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Parte I Compositores
SERGEI PROKOFIEV. «El aire extranjero no conviene para mi inspiración»

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Sergei Prokofiev (1891—1953)


No existe ningún compositor moderno que no haya pasado por una experiencia de dodecafonismo. Sin embargo, entre los oyentes existía y existe una fuerte resistencia hacia el lenguaje atonal. Había algo diferente, algo más atractivo y perdurable en la música de Prokofiev, a pesar de que componía en el mismo período que los compositores de la Segunda Escuela de Viena. Por algo sucede, que hasta el día de hoy, la música de Romeo y Julietta, sus conciertos para piano y violín, la Marcha de El Amor por Tres naranjas y otras composiciones del compositor, no desaparecen de los conciertos. Su música, que algunos de sus contemporáneos consideraban como un ejemplo de caos y destrucción, ahora se percibe como un modelo de originalidad y belleza emocional. La soleada naturaleza de Prokofiev era una poderosa fuente de atracción. Sus obras son unas de las más populares en la práctica musical actual.

La vida de Sergei Sergéievich Prokofiev podría ser dividida cronológicamente en tres partes. Y no solamente en los períodos que estamos acostumbrados a observar en cualquier biografía: la infancia, la juventud y la vejez de una persona. Más allá de esto, el caso particular de Prokofiev obtiene un fraccionamiento estrictamente ligado a los importantes acontecimientos históricos, políticos y sociales. Hay pocos ejemplos en los que un hombre con sólo 61 años experimenta la vivencia de tres épocas históricas distintas. Los primeros 26 años Prokofiev los vivió en la Rusia zarista, los siguientes 19 años en los Estados Unidos y Francia, y los últimos 17 años en la Unión Soviética. Ya con sólo imaginar toda la complejidad del panorama de las condiciones y los cambios sociales nace un gran interés por la personalidad y las cualidades artísticas de Prokofiev. En su Autobiografía Prokofiev escribe: «Nací en 1891. Borodín murió hace cuatro años, Liszt hace cinco, Wagner ocho y Músorgski diez. A Tchaikovski le quedaban todavía dos años y medio de vida. Había completado la Quinta sinfonía, pero todavía no empezaba la Sexta. Rimski-Korsakov recién había terminado su Scheherezade y estaba preparándose para revisar la ópera Boris Godunov de Músorgski. Debussy tenía veintinueve años, Glazunov veintiseis, Skriabin diecinueve, Rachmaninov dieciocho, Ravel dieciséis, Stravinski nueve y Hindemith no había nacido aún. Alejandro III gobernaba en Rusia; Lenin tenía veintiún años y Stalin once. Yo nací el miércoles 11 de abril (calendario gregoriano), a las cinco de la tarde».

El pueblo natal de Sergei Prokofiev se llamaba Sontsovka. Actualmente es el pueblo Krásnoye, situado en el distrito de Donetsk. El talento musical de Prokofiev se reveló a muy temprana edad, probablemente a los cuatro años. La madre pasaba varias horas estudiando piano. Comenzaba los estudios con los ejercicios de Carl Czerny. Sergei se acomodaba arriba de una silla. La madre practicaba sobre el registro mediano del teclado y dejaba a su hijo las dos últimas octavas, donde él realizaba sus experimentos infantiles. Para el ingreso al Conservatorio de San Petersburgo, Sergei Prokofiev, de 13 años, había traído dos grandes folios que contenían cuatro óperas, dos sonatas, una sinfonía y varias piezas para piano. El 5 de mayo de 1914, Prokofiev interpretó brillantemente su Primer Concierto para Piano en el examen final; esta vez egresaba del Conservatorio como pianista. Como recompensa por la eficaz finalización del Conservatorio, María Grigórievna le propuso a su hijo un viaje al extranjero. Sergei había elegido Londres, donde la Compañía de Ballet de Diaghilev se encontraba triunfando y parecía que el joven empresario ruso Sergei Diaghilev tenía la llave del éxito musical en Europa. El joven compositor había escrito tres ballets para Diaghilev.

Hasta el día de hoy se discute la cuestión: ¿por qué Prokofiev decidió volver a su tierra natal después de haber estado dieciocho años en el extranjero? La mayoría de los biógrafos del compositor describen este retorno como el resultado de la competencia con Stravinski. También por la repentina muerte de Diaghilev, o por la fría recepción de sus obras. Del mismo modo, existe la opinión de que Prokofiev fue «engañado» por sus colegas-músicos, que le habían comentado muchas cosas interesantes de la vida cultural en la Unión Soviética, pero que no le dijeron nada sobre la alarmante situación política. Pero qué puede ser más claro sobre el asunto sino las propias palabras de Prokofiev expresadas al crítico Serge Moreux: «El aire extranjero no conviene para mi inspiración, porque soy ruso. Tengo que permanecer en mí mismo, en un clima psicológico especial que no es sólo mi carrera».

Prokofiev y Shostakovich, dos gigantes de la música del siglo XX, nunca se entendían entre sí. Donde Shostakovish era reservado, Prokofiev era franco. Sin embargo, después de los acontecimientos de 1948 sus relaciones se convirtieron en mucho más cercanas. En octubre de 1952, tras el estreno de la Séptima Sinfonía de Prokofiev, Shostakovich le envió una emocionante carta de felicitaciones: «Le deseo al menos otros cien años de vida y de creación. Escuchar obras como su Séptima Sinfonia hace que vivir resulte mucho más fácil y dichoso».

Por una terrible ironía, Sergei Prokofiev murió el mismo día en que la muerte de Stalin fue anunciada. Su muerte casi no fue notada por los medios de comunicación de ese momento. En 1957, el Gobierno soviético le había otorgado póstumamente el Premio Lenin. Lamentablemente, es poco creíble que alguien de las autoridades hubiese podido sentir una terrible culpa por esclavizar el creativo genio del artista.


Revista QUID Nº 16, abril 2008

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