motivos de la violencia, en primer término, sea violencia terrorista, delictiva o social van, seguramente, a proliferar o, si el verbo resulta excesivo, al menos a repetirse con mayor abundancia. La boca del lobo, de Francisco Lombardi, fue el primer gran éxito en la línea de un cine épico que confrontaba directamente la violencia colectiva, en este caso la que ejerce un destacamento policial, jaqueado por Sendero Luminoso, en una comunidad campesina de la sierra. Siguió Alias La Gringa, de Alberto Durant, crónica de las fugas de un presidiario con fondo de levantamiento de presos acusados de terrorismo en una isla penal. Reportaje a la muerte, de Danny Gavidia, es el tercer hito de ese acercamiento coral a la violencia en el Perú. Aquí se narra el motín de un grupo de delincuentes del penal El Sexto, visto por las cámaras de televisión local. Otro filme de 1993, La vida es una sola, de Marianne Eyde, registra un episodio de los enfrentamientos de Sendero y el Ejército en el marco de un caserío cuzqueño. La vida es una sola causó algunas escaramuzas precensoras, pero obtuvo la calificación por edad de la Junta de Clasificación Cinematográfica, previo arreglo directo con los exhibidores, para su exhibición en las salas.

Otro motivo, con antecedentes exitosos, que puede seguir funcionando con relativo poder de atracción es el vinculado a la marginalidad social, sea en la línea de comicidad populista tipo El rey o sea en la vertiente de la cotidianidad social al estilo de Gregorio y Juliana. La comedia popular que apela a las figuras de la televisión al modo de Todos somos estrellas o el melodrama o el policial, también presumiblemente con rostros conocidos de la televisión local o de fuera, se vislumbran con muchas posibilidades en la prueba de fuego que supone su carrera comercial en Lima y provincias.

Todo eso está bien. Son opciones legítimas que han dado, incluso, resultados satisfactorios en La boca del lobo, estimables en Alias La Gringa y parcialmente logrados en Reportaje a la muerte. No hay nada que objetar al hecho de que se utilice el tema de la violencia que ofrece infinidad de posibilidades en un país precisamente marcado por ella en sus diversas formas. Nada que objetar, tampoco, como opciones posibles las que ofrecen las otras modalidades genéricas: el reportaje social, la comedia popular, el melodrama, el policial o, si pensamos en series televisivas recientes, la biografía del personaje conocido, el musical o el filme histórico. Pero hay que llamar la atención, sí, sobre el posible sesgo que el tratamiento de esos materiales pueda tener, cediendo a las presiones de un consumo que le facilite los dividendos suficientes para el mantenimiento de una producción más o menos continua, lo que, por cierto, es puramente hipotético. El riesgo que amenaza es el del facilismo, la repetición de las fórmulas, la multiplicación de los lugares comunes y, en definitiva, la mínima exigencia. Un poco lo que pasó, mutatis mutandis, con el corto mayoritario en los veinte años de vigencia de la ley.

Pero, a diferencia de lo ocurrido con el corto, que no cercenó las posibilidades de expresiones diferentes, lo que puede ocurrir ahora es que ese cine de fórmulas de éxito probadas (que no necesariamente funcionará en todos los casos) anule prácticamente –por la decisión de los exhibidores que tendrán, de seguir las cosas como están, amplio derecho de veto– a un cine distinto que tal vez no podrá ni siquiera confrontar sus posibilidades de comunicación con el público. Y quedará excluido, también, un cine potencialmente más difícil de cara al mercado, con menor vocación popular, acaso más personal o incluso hermético, pero que tiene derecho a la vida; es decir, derecho a la posibilidad de ser visto, aun cuando ello sea en unas pocas salas. También se trata de lograr que el número de salas de Lima dirigidas a un público no estandarizado se amplíe y vaya ganando un espacio, aunque reducido, más grande que el que tiene ahora, como encontramos en un número creciente de países latinoamericanos.

Por eso, una vez más, se impone la creación de condiciones para que el cine peruano conserve, en principio, la variedad de posibilidades que hasta hace poco ha tenido y que no se vea, por acción del solo y exclusivo argumento económico o financiero, limitado a un abanico reducido de opciones. Eso niega, justamente, las nociones de libre competencia, pluralidad, democracia y libertad de expresión y refuerza el concepto oligopólico que hoy domina en la distribución y exhibición cinematográfica en el Perú.

Escrito con Ricardo Bedoya, se publicó en la revista La Gran Ilusión, número 1, segundo semestre de 1993, Lima, Universidad de Lima.

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