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LA EXPRESIÓN DE LA EMOCIÓN Y EL ACTO DE VER

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Los cuadros de los impresionistas también son tremendamente emotivos. Resulta sorprendente comprobar que, en muchos de sus retratos, no es necesario recibir información muy detallada sobre la expresión facial de un individuo para poder reconocer o sentir su estado de ánimo, es decir, para poder descubrir si está triste o alegre, sorprendido o furioso.

En la vida real somos capaces de reconocer el estado de ánimo de nuestros semejantes gracias a que el sistema visual envía una copia de la información que viaja por la vía dorsal a un núcleo profundo del cerebro que se llama amígdala. Como veremos en el capítulo 3, la amígdala participa en el procesamiento de las emociones y recibe fundamentalmente información visual de baja resolución (como los trazos gruesos de los impresionistas).

Se da la circunstancia de que la amígdala procesa esa información con tanta rapidez que sentimos de forma inconsciente el estado de ánimo de nuestro interlocutor mucho antes incluso de reconocerlo y, por lo tanto, mucho antes de que hayamos analizado toda la información visual que nos proporciona su rostro.

Lo interesante para un neurocientífico es que estas claves se utilizan para apreciar un cuadro. Esta lógica interna del cerebro, su «física alternativa», en palabras de Patrick Cavanagh, son las mismas claves que se emplean también para percibir, de forma rápida y eficaz, el mundo real.16

Sin embargo, esta «física alternativa» del cerebro no tiene por qué ser realista. Así pues, sus reglas son impredecibles.

Y es que, como nos enseñan el cubismo y el impresionismo, una sombra no tiene por qué ser negra o gris oscura. En realidad, puede ser de un color muy llamativo siempre y cuando tenga menos luminancia que el objeto que supuestamente la genera. De la misma forma, la perspectiva no tiene por qué ser única, y esta ambigüedad es algo extensible a otros atributos de la imagen como la iluminación, el sombreado o la uniformidad de la luminancia y el color.

El acto de ver, entendido como nuestra visión consciente de una escena, culmina cuando la información que filtra nuestro sistema visual llega a las zonas de asociación de la corteza temporal y genera vínculos íntimos y precisos con nuestras memorias. Como nuestra comprensión visual del mundo depende de nuestra capacidad de generar asociaciones, ver se convierte en un proceso altamente creativo con el que se puede interaccionar de manera muy efectiva. Precisamente, esto es a lo que se dedican los artistas en general y los magos en particular.

Dedicaremos el resto del libro a describir el cómo y el porqué de esas interacciones.

El cerebro ilusionista

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