Читать книгу No desamparada - Jennifer Michelle Greenberg - Страница 15

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Se sentó en la banca, sola en la multitud. Para ella, era más una morgue que una iglesia. Ese era el templo donde había adorado su padre. Esas eran las bancas donde su familia se había sentado en silencio. Y ahora que la verdad estaba empezando a salir a la luz, podía sentir las miradas en la parte trasera de su cuello, podía sentir los murmullos doloridos y consternados. Nunca se había imaginado lo vergonzoso que podía ser que le creyeran.

Recuerdos muertos. Ojos ciegos. Necesitaba aire. Le susurró una excusa a su marido y dejó el templo para vagar por los pasillos silenciosos. Trató de respirar hondo y quitarse el nerviosismo caminando. Luego de un tiempo, se detuvo para mirar un cuadro en la pared.

Los colores comenzaron a nadar.

No lo escuchó acercarse. El hombre dijo su nombre. Sonaba como su papá. Desde luego, eso no era culpa suya. Sin embargo, el golpe adrenalínico súbito la hundió en un ataque de pánico.

No podía respirar. Se retorció, jadeando. Luego de superar su sorpresa, el hombre corrió para buscar a su esposo. Era como si le hubieran sacado el aire a golpes, solo que cada vez que pensaba que la presión no podía empeorar, lo hacía. Sentía que los pulmones se le iban a reventar. El corazón le martillaba en la cabeza como un tambor.

¿Por qué no se había desmayado aún? En las películas, cuando a alguien le falta el oxígeno o experimenta dolores intensos, se desmaya. En la vida real, uno sigue agonizando con la conciencia aguda hasta que piensa que va a morir.

A la larga, llegó su esposo. La agarró, la tomó en sus brazos y la sostuvo con firmeza hasta que se calmó. Cuando la adrenalina cedió, se sintió exhausta, como si estuviera drogada. Era un estado de atontamiento, un estado aterrador, como si solo estuviera parcialmente consciente.

Cuando la iglesia salió, todos la vieron. Hubo mejillas regadas con lágrimas, miradas inexpresivas y un marido que lloraba. Siempre iba a lamentar eso: hizo que el marido que recién se había casado con ella llorara. Sabía que no era su culpa, pero sentía que debería haber sido más fuerte. Él no tenía por qué pagar lo que su padre había hecho.

«Deberías buscar otra iglesia», le recomendó un terapeuta con posterioridad.

Era cierto.

Había demasiados recuerdos que la atormentaban en ese lugar.

Demasiadas historias en esas cuatro paredes.

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